John Bolton nació el 20 de noviembre de 1948 en la ciudad de Baltimore en el estado Maryland. Creció en una familia de clase trabajadora blanca. Su madre era ama de casa y su padre fue bombero de fuertes inclinaciones conservadoras. Con apenas 16 años, se brindó como voluntario de la campaña presidencial del republicano y ferviente anticomunista, Barry Goldwater, uno de los aspirantes a la Casa Blanca más conservadores en la historia de esa nación. Desde su primer acercamiento a la política, Bolton comenzó a definirse como un simpatizante de los sectores de derecha y miraba con recelo cualquier posición liberal. A finales de los 60 en el contexto de la guerra de Vietnam, evadió el llamado al servicio militar debido a que como él mismo afirmara «no deseaba morir en un conflicto que consideraba que ya estaba perdido».
En 1974 cuando tenía 26 años de edad, se graduó en la escuela de leyes de la elitista Universidad de Harvard. Durante su período como estudiante universitario sistemáticamente tuvo que lidiar con las tendencias liberales que se imponían en aquel momento. En su libro autobiográfico titulado: «Rendirse no es una opción», publicado en el 2007, relata vivencias durante esa etapa de su vida en la que evidentemente se sentía aislado y frustrado con sus colegas de estudio quienes no coincidían con sus puntos de vista conservadores.
Al graduarse, siempre valoró la idea de involucrarse en la política y a partir de la sugerencia de un amigo que le aconsejó comenzar por el sector privado, Bolton decide trabajar en el bufete de abogados Covington & Burling. Uno de los clientes de esa firma legal era el senador Jesse Helms, quien contrató en 1978 los servicios de Bolton para organizar operaciones financieras de campañas políticas conservadoras. A partir de ese momento, el joven abogado se convirtió en una especie de «protegido» del legislador que promovió años después la conocida Ley Helms–Burton y en una ocasión afirmó sobre Bolton: «es el tipo de hombre con el que quisiera estar en el Armagedón o lo que la Biblia describe como la batalla final entre el bien y el mal».
Cualquier persona que intercambiaba con John Bolton, de inmediato, se percataba de su profunda ideología conservadora y, en especial, de sus fuertes deseos de transformar la realidad política guiado por una concepción del mundo extremista y bajo la máxima de que «el fin justifica los medios». Sus características personales evidenciaban a una persona obsesiva, ambiciosa y vengativa, lo que constituía un perfil psicológico muy peligroso. Su primera incursión como funcionario público comienza con la Administración Reagan en 1981. En su libro describe el estado de alegría que sintió cuando se produce la victoria del candidato republicano. Después del triunfo electoral, Bolton identificó que esa sería su primera gran oportunidad para comenzar su carrera política dentro del gobierno federal de Estados Unidos. Durante la denominada Era Reagan, ocupó múltiples responsabilidades y trabajó estrechamente con su amigo personal Elliot Abrams, el actual enviado especial de Estados Unidos para Venezuela.
En este gobierno republicano, Bolton se desempeñó como consejero general de la USAID. Posteriormente, ocupó varios cargos en el Departamento de Justicia y estuvo involucrado en el escándalo Irán-Contra. Entre 1989 y 1993, fue secretario asistente de Estado para organizaciones internacionales durante la presidencia de George Bush. En los años del mandatario demócrata, William Clinton, regresó al sector privado y se vinculó a la firma legal Lerner, Reed, Bolton & McManus.
En el contexto de las controversiales elecciones presidenciales del 2000 entre W Bush y Al Gore, Bolton reaparece en la vida pública de la nación. Durante el reconteo de los votos en la Florida, irrumpe en un colegio electoral del condado Miami-Dade y vocifera «yo soy del equipo de Bush-Cheney y estoy aquí para detener el conteo». De esta manera, aprobó su examen de lealtad al involucrarse personalmente en uno de los fraudes políticos más escandalosos de la historia de Estados Unidos. Después de este suceso, el entonces vicepresidente electo Dick Cheney comentaba que cuando las personas le preguntaban qué cargo debería ocupar Bolton, él siempre respondía «el que quisiera». Aunque Colin Powell no simpatizaba con Bolton no le quedaba más remedio que aceptarlo en el Departamento de Estado porque era el protegido y chivo expiatorio de Dick Cheney, quien en la práctica dirigía la política exterior y seguridad de Estados Unidos.
El 11 de mayo del 2001, Bolton inició sus responsabilidades como Subsecretario de estado para control de armas y seguridad internacional. Un halcón neoconservador, militarista y manipulador se convertiría en uno de los funcionarios de mayor influencia en la política exterior estadounidense tras el 11 de septiembre. Fue uno de los principales ideólogos de la denominada «Doctrina Bush» y promovió activamente la guerra contra el terrorismo, las concepciones del cambio de régimen, y especialmente, los ataques preventivos y la fabricación de amenazas.
A inicios del 2002, Bolton decidió inventar un pretexto para deteriorar sustancialmente las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Comenzó a trabajar en la primera versión de un discurso en el que acusaba a la Isla de estar desarrollando un «programa de guerra biológica ofensiva». La manera en que se involucró el halcón neoconservador en este tema y todas las presiones que ejerció constituyen una muestra de su profundo odio contra la Revolución cubana y de su permanente obsesión por lograr un «cambio de régimen».
Bolton tenía previsto realizar una intervención sobre este asunto a principios de mayo para calumniar a Cuba, pero antes debía colegiar algunas ideas con los especialistas del Departamento de Estado. Christian Westermann, encargado de los asuntos relativos a armas químicas y biológicas en el Buró de Inteligencia e Investigaciones, cuando terminó de leerse el borrador consideró que la afirmación sobre la Isla no se correspondía con la información y apreciaciones de la Comunidad de Inteligencia de Estados Unidos. Se percató que estaba en presencia de una manipulación por intereses políticos.
Al conocer Bolton estas valoraciones, citó de inmediato para su oficina al funcionario del Departamento de Estado. Westermann describió que en ese instante «tenía la cara muy roja y me apuntaba con los dedos. Me explicó que yo estaba haciendo algo más allá de mis facultades». Posteriormente, atrapado por la irritación le pidió al jefe del analista que lo despidiera. El halcón estaba dispuesto a librar una batalla, hasta las últimas consecuencias, contra cualquier persona que se convirtiera en un obstáculo para el cumplimiento de sus objetivos. El 6 de mayo del 2002, durante un evento en el tanque pensante ultraconservador Heritage Foundation, lanzó su diatriba acusando a Cuba de promover un programa de guerra biológica. Bolton estaba convencido que era el momento ideal para asestar un golpe definitivo contra el gobierno cubano en un contexto de imposición de las «guerras preventivas» a nivel mundial después de los sucesos del 11 de septiembre.
Meses después y ante la persistencia del halcón anticubano de que se concluyera por las agencias especializadas que Cuba estaba desarrollando un supuesto programa de guerra biológica, el analista principal para América Latina y el Caribe de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, cuestionó esas aseveraciones. Cuando Bolton se enteró que estaban desafiando sus orientaciones, fue personalmente al cuartel general de la CIA en Langley y le solicitó a John McLaughlin, entonces subdirector de la agencia, que despidiera al especialista. La propia Agencia Central de Inteligencia estaba lidiando con un ideólogo obsesivo que solicitaba agresivamente que sus puntos de vistas fueran respaldados sin cuestionamientos. No importaba si se apegaban o no a la realidad, lo más importante era su agenda personal. Si no era complacido, se abriría una feroz cacería contra los burócratas que se resistieran.
En el propio año 2002, Bolton se tomó el trabajo de cruzar el atlántico y viajar a Europa con el único objetivo de exigirle personalmente a José Butani, presidente de la Organización para la prohibición de las armas químicas, que renunciara a su cargo. El ex diplomático brasileño se estaba convirtiendo en un obstáculo para los planes de Washington de invadir Iraq. El alto funcionario carioca consideraba que si los inspectores internacionales determinaban que esa nación no poseía armas de destrucción masiva, entonces se evitaba una intervención militar. Bolton que se había involucrado directamente en fabricar la mentira de la existencia de armas químicas y era uno de los arquitectos principales de esa guerra, tenía que eliminar cualquier obstáculo al precio que fuera necesario.
Según el mismo Butani, cuando recibió al funcionario estadounidense en su oficina en La Haya, este lo forzó a renunciar a su puesto al frente del organismo internacional en 24 horas. Ante su negativa, Bolton le planteó «sabemos que tienes dos hijos en Nueva York. Sabemos que tu hija está en Londres. Sabemos dónde está tu esposa». De esta manera, se mostró como una especie de «capo de la mafia», pero lo más peligroso era que ilustraba la verdadera esencia de este personaje tenebroso que creía fervientemente en que el fin justifica los medios.
En marzo del 2005, el presidente George W Bush nominó a Bolton como embajador de Estados Unidos en la ONU, quien había afirmado en 1994 que no había Naciones Unidas sino que «existía una comunidad internacional que ocasionalmente puede ser liderada por la única potencial real que queda en el mundo: Estados Unidos». Debido a las fuertes críticas que recibió durante las audiencias en el Congreso y el rechazo manifestado por los legisladores demócratas, al mandatario estadounidense no le quedó más remedio que designarlo durante el receso congresional. Al emplear esta maniobra, Bolton ocupó ese cargo desde agosto del 2005 hasta diciembre del 2006, cuando renunció debido a que tendría que someterse a un proceso de confirmación que sabía no tenía posibilidades de aprobar.
En los diez años siguientes, Bolton estuvo trabajando intensamente en el sector privado dedicado por entero a la difusión del pensamiento conservador y al financiamiento de los candidatos con posiciones de derecha en materia de política exterior. En el 2011, fue jefe del subcomité de relaciones internacionales de la influyente Asociación Nacional del Rifle. A partir de octubre del 2013, creó el comité de acción política John Bolton que tuvo como objetivo identificar y apoyar candidatos para la nominación y elección a oficinas federales que estuvieran comprometidos en restaurar «políticas de seguridad nacional robustas». Ese propio año, evaluó la posibilidad de presentarse a las elecciones presidenciales del 2016, pero desistió al ser persuadido por sus asistentes. Evidentemente, concluyó que no tendría ninguna opción ni siquiera dentro de las primarias republicanas. A partir de ese momento, se combinaron varios factores y, en especial, se desplegaron poderosas influencias que posicionaron a Bolton en el entorno más cercano de Donald Trump.
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