Justamente, la paz total que ha acuñado desde el principio como una necesidad imperiosa sobre la cual trabajar, ya saltó del concepto a la acción. Paz para los colombianos y paz en las relaciones con su entorno, pues hasta su llegada se respiraba bastante hostilidad. Caracas, La Habana y la última guerrilla político-militar del continente fueron los objetivos claves de la semana, a la par que la reestructuración de un gobierno hecho a medida de sus intereses en todos sus frentes.
No ha habido tiempo para brazos cruzados. Los hechos se producen en simultáneo y desde un mismo sitio ya se tiene valoración de lo que sucede en otros puntos dentro y fuera de la geografía colombiana. A la par que anunciaba nombramiento de embajador en Venezuela, una comitiva liderada por su canciller desembarcaba en Cuba para, primero, hacer las paces a nivel de Estado, y después para hablar con los insurgentes allí varados por obra y gracia de la anterior administración.
Ha habido una tendencia político-mediática de establecer una línea bien gruesa que divida la nueva izquierda predominante en América Latina. Que si nueva, joven, democrática y progresista izquierda, por un lado, frente a una vieja, autócrata y radical izquierda por otro. Y ciertamente, esta oleada izquierdista difiere de la de inicios de siglo, y sus líderes son tan diversos en pensamiento, formación y acción, como la especie humana misma. Hay contradicciones manifiestas, pero encasillarlos y buscar antagonismos entre unos y otros es justamente un interés político de la fuerza contraria, hoy igualmente dividida y obligada a recular por sus propios fracasos.
Petro acaba de demostrar que la ausencia de la triada Maduro-Ortega-Díaz Canel en su ceremonia de investidura, y el estrechón de manos a Boric, en uno de sus primeros encuentros presidenciales, no significa definir un bando, porque sabe que el sectarismo en cualquier campo ideológico no es un camino inteligente. No hay que tener opiniones exactas, pensamientos idénticos en todos los campos; hay que identificar propósitos comunes y aunar voluntades. Por esa razón, se ha propuesto reestablecer las relaciones diplomáticas con su vecina Venezuela y limar las asperezas con la isla caribeña a la que Colombia le debe bastante. Para rematar, ha decidido dejar la silla vacía de Colombia en la más reciente reunión extraordinaria de la OEA que pretendía condenar a Nicaragua.
Antes que él, Andrés Manuel López Obrador ya venía demostrando que se pueden tender puentes de entendimientos con todos, y que es una urgencia para una región que necesita acabar de abandonar la dependencia estadounidense. Justamente, una actitud como esa es doblemente desafiante si viene de los presidentes de los dos países con una relación más cercana con Washington: México por su vecindad y Colombia por su papel de aliado histórico.
No debe haberle caído ni regular a Biden y su equipo que, antes de una llamada siquiera a la Casa Blanca, Petro haya enviado a su canciller, un senador y al comisionado de paz para decirle alto y claro al gobierno cubano que Bogotá rechaza la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo que se inventa el Departamento de Estado. Sobre todo, porque había sido justamente la Colombia de Duque quien le había hecho el trabajo sucio a Trump en esto de la listica con un modus operandi reciclado: aprovecharse de unos guerrilleros presentes en La Habana en calidad de negociadores de paz, a los que Duque tildó de terroristas por uno de tantísimos otros ataques en una guerra viva sin cese el fuego acordado; exigió en extradición desconociendo protocolos internacionales suscritos que regulaban sus estatus, y arremetió contra el gobierno de la isla casi al punto de una ruptura total.
Enmendado el error, aun y cuando la Colombia petrista no tendrá el mismo grado de presión con Washington, al menos se acaba la excusa utilizada para ponerle el San Benito de terrorista a Cuba, ese que le da varios apretones más a la tuerca llamada bloqueo.
El otro disgusto vino a ser la legitimidad que se le da ahora a los elenos como interlocutores válidos para terminar —o al menos intentarlo— lo que Santos comenzó, un entendimiento político que ponga fin a la violencia como mecanismo de resolución de conflictos.
Claro, que este impulso inicial, y el hecho de que por primera vez un gobierno de izquierda, liderado por quien tiene un pasado guerrillero, emprenda un esfuerzo de paz con un grupo insurgente, no convierte automáticamente en fácil o expedito este proceso. Puede ser igual o más complejo que con las FARC porque se trata de una agenda de discusión amplia, que supera el mero hecho del desarme, que es lo acostumbrado en este tipo de negociación.
El ELN es una guerrilla que se ha caracterizado por ser más política que militar, mucho más pequeña, pero menos centralizada que las FARC y que ha defendido desde el principio que el entendimiento político tiene que ser más amplio, incluir a los sectores sociales, no solo a los militantes en activo de la organización. También ha sido un grupo que se ha fortalecido en el terreno de combate y se ha expandido ganando territorios de los grupos desmovilizados, en los últimos 4 años de ofensiva guerrerista de la administración duque-uribista y que ha variado su liderazgo después que el Comandante Gabino cediera el mando a su segundo por motivos de salud.
Por su parte, Petro defiende la participación ciudadana, comparte y entiende las razones que le dieron origen al alzamiento armado del cual alguna vez hizo parte, pero hoy es cabeza de Estado, gobierna a todos los colombianos y es la máxima figura de un gobierno plural y llegó al poder por la vía democrática, lo cual lo obliga a ser consecuente con su nuevo rol.
Lo determinante aquí es tener una rápida arrancada y llevar paso firme una vez que se instale la mesa de diálogos con el ELN. Al igual que en el resto de los frentes: destrabar el tema fronterizo, comercial y diplomático con Caracas, y lanzar todas las reformas a lo interno en Colombia: tributaria, pensional, educativa, sanitaria y de las fuerzas armadas, esta última entre las más difíciles para un país que parece no saber vivir si no es en guerra.
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