Panamá se convirtió el pasado 5 de mayo en el segundo país de América Lantina en celebrar elecciones generales en este 2019. Se auguraban tranquilas, sin sobresalto ni demasiada novedad, en una nación que parece no romper o salirse de los moldes tradicionales desde su retorno a la democracia.
A pesar de la linealidad de los comicios, llegó hasta el istmo el fenómeno de los llamados «outsiders», aunque el candidato de libre postulación y autoproclamado antisistema, Ricardo Lombana, tuvo que conformarse con el tercer puesto en el intento. Si bien no logró la alta magistratura, hay que resaltar que, para surgir de la nada, acumuló bastantes votos y emergió súbitamente en una cortísima campaña electoral. Pero no caló el discurso, que al fin y al cabo tampoco era tan diferente al del resto de los contendientes. Y lo más interesante es que Lombana no fue el único independiente, se presentaron dos aspirantes más para colorear el abanico político.
Pero resulta que en Panamá se borran las barreras ideológicas. Dicen los entendidos que es difícil aplicar la escala partidista de izquierda-centro-derecha, con sus conocidas combinaciones y matices. No hay formaciones políticas nítidas y o bien estructuradas, sino bloques sin grandes diferencias que le apuestan a un modelo continuista de país, con discursos que se funden unos en otro. Los votantes optan por preferir personas y no proyectos.
Lo que sí tiene en común este pequeño estado centroamericano con muchísimos otros es la alternancia de partidos tradicionales en el poder, aunque aquí el bipartidismo se convierte en tripartidismo, al ser tres las fuerzas que se lo han ido turnando en las últimas décadas: el Partido Revolucionario Democrático (PRD), el Cambio Democrático (CD) y el Partido Panameñista. Ahora tocó el turno de regresar a la presidencia al PRD, bajo la batuta de Laurentino «Nito» Cortizo.
Nito era el favorito según las encuestas y finalmente salió vencedor en unos comicios con alta participación, superior al 70%, a pesar de que el voto no es obligatorio. A diferencia de muchos otros modelos electorales de la región, el panameño es de vuelta única, se gana por un voto sin importar porcentajes. Es así que el presidente es aprobado, por ejemplo, con poco más de un 30% de los ciudadanos y la oposición suele ser entonces siempre amplísima. Esta vez, el triunfo del futuro mandatario que asumirá el venidero primero de julio fue por escasos 2 puntos.
Al no haber distinciones marcadas en lo ideológico, no se da el enfrentamiento de modelos económicos, no hay antagonismo ni polarización. Unos son más neoliberales que otros, pero todos apuestan a seguir poniendo en marcha el motor que relanza los índices macroeconómicos, el mismo que, detrás de la vitrina de grandes rascacielos y de crecimiento sostenido, alto PIB y renta per cápita, esconde niveles de pobreza abrumadores, al punto de que el país esté considerado entre los más desiguales, no ya de Latinoamérica, sino del mundo.
Como sus vecinos del área, no escapa a la galopante corrupción. Un expresidente no muy lejano está tras las rejas, siendo procesado por delitos de esa índole y otros relacionados con el espionaje. Sin embargo, poco faltó para que ese mismo personaje, Ricardo Martinelli, se presentara en estas elecciones, primero pretendió ser fórmula vicepresidencial y luego postularse a diputado y alcalde de la capital panameña.
Da cuenta tal escenario de la impunidad que sobre tales hechos se cierne en esa nación, la misma que hace tres años se volviera tristemente célebre por el escándalo de Panama Papers o Papeles de Panamá. Al día de hoy, aquella trama quedó en las portadas de los periódicos y en los titulares de los noticiarios. No fue tema de esta campaña, aun cuando es la primera que se realiza después del destape de los paraísos fiscales y las cuentas off shore.
Es así que se habló de corrupción pero con pinza en estos comicios. Cada candidato introdujo el tema a su manera y primaron las frases comunes, de gran gancho mas poca pegada. Se alzó con el premio el «vamos a hacer sin robar» de Nito Cortizo, el empresario que quiere «rescatar a Panamá», y purificar las instituciones. Solo que más allá del discurso, sus votantes y los que no esperan ansiosos por cambios reales que no parecen vislumbrarse en el horizonte.
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