Los mitecos son muy serviciales, alegres, y tienen gracia para relatar anécdotas que parecen nacidas de su imaginación, aunque son verosímiles.
Una de las leyendas más populares de Mita narra que el lago de Güija fue creado por el diablo y que en sus profundidades se encuentra sumergida una ciudad con una iglesia llena de oro.
El miteco Manolo Linares asegura que quienes se han atrevido a buscarla han muerto en el intento. «Se ahogó una familia completa: los dos padres y los dos hijos, y otras personas más», detalló.
Este vínculo estrecho entre el plano objetivo y el imaginado —que más que una historia, es un modo de asumir la realidad y de aprehenderla subjetivamente— constituye la base de la teoría literario-filosófica que el célebre escritor cubano (1904-1980), Alejo Carpentier, denominó como lo real maravilloso.
Para Carpentier esta categoría literaria es «lo extraordinario, más que nada asombroso, por lo insólito. Todo lo insólito, todo lo asombroso, todo lo que se sale de las normas establecidas es maravilloso».
El premio Cervantes de 1977 no alude únicamente a lo bello. Lo feo, lo terrible, lo deforme pueden generar también lo real maravilloso, concepto definido por él por primera vez en un artículo titulado «Lo real maravilloso de América», en el diario El Nacional, de Caracas, el 8 de abril de 1948.
Al año siguiente, el autor empleó ese texto como prólogo de su novela El reino de este mundo, en la cual teoriza sobre esta categoría analítica y la contextualiza en sucesos fundamentales de la historia y la cultura haitianas.
El también investigador histórico dejó claro en su conceptualización que lo real maravilloso no es una construcción arbitraria, sino que vive en la historia y la trama humana, con especial énfasis en la cultura latinoamericana, donde aflora de un modo auténtico y espontáneo.
Fruto de esta fantasía alumbradora, común en Mita, es también la historia que relata un habitante del lugar. En alta voz y con gestos teatrales, Leonel Armando Fernández cuenta que una noche se encontraba en su casa con su abuela y hermano cuando su madre sintió unas voces que la llamaban. Asustada se cambió de lugar y fue hasta el cuarto de donde provenían las voces. Al llegar constató, sorprendida, que no había nadie y que se habían caído al piso varias latas que estaban sobre el escaparate.
«El Negrito», como cariñosamente conocen a Fernández, relató que aquella noche todos en la casa durmieron atemorizados y más impresionados quedaron al día siguiente, cuando supieron que, a la misma hora de esos sucesos, había muerto una vecina.
Otra noche, añadió, su madre estaba despierta en la sala de su casa, y vio que le echaron por debajo de la puerta un centavo, que ella regresó y nuevamente se lo devolvieron desde la calle. Así varias veces hasta que su madre decidió abrir la puerta para ver quién estaba haciendo esto. Pero, para su sorpresa, no había nadie.
Aquel joven, que se echó en un bolsillo al grupo que lo escuchaba atento por su facilidad para narrar, recordó que cuando comenzó a trabajar en la mina de oro de Cerro Blanco le advirtieron sobre diversos sucesos paranormales que allí ocurrían.
Él no le prestaba atención hasta que un día, mejor dicho, una noche, se quedó dormido en un carro acompañado de un amigo durante una guardia en la mina.
Recordó que al abrir sus ojos en medio de la oscuridad vio por el cristal a un niño con cara de enojo acostado encima de la parte delantera del vehículo. Cuando despertó a su compañero —continuó— ambos notaron la mirada fija del menor, quien desapareció un rato después.
Corre la voz por el pueblo que los de seguridad de la mina abandonan el trabajo al poco tiempo de comenzarlo. Solo uno ha permanecido por años porque, según se dice, él ya no le hace caso a los ruidos extraños que escucha.
Estos y otros mitos marcan la vida en esta región guatemalteca, donde lo novedoso y lo insólito generan asombro, al salirse de las normas preestablecidas de la encartonada cotidianidad.
Para Carpentier, los elementos erigidos sobre la base de la fe en lo maravilloso prácticamente han desaparecido en Europa y, por el contrario, abundan en la historia de Latinoamérica y en su realidad presente.
Como ha dicho el académico cubano Rigoberto Pupo «nadie puede revelar lo real maravilloso, si no lo lleva adentro». Y llevarlo adentro es un ejercicio cultural que forma parte de la historia e identidad de los habitantes de Asunción Mita, un pueblo que, por su fecunda tradición mitológica, se ha ganado el derecho a la universalidad, aunque muchos en el mundo ignoren dónde está situado en el mapa.
*Tomado del libro: Guatemala a segunda vista. Esencias culturales (Ocean Sur, 2020).
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