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Oscar libre, Puerto Rico atado

20 nov. 2017
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Oscar López Rivera conoció Cuba. Dijo que con su visita a esta isla había «cumplido un sueño» y todas sus frases vinieron siempre acompañadas por la emoción, a ratos contenida, a ratos evidente, una especie de estremecimiento constante que desnudaba su verdadero yo: un hombre altamente sensible, empático, que transmite confianza y persistencia.

Supo, y así lo reconoció, que la hermana mayor de las Antillas fue de las más enérgicas y constantes en la campaña internacional por su liberación. Entendió al fin, en el contacto con la gente de aquí, caminando sus calles, sintiendo la vibra a su alrededor, que la solidaridad no es solo una voluntad o estrategia de gobierno, sino un sentimiento y un valor arraigado en el cubano que estima, se identifica y apoya a las personas con temple, con ideas sólidas y las defiende a ultranza, sea cual sea su precio. «De lo que más admiro —de Cuba— es el desarrollo del recurso humano. Eso hace posible que el mundo entero pueda disfrutar la solidaridad del pueblo cubano» confesó a pocos metros de la imagen de José Martí, ese ser universal que fuera de los primeros en unir en causa común a Puerto Rico y Cuba.

En el proceso revolucionario cubano y en sus principales figuras, López Rivera encontró inspiración para su lucha. Ha sido independentista por convicción, por saberse ciudadano de bien y fiel a lo que representa lo mejor de la humanidad. La justicia es su bandera y las rejas o grilletes no lo frenaron como demostró al pasar cerca de 36 años en prisión en Estados Unidos acusado de conspiración sediciosa, así en términos jurídicos, pero en la práctica su único pecado fue ser consecuente con la defensa de la soberanía de su isla caribeña.

De las tres décadas y media, 12 años fueron en cárceles de máxima seguridad en régimen de castigo. Hoy es libre, pero su patria no. Parecería poco alentador que siga existiendo coloniaje en tiempos modernos. Pero sí, siguen naciendo generaciones de boricuas que tienen cultura propia, identidad de caribeño y de latinoamericano, hasta bandera y sin embargo un eufemístico estatus definido por una potencia con ansias históricas de expansión y dominación territorial le da la categoría de «libre asociado».

Para los que se han negado por siglos a reconocer la opresión estadounidense sobre Puerto Rico,  el reciente paso del huracán María les desmontó toda campaña proselitista a favor de los beneficios de la «asociación» con Washington. Han transcurrido cerca de dos meses del impacto del desastre natural y el escenario es sombrío, más de la mitad de la población sigue sin energía eléctrica, el desempleo es elevado para una isla dependiente del turismo y el éxodo a tierra continental va en aumento. La catástrofe se ha vuelto un estadio permanente cuando ya de antemano se padecía una severa crisis económica.

Ante eso, Estados Unidos sigue sin responder a la altura de su deber. Considera su contribución una ayuda, cuando es en verdad una obligación erogar fondos federales porque son por ley un territorio estadounidense no incorporado, pero estadounidense al fin. Precisamente, el rejuego de intenciones oportunistas ha sido llevado al campo legal y es así que Puerto Rico «pertenece pero no forma parte». Por lo cual, es permisible la administración y apropiación de recursos y ganancias mientras los ciudadanos puertorriqueños no pueden disfrutar de los derechos de los verdaderos «americanos».

Una historia tenebrosa de supremacía norteamericana que sigue anclada en el pasado y que ata de manos y pies el desarrollo económico de la isla. Baste decir que la deuda estatal alcanzó la astronómica cifra de 72 mil millones de dólares, lo que hizo que el autogobierno se declarara en quiebra o default en junio pasado para poder replantearse la reestructuración con los acreedores. Solo que en este minuto, esas negociaciones han quedado postergadas por la urgencia mayor que representó el huracán.

Es esta realidad la que ha despertado el sentimiento independentista entre los puertorriqueños. El futuro político de ese territorio ha marcado la vida de todos los boricuas y han sido varios los intentos por definir de una vez y por todas qué quieren ser: mantener el estatus actual, ser el estado 51 de Estados Unidos o la independencia. Ello, después de criminalizar el movimiento pro soberanista, persecución por la cual Oscar López Rivera resultó encarcelado.

Actualmente la matriz de opinión construida a conveniencia de la metrópoli es que ya no quedan independentistas, que el deseo mayor es de anexión y como sustento se exhiben los resultados de la última consulta popular de junio de este año. El plebiscito de 2017 —sin carácter vinculante como tampoco lo tuvieron las consultas de 1967, 1993, 1998 y 2012, que carecieron todas de compromiso alguno por parte del congreso estadounidense— arrojó en cifras sumamente mal interpretadas que el 97% de los puertorriqueños votó por la estatidad. Lo que se minimizó al extremo en los medios de comunicación fue que el verdadero ganador del referendo fue la abstención, como resultado de una campaña de los defensores del independentismo para sabotear los comicios. Que solamente el 22% de los boricuas —unos 2,2 millones— haya concurrido a las urnas es expresión del deseo exiguo de mantener el estado actual de las cosas o eventualmente complejizarlo con una anexión que hasta los propios Estados Unidos rechaza de tajo.

Lo que representaba una salida desesperada, una solución con sello burgués al hundimiento financiero del territorio, se convirtió en un fracaso total para las autoridades de la isla que redundaron en la bajísima participación y poca representatividad de la votación.
Esta fue una elección que Oscar López Rivera vivió aun en suelo estadounidense, mas ya fuera de los barrotes. Para ese entonces había salido del encierro, primero bajo arresto domiciliario a inicios de año y finalmente cumplida la conmutación de su sentencia y efectiva su liberación.

Libre desde entonces, no ha cejado en el empeño de proseguir su causa. Desde siempre se ha declarado un enemigo del colonialismo y ahora su batalla será internacional y diplomática, lo que ha definido como una peregrinación mundial que promueva la unidad en torno a la soberanía de su isla amada. Su libertad seguirá siendo a medias mientras su patria tenga un prepotente patrón extranjero.

 

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