Cumplidos los dos vaticinios: ganó el chavismo en las legislativas y el selecto club de la comunidad internacional no reconoció los comicios de este 6 de diciembre. Ahora el dilema que se pretende posicionar para no dejar caer el tema Venezuela, para que no pase a segundas páginas, es cómo interpretar los resultados electorales y, como todo lo que tiene que ver con este país desde hace 20 años, parecen haber dos «verdades» encontradas. La primera, la coalición oficialista Gran Polo Patriótico arrasó y acaparó suficientes escaños para hacer y deshacer cómodamente, que obviamente es el titular bandera del gobierno y los suyos. La segunda, el gran triunfador fue el abstencionismo ubicado de acuerdo con las autoridades electorales en un 70% que, por supuestísimo, es el argumento estandarte de la oposición, la de adentro que no participó y la externa que se emociona con los tropezones de Maduro, rezando porque finalmente alguno lo haga caer.
En este particularísimo caso, las dos verdades son tan exactas como las matemáticas, pero detrás de cada una de ellas hay razones que no pueden ser tratadas tan a la ligera como se intentan presentar u ocultar, según sea el caso. Y vale comenzar por la que cuenta con mayor apoyo mediático, la que exalta la escasa participación en esta cita electoral, apenas un 30%, y enseguida se compara con la cita parlamentaria antecedente y su altísimo 74%, en aquel 2015 donde fueron los partidos opositores los que arrasaron con los puestos de la Asamblea. Si a eso se le suma que hubo un llamado por parte de las figuras adversas al chavismo, que decidieron no medirse en urnas en esta ocasión, a que la población no votase para castigar al ejecutivo con su inasistencia, parecería que hubo un plebiscito de soslayo y que los poco más de 6 millones de personas que acudieron a votar aceptaban las reglas democráticas planteadas por el proceso madurista frente a los 14 millones que se quedaron en sus casas y que con su inacción quisieron expresar su apoyo a la oposición. Aquí 2+2 no son 4 y esa aseveración carece de bases del todo sólidas. Lo del voto castigo pudo darse efectivamente en una parte de esos indecisos, se trata de una sociedad profundamente polarizada y en los últimos dos años, con una crisis agravada en todos sus órdenes, además de un feroz despliegue de medidas de asfixia económica por parte de la administración estadounidense de Donald Trump; el escenario ideal que se asemeja a la olla de presión que se pone a todo fuego para que lo que se cocina dentro o se ablande y se tuerza o estalle la cazuela. Se necesita mucha convicción y madurez política para no culpar al que está en cabeza de Estado de una hiperinflación que ya rebasó todo límite creíble, de las interminables filas para comprar gasolina en un país que nada en petróleo, de lo mucho que se ha encarecido la harina de pan o de que no se encuentre papel higiénico.
Pero, aun así, todo el que no votó no puede leerse como uno de los que dijo «no más esta situación de penuria». Porque había una oferta «tentadora», de ser cierto que tantos quieren al chavismo fuera del poder. Nicolás Maduro comprometió su palabra, en un acto de osadía descomunal, al afirmar que, si perdía en estas elecciones que no eran presidenciales, que no tenían nada que ver con su autoridad ejecutiva, él las asumiría como un referendo a su persona y abandonaría Miraflores. Visto así era movilizarse un poco y darle el empujón. Tan simple como salir a votar por esa oposición que promete poner fin a las crisis venezolanas y hacer que Maduro se saliese del juego sin mayores esfuerzos. Y ni con semejante propuesta la derecha consiguió su objetivo. Por tanto, detrás de la abstención hay una multiplicidad de factores que pasan también, y no se puede descuidar la tradición, por una habitual baja participación en este tipo de comicios, históricamente hay apatía en el electorado a la hora de acudir a las legislativas, prefieren hacer uso del derecho al sufragio en elecciones presidenciales o en las regionales para decidir por los futuros alcaldes o gobernadores. El récord participativo de las parlamentarias en 2015 fue eso, un hito sin precedentes solo logrado por la efervescencia que sí tenía la oposición en aquel momento, mucho más cohesionada y todavía más creíble ante la ciudadanía.
A las alturas de 2020, los partidos de derecha en Venezuela son un campo de batalla con militantes que se disputan jerarquía, fondos económicos, programas de acción y que discrepan de todo, todo el tiempo, hasta de su único objetivo en común, recuperar todos los escenarios de gobierno. Guaidó, Capriles, Leopoldo, Freddy Gurvara, Ramos Allup, Bertucci, Zambrano, Henry Falcón y un largo listado de nombres manoseados en mayor o menor medida a lo largo de este capítulo político del país que se llama Revolución Bolivariana y que han buscado ponerle fin a la saga, pero jamás logrado consenso para salirse con las suyas. Ahora cada quién se enfrascó en su estrategia: unos en no participar y jugar a descalificar el proceso, otros a tampoco participar pero boicotear con un poco de más acción, y aquellos cansados de la mecha incendiaria decidieron apostarle al voto y jugársela frente al PSUV y sus fuerzas concomitantes. La gente, como mismo se ha cansado de la falta de comida y medicamentos, en igual medida se ha asqueado de una oposición ególatra, ruidosa pero inoperante, mercenaria al punto de robarle al propio país en las narices de su pueblo, a la postre inútil e ineficiente. Y cuando se llega a ese punto, crece la apatía por lo que huela a política y políticos.
Un motivo para nada despreciable que ha jugado su rol en este día también ha sido la pandemia. En primer lugar, porque el miedo al contagio es real, porque esta emergencia sanitaria ha cambiado mucho las prioridades de los seres humanos y aunque se haya hecho fuerte campaña a favor de la seguridad y medidas de higiene para prevenir la Covid, lo cierto es que para no pocos debió ser un elemento a sopesar a la hora de decidir si participar o no.
Desde la mirada foránea, es mucho más fácil contrarrestar las críticas porque el mundo democrático está plagado de ejemplos de procesos electorales avalados con cinco estrellas y números idénticos o mucho más bajos que los que ha exhibido Venezuela en el 6D. Chile y Costa Rica, por mencionar dos naciones «modélicas» en materia de democracia, según los «más democráticos que nadie» han elegido autoridades locales y hasta presidente con porcentajes irrisorios y menores que el caso venezolano. La civilizada Europa suele también tener altos picos de abstención, sobre todo en las parlamentarias del bloque, y contrarrestar el hecho con la sentencia más socorrida: «en democracia se gana así sea por un voto». ¿Por qué no vale esta máxima para Caracas?
A fin de cuentas, si de números se habla, el chavismo ganó con 68% de las papeletas válidas. Y ese dato sí dice mucho aunque lo intenten sobreponer al 30% de participación. Como diría el Jefe del Comando de Campaña, Jorge Rodríguez, «una verdad de Perogrullo es que se cuenta sobre la base de los que fueron a votar», esas son las reglas globalmente establecidas y con esas reglas la victoria fue estridente. Se demostró además una lealtad a prueba de balas de la masa chavista, 4.2 millones de votos por la tolda roja. ¿Qué en las presidenciales fueron 6 millones de respaldo? Cierto, pero antes de hablar de retroceso o de pérdida de terreno hay que volver al tema de que estos comicios no tenían la mira en el presidente de la república y sí en diputados que se proponen por estados a ocupar asiento en la Asamblea, un ente que en los últimos 5 años se mantuvo legalmente nulo, inexistente por las faltas reiteradas y la desobediencia de los elegidos para tal período. Otro elemento que cuenta y que evidentemente hizo mella en la desidia ciudadana. Por demás, si los contrincantes iban en franca desventaja desde el inicio por la no presentación de muchos de ellos en la competición, no había necesidad de cerrar filas dentro de las fuerzas de gobierno porque la victoria lucía cantada. Y esto también cuenta.
De todas formas, al gobierno venezolano no le interesa demasiado lavarse la cara ante una opinión pública que lo avasalla sea cual sea su tema y tono. Sabe disfrutar entre los suyos el triunfo de recuperar la estabilidad institucional y capitalizar todos los poderes ahora en sus manos. Celebra también que hubo paz en la jornada decisiva y quedaron atrás, por el momento y hasta nuevo aviso, las incitaciones a la violencia callejera, al odio entre coterráneos y los planes de magnicidio. Por delante el reto más «arrecho» seguirá siendo devolverle prosperidad a un país tan rico y diverso en recursos, pero situado en el ojo del huracán de los que pretender dictar cátedra política global.
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