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Muere el «hombre fuerte» de Panamá

6 jun. 2017
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La muerte del dictador Manuel Antonio Noriega, conocido como el «hombre fuerte de Panamá» (1983-1989), cerró un capítulo pendiente en la historia de la nación centroamericana. Noriega falleció la semana pasada a los 83 años condenado por la justicia y después de pasar casi tres décadas en distintas prisiones.

Noriega estaba desde marzo en cuidados intensivos en estado crítico porque fue operado par de veces por un tumor cerebral.

«Muerte de Manuel A. Noriega cierra un capítulo de nuestra historia; sus hijas y sus familiares merecen un sepelio en paz», escribió en la red social Twitter el presidente panameño, Juan Carlos Varela, al conocerse la noticia.

Noriega dejó crímenes aún sin resolver en su país. Militar amparado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) desde los años cincuenta, se convirtió en un títere de los intereses de Washington.

El general Omar Torrijos lo dejó en 1968 al frente del aparato de inteligencia militar, G2, por lo que se ganó el sobrenombre de «hombre fuerte de Panamá».

En esta etapa también consolidó su relación con la CIA y sus nexos con el tráfico de armas, drogas, y el crimen organizado. Su ascenso militar no paró hasta que se convirtió en comandante en jefe de las Fuerzas de Defensa. Estuvo entre los alumnos destacados de la Escuela de las Américas y, aunque no estuvo formalmente en la presidencia, gobernó desde su posición cercana con mano de hierro.

El caso de Hugo Spadafora, político opositor a Noriega, estuvo entre los más despiadados de ese periodo. En 1985 Spadafora denunció la corrupción, decadencia y el narcotráfico bajo el liderazgo de Noriega. El cadáver del médico apareció cerca de la frontera con Costa Rica y tenía varias marcas de tortura.

Por ese y varios crímenes, Noriega fue acusado en un tribunal de Estados Unidos de tráfico de drogas, lavado de dinero y vínculos con el crimen organizado. Sin embargo, en el caso específico de Spadafora, el proceso se empantanó en la justicia hasta que lo reabrieron casi 20 años después.

En diciembre de 1989, el entonces presidente estadounidense George Bush dio la orden de comenzar el bombardeo contra Panamá, hecho conocido como Operación Causa Justa, para tratar de capturarlo. Este se entregó el 3 de enero de 1990.

La invasión de Estados Unidos a la nación centroamericana dejó entre cinco y siete mil muertos y desaparecidos.

Luego, fue condenado en Estados Unidos a 40 años de prisión. Esa pena le fue reducida. En 2010 lo extraditaron a Francia donde fue condenado por blanquear dinero del narcotráfico y al año siguiente lo trasladaron a Panamá. En su país natal también tenía una pena pendiente por su implicación en un asesinato.

El 27 de enero pasado, Noriega dijo: «Con mi corazón bajo el nombre de Dios digo: no tuve nada que ver con las muertes de estas personas, que cualquier palabra que no sea cierta, que algo negativo caiga sobre mí».

Uno de sus cercanos colaboradores, Roberto Díaz, señaló, a su vez, que si bien su exjefe tenía información para «hacer daño a determinadas personas», fue la CIA la que debía temer ante las intrigas y los secretos que podían revelar.

Díaz reveló que Noriega colaboró con Washington, por instrucciones de la CIA, en la venta de drogas para financiar a la contra nicaragüense, que en la pasada década del ochenta combatió al gobierno del Frente Sandinista.

«Cierro el ciclo militar como el último general de ese grupo pidiendo perdón como comandante (en) jefe y como jefe de gobierno. Pido perdón a toda persona que se sienta ofendida, afectada, perjudicada o humillada por mis acciones o de mis superiores en el cumplimiento de órdenes o de la de mis subalternos dentro del estatus de responsabilidad de mi Gobierno civil y militar», dijo Noriega.

Sin embargo, para las vidas que truncó con la violencia despiadada y brutal que fomentó, las palabras no tienen sentido alguno.

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