El pasado 2 de diciembre en la Universidad de Louisville, estado de Kentucky, el secretario de Estado Mike Pompeo pronunció un discurso sobre el contexto actual en América Latina. En sus palabras, se refirió a tres grandes temas que centran hoy la atención de Washington en el área: la supuesta «amenaza comunista» que representan Cuba y Venezuela, las políticas de Estados Unidos contra La Habana y Caracas, así como las protestas en varios países de América del Sur.
El denominador común en el tratamiento a todos estos asuntos fue el empleo de las mentiras desvergonzadas como mecanismo para ocultar la responsabilidad del gobierno estadounidense en los graves problemas que se manifiestan en Nuestra América. El empleo sistemático de la mentira como un instrumento político constituye una de las principales características del gobierno de Donald Trump. En el caso de Pompeo, se ha erigido como uno de los principales promotores de esta línea de actuación a partir de la necesidad de justificar y explicar una política exterior que está sustentada en la violación del Derecho Internacional, el chantaje, las presiones y una agresividad descarnada que pone en peligro no solo la paz y estabilidad de nuestra área geográfica sino del sistema internacional.
En su reciente discurso, Pompeo reforzó una de las líneas de mensajes más recurrentes de su proyección hacia América Latina: el Hemisferio está dividido en las denominadas «democracias» y los calificados como «regímenes autoritarios» entre los que se incluyen Cuba, Venezuela y Nicaragua. El criterio de selección es muy simple: las primeras mayoritariamente se pliegan a los intereses estadounidenses y los otros están construyendo un modelo político que se opone a las intenciones de Washington, lo que constituye un desafío a su sistema de dominación. En sus palabras, Pompeo esencialmente mostró la profunda frustración que sienten por su incapacidad para hacer claudicar a los líderes y pueblos de esas naciones.
El Secretario de Estado con su retórica pretendió convertir el golpe de Estado en Bolivia en lo que calificó como un proceso de «reconstrucción de la democracia» y se regocijó por el hecho que el gobierno autoproclamado de esa nación suramericana designó a su primer Embajador en Washington en casi una década. Este tipo de pronunciamientos constituyen una muestra de las inconsistencias de la política exterior estadounidense al tratar de negar lo que todos saben y es un secreto a voces: Estados Unidos diseñó, planificó, financió y creó las condiciones para la ejecución del golpe militar en Bolivia. Esa realidad es evidente y no puede ser borrada aunque acudan a la manipulación, el engaño y las mentiras.
En el caso de Cuba, Pompeo defendió el desmontaje de las políticas adoptadas por Obama y afirmó que el acercamiento bilateral constituye un «riesgo para el pueblo cubano y para Estados Unidos». Por lo tanto, en la lógica del Secretario de Estado el reforzamiento sustancial de las medidas coercitivas unilaterales que se aplican en la actualidad contra las personas que viven en Cuba dirigidas a lograr la asfixia económica, es una situación más favorable que en el contexto de la flexibilización del bloqueo. Es un razonamiento absurdo basado en una perversidad sin límites que solo ha provocado mayores dificultades para el pueblo cubano y ha mostrado una hostilidad sin tapujos.
Desde la perspectiva de la seguridad nacional de Estados Unidos, esta etapa de confrontación expone a la nación estadounidense a un grupo de riesgos y vulnerabilidades a partir de la interrupción de todos los espacios de diálogo bilaterales vinculados a los temas de interés común como son los casos del enfrentamiento al terrorismo, el tráfico de personas, los ciberdelitos, el narcotráfico y otras manifestaciones delictivas vinculadas al crimen organizado trasnacional. Por lo tanto, Pompeo miente abiertamente cuando crea la ilusión sin fundamento que una política agresiva contra Cuba es menos riesgosa para la seguridad nacional estadounidense. Es abrumador el consenso en amplios sectores de esa nación sobre la importancia, conveniencia y utilidad práctica de cooperar con la Isla en temáticas de tan alta sensibilidad.
Con relación a Venezuela, sus palabras son básicamente reveladoras debido a que sin pretenderlo tuvo que reconocer la capacidad de resistencia del pueblo venezolano al plantear: «hemos visito personas pidiendo un cambio de régimen a través de medios violentos (…) pero hemos aprendido de la historia que los riesgos del empleo de la fuerza militar son significativos». Esta afirmación esta asumiendo como un hecho la incapacidad de Washington de forzar un cambio violente en la nación bolivariana y está omitiendo que el motivo fundamental es la voluntad de ese pueblo de no dejarse arrebatar su proceso y estar dispuesto a enfrentar el peor de los escenarios. De esta manera, no existe otra opción que continuar con un régimen de sanciones económicas e internacionales prolongados combinados con una intensa campaña de mentiras y falsedades contra los líderes venezolanos.
Sobre las manifestaciones en América Latina y el Caribe que son el resultado de problemas estructurales acumulados en esos países a partir de la aplicación de políticas neoliberales promovidas por Washington, Pompeo no tiene otro recurso que culpar a Cuba y Venezuela señalando que ambos gobiernos «han tratado de secuestrar las protestas legítimas en la región para sus propios fines ideológicos». Estas falsedades constituyen una maniobra política para continuar justificando la agresividad contra La Habana y Caracas que se erigen para las fuerzas de izquierda en América Latina como ejemplos de rebeldía, resistencia y constituyen una esperanza para aquellos que están dispuestos a construir un modelo diferente que convierta la dignificación del ser humano en su máxima prioridad. Las mentiras de Pompeo son muy frágiles y no pueden contra el poder de la razón y la verdad.
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