Abel Prieto, ese intelectual y escritor cubano que tanto nos ha enseñado sobre la guerra cultural, capta rápidamente la atención de la audiencia. Nos recuerda con su locuacidad acostumbrada el cuento de la Cenicienta, la pobre sirvienta que espera al príncipe azul, como símil de las opciones que el neoliberalismo vende a nuestros pueblos. Los pobres no deben cuestionar el status quo, solo esperar como amables ovejitas que un golpe de suerte los lleve al barrio alto.
Pero el también autor de El vuelo del gato sabe que sus palabras son muy importantes en el contexto actual que enfrenta Latinoamérica. Se halla, junto a otros grandes investigadores, líderes sociales, grupos y movimientos de solidaridad con Cuba, en el Encuentro Antimperialista de Solidaridad por la Democracia y contra el Neoliberalismo, un espacio de confrontación y autocritica donde lo único que no es permitido es quedarse de brazos cruzados.
Nos encontramos en un escenario de lucha, una guerra real de carácter cultural y comunicacional. Pensar que detrás de los procesos políticos que lleva adelante la derecha contra la izquierda en la región, no hay una estrategia para influir en las audiencias y sugestionar sus comportamientos, es pecar de ingenuos.
Así lo recordaba Abel al hacer alusión a la agenda hegemónica construida con total astucia para penetrar en el universo subjetivo de los seres humanos, como ha sucedido en el caso de Venezuela. En las manifestaciones contra el presidente Nicolás Maduro, se podían observar protestantes portando imágenes de personajes de una gran «popularidad» como lo es el Capitán América.
Maduro es representado por la oposición como ese villano a derrotar por el líder de los Vengadores, una figura adorada por millones de niños y jóvenes y que pertenece nada más ni nada menos que a la empresa norteamericana Marvel.
Es inconcebible, cómo las grandes compañías logran influir en las masas haciendo que la población más empobrecida vote por representantes de promesas vacías. «Una criada que vota contra sí misma, contra su clase, sus intereses y se define políticamente por sus opresores», aseguraba Abel.
Lo más doloroso es que esa criada no es un caso aislado, el mensaje de la ultraderecha ha sido escuchado por muchos. La falta de preparación y cultura nos pone en riesgo de ser engañados por los cantos de sirenas y sitúa a la izquierda ante una tarea titánica, de cuya victoria dependerá la reconfiguración de nuestro continente.
Sin embargo, no todo está perdido. Esos antídotos que bien demanda crear el intelectual cubano no son imposibles. La recuperación y apropiación de símbolos a nuestro favor puede ser una estrategia ganadora.
Pensemos si no en el tema musical «Bella ciao» (Adiós bella en español), una canción popular italiana adoptada como un himno de resistencia antifascista cuya letra es cantada a todo pulmón por jóvenes de apenas 15 años,canción de la resistencia antifascista italiana revivida por el fenómeno audiovisual de Netflix «La casa de papel».
En el caso de Cuba es imperativo desmitificar esa Habana de los años 50, que está siendo evocada por nuestros enemigos como un paraíso perdido donde las estrellas de Hollywood y los grandes casinos dominaban las noches capitalinas.
Nos corresponde recordar a los más jóvenes, no a través de códigos de comunicación obsoletos, que si miles de cubanos decidieron levantarse en armas fue porque la realidad distaba mucho de un entorno idílico lleno de glamour y belleza.
Sí, los niños morían por enfermedades curables, el acceso al lujo y el despilfarro no era para el pueblo y ni todas esas imágenes vintage de La Habana de antaño, desparramada muy astutamente en páginas de financiación dudosa, van a cambiar el pasado al que no podemos volver.
Crear un consumidor capaz, porque el consumo es inevitable, consciente, que sepa discernir entre toda la avalancha de información que llega a diario a través de los nuevos medios de información, es la única manera de quitar la venda que pesa sobre muchos ojos.
La izquierda perdió ese contacto con ese consumidor a pesar de emitir mensajes basados en el principio de la verdad; por desgracia, hasta la verdad más evidente debe llegar de la forma correcta o es opacada por la mentira bien disfrazada.
Entender es necesario para ganar
«No hemos sido capaces de elaborar un relato que provoque la adhesión de los ciudadanos por nuestra causa». Le confesaba el expresidente brasileño Luis Inacio Lula da Silva, al investigador y politólogo Ignacio Ramonet, durante la última visita del español al fundador del Partido de los Trabajadores, preso injustamente por la derecha.
Ramonet, quizás con el pesar que viene de la certeza, llama al análisis y la reflexión sobre un fenómeno que ya es tan parte de la cotidianidad que hasta a veces olvidamos que está ahí: el internet.
La red de redes, como también se le conoce, es relativamente nueva en el mundo actual, ha sustituido los medios clásicos de comunicación, dejando incluso a la televisión, la radio y la prensa en un segundo lugar.
Un ser humano pasa a diario más tiempo delante de su teléfono móvil que ante cualquier dispositivo tecnológico. Años atrás las informaciones, recuerda el investigador, llegaban por los grandes medios, sin embargo, en pleno 2019, posiblemente la primera acción que hacemos al despertarnos es revisar nuestro Facebook.
La modelo, empresaria y personaje público Kim Kardashian tiene mayor influencia que el presidente Donald Trump, no es raro entonces que el Jefe de la Casa Blanca le pidiera a la socialité y a su esposo el rapero, cantante y compositor Kanye West, que apoyaran su campaña electoral.
Ramonet recordaba un ejemplo extremadamente fascinante. Cuando Lenin daba un discurso para los miles de personas que iban a su encuentro, sus palabras solo eran oídas por las más cercanas, era muy simple, en los años 20 no existía ni el micrófono, ni el megáfono, sin embargo, el auge del fascismo, fue propagado exactamente por la invención de estos dos instrumentos de amplificación de la palabra, el desarrollo tecnológico cambió entonces las posibilidades de comunicación.
Hoy estamos al inicio de una nueva revolución tecnológica, solo dando los primeros pasos. Los dueños de los monopolios de la comunicación, se muestran como grandes mesías, generosos patrones de los desvalidos a quienes quieren ayudar llevándoles de manera «gratuita» el acceso de las redes sociales.
No ofrecen nada real, no ofrecen agua a los miles de niños que no tienen acceso a este líquido vital, ellos no quieren ofrecer ayuda, quieren algomás esencial, quieren nuestra atención.
Somos víctimas silenciosas de nuestras propias acciones, cautivos de una libertad que entregamos de manera voluntaria, cuando damos un like o cuando comentados una información. Despertar de esa enajenación es también una batalla que vale la pena librar.
Fidel lo sabía. Lo vio venir muchas veces y nos alertó a tiempo. La guerra de nuevo tipo a la que nos enfrentamos pretende, como la que llegaba con tanques y golpes de estado, sustraer nuestro libre albedrío y vendernos el neoliberalismo como única opción.
Este mundo no es ya el imaginado por Orwell donde un imperio totalitario nos obligaba a entregar a la fuerza toda nuestra información, nuestro pensamiento y nuestra libertad, porque sabía que el dueño de la información es el dueño del mundo. Ahora vivimos un mundo en el que entregamos, a cambio de nada, sin que nadie nos obligue, toda la información que las grandes compañías necesitan para dominarnos.
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