Contrapunteo

Las narrativas bélicas

26 dic. 2023
Por
Termina otro año marcado por la guerra, en este caso, dos complejos conflictos ensombrecen una época festiva que, quienes viven bajo las bombas o en medio de escombros y con la ausencia de sus seres queridos abatidos por el fuego cruzado, no pueden permitirse celebrar. Y que a pesar de parecer escenarios lejanos, terminan impactando en la vida cotidiana de millones de personas a miles de kilómetros en un mundo globalizado e interconectado.
En este caso, son situaciones diferentes aunque no pocos se atrevan a comparaciones que nada aplican. Por un lado, una guerra entre dos países, al menos en fachada porque hay muchas manos no tan ocultas tras cada decisión de combate; y por otro, un añejo caso de ocupación y exterminio, con una abismal asimetría bélica y política. 

El genocidio de las fuerzas israelíes sobre la población palestina, presentado al mundo como un acto de defensa ante un ataque terrorista, vino a poner el enfrentamiento ruso-ucraniano en un segundo lugar, y a Kiev le preocupa doblemente esta relegación porque perder atención mediática es igual a perder los flujos de apoyo material y político, sobre todo el que se expresa en dinero y armas. 

Es por ello que el presidente ucraniano Volodimir Zelenski ha hecho de todo en el último trimestre de 2023 para que las miradas del mundo vuelvan a su conflicto: desde ir a la asunción presidencial de Javier Milei en Argentina hasta cambiar las celebraciones navideñas de su país, habitualmente en enero según la tradición más apegada a los rusos, para el tradicional 25 de diciembre, al mejor estilo occidental.
 
Por primera vez, después de discursos optimistas en que el coro de potencias que apoyan a Ucrania daban como segura la derrota de Rusia, comienzan a vislumbrarse escenarios en que Moscú puede alzarse con la victoria. Es al fin y al cabo una guerra que se empantana en lo militar pero que sigue teniendo una narrativa mediática que sataniza al invasor y minimiza las razones que propiciaron el inicio de las acciones militares. 

Y es que desde el momento cero en que comienza una guerra, la frontera de los buenos y los malos se borra fácil y rápidamente, porque es difícil decirle al familiar de un civil fallecido por el fuego cruzado de soldados que también tienen dolientes, que el perpetrador tiene «razones» para enrolarse en esta escalada de violencia. 

Aprendí con el conflicto colombiano que hay que desconfiar de los absolutismos en materia de actores de guerra y que tomar partido es difícil si se quiere ser justos, porque el «todo vale» que tantas veces escuchamos cuando de guerra se trata, es ciertísimo y se cometen bien sea errores, o violaciones al protocolo en el momento menos pensado, con consecuencias irreversibles. Aprendí también que desde afuera la guerra se ve horrorosa y pocas veces se puede explicar y hacer que se entienda el porqué del que disparó primero. Aún en pleno siglo XXI de civilización, que termina siendo una civilización más en apariencia que civilizada en sí, se promueve más el enseñar músculos que el sentarse a dialogar. 

En estos tiempos modernos, tenemos además la confrontación bélica en el terreno y la confrontación mediática, en nuestros televisores, radios, computadores, teléfonos, periódicos. Las narrativas se vuelven proyectiles y los titulares hacen de ráfagas. No vale aquello de «si tantos lo dicen, no pueden estar equivocados», porque la manipulación es la tercera pata de la mesa donde se intentan posicionar solo dos enemigos, en este caso: Rusia de un lado y Ucrania del otro, cuando detrás del segundo, hay un conglomerado de naciones y de naciones fuertes política y militarmente que no solo apoyan, sino se esfuerzan por avivar el fuego, y a todas luces son los mayores interesados en hacer caer la hegemonía rusa —hoy como en el pasado— a pesar de que ayer era por comunistas o soviéticos y hoy pues por ¿competitividad? ¿ego? 

Parece que esto de ser imperio, superpotencia, tener ambiciones territoriales y de influencia no se le permite a todo el mundo: está bien que lo haga Estados Unidos pero no Rusia. Invadir es un verbo que a veces vale para unos y para otros no. Y justo esto del doble estándar es el denominador común y casi la única certeza de este conflicto que se vive hoy en Ucrania y que en menos de dos meses cumplirá dos años de su inicio militar, porque la cosa viene de mucho antes y tiene múltiples dimensiones.

El año que finaliza fue una gran pasarela para que los verdaderos implicados desde la punta occidental desfilasen en Kiev con sus discursos de impacto, intentando vender la idea de que Rusia perderá y que Ucrania resiste gloriosa y derrotará al Goliat de estar historia. Pero mientras tanto seguían dando armas, tanques, municiones, sistemas de defensa, entrenamiento a sus tropas, sin ser miembro de la OTAN, y a veces con más promesas que realidades, porque demoran en llegar los suministros.

Y cuando es otro el que apoya y no justamente al que se debe apoyar, saltan las alarmas. La anécdota del año en este conflicto es quizás la que protagonizaron el alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores y de seguridad, Josep Borrell, y el canciller chino, Wang Yi. Borrell, preocupado por el acercamiento chino a Rusia y las visitas e intercambios de altos funcionarios chinos con Vladimir Putin, le advirtió a Wang Yi por qué los chinos no podían darle ni una bala a los rusos, pero nunca nos enteramos públicamente de sus argumentos, solo de la respuesta de Yi, quien le dijo a Borrell: «¿Por qué muestra usted preocupación porque yo pueda suministrar armas a Rusia cuando usted está suministrando armas a Ucrania?» La pregunta del millón a la que Borrell solo supo acotar: «existe una gran diferencia». Juzguen ustedes esa gran diferencia. 

Lo cierto es que Beijing ha insistido en su política de paz y diálogo, sin inmiscuirse en el conflicto, como deberían hacer todos los interesados en que se acabe y que acabe en buenos términos. Pero eso no quita que cierre filas políticas con Moscú en unas relaciones que se han tomado el trabajo de calificar de «fuertes como una roca».

En tanto acaba un año y comienza otro, siguen organizándose ofensivas y contraofensiva. Ucrania busca recuperar su protagonismo en medio de la crisis humanitaria en Gaza a la que ni políticos ni periódicos le nombran el verdadero responsable. Es así que cada quién cuenta la guerra y sus víctimas a su modo y en el escenario de operaciones, mueren soldados y mueren muchísimos más civiles, guerra que, como casi todas, se decide desde espaciosas oficinas por gente que manda a matar pero no muere.
enviar twitter facebook

Comentarios

0 realizados
Comentar