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Nunca dejó de soñar

8 ene. 2019
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«Nació en Cuba, en el siglo XX; y cuentan que fue proclamado por su pueblo líder natural e histórico», dirán quienes no lo conocieron personalmente. «Sus restos mortales descansan en una roca, sin más señas que su nombre, como indicó en su última voluntad», contarán con orgullo los ancianos en las aldeas ante tal muestra de humildad. «Fue abogado, guerrillero, presidente y Comandante», explicarán los maestros en las escuelas. «¿Es verdad que lo intentaron matar en más de 600 ocasiones?», preguntarán incrédulos los adolescentes. Así hablarán de quien fue y es una de las personalidades más extraordinarias que ha vivido en el siglo XXI.

Hombre rodeado de mística; sus hazañas, conocidas; su participación en la historia de Cuba, incuestionable. Quienes le admiramos, estudiamos su obra. Quienes vivimos en su tiempo, tenemos la responsabilidad de contar a quienes no han podido leer su obra o a los que nacerán en los próximos siglos, quién fue Fidel Castro.

El 25 de noviembre de 2016, con 90 años, el eterno nos dejó su último legado de unidad. Tras su muerte, millones de cubanos escoltaron la mística caravana que llevó sus restos desde La Habana hasta Santiago de Cuba, donde en una sencilla piedra, descansaría para siempre a unos metros de los restos mortales de José Martí.

En ese momento, desde la editorial Ocean Sur, nos dimos a la tarea de compilar en un pequeño libro, Al eterno Comandante, las sentidas palabras que escribieron jóvenes de todo el país como homenaje póstumo a quien fuese uno de los hombres más grandes del siglo XX y líder indiscutible de la Revolución Cubana.

Hoy asumimos una nueva misión: compilar en breves páginas una parte importante de su obra, que creemos resultará útil para jóvenes de Cuba y de América Latina que deseen dialogar con sus ideas y sus sueños de justicia.

Al empezar este libro, me preguntaba: entre tantas intervenciones públicas, ¿cuáles son los discursos que más el pueblo comparte como algo muy preciado de su memoria histórica? ¿Cómo escoger fragmentos que evidencien las premisas, principios, valores, preocupaciones, sentimientos, convicciones de una personalidad tan extraordinaria?

Después de leer mucho y consultar diversas antologías, seleccioné veintidós intervenciones. Para resumir la gran cantidad de información, debí suprimir mi tentación de poner cifras y datos —esos que Fidel citaba constantemente y en los que se evidencian los logros irrefutables del proceso socialista en Cuba, para dejar espacio a sus reflexiones sobre la historia, el futuro de Cuba, la Revolución, sus ideas comunistas.

Siendo educador popular y periodista de vocación, Fidel hablaba al pueblo y sentía la necesidad de ser dialéctico y didáctico. Explicaba como hacen los padres a sus hijos y rememoraba la historia como la cuentan los abuelos a sus nietos.

La fuerza enérgica de sus planteamientos se mantuvo constante, primero, como joven acusado que se tornó acusador en aquel alegato histórico, La historia me absolverá; después, como dirigente revolucionario al proclamar valientemente el carácter socialista de la Revolución Cubana.

Su fascinación por la historia lo hacía beber de ella sus más profundas enseñanzas. Hablaba de Céspedes, Agramonte, Martí, la necesidad de permanecer unidos como esencial aprendizaje, y cautivaba a todos cuando recordaba una y otra vez la dignidad de Antonio Maceo durante la Protesta de Baraguá, augurando aquella, como la eterna actitud que debía caracterizar al destino de nuestro país.

Poco a poco teorizó sobre la práctica revolucionaria. Enriqueció sus lecturas de Marx, Engels, Lenin, con su cotidianidad durante la construcción del socialismo en Cuba. Y así perfiló uno de sus aportes teóricos y filosóficos más importantes: su concepto de Revolución que, como se puede observar en esta compilación, fue elaborado durante décadas hasta compartir su síntesis en mayo del año 2000.

Con total transparencia, coherencia, y sentido del momento que vivía, Fidel defendió las ideas en las que creyó al precio de cualquier sacrificio. Encarnó en sí mismo la modestia, el desinterés, el altruismo, la solidaridad y el heroísmo.  Sintió y combatió con firmeza cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo, al decir del Che, la cualidad más linda en un revolucionario.

Cuando la Revolución celebró sus cuatro décadas de historia, el Comandante en Jefe, sin renunciar a las conquistas y problemas más inmediatos que afligían al país, insistió con mayor fuerza en los peligros mayores que tiene ante sí la humanidad —sobre los que ya había alertado con anterioridad en tribunas internacionales.

La Batalla de Ideas constituyó otro de los aportes imprescindibles en los años finales en los que ocupó cargos políticos. Más allá de los hechos más mediáticos y simbólicos —como el regreso a Cuba del niño Elián González y el de los cinco cubanos presos políticos en Estados Unidos— la mayoría de los procesos impulsados tuvieron un gran impacto social y removieron los cimientos de la otrora mística revolucionaria.

En pleno combate ideológico, Fidel volvió entonces, en marzo de 2003, sobre los peligros internos que acechaban a Cuba, cuyas causas desarrollaría con inesperada agudeza en noviembre de 2005 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

Y he aquí otra manía perenne de este Comandante de pueblos: dialogar con la juventud. Incluso, después de que por problemas de salud debió abandonar sus cargos, regresó a la escalinata universitaria a hablar con los jóvenes sobre serias problemáticas que afectan hoy a toda la humanidad.

Los fragmentos escogidos, así como la breve cronología[1] ubicada al inicio de estas páginas, intentan acercarnos, mediante una rápida lectura al pensamiento de un hombre que cautivó a cuanta persona conoció.

Desde los primeros días de la lucha en la Sierra Maestra, Fidel se ganó el respeto de sus iguales. Camilo Cienfuegos, uno de los héroes más queridos entre las juventudes cubanas de todos los tiempos, le escribió, al conocer que había sido ascendido a Comandante —máximo grado militar del Ejército Rebelde—, el 23 de abril de 1958: «Más fácil me será dejar de respirar que dejar de ser fiel a su confianza».

Recuerdo que, en una ocasión, el presidente argelino Abdelaziz Buteflika expresó que Fidel poseía la extraordinaria capacidad de viajar al futuro, regresar y explicarlo; mientras que su entrañable Gabriel García Márquez, describía, sorprendido, como su mayor deseo era pararse en una esquina —quizás para pasar desapercibido, quizás para descansar, al menos cinco minutos, de la vida infatigable y agotadora que se impuso.

La valoración que, de su papel en la Revolución Cubana, hace el Che Guevara —quien en su carta de despedida le promete dedicarle su último pensamiento si llega a morir en otras tierras—, es testimonio irrefutable del sentido del ejemplo que siempre caracterizó al Comandante en Jefe:

Y si nosotros estamos hoy aquí y la Revolución Cubana está aquí, es sencillamente porque Fidel entró primero en el Moncada, porque bajó primero del Granma, porque estuvo primero en la Sierra, porque fue a Playa Girón en un tanque, porque cuando había una inundación fue allá y hubo hasta pelea porque no lo dejaban entrar […], porque tiene como nadie en Cuba, la cualidad de tener todas las autoridades morales posibles para pedir cualquier sacrificio en nombre de la Revolución.

Ese chaleco moral que lo cubría y su coherente modestia le hicieron ganarse la admiración de millones de personas. Coherente hasta sus últimos días y fiel a la ética martiana de que toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz, rechazó cualquier manifestación de culto a la personalidad e insistió en que, una vez fallecido, su nombre y su figura nunca fueran utilizados para denominar instituciones, plazas, parques, avenidas, calles u otros sitios públicos, ni erigidos en su memoria monumentos, bustos, estatuas y otras formas similares de tributo. En cambio, eligió reposar sobre una piedra, únicamente identificada por esas cinco letras que en Cuba significan mucho más que un nombre: Fidel.  

Profeta en su pueblo y de su tiempo, fue un comunista cabal. Defendió con agudeza la necesidad de mantener un único Partido que, junto al pueblo, apellidó comunista pese a la despectiva connotación que conlleva el término en el mayoritario mundo capitalista. Insistió en que su tropa de vanguardia se forjara en esta ideología; concientizó a cada militante cubano de cómo debía ser ejemplo ante los suyos; supo —al igual que el Che— que la sociedad nueva solo podía construirse con hombres y mujeres diferentes a los que engendraba la sociedad anterior; revolucionó su tiempo e inspiró a millones en América Latina y en el mundo entero.

Fidel tuvo el rarísimo privilegio de ver sus sueños volverse realidad. Soñó una revolución y tuvo un Moncada, un Granma, un 1ro. de enero. Soñó tierras para los campesinos y firmó la ley de Reforma Agraria. Soñó educación para todos y se multiplicaron los adolescentes, casi niños, alfabetizadores, por todo el país. Soñó vencer al imperialismo y fueron derrotados los mercenarios en Playa Girón. Soñó sobrevivir con su pueblo y estamos aquí a pesar del bloqueo económico y del derrumbe soviético. Soñó su relevo en América Latina y surgió Hugo Chávez. Soñó traer a Elián y ahora ese niño ya es ingeniero en Cuba. Soñó el regreso de los cinco y vivió para conversar con ellos en la sala de su casa. Soñó llegar a noventa años y lo cumplió. Lo mejor es que Fidel nunca dejó de soñar.



[1] La cronología incluye hechos históricos que, aunque no es Fidel el protagonista, son necesarios para entender el contexto social en el que se desarrolla su accionar revolucionario. 

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