El internacionalismo en el área de la salud ha sido uno de los pilares fundamentales sobre los que se ha erigido la Revolución cubana a lo largo de sus casi 60 años. Las nuevas generaciones de cubanos hemos crecido con algunos de nuestros familiares en otros países, y hemos sido testigos del inmenso valor con que asumen esta tarea de hacer felices a los otros.
Son incontables las historias que han surgido de cada misión internacionalista, y más, las que nos llegan desde el área de salud. Relatos de vida que muestran la intimidad de una época, relatos que cuentan la historia universal.
Los inicios de la colaboración médica internacional se remontan al 17 de octubre de 1962, cuando en el acto inaugural de la Facultad de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, el Comandante en Jefe anunció al pueblo de Cuba la decisión del Gobierno Revolucionario de brindar ayuda médica internacional a Argelia. Esta idea surge de su entrevista con el entonces presidente de esa nación, Ahmed Ben Bella, cuando este último visitó La Habana y le explicó la dramática situación del pueblo argelino. En su discurso el comandante señaló:
La mayoría de los médicos de Argelia eran franceses y muchos han abandonado el país. Hay cuatro millones más de argelinos que de cubanos y el colonialismo les ha dejado muchas enfermedades, pero tienen solo un tercio —e incluso menos— de los médicos que nosotros tenemos. […] Por eso les dije a los estudiantes que necesitábamos 50 médicos como voluntarios para ir a Argelia.
Estoy seguro de que no faltarán voluntarios […] Hoy podemos enviar solo 50, pero dentro de 8 o 10 años, quién sabe cuántos, y estaremos ayudando a nuestros hermanos […] porque la Revolución tiene el derecho de recoger los frutos que ha sembrado. […][2]
En respuesta al llamado de Fidel, numerosos hombres y mujeres de distintas ramas de la medicina, presentaron la solicitud de forma voluntaria para prestar sus servicios en Argelia.
Ya conformado el grupo se hicieron los preparativos del viaje rápidamente. Todos tenían problemas que resolver, como el de garantizar la estabilidad de la familia, dejar la responsabilidad del trabajo a otros compañeros, posponer planes concebidos con gran interés, otros esperaban un hijo o los tenía pequeños y la pareja que decidió adelantar la boda para partir juntos convertidos en matrimonio.
Fue el jueves 23 de mayo de 1963, cuando comenzó oficialmente la Colaboración Médica Internacional Cubana, al partir 55 voluntarios para brindar sus servicios por un año en Argelia.[3] Liderada por el doctor Pablo Resik Habib, el 23 de julio de 1965, después de dos años y dos meses de intenso accionar en las tierras africanas regresó a su tierra esta primera brigada médica, con la satisfacción del deber cumplido.
De esta manera, se iniciaba el largo camino de la solidaridad internacional del sistema de salud pública cubano y su fundamento ético y profundamente humanista.
Los médicos, enfermeros y técnicos de la salud que integraron la brigada fueron espejo de una realidad que todavía persiste en nuestro país: la capacidad de comprometerse con la necesidad ajena hasta sentirla propia. Estos galenos, aun alejados de sus familias y dispersos en una geografía desconocida, protagonizaron una hazaña heroica, ya que fue la primera de su tipo llevada a cabo por los cubanos.
En las cuatro décadas posteriores, la región africana continuó siendo receptora de la ayuda médica cubana, tanto en territorios en guerra, como en tiempos de paz. Allí, hombres y mujeres cubanas, jóvenes en su mayor parte, asumieron también, junto a guerrilleros y combatientes, el compromiso de luchar por los pueblos oprimidos o mantener la libertad alcanzada después de siglos de colonialismo.
Siguiendo las palabras del Comandante en Jefe: «Quien no sea capaz de luchar por otros, tampoco lo será de luchar por sí mismo»;[4] son miles de compatriotas los que han prestado servicios médicos en otros lares. Durante más de medio siglo, el fundamento internacionalista de la Revolución cubana, junto al ímpetu y al coraje del «Ejército de Batas Blancas», ha servido de pretexto a la creación de disimiles historias, en las que los galenos dejan al descubierto sus más profundos sentimientos.
Y es que desde que se inició esta epopeya, ha sido el sentir humano de cada internacionalista el protagonista del accionar diario. Todos los médicos que sirvieron en el continente africano, tejieron un sinnúmero de anécdotas que quedaron bien grabadas en su mente.
Precisamente, en el empeño de hacer relucir esas historias que durante años permanecieron ocultas, el periodista Hedelberto López Blanch rescata en su libro Historias secretas de médicos cubanos, las experiencias de quince galenos que sirvieron en Argelia, Guinea Bissau, Congo Leopoldville, Congo Brazzaville y Angola; de ellos doce médicos guerrilleros y tres integrantes de aquella primera brigada internacionalista.
Sirva entonces este dossier para mostrar cinco de esas entrevistas, y con ellas, el inmenso reconocimiento a la labor que desempeñaron en otros países.
Entrevistas tomadas de:
López Blanch, Hedelberto: Historias secretas de médicos cubanos,Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2005.
El inicio del internacionalismo médico cubano
A lo largo de cuatro décadas, millones de personas de diferentes continentes se han beneficiado con la ayuda médica cubana.
Y esta lucha por la salud y la vida en otras partes del mundo tuvo la chispa inicial, el 23 de mayo de 1963, cuando salió desde Cuba hacia la recién liberada República de Argelia la primera brigada internacionalista cubana.
De sus 55 integrantes iniciales, que en total llegaron a 57 —contando a otros dos jefes de brigada que rotaron en esa etapa y a un médico que se les integró—, en el año 2004 solo quedaban vivos 22. El tiempo, que pasa implacablemente por nuestras vidas y no ofrece perdón a nadie, ya se había llevado a 26 de los primeros colaboradores.
Ante estas dificultades, me resultó muy agradable localizar al doctor Pablo Resik Habib, quien fungió como jefe de esa primera brigada médica, aunque se incorporó unos meses más tarde, en enero de 1964, a solicitud del entonces ministro de Salud, José Ramón Machado Ventura.
Resik, que nació en Santa Clara el 21 de octubre de 1930, trabajaba en el año 2004 como profesor consultante en la Escuela Nacional de Salud Pública Carlos J. Finlay.
Terminó la carrera de medicina en 1957, dos años antes del triunfo de la Revolución.
Como alumno labora como anestesiólogo en el Hospital de Emergencias y después en una clínica mutualista en la calle Lugareño. Tras graduarse estuvo como anestesiólogo en los hospitales Frank País, William Soler y la Liga contra la Ceguera. Desde el triunfo de la Revolución se incorporó a trabajar en la organización de la salud pública y cuando partió hacia Argelia era subdirector de Asistencia Médica de la provincia de La Habana.
A pesar del largo tiempo pasado, Resik mantiene muy claros sus recuerdos de aquella epopeya, los que narra con soltura y facilidad.
¿Cómo era la realidad de Cuba en aquellos momentos?
La situación de Cuba no era muy halagüeña, pues de los 6 000 médicos existentes antes de la Revolución, ya había emigrado la mitad, entre ellos muchos profesores de la única escuela de medicina. Se habían iniciado las agresiones militares, políticas y económicas de Estados Unidos contra Cuba y eran momentos difíciles. Pero la situación de Argelia era peor, pues tras zafarse las cadenas del colonialismo, se quedó prácticamente sin médicos. También había caído toda la economía que estaba regida por los colonialistas.
La decisión de Fidel y del gobierno fue genial, y demuestra la sensibilidad y la valentía política desde los inicios de la Revolución. Hoy, cuarenta años después, comprendo y valoro más estos principios.
¿Hubo presión para que los galenos se integraran a la brigada?
Aquella misión se estableció bajo el concepto de la voluntariedad. Se estructuró sobre esa base, pues nadie fue presionado ni obligado a participar, y desde entonces, en todas las misiones internacionalistas ese concepto ha primado. Muchos más de los que fuimos estaban dispuestos a cumplir con la tarea.
¿Qué conceptos primaron para conformar la brigada?
Se conformó sobre la base de las necesidades más urgentes planteadas por las autoridades argelinas. Fueron 54 compañeros: 42 hombres y 12 mujeres (posteriormente se integró uno más para hacer el cómputo de 55). Fueron 29 médicos de variadas especialidades; 14 enfermeros (8 hombres y 6 mujeres); 7 técnicos (RX, optometría, laboratorio, anestesia) y 4 estomatólogos.
¿Quién viajó al frente de la brigada?
La misión embarca hacia Argelia en un antiguo avión Britania el 23 de mayo de 1963. Al frente iba el doctor José Ramón Machado Ventura, entonces ministro de Salud Pública y el doctor Gerald Simon, quien era viceministro de ese organismo. Después de ubicar a los internacionalistas, Machado regresa y Simon se queda al frente para acabar de asentar a la misión. Más tarde fue sustituido por el doctor Mario Escalona, ya fallecido, quien se mantuvo al frente del grupo hasta enero de 1964 cuando yo viajo a Argelia, en avión, vía Gander, y me hago cargo del destacamento. Esa primera misión regresa a mediados de 1964 y yo me quedo hasta agosto para ubicar a la segunda delegación.
¿Cómo se entera usted que va de jefe de la brigada médica?
Un día Machado Ventura me ve en el Ministerio y me dice: «Oye, ven acá, tú eres árabe, y podrías ir a Argelia a sustituir a Mario Escalona. Dime si estás dispuesto y si es así prepárate para salir lo antes posible». Le dije que sí y al poco tiempo partí para Argelia.
¿Dónde fueron ubicados los internacionalistas?
Fueron destinados a los lugares de acuerdo a las necesidades planteadas por las autoridades argelinas y asignados a seis ciudades. En Argel se ubicó 1 estomatólogo; en Blida, relativamente cerca de la capital, 6 médicos, 1 estomatólogo, 3 enfermeros y 3 técnicos; en Sidi-Bel-Abbés, 12 médicos, 2 estomatólogos, 5 enfermeros y 3 técnicos. En Constantina, 5 médicos, 4 enfermeros y 1 técnico; en Sétif, 3 médicos, 1 técnico y 1 enfermero; y en Biskra, 2 médicos, 2 enfermeros y 1 técnico, contando al jefe de la misión.
¿Cuba les enviaba el sueldo o se lo entregaba a algún familiar?
En Argelia no recibimos pago, pues el gobierno cubano asumió los gastos. Las autoridades cubanas nos daban un pequeño estipendio como dinero de bolsillo. El sueldo se les entregaba a los familiares en Cuba.
Hábleme un poco de la retaguardia que quedó en Cuba.
A veces hablamos de las misiones internacionalistas sin referirnos a la retaguardia, y debemos mencionar lo que dejamos atrás porque tuvo una connotación extraordinaria para el desarrollo de la misión en Argelia. Los compañeros que asumieron en Cuba la responsabilidad que teníamos y los familiares que debieron resolver todos los problemas que se presentaban. Yo dejé a mi esposa con una hija recién nacida de tres meses y ella sola en La Habana porque no teníamos otra familia en la capital. Ella trabajaba y debió asumirlo todo, sin el apoyo que yo le podía brindar.
¿Puso su esposa algún reparo?
En ningún momento. Nunca puso obstáculos a mi misión, sino que me estimuló a que cumpliera no solo con ese sino con los trabajos posteriores que he realizado. Por eso creo que es necesario hablar de la retaguardia, porque estimo que fueron tan internacionalistas y pasaron tanto trabajo como el que pudiéramos haber pasado nosotros.
¿Otra anécdota?
Me emocionó mucho cómo lloraban los habitantes argelinos cuando regresaron los primeros integrantes de la brigada.
En medio del desierto, en pequeños grupos, conocían ya de nosotros. Algunos a veces hasta nos invitaban a sus bodas, que es una experiencia completamente distinta a la nuestra. Concurrí a dos o tres, cosa que ellos no hacen con frecuencia, pues son actividades muy cerradas por la religión musulmana.
En otra ocasión, cuando varios compañeros nos trasladábamos en el Peugeot de la misión, de una ciudad a otra, nos sorprendió una tormenta de arena. Eso fue de película. En Argelia te recomiendan que, si te sorprende una tormenta, pares el carro, subas todos los cristales y ni se te ocurra moverte porque la arena, con la fuerza con que viene, te hace un daño tremendo. Cuando terminó, dentro del carro y en nuestros bolsillos había arena. La carrocería del vehículo, de la mitad hacia abajo, estaba completamente pulida, es decir, lo dejó en la lata, sin pintura. Los cristales de todo el carro estaban opacos por la pulida que les dio. En ese lugar estuvimos varias horas, hasta que llegaron los tractores que quitaban la arena de la carretera. El vehículo, que era el único que teníamos en la misión, no arrancaba, pues estaba lleno de arena. Tuvimos que remolcarlo y después cambiarle el motor.
¿Cómo evaluaría esa misión?
Siempre digo que dejamos atrás la gran patria: Cuba y la pequeña familia. Y allá formamos una pequeña patria con todos los cubanos que estuvimos y una enorme familia porque, constantemente, todos nos preocupábamos por todos.
La misión tuvo una profunda significación en cuatro aspectos: el humano, al dar esa ayuda con un sentido de fraternidad, de humanismo, comprender la necesidad que tenía ese pueblo y brindarle nuestro aporte desinteresado. A mí me dejó con una gran satisfacción interna, con la felicidad de dar, que es mucho mayor que la de recibir; el político: conociendo a Argelia y su situación, pudimos comprender en la práctica lo que fue el colonialismo para las grandes masas del pueblo argelino; el cultural: para muchos de los participantes fue la primera salida al exterior y aprendimos cosas en un medio muy diferente al nuestro, con un clima desértico, sahariano. Diferencias culturales relativas al idioma, la comida, costumbres, religión, hábitos. El científico: nos ayudó a completar nuestra formación profesional, pues trabajamos en un medio extraño, con tremendas dificultades, no con las posibilidades técnicas que teníamos en Cuba, y con enfermedades nuevas que no conocíamos.
¿A cuarenta años de aquella misión cuál es su sentir?
Cuarenta años después me encuentro muy feliz de haber dado ese aporte. Me siento deudor de la Revolución por aquella experiencia humana, política, cultural y científica, pues recibí mucho más de lo que di. Hay miles de cubanos que han hecho misiones internacionalistas en diversos campos y se ha forjado una conciencia nacional sobre esa ayuda que ya forma parte de nuestra tradición y cultura solidaria.
Me siento orgulloso de haber sido uno de los pioneros de este enorme ejemplo que la pequeña Isla del Caribe ha dado al mundo.
Tras regresar de la nación árabe, Resik se formó como epidemiólogo, especialidad que estudió en Chile. Además, en Cuba pasó un curso de administración de salud. A partir de 1965 ocupó diferentes cargos de dirección, entre estos, director del Instituto de Higiene y Epidemiología, director del Hospital Las Ánimas, director nacional de Nutrición y director de Biomedicina del Comité Estatal de Ciencia y Técnica.
Nos sentimos más crecidos, más humanos, más útiles
El 15 de abril de 1920, en el pueblecito matancero de Cárdenas, nació hace 84 años Sara Perelló Perelló, quien en 1963, ya graduada como especialista en pediatría, decidió con el corazón por delante y el enorme espíritu de humanismo que tuvo desde un principio la Revolución cubana, partir a prestar sus servicios a la recién liberada República de Argelia. Después de cuarenta años de aquel relevante hecho, aún lo recuerda con gran satisfacción y alegría.
Cuando la entrevisté, en el año 2003, me dijo con una dulce sonrisa: «Este año acabo de cumplir cincuenta años de graduada de médico (1953), igual que el guerrillero heroico Ernesto Che Guevara».
Antes había estudiado arte en la Escuela San Alejandro y se graduó como profesora de dibujo y pintura, a la par que cursaba el bachillerato. Como la situación no era buena, debió impartir clases. Destacarse como pintora era muy difícil, pues se necesitaba tener cierta holgura económica que le permitiera comprar tela, pintura, además de amistades que le abrieran el camino. Su esposo era periodista, pero no tenía una posición holgada para ayudarla a montar una exposición. También estudió dos años en la escuela de periodismo, pero como no era su vocación, se dedicó a la medicina…
¿Cómo se integró a la brigada?
Cuando el primer ministro Ahmed Ben Bella llegó a La Habana, y días después Fidel pronunció aquel discurso memorable, yo lo oigo junto con mi mamá, como todo aquel cubano que estaba inmerso en los acontecimientos de la Revolución. Ella me dice inmediatamente: «Hija, hay que ayudar a este muchacho», y al día siguiente fui al hospital donde laboraba, el William Soler, y le expresé al director que iba al Ministerio de Salud para ofrecer mi disposición para ir a Argelia. Ya tenía la carta de solicitud hecha y él me pidió que esperara unos días para darle tiempo también a otros médicos del centro. Como a los tres días me presenté, pero solo estábamos dos mujeres, y le manifesté al ministro, doctor José Ramón Machado Ventura, esa inquietud, y me respondió: «No, váyase tranquila, que la brigada se integrará con profesionales de ambos sexos».
Recuerdo que cuando llegué a la casa y se lo conté a mamá, ella se puso muy contenta. En ese tiempo se estaba transmitiendo por la radio una novela que se llamaba Bajo el cielo de Argelia, y mamá estaba muy motivada pues se narraba la epopeya de aquel pueblo pobre, que había sufrido una larga guerra. Me preocupaba la idea de que estaba viejita y con la enfermedad de Parkinson, pero ella me decía que se quedaba con su hermana y ambas se cuidaban. También contaba con la ayuda de mi esposo, que trabajaba en la Academia de Ciencias.No obstante, hablé con los médicos que la trataban, y el gobierno cubano nos confirmó que nuestra familia estaría bien atendida.
Lo cierto es que enfrenté esa misión de una forma muy espontánea y me sentí con tanta obligación con Fidel y la Revolución para dar el paso, que lo hice. Mi esposo me apoyó en todos los sentidos y me dijo: «Para alante, aquí la cosa es para alante, y despreocúpate de tu mamá que va a estar bien cuidada». Eso no había que pensarlo, y fuimos sin nada, sin preparación, pues fue muy rápido. Solo nos reunimos con unos compañeros que nos explicaron cómo era Argelia, los problemas que tenía, lo que íbamos a enfrentar, pero no se nos entregó ninguna documentación, que después, al cabo de los meses, llegó a la embajada cubana de esa nación.
¿Recuerda pasajes sobre la visita del Che a Argelia?
Una tarde nos dijeron que a las siete de la mañana del siguiente día, el Che vendría a visitarnos. Pensé que no podría estar a esa hora porque en Argelia no se viaja de noche, y prácticamente a las seis de la tarde no hay tráfico por las carreteras. De todas formas, insistieron en que estuviéramos a las siete en la Casa de Gobierno. Temprano en la mañana salí caminando con otra compañera. No esperé, porque los otros querían que los llevaran en un transporte. Cuando llegamos a la puerta de la Casa de Gobierno, aquel 13 de julio de 1963, ya el Che nos estaba esperando en la puerta. Recuerdo bien la fecha porque era el aniversario de mi boda. Nos tomamos fotografías y nos sentamos. Nos hizo muchas preguntas y que le expusiéramos los inconvenientes y las anécdotas que creyéramos interesantes. Nos explicó lo del dinero que la embajada nos entregaría para que no confrontáramos problemas. Me acuerdo que las autoridades querían que yo también fungiera como médico forense porque allí todas las noches se encontraban cadáveres y el Che me dijo que no lo aceptara, que ese trabajo lo hiciera un nativo para no crearnos problemas. Le expliqué que me habían nombrado jefa del Departamento de Pediatría porque el médico francés se había ido. Me ofreció algunas sugerencias de lo que debía hacer. También habló de la situación en Cuba, y nos planteó que la zafra azucarera de ese año había sido una de las peores, que el azúcar estaba a muy bajo precio y nos dio información general. Tras conversar con el grupo, partió para Bedeau.
Incluso el Che me hizo un chiste que no lo entendí de momento. Mientras estábamos en Argelia, en Cuba había mucha compulsión, pues constantemente lo mismo se iba un médico, un ingeniero que un periodista. Y el Che me dice de pronto: «Usted sabe cómo está la cosa en Cuba. Por cierto, ahora mismo se acaba de ir una lancha llena de gente de la Academia de Ciencias —mi esposo trabajaba allí—, y me señala.No lo entendí de momento, pero después le dije: «Qué buena noticia usted me dio, seguro que mi esposo viene para acá a verme». El Che estuvo dos veces en Bel Abbés, pues se movía bastante y trabajó mucho. Hasta su uniforme se veía usado, lleno de polvo y arena como el vehículo que lo transportaba.
Supongo que en su mente aún estén presentes muchas anécdotas de aquella experiencia.
Una de las cosas que más me llamaba la atención era que no comprendían por qué nosotros no les cobrábamos. Eso me chocaba, pues me preguntaba por qué no comprendían, que era nuestro deber, nuestra obligación y que nos sentíamos bien. Les brindábamos servicios a todos los ciudadanos, sin importar su ideología o religión. Una vez llegó un viejito que profesaba el judaísmo a la consulta aledaña con la mía, y nadie lo atendió. Me lo dejaron afuera de mi cubículo ya en muy mal estado y desnudo. Me puse muy molesta y hablé muchas cosas en francés, a pesar de que no lo dominaba a la perfección, pero era tanta la furia, que hasta hubiera hablado en chino. Les dije que era un ser humano y había que atenderlo, pues cuando fui a ese país no pregunté si eran judíos, musulmanes, cristianos. Tras mi discurso, todos comenzaron a ayudarme, le presté los primeros auxilios, busqué una ambulancia y lo envié al hospital.
En una ocasión, la familia del español Fernández, el bodeguero, nos fue a visitar. Él era muy revolucionario y había luchado con las fuerzas progresistas durante la República y por eso no le permitían entrar en España. Uno de sus sobrinos se enfermó y el médico francés diagnosticó una fiebre tifoidea, pero al persistir la fiebre decidieron ver a la pediatra cubana. Cuando me lo llevan veo que era un diagnóstico fácil, pues tenía una faringo-amigdalitis aguda que hace fiebre alta; le puse tratamiento fuerte y a las veinticuatro horas cedió la fiebre. Y aquello pareció un diagnóstico de maravilla, cuando solo era una cosa fácil. Me dijeron que tenía que cobrarles, que ellos no podían quedarse así. Les expliqué que nosotros lo que hacíamos era curar, no cobrar.
Entonces, me dijo que tenía que aceptarle una comida, y como es lógico, estuve de acuerdo. Figúrate, nosotros que hacía rato no comíamos una comida hecha por españoles, nos encantó la idea, y me indicó que escogiera a los compañeros de la brigada que me acompañarían.
Se lo dije al cirujano, al anestesista, al laboratorista y al radiólogo, que era el grupo de compañeros que vivíamos juntos. Estuvimos en casa de Fernández casi todo el día y él aprovechó para plantear un problema que tenía con la vesícula, que le hacía crisis. Sabía que debía operarse pero no podía dejar el negocio, pues para hacerlo debía trasladarse a Francia.
El cirujano le dijo que su enfermedad la podía resolver en el hospital de Sidi Bel Abbés. Le indicó que dejara a su hijo en la bodega y que a la semana ya estaría de vuelta. Así fue todo, se le hicieron los análisis al día siguiente, se operó, y a las setenta y dos horas estaban los franceses del hospital visitando la habitación; Fernández sentado y la vesícula, llena de cálculos, en un pomito en la mesa de noche, mientras la gente pensaba que había sido un milagro.
A los pocos días, el español invitó al cirujano a cazar jabalí, y ese fue el premio en pago a la operación.
¿Otras anécdotas?
En una ocasión, atiendo a un niño con difteria, enfermedad que solo había visto en Cuba mucho antes del triunfo de la Revolución, debido a que tras descubrirse la penicilina me enviaron al hospital de infecciosos Las Ánimas, en La Habana, para que observara el tratamiento. Cuando llego a Argelia me encuentro aquellas lesiones en el cuerpo, que antaño había observado en los pacientes afectados por esa enfermedad. Como el niño presentaba la difteria en un estado muy avanzado, le digo a la abuelita que no se lo lleve pues el muchacho estaba muy mal. Había que trasladarlo al hospital para practicarle una traqueotomía y no hiciera un paro respiratorio. Cuando voy a llamar a la ambulancia, la abuelita me lo arrebató y me dijo que si estaba muy grave era de Alá. Comprendí que había cometido un error y que, desde ese momento, el niño que estuviera grave tenía que atenderlo hasta el final sin decírselo a sus familiares, porque si no perdía el caso, como el de este infante que hubiera podido salvarse.
En otros casos no podía curarlos como lo hago en Cuba, y eso se lo digo a mis alumnos que van a cumplir misiones, que no piensen que la consulta va a ser igual a la de los países occidentales. Allí tenía que consultar como si fuera prácticamente una curandera. Para bañar a los niños y bajarles la fiebre con agua, debía valerme de sus ritos y hacer igual que ellos y utilizar las horas del día. Como no tenían relojes, les buscaba horas del día y de la noche para que les dieran los medicamentos.
Con algunos logré que los bañaran, pues tenían piodermitis o lesiones en la piel. Con señales y algunas palabras, les explicaba que tomaran un balde de agua y lo pusieran al sol, y cuando su dios llamara a la oración, tocaran el agua (para ver si no estaba muy caliente), enjabonaran al niño y la enjuagaran. Con gestos religiosos les enseñaba como lo debían hacer durante cinco días, y que después me lo trajeran nuevamente a la consulta. A los cinco días de estar bañando al niño, desde la cabeza a los pies, cosa que no acostumbraban hacer, lo traían a la consulta y estaban lindísimos, limpiecitos y sin ninguna lesión.
Para los habitantes yo era como parte de la familia y me invitaban a muchas actividades a las que no podían ir otros. Yo era amiga de las ancianas y de las jóvenes. Durante el tiempo que estuve allá, mi esposo, que trabajaba como investigador en la Academia de Ciencias de Cuba, pudo ir a Argelia para hacer algunos trabajos. Yo quería que viera una despedida de boda de mujeres, porque la danza más sexual que se pueda ver ellas la realizan. Esos bailes los empiezan a practicar desde que tienen cinco o seis años y hacen un movimiento de caderas que no es comparable al de las mujeres en Cuba.
A una, a la «fiesta del baño», que es como una despedida de soltera, nos invitaron a mi esposo y a mí, pero ese día no bailaron como suelen hacer pues estaban cohibidas. También los hombres me invitaban a sus despedidas de solteros y a las bodas, es decir, disfruté de todas sus costumbres más íntimas.
Hoy siento gran nostalgia de no volver a ese país, de visitar aquellos lugares, a las familias que quise y con las que compartí muchos momentos.
¿Cómo evalúa esa misión?
Creo que fue muy útil e importante para Cuba desde el punto de vista político. A nosotros, como médicos, nos hizo crecer como humanos. Nos permitió ver la función que debemos tener los doctores, pues la mayoría fuimos formados en el capitalismo, con otras enseñanzas y otros conceptos muy alejados de los que propugna la Revolución.
Nos sentimos más crecidos, más humanos, más útiles; que nuestra carrera tenía un sentido más elevado del que le habíamos dado. De Argelia regresamos el 23 de julio de 1965.
¿Qué ha sido de su vida profesional tras el regreso?
Trabajé en el Hospital William Soler. Después se acordó que los pediatras que tuvieran cierta experiencia hicieran una especialidad extra, ya fuera alergia, siquiatría, endocrinología. Me dediqué a la alergia, pero antes pasé por otras muchas especialidades. Fundé también el Departamento de Alergia del Hospital Naval Luis Díaz Soto. Como no había profesores de higiene, me incorporé al Departamento Provincial de Higiene y Epidemiología; hice investigaciones sobre el asma bronquial. A pesar de que soy pediatra, he impartido clases y aún las doy en las especialidades de Higiene, Epidemiología, Alergia, de Sociedad y Salud.
En julio del año 2003, cuando realicé esta entrevista con la doctora Sara Perelló Perelló, esta incansable profesional impartía clases de Mitigación de Desastres en la Facultad de Ciencias Médicas Enrique Cabrera.
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