Proposiciones

Neoliberalismo, ¿fase superior del capitalismo?

22 may. 2019
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Génesis de un modelo

Cuando en 1944 el economista austriaco Friedrich Hayek escribió lo que en la actualidad se conoce como su obra fundacional, Camino a la Servidumbre, muchos de sus colegas de la London School of Economics –financiada por la Fundación Rockefeller y bastión de la economía liberal– se vieron representados al combatir el Estado benefactor, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Dando continuidad a la tradición liberal iniciada por Adam Smith, el padre de la «doctrina filosófica que concibe la competencia capitalista como el eje rector y articulador de la sociedad, a la cual se subordina el Estado»,[1] sentó las bases del Neoliberalismo en tanto concepción radical del capitalismo que tiende a absolutizar el mercado, hasta convertirlo en el medio, el método, y el fin de todo comportamiento humano inteligente.

Sin embargo, el contexto histórico de la posguerra -que redujo la complejidad del sistema internacional a un enfoque bipolar a partir de la confrontación Este-Oeste-, inauguró «una situación ni de paz ni de guerra, de un intenso aunque solapado enfrentamiento entre dos Estados dirigidos por efectivas superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética».[2] Previendo enfrentamientos armados y ante el «peligro» de la expansión comunista, el gobierno norteamericano se dio a la tarea de desarrollar con auge la industria bélica, y de diseñar acciones dentro de su política exterior que le permitiesen estar a la altura de los acontecimientos. Era necesario pensar en un nuevo tipo de guerra. Así, la guerra fría fue el recurso utilizado por los Estados Unidos para aumentar las medidas de seguridad y sembrar el temor en el pueblo ante la inminencia del comunismo.

En ese escenario, la doctrina presentada por Hayek no se aplicó. Más bien se optó por fomentar el llamado Estado de Bienestar Social, basado en las teorías económicas impulsadas por el inglés John Maynard Keynes. Como es sabido, el liberalismo fue la doctrina económica por excelencia hasta el período de la gran depresión en 1929. Su caída, como doctrina hegemónica de aquellos tiempos, fue precipitada por la aparición de las teorías keynesianas que introducían cambios sustanciales en las políticas capitalistas, aunque en ningún caso tuvo la pretensión de acabar con el sistema establecido.

El modelo keynesiano recomendaba por ejemplo, que el Estado debía realizar amplias inversiones públicas con el fin de estimular la demanda, el empleo y los ingresos. Este enfoque del crecimiento económico colocó en un segundo plano el comercio internacional, en especial, el de capitales. Lo importante aquí era «la transformación interna de los procesos de producción, al centrarse la economía en el mercado interno a través del impulso de la demanda efectiva gracias al aumento en el poder adquisitivo de la población».[3]

Desde entonces, y durante más de 30 años de auge y perfeccionamiento del Estado del Bienestar, el planteamiento liberal no progresó. Ello se intensificó con posterioridad a la crisis del petróleo en 1973, que afectó a todo el sistema capitalista, dada la combinación simultánea de altas tasas de inflación con bajas tasas de crecimiento económico. Esta coyuntura puso en jaque las recetas keynesianas al no ofrecer soluciones ante tan singular situación; al mismo tiempo se debatía sobre las funciones que había desarrollado hasta entonces el Estado como garante del funcionamiento del sistema mismo.

A él se le imputaba la crisis del momento y por ello, según los postulados neoliberales, debía ser reformulado. El Estado dejaría de intervenir en la economía, no sólo como controlador, sino también –y quizás esto es lo más importante– como generador y distribuidor de riquezas, dado que estas últimas funciones hacían que elevase considerablemente su presupuesto dejando sin ganancias a las grandes empresas. La reducción de los gastos del Estado en resumen, fue la salida que, tres décadas después de su formulación originaria, encontró el pensamiento neoliberal para salir de la crisis.

Bajo la reformulación de la doctrina de la corriente neoclásica, surgió la conocida escuela «Economía de la Oferta», para algunos considerada la raíz fundamental del Neoliberalismo. Más mercado, menos Estado, fue la fórmula o slogan que identificó las diversas propuestas de organización de la actividad económica, en su lucha a favor del equilibrio macroeconómico. El inicio de los procesos de desregulación, las privatizaciones, la reducción de la protección social, la precarización laboral y en definitiva, la desestructuración del Estado de Bienestar característico de las economías capitalistas industrializadas durante las décadas que duró la hegemonía keynesiana, sintetiza las ideas de Hayek (1950) al decir que «el Estado no puede ser altruista a costa de otros».[4]

Cabe destacar que el neoliberalismo en tanto doctrina, se identifica con algunos conceptos filosóficos del viejo liberalismo clásico del siglo XIX. Promueve, como cuestiones medulares, la extensión de la iniciativa privada a todas las áreas de la actividad económica, al tiempo en que limita o reduce considerablemente el papel del Estado. Algunos autores señalan que entre los principios introducidos por el neoliberalismo y que están ausentes en el liberalismo clásico se encuentran el principio de subsidiaridad, y el monetarismo de la Escuela de Chicago que cobrara fuerza a partir de la incidencia de otro economista muy influyente, Milton Friedman.[5]

Con su libro Capitalism and Freedom, Friedman proponía un modelo económico que forma la base de lo que actualmente se conoce como neoliberalismo. Crítico opositor de las políticas de intervención económica que se adoptaban en todo el mundo siguiendo el modelo keynesiano, este autor consideraba que su aplicación en los Estados Unidos pondría fin al llamado sueño americano. En contraposición a ello, Friedman abogaba por la no intromisión del Estado en la economía nacional, otorgándole esa responsabilidad al capital privado. Sostenía que el mercado era la única fuente de riqueza y que para generarla era preciso dejar que actuasen libremente las leyes de la oferta y la demanda. Recuperó en ese sentido, viejas ideas correspondientes a la pureza del sistema original de Smith, actualizó la teoría cuantitativa de la moneda, y denunció los efectos inflacionistas de las políticas expansivas keynesianas.[6]

El ascenso al poder de Ronald Reagan en 1980 –del cual Friedman era asesor– y Margaret Thatcher en 1979, líderes de los partidos conservadores en sus respectivos países, supuso el comienzo de una nueva forma de entender la política económica y la intervención del Estado en la economía. Con el objetivo de permitir a las corporaciones e inversionistas operar libremente para maximizar sus ganancias en cualquier parte del mundo, estos mandatarios promovieron políticas de comercio libre, desregulación, privatización de empresas públicas, baja inflación, libre movimiento de capitales, y presupuestos equilibrados. Con ello se inició un proceso de reestructuración del sistema de dominación imperialista mundial, destinado a la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político.

Bajo el nombre de Thacherismo, el neoliberalismo entró como un costoso experimento a la historia económica de Inglaterra, destruyendo las posibilidades de vida de amplios estratos sociales. A través de sus principales instrumentos (el comercio mundial, los acuerdos sobre aranceles y las comunidades económicas), este modelo se convirtió en la doctrina general de la política económica contemporánea. Así, el Reino Unido realizó una fuerte reducción en el sector público, que si bien en el plano social tuvo consecuencias negativas a corto plazo, reactivó la economía y le dio un gran dinamismo al sector productivo. Según se ha planteado, las características que acompañan la puesta en práctica del neoliberalismo en Gran Bretaña mostraron diferencias en relación con Norteamérica, esencialmente porque el «neoliberalismo británico era “puro” y “ortodoxo”».[7]

En los Estados Unidos, donde no existía un Estado de Bienestar que desarticular, similares medidas chocaron con el aparato político y la vocación militarista del entorno de Ronald Reagan, con lo cual sólo se logró crear un déficit fiscal. Reagan aplicó el esquema de reducción de los impuestos a los ricos, aumento de las tasas de interés, y en 1981, con la represión de la huelga de los controladores aéreos, sentó las bases para su política antisindical. De esta forma prosperaron las iniciativas de reducción de impuestos, pero no las de control del gasto social o del gasto militar, que eran las principales partidas del gasto público.

En América Latina, donde el gobierno de Reagan hereda y eleva a su máxima expresión una política de fomento de las dictaduras militares de «seguridad nacional», se apreció cómo la administración conservadora destruyó los vestigios del Estado desarrollista latinoamericano, e implantó en su lugar el Estado neoliberal. Cabe señalar al respecto que entre los años 1964 y 1984, casi todos los países latinoamericanos estaban gobernados por dictaduras militares. Pero, a diferencia de aquellas que representaron una continuidad del orden oligárquico construido en el siglo XIX, o de las que interrumpieron la ampliación de los derechos de los ciudadanos propuestos por los movimientos sociales, en varios países del continente, las dictaduras militares que se desarrollaron a partir de la década de 1960 en países como Brasil, Chile, Uruguay y Argentina, buscaron transformar económica y políticamente las sociedades en las cuales se produjeron.

Así, la segunda mitad de la década de los años 70 y el principio de los 80 marca el inicio de un cambio profundo en las percepciones a nivel económico de los diferentes gobiernos capitalistas del mundo. El neoliberalismo se convierte entonces en un dogma casi sagrado, todos los países del orbe capitalista se ven prácticamente obligados a seguir la nueva religión económica, incluidos, por supuesto, los países subdesarrollados. El modelo neoliberal es impuesto, a partir de ese momento, como único camino posible para el desarrollo económico de los países empobrecidos, todo ello a través de las presiones ejercidas mediante las instituciones financieras internacionales surgidas del Consenso de Washington, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.[8]

Así tomó forma y cobró vida la mundialización del programa neoliberal, que extrae su fuerza social de la fuerza político-económica de aquellos cuyos intereses expresa (accionistas, empresarios, políticos, lo mismo conservadores que socialdemócratas), y que tiende a favorecer a escala global, el desfase entre las economías y las realidades sociales. Garantiza de ese modo una movilidad sin precedentes de capitales, instaura el «reino de la flexibilidad» con la extensión de los contratos temporales; en el seno de las empresas, incita a la competencia entre filiales y en definitiva, entre individuos que se ven sometidos a la presión de las subidas de salarios o concesiones en función de la competencia y del mérito individual. En este sentido subraya Pierre Bourdiu que «el giro hacia la utopía neoliberal de un mercado puro y perfecto, posibilitado por la política de desregulación financiera, se realiza a través de la acción transformadora y destructora de todas la medidas políticas tendientes a poner en tela de juicio todas las estructuras colectivas capaces de obstaculizar la lógica del mercado puro».[9]

 

Irrupción del Neoliberalismo en América Latina

A pesar de que durante décadas el modelo neoliberal se ha presentado como el único modelo válido para el desarrollo económico de los Estados, especialmente para los empobrecidos, lo cierto es que los resultados de la aplicación de estas doctrinas a escala mundial no han podido ser más desalentadores. El análisis del contexto histórico contemporáneo, junto a las características que presenta la situación internacional actual, evidencia que la economía global se encuentra en medio de una de las crisis económicas más dramáticas que se recuerdan. El aumento de la desigualdad social, la brecha entre países desarrollados y subdesarrollados, y la concentración de la riqueza en cada vez menos manos no han hecho sino crecer con el neoliberalismo.

Tras décadas de imposiciones, la llegada de la crisis ha vuelto a poner de manifiesto la insostenibilidad del paradigma neoliberal como modelo de desarrollo para los países situados en la periferia del sistema. Mientras que para occidente el escenario económico en el ámbito financiero ha repercutido en la economía real con resultados no poco preocupantes, para sus clases trabajadoras, en los países subdesarrollados los efectos se han expresado en una triple dimensión: financiera, energética y alimenticia.

Los denominados programas de ajuste estructural (PAE) impulsados por el FMI y el BM para todos aquellos países del Tercer Mundo que querían tener acceso a los créditos otorgados por estas instituciones, incluyeron drásticos recortes de los gastos sociales, eliminaron o redujeron las subvenciones a productos básicos, entre otras medidas favorables al capital extranjero. Como consecuencia, estos países vivenciaron el aumento de los índices de pobreza, de la concentración del capital y de la desigualdad social, el hambre, el desempleo, y en general, la falta de alternativas reales para una vida digna.

En el año 1982, México fue sede de una crisis financiera que creó condiciones de posibilidad para la entrada del neoliberalismo en los países del sur. Sin embargo, es en Chile donde mucho antes el gobierno de Augusto Pinochet impuso el nuevo modelo, e inauguró el proceso de reforma y reestructuración neoliberal en el Cono Sur. Mientras que en el resto de los países de la región latinoamericana colapsaban las aplicaciones del modelo cepalino-desarrollista, y se experimentaba la crisis de la deuda externa produciendo la llamada “década perdida”, en Chile se construía el mito del milagro económico, destinado a propagar el neoliberalismo por América Latina.[10]

Es en esta región donde la aplicación del modelo fue más extensiva y dolorosa, donde sus consecuencias han sido más desastrosas, y donde tiene lugar la reacción social más abarcadora. Debido a la enorme exclusión que preconizaba y resaltaba, el neoliberalismo precisó la utilización de dictaduras militares para imponerse. Siendo el principal laboratorio social Chile, a lo largo de los años el deterioro causado por estos regímenes aconsejó el «retorno a la democracia» en los 90´.[11] Partiendo del supuesto de que la debacle de las ideas revolucionarias había derribado toda resistencia social posible a partir del derrumbe del campo socialista, la aplicación del programa se caracterizó por tomar espacios en todo el espectro político de Latinoamérica.[12]

Encontró seguidores en la derecha del Perú, en México se nutrió de sectores históricamente asociados al nacionalismo, cual es el caso del PRI, en Argentina bajo la presidencia de Carlos Menen, en Bolivia, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). A ello se sumó con posterioridad el Partido Socialista Chileno, el Partido de Acción Democrática Venezolana y el Partido Socialdemócrata Brasileño. Bajo este telón de fondo, es posible advertir cómo el neoliberalismo se convirtió en la ideología hegemónica dominante en prácticamente todo el continente.[13]    

A la total desregulación de los mercados, las privatizaciones de los bienes sociales, la libertad para el movimiento de capitales y el control de la economía mediante instituciones supranacionales regidas por las principales potencias, se corresponde una visión ideológica que desconoce la soberanía de los Estados, y que reduce el papel de los gobiernos del Tercer Mundo al control social que requiere la exclusión de grandes sectores de la población. El propósito del nuevo sistema de dominación es imponer las condiciones políticas, económicas y sociales que garanticen la máxima transferencia de riqueza en América Latina a los centros de poder imperialistas, en particular a Estados Unidos, con un flujo mínimo de inversiones productivas.

De esta forma, las políticas neoliberales han contribuido a aumentar las transferencias de excedentes de la periferia al centro, han deteriorado los términos de intercambio y las altas remesas de utilidades de las inversiones extranjeras, han constituido en resumen, el instrumento que permite una mayor supeditación de nuestros países al capital monopólico transnacional. A ello se suma el monto social que ha significado su aplicación para los pueblos de nuestra América.

En este sentido cabe señalar, que el neoliberalismo es también un proceso de redistribución de ingresos entre las diferentes clases sociales, y entre sectores dentro de la misma clase dominante. En los textos consultados sobre este período es frecuente observar cómo durante la «década perdida», el ingreso de los trabajadores había disminuido en un 25%, mientras el de los empresarios había aumentado en más del 15%, el aumento del desempleo y el subempleo a escala mundial se había agudizado durante el último decenio del siglo XX, siendo la apertura del sector externo un catalizador del cierre de muchas industrias locales al perder capacidad de competencia.[14] El crecimiento de la cantidad de trabajadores con empleos precarios de dedicación parcial o con contratos de trabajo de duración limitada, el uso de la subcontratación, la flexibilización laboral y la falta de oportunidades para encontrar un trabajo permanente y bien remunerado ha reflejado su impacto en todos los grupos etáreos y en general, a la fuerza de trabajo calificada.  

Las «Notas de la CEPAL» de septiembre de 2001, en Santiago de Chile, ilustran cómo hacia el final del siglo pasado, el 43% de las personas vivía en condiciones de pobreza, mientras el 18,5% lo hacía en la indigencia.[15] Los bajos niveles de ingresos, la poca satisfacción de las necesidades básicas, la mala alimentación, la insalubridad, la precariedad de las viviendas, el no tener acceso al agua potable, la baja densidad ocupacional y, en general, las pésimas condiciones de vida caracteriza el fenómeno de la pobreza en el continente. Sus efectos se hacen sentir sobre todo en los más pequeños, los que constituyen el 40% de la población.[16] No por gusto se ha planteado reiteradamente, que en América Latina, la pobreza tiene nombre de infancia. Por otro lado, y acompañando los fenómenos de deterioro social que van de la mano de la aplicación de las políticas neoliberales en el Cono Sur, se encuentra el crecimiento de la criminalidad y la violencia –asociado al problema de la desigualdad social-, el narcotráfico, el lavado de dinero, la corrupción, la tolerancia en el uso y abuso del alcohol y porte de armas.

Desde el punto de vista de las políticas macroeconómicas recomendadas por algunos teóricos o ideólogos neoliberales –a países tanto industrializados como en desarrollo–, caben mencionarse aquellas que integran las monetarias restrictivas (reducir la oferta de dinero hasta lograr una inflación cercana a cero y evitar el riesgo de devaluaciones de la moneda), las fiscales restrictivas (aumentar los impuestos sobre el consumo y reducir los referidos a la producción, la renta personal y los beneficios empresariales). Están también las políticas de liberalización/desregulación (eliminación de restricciones para el comercio y para las inversiones, desarrollo de la movilidad de capitales y flexibilidad laboral), y aquellas orientadas a la privatización (encargadas de reducir el papel del Estado y permitir que el sector privado sea el encargado de la generación de riqueza).  

Sin embargo, y a pesar que el neoliberalismo ha sido la ideología hegemónica en materia económica desde el comienzo de la década de 1980, desde el inicio del nuevo siglo su intrínseca irracionalidad, su fracaso en promover el crecimiento económico de los países en desarrollo, su tendencia a profundizar la concentración del ingreso y a aumentar la inestabilidad macroeconómica –de las que son testigos las sucesivas crisis financieras de los años 90–, han configurado un escenario que indica, para muchos autores, síntomas de su agotamiento.[17]

No obstante, los mecanismos de mercado que el programa creó y multiplicó continúan siendo tan o más fuertes que antes; en ese sentido condicionan partidos y gobiernos, fuerzas sociales e intelectuales. Luchar contra la mercantilización del mundo y construir una sociedad democrática en todas sus dimensiones significa en esencia, luchar contra el neoliberalismo, que no porque haya perdido fuerza en el terreno teórico-práctico, significa que haya muerto.

De ello se desprenden cuestionamientos sobre el «posneoliberalismo», «neoliberalismo reciclado»,[18] en momentos en que la búsqueda de alternativas ha de avanzar por la senda del desarrollo auto-centrado y el socialismo. En este contexto no cabe duda de que la historia del neoliberalismo como paradigma para el desarrollo de los países empobrecidos ha culminado. Para ellos, el programa neoliberal es sinónimo de más miseria, más desempleo, más pobreza, más desigualdad, más concentración de la riqueza en manos de los países del Norte y menos en manos de las clases trabajadoras.

 

Apuntes finales

Después de ciclos de crisis regional –México, 1994, Sudeste Asiático, 1997, Rusia, 1998, Brasil, 1999, Argentina, 2002– se estableció un cuadro económico, político y social que evidenciaba la «crónica de una muerte anunciada». Tras décadas de implantación del Neoliberalismo en el mundo y en América Latina, el programa se hundía sin cumplir sus promesas. Si bien los llamados Estados de Bienestar intentaron «disciplinar» los mercados a través de leyes laborales, asistencia social, salud, educación, entre otras, ese carácter social del capitalismo colapsó, ante la necesidad inminente de los Estados Unidos de recuperar la rentabilidad del capital.

El proceso de erosión del socialismo real en el Este europeo, los golpes de Estado que, entre otras funciones, legitimaron la imposición del modelo, las elecciones de gobernantes conservadores, la utilización de la deuda externa como forma de control de los países periféricos por los llamados organismos multilaterales, fueron algunas de las medidas adoptadas para frenar el avance de conquistas sociales, y resignificar el capitalismo. Es en ese sentido que se ha planteado que «el neoliberalismo es el nuevo carácter del viejo capitalismo».[19]  

Sin embargo, a lo largo de la segunda mitad de la década de 1990 se despliega en América Latina un nuevo ciclo de protestas sociales, orientadas esencialmente a la crítica y cuestionamiento del programa neoliberal. El auge de los nuevos movimientos sociales latinoamericanos del campo popular, que adquirieron vida propia en la lucha contra la globalización neoliberal, los primeros triunfos electorales de gobiernos de izquierda o progresistas que comienzan con el de Hugo Chávez en 1998 y Lula en 2002, los avances en el proceso de integración regional,[20] constituyen ejemplos de cuánto se ha hecho y cuánto queda por hacer, en el esfuerzo permanente de edificar un tipo de sociedad que responda a un proyecto de socialismo en tanto constructo histórico anticapitalista y antineoliberal.

 

Bibliografía

 

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Alberto Prieto, Procesos revolucionarios en América Latina, Ocean Sur, 2009.

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Pierre Bourdiu, «La esencia del Neoliberalismo», 1998, http://www.analitica.com/bitblioteca/bourdieu/neoliberalismo.asp

 

[1] Roberto Regalado, La izquierda latinoamericana en el gobierno ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, 2012, pp. 50.

[2] Roberto González, Estados Unidos: doctrinas de la guerra fría, 1947-1991, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2003.

[3] Keynes, 1948 citado por Pedro Antonio Honrubia, «Neoliberalismo y desarrollo, la historia de un fracaso anunciado», Centro de Estudios Miguel Enriquez (CEME), en http://www.archivochile.com, 2009.

[4]Hayek, 1950, citado por Alberto Castro, «Del "Estado de Bienestar” al “Neo Liberalismo”. Consecuencias en el ámbito laboral de la República Argentina», en soporte digital, s/f.

[5]Economista estadounidense, principal representante de la llamada Escuela de Chicago que considera que los mercados competitivos libres de la intervención del Estado contribuyen a que el funcionamiento de la economía sea más eficiente. Considerado uno de los más grandes economistas de su época, recibió multitud de honores, incluido el Premio Nobel de Economía en 1976.

[6] En la bibliografía consultada sobre esta temática se identifican como puntos de encuentro el hecho de considerar la importancia dada a la la influencia de la masa monetaria en el crecimiento económico como la principal novedad que aportara la Escuela de Chicago. A partir de esta aportación se concluía que el papel del Estado en la economía debe limitarse al control de la masa monetaria en circulación.

[7]Roberto Regalado, La izquierda latinoamericana en el gobierno ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, 2012, pp. 55.

[8]El Consenso de Washington surgió en 1989, a partir de la conferencia celebrada en el Instituto de Estudios Económicos Internacionales que tiene su sede en esa capital. El Consenso expresa la posición del gobierno de los Estados Unidos, las instituciones financieras internacionales y los “Think-Tanks” conservadores que elaboran argumentaciones neoliberales. Su primera formulación se debe a John Williamson, economista inglés del Instituto de Economía Internacional y miembro del Banco Mundial cuando redactó las formulaciones del mencionado Consenso. Este se fundamenta en diez aspectos o enunciados que fueron tomados como base para integrar un amplio consenso en torno a las reformas de política económica que los países deudores debían tener como objetivo. Véase al respecto Ramón Casilda, «América Latina y el Consenso de Washington», en BOLETÍN ECONÓMICO DE ICE N° 2803, 2004.

[9] Pierre Bourdiu, «La esencia del Neoliberalismo», 1998, http://www.analitica.com/bitblioteca/bourdieu/neoliberalismo.asp

[10] La década perdida de América Latina es un término que ha sido empleado para describir las crisis económicas en América Latina durante la década de 1980, y para algunos países hasta bien entrada la década siguiente. En general las crisis se componían de deudas externas impagables, grandes déficits fiscales y volatilidades inflacionarias y de tipo de cambio, que en la mayoría de los países de la región era fijo. Aunque existen diferencias entre los autores que abordan esta temática en cuanto al origen de la inspiración neoliberal –algunos plantean que fue el modelo chileno de los años70, México en los 80, Argentina a fines de esa década, o Perú a inicios en 1990–, lo cierto es que la ola del pensamiento neoliberal se expandió a lo largo y ancho de América Latina durante toda la década del 90.

[11] En Chile, entre 30 mil y 35 mil personas fueron víctimas del régimen pinochetista, entre las cuales hay que contar unos 28 mil que resultaron torturadas, 3 400 mujeres violadas y 3 mil asesinadas por la temible DINA (Dirección de Inteligencia Nacional). En ese país, la doctrina ayudó a legitimar el golpe de 1973 que sirvió para evitar la revolución que intentaba adelantar el presidente socialista Salvador Allende. Con posterioridad al golpe efectuado el 11 de septiembre de 1973 y comandado por el general Pinochet, los militares chilenos ajustaron a su modo la Doctrina heredada de sus vecinos. En Chile, la variación principal fue la alteración progresiva del sentido corporativo, debido al fortalecimiento de una dictadura personal. Su formulación doctrinaria fue escasa y dependió, por lo menos al comienzo, de la esbozada en Argentina y Brasil.

[12] Ver Jesús Arboleya Cervera, La Revolución del otro mundo, un análisis histórico de la Revolución Cubana, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2008.

[13] Ver Emir Sader, «América Latina ¿el eslabón más débil? El Neoliberalismo en América Latina», http://connuestraamerica.blogspot.com/2008/12/amrica-latina-el-eslabn-ms-dbil-del.html

[14] José Bell Lara; Delia L. López, «La cosecha del neoliberalismo en América Latina», en Revista electrónica FLACSO, Enero-Junio 2007, Vol. 2, No. 1, http://www.flacso.uh.cu/sitio_revista/num1/principal.htm

[15] Ibídem.

[16] De la Barra, X, «Metas internacionales de desarrollo social y la cooperación al desarrollo». Presentación en la XV Reunión de directores de cooperación internacional de América Latina y el Caribe, Montevideo, 2002, citado José Bell Lara; Delia L. López, «La cosecha del neoliberalismo en América Latina», en Revista electrónica FLACSO, Enero-Junio 2007, Vol. 2, No. 1, pp. 5, en http://www.flacso.uh.cu/sitio_revista/num1/principal.htm

[17]En relación con el agotamiento del modelo o programa véanse los autores Emir Sader, Atilio Borón, Jesús Arboleya, Alberto Castro, Pedro Brieger, Pedro Antonio Honrubia, entre otros.

[18] Roberto Regalado, La izquierda latinoamericana en el gobierno ¿alternativa o reciclaje?, Ocean Sur, 2012, pp. 119.

[19] Frei Betto, «Qué es el neoliberalismo», Agencia Latinoamericana de Información y Análisis-Dos (alia2), 2005, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=13132

[20]Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba se hallan comprometidos en la construcción de la Alternativa Bolivariana para las Américas.

 

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