No por gusto le dicen el oro negro. El petróleo ha sido a lo largo de la historia un trofeo en la guerra y en la paz, ocasionando mucho más conflictos que armonía por doquier. Sobran los ejemplos en América Latina y Oriente Medio fundamentalmente, donde se ubican importantes productores de crudo, con reservas abundantes. Privatizar o estatizar diríamos que es la cuestión que ha centrado la política económica de numerosos gobiernos en cuanto a este recurso esencial.
Introduzco el tema porque la semana empezó con numerosos titulares en la región asociados al petróleo: PDVSA, la gigante venezolana cierra nuevos contratos, uno de los más jugosos con Francia. Ecuador vive inquietud popular por el alza del precio de la gasolina y en México la palabra de orden desde el pasado fin de semana es desabastecimiento, en lo que al combustible se refiere.
Y quiero centrarme en este último, en Petróleos Mexicanos, o PEMEX, como se le conoce internacionalmente. ¿Qué ha sucedido en las últimas horas? Algo realmente previsible, y que salvando las distancias, se ha producido en otras naciones del área cuando un nuevo jefe de estado pretende alterar el curso de los acontecimientos con el que comenzamos llamando, oro negro.
PEMEX es de esas empresas que, a pesar de su cercanía con Estados Unidos —el sabueso de crudo por excelencia a nivel mundial— a pesar de la alternancia partidista en el poder de fuerzas de derecha por décadas, se ha mantenido como la gran empresa estatal de México, no exenta de reformas con claro sello de privatización, de hecho, ha transitado por la categoría de «paraestatal», es decir, que se sale de la administración pública centralizada, tiene mayor autonomía aún y cuando pertenezca a los dominios del Estado. Pero ahora hay un cambio en el liderazgo del país, asumió el mando un hombre que años atrás encabezó la campaña que denominó «En defensa del petróleo» y se opuso tajantemente a la propuesta privatizadora del entonces mandatario Felipe Calderón, más tarde también sería un crítico feroz de Enrique Peña Nieto, quien igualmente optó por impulsar una reforma energética disfrazada de patriotismo con promesas de rebaja a los costos de la electricidad y el gas, pero lo cierto es que bajo cláusulas de «utilidades compartidas» comprometía a la larga la soberanía sobre el crudo mexicano.
AMLO, quien tiene como bandera la cuarta transformación del país, tiene claro que hay dinámicas urgentes de cambiar en la producción y sobre todo distribución del combustible. Sus movimientos iniciales han provocado la actual crisis: gasolineras cerradas, escasez del producto, choferes indignados, largas filas de autos parados, empresarios con pérdidas. El caos es la respuesta de aquellos que robaban y engrosaban con tal acto ilícito, sus cuentas bancarias, los mismos que ahora se oponen a la intención de Obrador de meter en cintura este negocio, vital para las arcas de la nación. De acuerdo con los cálculos del gobierno, el saqueo de combustible en 2018 significó una pérdida para Pemex de 66 mil millones de pesos mexicanos, equivalentes a más de 3 mil 407 millones de dólares.
«Huachicol», es el término local con que se conoce este contrabando que contaba con la anuencia de administraciones anteriores y que ahora el líder de Morena ha mandado a parar. Baste decir que PEMEX es considerada en este minuto la petrolera más endeudada del mundo, debe el 97% de los activos que genera, lo que traducido en dólares constantes y sonantes, asciende a cerca de 105 mil millones.
Todo ello sin contar que la petrolera mexicana no ha estado exenta del escándalo regional desatado por los sobornos de la multinacional Odebrecht. Hay investigaciones en curso que involucran a altos funcionarios, por lo cual el brote de corrupción se prevé bastante extendido. No estamos ante un tráfico menor de unos cuantos galones de gasolina sino ante una red paralela con patrocinio de cuellos blancos que desangraba las finanzas públicas.
El presidente mexicano tiene claro que se enfrenta a una guerra difícil contra el núcleo duro y ambicioso de su estatal petrolera, tanto así que ha puesto al ejército de por medio para la operación de limpieza y transparencia. Las Fuerzas Armadas se desplegaron en 58 instalaciones estratégicas del engranaje industrial entre refinerías, terminales de almacenamiento y despacho así como estaciones de bombeo. Ganar esta batalla le asegura confianza en sus votantes de que el cambio en México se va a sentir más pronto de lo previsible. Es un paso enorme intentar devolverle la integridad a una empresa que por años ha sido la gallina de los huevos de oro de políticos corruptos y comerciantes inescrupulosos, pasando por criminales de mayor o menor monta. Saquear a PEMEX ha sido tan común como ordeñar una vaca, y con AMLO la orden es: no más «huachicoleo».
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