El pasado 6 de enero, cientos de personas asaltaron y saquearon uno de los símbolos de la denominada democracia estadounidense: el Capitol Hill. Este hecho insólito que sorprendió a muchos, no fue el resultado de una reacción espontánea de extremistas y fanáticos trumpistas sino que responde a un plan financiado y organizado desde hace semanas dirigido a impedir la culminación del proceso de certificación oficial del triunfo de Joseph Biden.
En el centro de la concepción y promoción de estas acciones se encuentra el propio mandatario estadounidense, quien desde el 19 de diciembre pasado a través de las redes sociales afirmó: “Gran protesta en DC el 6 de enero. Ve allá, será salvaje”. Posteriormente, el 1 de enero dijo: “el gran rally de protesta será a las 11 a.m. Paren el Robo”. Su punto culminante fue el propio 6 de enero cuando les pidió a sus seguidores dirigirse al edificio del Congreso. De esta manera, incitó a sus partidarios a emplear la confrontación y la violencia para generar un escenario de desestabilización interna.
En el análisis de estos sucesos corresponde plantearse dos interrogantes fundamentales: ¿por qué fue posible la ocurrencia de estos hechos? y ¿quiénes eran las personas que asaltaron el Capitolio estadounidense?. Con relación a la primera pregunta, existen tres factores fundamentales que podrían explicar los acontecimientos: la profunda crisis sistémica por la que transita la sociedad estadounidense; el papel desempeñado por Trump y el nivel de radicalización y fanatismo de los grupos que ejecutaron estas acciones.
Para entender no solo lo que sucedió el 6 de enero sino para estimar las posibilidades de que este tipo de eventos se repitan en el futuro, resulta imprescindible indagar sobre la composición, motivaciones, creencias, símbolos, niveles organizativos e impacto de las diferentes agrupaciones que participaron directamente en lo que podría denominarse la “toma” del Capitolio.
En términos generales, estuvieron representados cinco grupos principales: las milicias armadas de extrema derecha; los seguidores de la teoría conspirativa QAnon; los miembros del movimiento “Stop the Steal” (Paren el Robo); los representantes de organizaciones supremacistas blancas neofascistas y los que podrían calificarse como “trumpistas entusiastas” que actúan a título individual sin estar vinculados a los grupos mencionados. En esencia, una coalición de los sectores más radicales, violentos y leales de la base política de Trump que está integrada por alrededor de 75 millones de estadounidenses.
A pesar de las diferencias y heterogeneidad entre estos grupos, coinciden en los siguientes aspectos: consideran que Trump es su líder indiscutible; son portadores de un profundo nivel de frustración y resentimiento que se expresan en posiciones extremistas de diversa índole; emplean la violencia, las manifestaciones y la desestabilización como sus principales instrumentos para hacer valer sus intereses; consideran como sus enemigos a los que se oponen a la concepción “América Primero” y se comunican, organizan y promueven sus mensajes en las mismas plataformas digitales alternativas de derecha como es el caso de Parler y Gab que tienen millones de usuarios.
Un elemento significativo que comparten es que la mayoría son consideradas por el FBI como organizaciones que representan una amenaza de terrorismo doméstico para la seguridad nacional estadounidense. Por lo tanto, sus actividades son monitoreadas y vigiladas por órganos especializados estadounidenses que tienen como misión fundamental enfrentarlas y desmantelarlas.
No obstante, el ambiente político polarizado en el que tienen lugar estas manifestaciones de extremismo violento, la permisibilidad de sus acciones por parte de las propias instituciones que deben neutralizarlas y, en especial, el estímulo que reciben por parte del mandatario y una influyente red de organizaciones conservadoras las han convertido en movimientos masivos que están fuera de control con una gran capacidad desestabilizadora.
El nivel de radicalización, fanatismo, agresividad y visibilidad pública alcanzada por estos grupos es un resultado directo del comportamiento y la retórica incendiaria de Trump, quien desde su condición de presidente de Estados Unidos les ha dado reconocimiento, respaldo y espacio para que se manifiesten. Si bien los grupos de supremacistas blancos y las milicias armadas constituyen agrupaciones de larga data en esa nación, los movimientos QAnon, Stop the Steal y los “trumpistas entusiastas” tienen como padre fundador y fuente de inspiración al propio Donald Trump.
Estas personas que están fuertemente energizadas han creado una especie de “conexión personal” con Trump que se expresa en términos prácticos en un culto a su personalidad y son movilizadas como si fueran un ejército personal del mandatario estadounidense. Durante toda la campaña presidencial han sido muy activos y tuvieron una participación sistemática en los mítines electorales a lo largo del país. De hecho, a través del sitio web Trump Army (el ejército de Trump) muchos de ellos se alistaron para cumplir tareas de todo tipo durante la campaña presidencial.
Durante los eventos del 6 de enero, los involucrados exhibieron diferentes símbolos que representaban su pertenencia a los grupos que irrumpieron en el Capitolio. Los supremacistas blancos y neofascistas enarbolaron banderas de la Confederación que simboliza a los estados que apoyaron la continuidad de la esclavitud durante la Guerra Civil estadounidense; los seguidores de QAnon mostraban pullovers con la letra Q; las milicias armadas como los Proud Boys exhibían prendas de vestir con el letrero 6MWE que significa “seis millones no fue suficiente” haciendo referencia a los judíos asesinados durante el holocausto y otros agitaban telas con las frases “Stop the Steal”, “Trump es el presidente” y “MAGA” (Hacer a América Grande otra vez).
Las milicias armadas tuvieron una participación destacada en los sucesos. La mayor representatividad fue encabezada por los Proud Boys, Three Percenters y Oath Keepers que son consideradas las más violentas atendiendo a las características de sus integrantes, su nivel de agresividad y la promoción de confrontaciones e incidentes agresivos durante toda la campaña electoral.
Los Proud Boys son un tipo de milicias consideradas como “movimientos callejeros de extrema de derecha”. Son las más peligrosas y cuentan con mayor capacidad para provocar disturbios y enfrentamientos. La mayoría de sus integrantes son jóvenes que promueven ideas neofascistas. El FBI los tiene catalogados como “extremistas vinculados al nacionalismo blanco”. Se crearon en septiembre del 2016 en el contexto de la campaña presidencial de Trump. Su líder es el cubanoamericano Enrique Tarrio que vive en Miami y también se desempeñó como director de “Latinos por Trump” en la Florida.
Esta milicia promovió manifestaciones durante el 2020 en 11 estados y algunos de sus miembros han declarado que si Trump no se reelige es cuando se verá en Estados Unidos una guerra civil. Los Three Percenters se basan en la creencia que solo un 3% de los residentes de las trece colonias tomaron las armas contra los británicos. En los últimos meses han sido activos en 19 estados con mayor presencia en Georgia. Tienen fuertes vínculos con el Ku Klux Klan.
Los Oath Keepers tienen como premisa mantener el juramento de los policías y los militares de “proteger a Estados Unidos de enemigos internos y externos”. Para incrementar su membresía priorizan el reclutamiento de oficiales activos y retirados de la policía y las Fuerzas Armadas. Su fundador y líder es Stewart Rhides, quien es veterano del Ejército estadounidense. Son muy activos en Kentucky y Texas.
Dentro de los grupos más agresivos también sobresalieron los seguidores de QAnon que es una teoría conspirativa surgida en la web que tiene millones de seguidores. Su creencia fundamental es que “Trump está librando una guerra secreta contra élites del Partido Demócrata y estrellas de Hollywood que son pedófilos y rinden culto a Satanás”. Esta idea fue lanzada por primera vez en el año 2017 por un usuario anónimo llamado “Q Clearence Patriot” que publicó un post en el foro conservador 4chan en el que afirmó tener acceso a información clasificada del gobierno estadounidense sobre esa supuesta conspiración.
Según la BBC, la primera vez que hubo presencia de los seguidores de esta teoría en un espacio público fue durante un mítin de Trump en Tampa a finales del 2017. Las personas que comparten estas ideas son fanáticos radicalizados que han estado involucrados en planes de asesinatos, organización de secuestros, actos de violencia física y acciones de hostigamiento en varios estados. Uno de los casos de mayor visibilidad fue un seguidor que confesó su propósito de asesinar a Biden. En el año 2019, el FBI concluyó que simpatizar con esta creencia constituía una amenaza de terrorismo doméstico.
Con relación al impacto de QAnon, una encuesta realizada por YouGov divulgada el pasado 20 de octubre reveló que el 50% de los seguidores de Trump consideran que es cierto que las élites del Partido Demócrata están involucradas en redes de tráfico sexual infantil. Lo más llamativo es que su influencia también ha llegado al ámbito de los cargos públicos debido a que durante las últimas elecciones una docena de simpatizantes activos de QAnon se lanzaron como candidatos al Congreso y dos de ellos ya juramentaron sus cargos como miembros de la Cámara de Representantes. Son los casos de los republicanos Lauren Boerbert de Colorado y Marjorie Taylor Greene de Georgia.
El 6 de enero, el integrante más visible de este grupo fue el denominado QAnon Shaman que su imagen con los cuernos y la cara pintada representó lo más grotesco de estos fanáticos. Previo a estos acontecimientos, promovieron en las redes sociales el slogan siguiente: “si no estás preparado para usar la fuerza en defensa de la civilización, entonces debes estar preparado para el barbarismo”. Han sido muy activos difundiendo que el coronavirus se fabricó en un laboratorio militar chino y que es una invención para impedir la reelección de Trump. Lamentablemente, millones de estadounidenses le dan crédito a estas fake news.
Otra agrupación que se involucró con fuerza en los hechos fue “Stop the Steal” que es un movimiento que se creó después de los resultados del 3 de noviembre y se articula en función de la idea que “Biden es un usurpador y Trump es el verdadero ganador de las elecciones”. Su organizador y líder es el influencer conservador Ali Alexander, quien está vinculado al entorno más cercano de Donald Trump. Este grupo durante el mes de noviembre, se mantuvo permanentemente presionando y demandando que se realizara el reconteo de los votos en los estados competitivos.
El 6 de enero, Alexander se convirtió en uno de los instigadores principales de la violencia al alentar que las personas entraran al Capitolio y simultáneamente vociferaba: “victoria o muerte”. El espacio virtual de comunicación de sus miembros es la plataforma Parler que en tan solo una semana de noviembre duplicó sus usuarios a 8 millones. Según Emily Dreyfus, investigadora del centro de estudios de medios de la Universidad de Harvard, la concepción propagandística de “Stop the Steal” no se originó en las bases trumpistas sino que es organizada desde los niveles más altos de la campaña de Trump.
La “toma” del Capitolio no puede evaluarse como un evento aislado, fallido y meramente coyuntural liderado por trumpistas delirantes en el contexto de la crisis por la que transita Estados Unidos. Estos acontecimientos deben analizarse como una demostración de fuerza y capacidad movilizativa de lo que podría considerarse como la primera línea de ataque del ejército de Trump integrado por miles de personas que representan los sectores más extremistas, fundamentalistas y violentos de un movimiento masivo aglutinado sobre un proyecto de nación que se hace llamar “América Primero”.
Durante los cuatro años de la presidencia de Trump, estos grupos y diversas manifestaciones del populismo con posiciones de extrema derecha se han fortalecido y a medida que se profundiza la polarización económica, social, política e ideológica en ese país más estadounidenses van ingresando a sus filas.
Si bien Donald Trump saldrá de la Casa Blanca en pocos días y abandonará el púlpito presidencial, el nivel de impacto y penetración en el tejido social de estas agrupaciones es tan significativo que su presencia y activismo será capaz de trascender hacia el futuro independientemente de si Trump tiene la capacidad o no de continuar ejerciendo su liderazgo de facto. Por lo tanto, asaltar y saquear el Capitolio podría considerarse como el inicio de una serie de protestas y eventos violentos que ocurrirán con frecuencia en Estados Unidos, lo que marcaría una etapa sin precedentes por el nivel de enfrentamientos, contradicciones y conflictos que se avizoran en una nación que está dividida como nunca antes.
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