Contrapunteo

Pedro Miguel: «Retratar a los que no salen en el retrato»

1 mar. 2019
Por Anónimo

«La jaula es un espacio de libertad, no de confinamiento», dijo el profesor tranquilamente, mientras las miradas suspicaces del auditorio lo perforaban. Entonces, con su pausada agudeza explicó la paradoja: Un pintor tiene un lienzo de un metro de ancho; todo lo que pinte debe caber ahí. El trapecista tiene una malla de tantos metros de lado; si cae fuera, se mata. Toda libertad guarda sus límites pero, ¿cuánto se puede hacer al interior de estos y no se hace?

Así, preguntando, provocando, dialogando al estilo socrático, Pedro Miguel, experimentado editorialista y columnista del diario mexicano La Jornada, compartió con jóvenes blogueros y periodistas cubanos sus certezas y angustias sobre el oficio de la prensa en la era de Internet, durante un curso intensivo que el Instituto Internacional de Periodismo José Martí organizó en La Habana.

Cada clase, partiendo de las costuras visibles y recónditas de algún texto redactado por los alumnos, derivó hacia múltiples temas que atraviesan la profesión. De tal suerte, alguien se detuvo en los riesgos éticos de descubrir y compartir noticias, otros indagaron en los nuevos lenguajes y modos que la autopista informacional soporta; hubo quien condenara a muerte las frases absolutas y el tono propagandístico que se cuela por momentos en los moldes de prensa, y hasta de modas, farándula y estupidez humana se aventuró algún criterio.

El maestro, con fino humor e ironía rayana en lo sarcástico, delineaba el rumbo de las «navegaciones» —título del blog que mantiene desde 2004—; disentía de unos, apoyaba a otros, lanzaba su proyectil a quienes se adormilaban un poco y terminaba, como quien anda de juerga entre amigos: Bueno, bien, ¿y qué hacemos ahora?

Hacer, hacer y hacer. Decir, decir y decir. Ese pareció ser para muchos, el dictado de las charlas educativas de este curso. Lo que no se emprenda en el ejercicio periodístico, queda pendiente, aunque nadie ha de creer que toca a los reporteros fungir de policías, alcaldes o jueces infalibles.

La Cuba compleja que intenta actualizarse entre naufragios burocráticos; el México que ansía la paz envuelto en pugnas y drogas; el continente americano: territorio de ansias emancipadoras y retornos derechistas; el mundo, donde la gente lee cada vez menos y espera consumir más… La geografía de los debates voló sin pasaporte hacia disímiles escenarios.

Otra vez en el aula, cuando alguien indagaba: ¿por fin, profe, qué es la libertad de prensa?, el corpulento docente sonreía... Mira, nosotros adaptamos una frase de Emiliano Zapata. Según él, la tierra es de quien la trabaja. Pues bien, la libertad de prensa es de quien la lucha, en un empuje perenne por correr los límites. El día en que los corriste un centímetro, ese día ejerciste la libertad de prensa...

Corriendo los límites de la clase, este alumno pactó una entrevista con el maestro, para seguir conversando. A los influjos de un buen café transcurrió el diálogo con el incisivo guatemalteco, mexicanizado en 1967 a los 9 años.

Por diversas causas y azares la charla ha permanecido inédita. Y aún me parece que tiene cosas que decir…  

Sobrevivir sin hacer concesiones

Usted firma solamente «Pedro Miguel». ¿Y los apellidos? ¿O es que se trata de un nombre artístico-periodístico? 

Pedro Miguel es mi nombre. El Arce es solo para el pasaporte. Es como para darle continuidad a un berrinche de adolescencia: aquello de «me quito los apellidos». Entonces empecé a firmar así. Me llamo: Manuel José Pedro Miguel Arce Montoya. Como te darás cuenta, mi afán por podar el nombre está plenamente justificado…

Aparte del «entusiasta del proyecto de transformación del mono en hombre y de la mona en mujer», como se presenta en su blog, y del editorialista de La Jornada, ¿quién más es Pedro Miguel? ¿Tiene una vocación para el anonimato?

Soy un bicho común y corriente. Un tipo que va de compras, a buscar comida; que sufre mucho cuando se va la luz, que lleva a su hija al autobús escolar y le molesta levantarse temprano; alguien que se enamora como cerdo y pierde el rumbo de cuando en cuando. Un vecino que procura no joder demasiado a los que viven al lado…

Siempre me han admirado las personas que encuentran mecanismos para reprimir la vanidad y el ego. Usted parece uno de ellos, ¿cuál ha sido su fórmula?

Pues la humildad. Humildad y arrogancia son dos caras de una misma moneda, y uno tiene que estar buscando equilibrios entre las dos cosas, pero son lo mismo: la forma de expresar ante el mundo la necesidad que todos tenemos de darnos importancia o ser más importante de lo que somos.

Usted fue de los fundadores de La Jornada. Si tuviera que hacer un breve balance de frustraciones y victorias de estas tres décadas en ese emblemático medio, ¿que diría?

Creo que la gran frustración es no haber podido incidir más de lo que hemos incidido en la transformación de la sociedad, en la preservación de principios sociales que han sido arrollados por el ciclo neoliberal. La vida de La Jornada coincide con el ciclo neoliberal. Nos fundamos en 1984, y en 1982 había comenzado un gobierno de transición del nacionalismo revolucionario del desarrollo estabilizador al neoliberalismo. Y en el 88 el neoliberalismo toma por asalto el poder, mediante unas elecciones fraudulentas y se instaura ya abiertamente, con Salinas de Gortari. Me hubiera gustado que La Jornada hubiera sido capaz de convocar a una resistencia social frente a este desatino; me habría gustado haber tenido más alcance, más difusión desde antes; pero eso que es como mi principal frustración es también mi principal satisfacción: haber hecho esa tarea en la medida de nuestras fuerzas; sobrevivimos. Sobrevivir es un gran motivo de satisfacción. Y creo que hemos contribuido significativamente a la construcción de una cultura ciudadana, democrática, social, humanista.

¿Cómo se sustenta económicamente un proyecto como el de este periódico, que pretende no tener dependencias con los poderes empresariales ni con los poderes políticos establecidos?

Por medio de las ventas y de la publicidad, básicamente. No condicionamos nuestra línea editorial a los anuncios ni a las ventas. Si tenemos que decir verdades molestas y bajan las ventas, estamos en un problema, pero somos congruentes. Si decimos cosas incómodas y nos retira un anunciante su publicidad, pues eso mismo en definitiva hemos vivido con la publicidad del Gobierno mexicano desde nuestra fundación. Hemos sido marginados desde nuestra creación. De esa publicidad gubernamental nos han dado partes que no tienen ninguna proporción con el impacto, la circulación o la lectura del periódico. Si hubiese un criterio equitativo y racional tendrían que habernos asignado más publicidad oficial, pues tenemos más lectores que otros medios.

¿De cuánto es la tirada de su diario?                 

Varía mucho, porque el cálculo depende de si tomas en cuenta solo la edición metropolitana o incluyes también las filiales y franquicias, que son una decena en distintas ciudades de México. Hablamos de unos 120 mil ejemplares más o menos, incluyendo las franquicias.

¿Algunas concesiones que hayan tenido que hacer de las que se arrepientan?

Ninguna. Creo que en términos generales hemos sido fieles a lo que pensamos. Hemos dado cobertura a lo que creemos importante para el país, para nuestros lectores, coherentemente con nuestra línea editorial. Y ahí tal vez ha estado la garantía de nuestra sobrevivencia, tomando en cuenta que no hemos tenido capital. Recuérdese que nacimos de milagro, con un capital ridículo, con la décima o la vigésima parte de lo que se habría necesitado para fundar un periódico según un cálculo empresarial. Surgimos por las simpatías de sectores artísticos. Artistas plásticos tan importantes en México como Rufino Tamayo y Francisco Toledo nos donaron obras. Y bien, no teníamos dinero, pero Tamayo nos regaló toda una edición de una litografía, y entonces cada vez que había que pagar la nómina en aquellos tiempos, vendíamos algunas copias de aquella litografía y de ahí salía para costear los salarios. Y nunca hemos dejado de pagarlos. Tal vez si hubiésemos traicionado nuestros principios habríamos crecido empresarialmente, y habríamos perdido el sentido que nos anima: hacer dinero para seguir informando, no a la inversa.     

¿Cómo funciona a grandes rasgos por dentro ese órgano informativo? Descríbame las dinámicas, sus puntos decisivos…

No varía mucho respecto a cualquier periódico clásico. Pero creo que nos hemos centrado en hacer un trabajo de esclarecimiento de los sucesos. Por eso, el ordenamiento que efectuamos de los hechos en nuestra primera plana se distingue del resto de los diarios. El resto está operando muchas veces con un discurso único o muy similar de las cosas. Nosotros intentamos separarnos de esa visión general, porque le damos un orden de prioridades distinto.

Quisimos desde el principio retratar a los que no salen en el retrato. Hablar de ese otro México y de ese otro mundo que no necesariamente están en el discurso mediático. Eso significa, por ejemplo que no tenemos una sección de «sociales», lo cual viene siendo como una anomalía. En nuestras páginas no te encontrarás que «la esposa del Señor Ministro inauguró una exposición de sus cuadros». Y los cuadros son una basura, pero se le dedica dos planas a todo color, porque se sobreentiende que ella pagará ese espacio.

No tenemos tampoco avisos clasificados. Probablemente le damos menos importancia que otros medios a la esfera de lo que podríamos denominar formalidades políticas. Desde luego que la cubrimos, es un terreno importante, pero no con la intensidad de otros. Le damos un espacio al país que está fuera de esas formalidades políticas, fuera de esa institucionalidad gubernamental, parlamentaria. Porque también hay país fuera de eso. Ya México lo sabe, pero hace 30 años, la nación era lo que pasaba dentro de las instituciones, y lo que no ocurría allí sencillamente no existía.

Tenemos, como te comentaba, un afán especial en buscar la significación e interpretación de los fenómenos y darles una jerarquía. En ese sentido, nos parece muy importante lo que hacen los campesinos, lo que hacen los obreros, lo que hacen los estudiantes, los jóvenes, las mujeres organizadas en torno a una causa de género, los grupos de diversidades sexuales, los que hacen cultura en su más amplia expresión.

La estupidez mueve la historia

Echándole un vistazo a su obra se ve experimentó con muchas formas creativas: guiones, artículos, comentarios… Sin embargo, se queda últimamente en una que para algunos puede ser un corsé demasiado estrecho: el editorial. ¿No es género que lo aprisiona demasiado?

No, no, no. No me quedo ahí porque Pedro Miguel no escribe el editorial, el editorial lo escribe La Jornada.

Pero con sus manos y talento…

Sí, pero eso no es relevante. En el editorial, como yo lo veo, no hay una autoría, no la puede haber. La autoría es institucional. Uno procura interpretarla correctamente. Pero uno no es el creador de ese texto, lo generan la lógica institucional, los principios editoriales. Yo además estoy haciendo columnas, artículos de opinión política todas las semanas. Sobre todo estoy haciendo muchas travesuras que me divierten sobremanera. Encuentro que la sociedad mexicana vive tan agobiada por realidades tan duras, difíciles, incluso desgarradoras, que uno tiene que buscar la forma de compartir su convicción y su incertidumbre con los lectores, o de tratar de captar su sentir para darle forma.

Usted se dedica más a temas internacionales.

No tan así. En mis artículos de los martes escribo de temas nacionales, preponderantemente de política nacional. Y allí procuro reflejar un sentir colectivo. Ser el redactor de un sentir colectivo.

Debe ser bastante difícil, pues habrá divergencias y polémica dentro del colectivo del medio…

Hombre, claro que la hay. Y uno trata de pulsar cuáles son este día de la semana las obsesiones, las alegrías, las angustias del sector de la sociedad al que yo pertenezco, que no son los empresarios de gobierno, ni los funcionarios, sino ese sector o esos sectores de las clases medias y bajas, cada vez más desamparadas, que van confluyendo con los campesinos, otros asalariados… Entonces trato de hallar el diapasón que me dé la nota y de ponerlo luego en lenguaje escrito. Por supuesto que al hacerlo corro riesgos enormes. Y no hablo de que me metan un tiro, sino de lo devastador que es darme cuenta al día siguiente, con el texto publicado, de que estaba yo, como decimos en México, orinando fuera del bacín.

Eso es los martes. Y los jueves tengo mi columna «Navegaciones», un disparate delicioso que comenzó siendo eso: reseña de navegaciones por diversos sitios web y que terminó enfilándose a una navegación que encontraba su dirección en sí misma, en el placer de navegar. Si Freud hablaba de asociación libre de ideas, esto es una asociación libre de hiperlinks. Uno te lleva a otro y vas construyendo una ruta de divagación sobre distintos temas de la cultura.

Ahora mismo recuerdo una de esas columnas que partía de la noticia siguiente: un grupo científico al fin hizo el cálculo matemático para ver si aquella frase de Arquímedes tenía fundamento: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», en relación con la palanca. Y los investigadores concluían que sí, que teóricamente Arquímedes podría mover el mundo, pero surgían entonces varias complicaciones, como que la palanca tendría que tener una distancia equivalente a unos cien años luz. Y eso me disparó una serie de reflexiones sobre cómo hemos transitado en la civilización humana de la era de la palanca (años veinte del siglo pasado) a la era del botón. De ahí, apuntaba yo, ¿no será esto el símbolo del paso de una era fálica a una era clitoriana? Ojalá. Porque la era fálica lo que le ha propiciado a la humanidad son confrontaciones violentas, demostraciones de poder, derramamientos de testosterona que anteceden a los baños de sangre. Seguramente lo clitoriano sería más amigable.

Recuerdo haberle escuchado en clases que aproximadamente al 80% de la humanidad le interesa solamente la información chatarra. ¿Sostener esto no es una contradicción en boca de un periodista y convencido militante como usted?

No lo creo. Además, soy un militante convencido, pero también soy un militante realista y resignado. Hay algo que me queda clarísimo: si logramos masificar la música de Bach, será una masificación distorsionada, caricaturesca, una vulgata. Si logramos masificar el conocimiento de la pintura de Picasso, lo que vamos a masificar es una basura, es decir, lo que no era Picasso. Veámoslo en Facebook. Está repleto de estupideces, de frases rosa, que además se les atribuyen descaradamente a grandes figuras como Pablo Neruda. Al estilo: «Oh, si ves salir el Sol, dale gracias a la vida». Oigan, Pablo Neruda nunca dijo eso, no era tan cursi, ni tan estúpido. Aunque por lo menos la gente sabe que ese Neruda era alguien importante: tal vez era compadre de Og Mandino, se emborrachaba con Paulo Coelho, alguien así.

Y esto no es una característica de sociedades atrasadas, tercermundistas. Pasa en Francia, Italia, en Estados Unidos es patético. Me atrevo a pensar que en la sociedad norteamericana el público medio no tiene ni la menor idea de los poetas fundamentales de su propio país, ya no digas de Robert Frost, Walt Whitman… y de Sylvia Plath, ni la sombra de idea de quién fue.

Es así, al grueso de la humanidad, tristemente, le gustan las soluciones fáciles. Y me temo que va a seguir siendo así. Mira cómo cayó la Unión Soviética. Su gobierno le daba Ballet Bolshoi a la población; una construcción cultural con un alto grado de complejidad. ¿Y qué quería buena parte del pueblo? Jeans, videocaseteras y porno. Por ir corriendo hacia esos deseos acabaron con la seguridad social, con el servicio educativo, se llenaron de mendigos, de prostitutas, de mafiosos —entiéndase que estoy simplificando algo mucho más complejo—. Vamos, tenemos que contar con algo: Hegel decía que el espíritu mueve la Historia. Y Marx lo corrigió y dijo: lo que mueve la Historia es la lucha de clases. Malas noticias, chicos: lo que mueve la Historia es la estupidez, el enorme poder de la estupidez.

Si perdemos eso de vista estamos fritos. Si perdemos de vista que las cosas digeridas, simples, que provocan una gratificación insustancial inmediata son lo que le gusta a la gente, estamos perdidos. Igual si desconocemos que sobre ese dato se construye el enorme poder social del mercado; y que no se ha podido ni se podrá abolirlo, precisamente, porque es allí donde pululan los satisfactores inmediatos, efímeros, que dan placer. Entonces, no asombrarse con que la gran masa no vaya a buscar a Monserrat Caballé, sino a Madonna.

Construir con los ofendidos

A juicio de muchos el discurso de la izquierda latinoamericana está desgastado, anquilosado y, en algunos aspectos, se desconecta del sentir de la gente, ¿qué opinión le merece esto y cómo cree que los medios estén abordando el asunto?

No creo que el discurso de Evo Morales, por poner un ejemplo, sea un discurso anquilosado. Para nada. Lo que sucede es que nos puede sonar extraño a quienes no estamos conectados al universo cultural indígena, porque, de hecho, parte de ese universo cultural. Y a quienes no lo dominamos nos puede sonar raro, un tanto extraterrestre. Los no indígenas todavía no nos acostumbramos a compartir el planeta con los indígenas. Fíjate qué cosa…

Y al lado de esto hay discursos de izquierda tremendamente anquilosados. Todavía algunos están tratando de construir «la dictadura del proletariado», sin saber la mala noticia de que ya les desaparecieron el proletariado. Ya no existe este cuerpo social orgánico que tenía este protagonismo, esta vanguardia. Quedan remanentes, pero no creo que pueda sostenerse que el proletariado va a proponer por sí mismo un rumbo histórico para el mundo. Ya no es así. Hoy en día tenemos que construir los campos progresistas de otro modo. Contando con los «ofendidos» —de Roque Dalton—, con los agraviados, con los que luchan por derechos humanos, por las causas de género, a favor de la justicia.

Ayer, con la penúltima oleada revolucionaria —el altermundismo— teníamos a los agricultores como vanguardia. A lo mejor hoy, lo que tenemos como vanguardia es a los desempleados, los excluidos, a los de programas sociales que han sido abolidos por este afán del capital de acumular lo inacumulable incluso. Tenemos un capital que ha transitado del negocio industrial al negocio comercial, del comercial al financiero; después al negocio gubernamental. El primer ciclo neoliberal se caracteriza por hacer el gran negocio de tomar el poder, de ejercerlo de manera directa, con los medios. Fernando Collor de Mello fue el pionero de esto en Brasil, luego llegó Silvio Berlusconi en Italia, y ahí está Peña Nieto en México, que es una factura eminentemente televisiva… Y no se conformaron con esto. Inventaron el gran negocio de privatizar lo público, después de otorgar grandes contratos corruptos. Y en México, que es un país que debemos reconocer está a la vanguardia de esta onda neoliberal, los capitales ya incursionan en el negocio del secuestro, del narcotráfico, de la trata de personas.

Frente a esa realidad, ¿con qué resistes?, ¿con qué transformas?, ¿con qué haces tejido social? Con víctimas de la guerra, con relegados, con sectores comunitarios desplazados por la nueva ola privatizante, con clases medias depauperadas. En la medida en que hay discursos que se articulan a partir de estas realidades, serán discursos modernos; y sí, también hay discursos obsoletos que siguen viendo al mundo como la Alemania del siglo XIX.

Hay una manera de asumir esta proyección a la izquierda solamente satanizando a los capitalistas, pero otras visiones aseveran que lo más inteligente sería tomar de ellos todas las armas posibles…

— Exacto. Recordemos lo que hizo Saladino, recuperó de los cruzados las máquinas de guerra romanas e incorporó a los ejércitos del Islám las catapultas, los almajaneques, los arietes y otras maquinarias bélicas arrebatadas al enemigo. ¿Qué tenía el Che Guevara en las manos cuando lo atraparon? Un M-1 de fabricación estadounidense. Y esto, que vale para el armamento militar, vale para toda clase de instrumento de opresión: que puede tornarse de transformación y liberación. ¿Con qué ha estado combatiendo Wikileaks el discurso hegemónico estadounidense en el mundo? Con procesadores Pentium, con  computadoras Mac, con sistema operativo Windows, con bases de datos, con productos del poderío político-económico de Estados Unidos. ¿De dónde viene Internet? De aquella red militar estadounidense: ArpaNet. Luego, ¿vamos a satanizar los instrumentos por ser inventos del enemigo? Pues no. La cosa está en hacia dónde uno apunte y dispare.

Usted ha mencionado a Roque Dalton, al Che, a poetas norteamericanos. En ese constante afilar las herramientas del oficio periodístico, ¿cuáles son sus santos tutelares?

Ahhh, son todo un santoral. Y hay más de uno por cada día del calendario. Los poetas franceses: Rimbaud, Mallarmé, Víctor Hugo, Homero… Es Pico della Mirandola, que justo a la salida de la Edad Media escribe un «discurso de la dignidad del hombre» fundamental. Carlos Marx, Trotsky, Henri Lefebvre. Desde luego, Neruda y Vallejo y Dalton y Carpentier. Lezama Lima, Martí, Miguel Ángel Asturias, Sylvia Plath, Sor Juana Inés de la Cruz. También Quevedo, que es magnífico aunque fuera misógino, putañero, perverso y sádico; con un humor demoledor. Cervantes… Toda una constelación en la que se incluyen estadounidenses maravillosos como Kurt Vonnegut Jr., escritor importantísimo subvalorado.

¿Nunca le ha interesado salirse del periodismo y dedicarse más a la narrativa o a la poesía?

Bueno, es que desde mi columna creo que hago narrativa. A veces lo que publico son narraciones, ficciones instantáneas. Asimismo me pasa con la novela. En 2009 y 2010 dediqué año y medio de mi columna a escribir una novela por entregas. Todas las semanas publicaba un capítulo.

¿Y la pudo unir después en libro?

Pues resulta que más tarde se me cruzó en el camino Wikileaks[1] y «me destruyó» la vida (sonríe). Yo lo que quería era concentrarme en escribir embustes, que es lo que más me divierte y tuve que dedicarme a trabajar con la verdad, que es terrible. Pero bueno, es algo que uno tiene que hacer. Un deber.

Mira, a mí me urgiría que Wikileaks tomara el poder, para lograr alejarme sin remordimientos y emplearme en otra cosa. Es como un chiste que yo hacía: «Ya, por favor, establezcan un Estado Palestino en Gaza, con capital en Jerusalén, para yo poder fundar un Comité de Solidaridad con Israel… Pero, antes que todo, entréguenles a los palestinos las tierras que les corresponden, dejen de destriparlos con aviones fabricados en Estados Unidos, y juro que yo seré el primero en fundar un club de amigos de Israel. Es más, me encanta Israel. Como mismo me encanta Estados Unidos. En ambos pueblos aún se respira, si uno aguza el olfato, una utopía fundacional. En tierra estadounidense persiste el aire de aquellos colonos descendientes del Mayflower que querían crear el paraíso terrenal. En Israel, todavía laten las ansias de los fundadores de kibutz, de comunas, del socialismo hebreo.

Entonces, con Wikileaks me pasa eso. Dejen salir a Assange de la Embajada de Ecuador en Londres, nómbrelo Secretario General de la ONU, por lo menos; levántenle el Bloqueo a Cuba, por Dios, hasta cuándo… Y al fin podré dedicarme a armar mi novela. Podremos dedicarnos todos a otras cosas. Mientras tanto, hay que seguir haciéndolo todo por estas causas. Porque lamentablemente nos siguen jodiendo la vida. Oye, es que me encantaría despolitizarme (se ríe)…

Lo cual no parece muy probable a corto plazo…

Vamos, amigo mío, no seas pesimista.                 



[1] Pedro Miguel había sido, en 2011, el enviado de La Jornada para entrevistarse en un sitio secreto, al este de Londres, con Julian Assange, fundador y líder de Wikileaks, y que este le entregara el paquete digital con los 4 900 cables redactados por la embajada y los consulados de Estados Unidos en México; lo que Pedro Miguel recuerda como «la aventura de mi vida», y que asestó a la diplomacia estadounidense el golpe más terrible de su historia.

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