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Los Derechos Humanos en Venezuela desde la mirada de Bachelet

27 jun. 2019
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Michelle Bachelet se ha convertido en el nuevo blanco de ataques de toda la masa antichavista mundial. Los enemigos declarados de la Revolución Bolivariana tenían demasiadas esperanzas depositadas en ella a propósito de su visita a Venezuela, sin embargo, en su condición de Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos no le concernía hacer nada más allá de una evaluación objetiva una vez que pisara el terreno y tuviera una percepción general de la situación socio-económica del país y el impacto en el bienestar ciudadano.

Ni siquiera ha sido publicado el informe resumen de la estancia de la funcionaria de ONU en Caracas —previsto para el 5 de julio— y ya predomina un estado de decepción entre los desesperados por ver el fin del proyecto socialista venezolano. En solo tres días que duró la visita, Bachelet pasó de heroína a villana para la oposición interna y externa porque no fue lo suficientemente crítica con Nicolás Maduro y los suyos. La pretensión de los que aclamaban su presencia era que fustigase duramente al «régimen» y resultó ser que la expresidenta chilena, ahora en su nuevo cargo diplomático, reconoció la legitimidad del gobierno madurista, tanto de su presidente constitucional como de todo el resto de la institucionalidad, pues a pesar de reunirse con los opositores y las llamadas víctimas del chavismo, los trató justo como eso: detractores.

Es así que por solo llamar presidente a Maduro y desconocer la autoridad del aspirante a Jefe de Estado interino —el tan mentado autoproclamado, el señor Juan Guaidó— se le acusa de «normalizar el horror», de «bendecir a la dictadura». Podría pensarse que conoció la versión de una sola de las partes y nada más lejano. Como ya adelantaba, Bachelet se reunió con oficialismo y oposición, escuchó todas las historias que pudieron contarle en apretada síntesis para sacar sus propias conclusiones.

No bastó que, al término de sus reuniones, la funcionaria dijera que «la situación humanitaria se ha deteriorado de forma extraordinaria»; tampoco que exigiese la liberación de «personas detenidas o privadas de libertad por ejercer sus derechos civiles y políticos de manera pacífica». Ni siquiera importó que dejara a personal de su confianza para seguir monitoreando el cumplimiento de los DD.HH. Eso quedó opacado ante la indignación que representó para la derecha que mentara a Estados Unidos y lo responsabilizara de aplicar sanciones que «están exacerbando y agravando la preexistente crisis económica». Por otra parte, se notó aún más la división en las filas opositoras, pues mientras la inmensa mayoría consideró que Bachelet ayudó a lavar la imagen de Maduro, el presunto líder Guaidó apreció la visita como «un rayo de luz para su país».

Si bien es su primer examen in situ como Alta Comisionada de DD.HH., conoce la realidad venezolana desde su anterior experiencia como mandataria. En aquel entonces se relacionó bastante con Hugo Chávez y hasta se mostraba simpatizante del proceso. El cambio de puesto le provocó cierto cambio de pareceres, aunque hasta este minuto no al estilo de Luis Almagro, quien diera un salto mortal de canciller de un gobierno sumamente progresista a secretario de un organismo regional que repele todo lo que huela a izquierda.

Es cierto que una cosa es ser presidente de un país y alinearse a gestiones afines y otra bien distinta asumir un puesto de envergadura internacional que tiene como principio elemental la neutralidad y rectitud a la hora de ejercer sus funciones. Aun así, Michelle Bachelet ha mostrado más ambigüedad que imparcialidad a la hora de juzgar la situación en Venezuela. Desde su oficina en Ginebra, ha lanzado críticas un tanto superficiales, dejándose llevar por la marea de la opinión mediática hegemónica más que por discernimientos propios. Ahora, frente a Maduro, ha sido más comedida y protocolar a la hora de emitir juicios, con un equilibrio propio de sus funciones. La última palabra la tendrá la evaluación que haga sobre su observancia de los derechos humanos de los venezolanos tras su estancia en la nación. Por antecedentes plagados de sesgo político, me temo que volverá a ser incisiva con el gobierno y complaciente con la oposición, pero para entonces será demasiado tarde porque seguirán reprochándole las fotos oficiales y las palabras amables para con el «dictador».

¿Qué esperaba el núcleo duro antichavista? No corresponde a la Alta Comisionada desacreditar gobiernos ni exigir salidas precipitadas de gobernantes supuestamente no deseados. Su misión es recomendar sobre la base del apego al respeto de los derechos elementales para los ciudadanos. E insisto, sus recomendaciones tienen que tener de fondo una visión integral del fenómeno. Si hay prisioneros, por qué lo están y cuáles son sus condiciones de reclusión. Si no hay medicamentos o hay un deficiente sistema sanitario, cuáles son las causas. Si ha habido víctimas fatales, buscar desentrañar los hechos y saber que casi nunca hay un solo victimario. Eso sí, transparencia y claridad en sus afirmaciones para no dar lugar a vagas interpretaciones, y es aquí donde falló la enviada de la ONU que prefirió mostrarse amigable con todos y poco profunda en su primer acercamiento al tema, durante una conferencia de prensa en la que se negó a responder preguntas.

Aun así, toca a las partes acatar entonces los dictámenes de la experta. Nicolás Maduro dijo que «tomará con seriedad sus sugerencias, recomendaciones y propuestas». Sus adversarios no tienen la menor voluntad de hacer lo suyo, prefieren despotricar de la funcionaria que los desilusionó.

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