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Otro fracaso en la Cumbre de las Dos Américas

20 abr. 2018
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Perú se mostró como un anfitrión en aprietos en la recién concluida Cumbre de las Américas. Pero más allá de la situación política interna en medio de la que se desarrolló la cita hemisférica, los aliados de la región le hicieron poco favor para mejorar la imagen de un evento que en Lima demostró la parcialidad, manipulación y segmentación del organismo auspiciador: la Organización de Estados Americanos, OEA. Fue su Secretario General, Luis Almagro, el peor parado del encuentro a pesar de haber intentado derroche de simpatía con una sonrisa o chiste allí donde se le abucheaba y desaprobaba por su injerencismo grosero y su falta de talante.

Almagro quiso estar en la mayor cantidad de foros previos al segmento de alto nivel y en cada uno de ellos recibió una cuota abundante de críticas. Durante la cita de Juventudes de América, se vio obligado a presenciar una protesta por la exclusión del grueso de los participantes de la inauguración. A pesar de mostrarse inclusivo y democrático y salir a enfrentar la manifestación, le espetaron en la cara que aquel no era su espacio.

En el Foro de la Sociedad Civil su discurso fue opacado y silenciado por las voces enérgicas de la delegación no gubernamental cubana que se negaba a compartir espacio con la contrarrevolución de la isla, invitada por el mismo para provocar, desestabilizar y convertir en un circo las sesiones de debate, y posteriormente culpar a los cubanos de intolerantes. Solo que esta vez, Cuba supo alertar y explicar el escenario que se cocinaba para que, en el momento preciso, se le entendiera y apoyara, tal y como sucedió, de manera que, los de la OEA y sus nada bienvenidos invitados debieron finalmente abandonar la sala y realizar una reunión paralela.

Pero sin dudas, el traidor de la izquierda uruguaya reservó su artillería pesada para la apertura oficial de la cumbre y frente a los Jefes de Estado y Gobierno habló de Siria como si de un país miembro de la OEA se tratase, en abierta complicidad con su mentor, el presidente Donald Trump, quien no asistió a la capital peruana para desplegar su maquinaria de guerra contra Damasco. Cual coreografía bien ensayada, a la vez que Almagro arremetía contra el líder sirio Bashar Al Assad, Trump daba la orden de ataque y llovían las bombas en el país del Levante. Volvía a estar sobre la mesa un pretexto muchas veces oído, y por experiencias anteriores, probablemente fabricado: el uso de armas químicas.

Tanta premeditación y alevosía fueron, en cambio, inútiles. Pues la VIII Cumbre de las Américas pasará a la historia como la segunda de mayor fracaso estrepitoso, después de aquella victoria de los gobiernos progresistas en Mar del Plata, donde se enterró el proyecto económico imperialista del Área de Libre Comercio para las Américas, ALCA. Ahora el blanco visible de ataques era Venezuela y en modo más sutil, Cuba. A Caracas no pudo condenársele unánimente y La Habana respondió con acciones y diplomacia a cada iniciativa de sus provocadores.

Si bien el denominador común de los discursos de los mandatarios presentes en la cita fue atacar a Nicolás Maduro y describir la Venezuela Bolivariana como un escenario de caos humanitario y guerra civil, no pudo aprobarse una declaración de condena y no fue incorporado al «Compromiso de Lima» ningún párrafo alusivo a la voluntad manifiesta de cercar más a Maduro y al chavismo.

A Cuba solo fue capaz de singularizarla el vicepresidente estadounidense Mike Pence. Almagro se limitó a hablar en sentido genérico y nunca mencionó públicamente ningún calificativo ofensivo contra la isla. Sin embargo, en actitud francamente cobarde y tras bambalinas, recibió y se codeó con los personajes disfrazados de «nuevos líderes» que buscan un cambio de régimen en la mayor de las Antillas.

El enviado de Trump sí retomó la retórica de siempre hacia Cuba y los cubanos. Otra vez el viejo discurso de falta de democracia y libertades, violación a los derechos humanos y dictadura. Solo que la embestida de Pence tropezó con la réplica del jefe de la diplomacia cubana, Bruno Rodríguez Parrilla, quien supo darle un viraje al asunto y poner la pelota en la cancha norteamericana, al enumerar las múltiples debilidades que, en materia de gobernabilidad y corrupción —los platos fuertes de la Cumbre— tiene Estados Unidos.

Fueron estos los momentos claves que definieron la frustración del evento hemisférico, más allá de la ausencia por primera vez en la historia de estos encuentros de un presidente estadounidense. Trump sigue ilustrando su desprecio por la región, a la que ningunea y pretende recolonizar. Lo complejo del fenómeno es que encuentra poca resistencia a sus propósitos, pues aun y cuando ofende a los mexicanos, cuando arrecia el proteccionismo que afecta a naciones como Argentina o Brasil, cuando cierra las fronteras y devuelve a migrantes centroamericanos, cuando amenaza con soluciones militares para Venezuela que podría desestabilizar a la vecina Colombia o Ecuador, nadie, ninguno de ellos parece querer hacerle frente y prefieren hacerle la corte.

El retroceso de las voces progresistas es un hecho que se visibilizó en Lima. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de América optó por la no participación en lugar de dar la batalla. No estuvo Daniel Ortega, y Evo Morales lució demasiado solo en su inclaudicable discurso contra la hegemonía de Washington y el sistema capitalista.

Aun así, la derecha no logró triunfos ostensibles. No tiene la unidad, aunque presuman de mayoría. La corrupción es un mal que la sacude de norte a sur, desacredita gobiernos, encarcela políticos. Son las debilidades que puedes ser aprovechables en función del equilibrio geopolítico en una América que sigue siendo dos.
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