«Va a haber presidenta de la república y será de la Cuarta Transformación», un eslogan premonitorio muchas veces repetido en campaña y que se cumplió por mandato popular en este mes de junio. Claudia Sheinbaum arrasó en las presidenciales mexicanas. Sacó más del doble de votos que su rival más cercana, la contendiente opositora Xóchitl Gálvez —30 puntos de diferencia que no dejan margen a la duda que se quiso sembrar desde la oposición— e hizo suyas más de la mitad del total de papeletas de los más de 60 millones de ciudadanos que sufragaron en unos comicios que además se caracterizaron por una alta participación popular de más del 61% si se compara con procesos similares.
Los resultados presidenciales van de la mano de una correlación favorable en el poder local y legislativo, con siete de nueve gubernaturas con líderes de Morena y con mayoría calificada en la Cámara de Diputados y a dos escaños de conseguirla también en el Senado.
Que Sheinbaum ganara era un resultado esperado, aunque sí sorprendió el holgadísimo triunfo. La hoy presidenta electa tuvo siempre los mejores números en cada sondeo, incluso desde que se disputaba dentro de su partido la candidatura. Como aspirante se batió con otros 5 en un proceso de encuestas a la militancia de Morena y partidos aliados en la coalición Juntos Hacemos Historia y también se impuso por amplio margen a pesar de los cuestionamientos de uno de sus compañeros rivales, el también aspirante excanciller Marcelo Ebrard. Y ya en la recta definitiva, cuando se disputaba el alto puesto de gobierno con otros dos políticos, la apuesta de la plataforma opositora y otro candidato por un movimiento minoritario, siempre mostró las mejores posibilidades.
Se enfrentó a varios debates presidenciales televisivos en los que fue diana de ataques de sus oponentes, pero se defendió de cada descalificación, que en muchas ocasiones llegaron a ofensas, con argumentos y propuestas de gestión. Fue lastimoso que los peores ataques, incluidos los de corte sexista, viniesen de la otra mujer que se jugaba el puesto, la que le colgó un apelativo que parece le va a acompañar desde los críticos: «la dama de hielo», para presentarla como un ser frío, indolente e incapaz de empatizar.
Sin embargo, sin ser un dechado de carisma, supo conectar con el electorado y mostrar que no era la sombra de un hombre que la guiaba tras bambalinas, sino una mujer empiédrala, preparada, cauta y de gran capacidad de decisión y acción.
Mostró coherencia con la línea ejecutorio de Obrador, el hombre que confió en ella para proseguir un diseño de país que ha costado muchísima sangre y ha demandado un trabajo a todo tren.
Porque si algo ha ensombrecido esta victoria, ha sido la violencia política que pretendió torcer la intención de voto, eliminar políticos incómodos o simplemente incidir en los resultados electorales a golpe de terror y que logró hacer de esta una campaña más sangrienta que su predecesora. Más de un centenar de candidatos que competían para distintos cargos públicos —en las elecciones del 2 de junio se elegía además del presidente, también 128 senadurías y 500 diputaciones—, incluidos los tres contendientes presidenciales, solicitaron protección policial por el aumento de hechos violentos: muertes, intentos de asesinato, agresiones. Por filiación política, las investigaciones señalaron que Morena, el partido oficialista, fue el que tuvo que lamentar mayor número de víctimas.
Es así que el triunfo de Sheinbaum es además una validación al sexenio de progresismo impulsado por su mentor político, el hoy mandatario saliente Andrés Manuel López Obrador. Los mexicanos dijeron sí a otro período de transformaciones socioeconómicas y confiaron en que una mujer lleve las riendas de un país con un machismo enquistado y donde dentro de la violencia, el feminicidio es un gravísimo asunto a nivel nacional.
Estos cuatro meses de transición serán cómodos y colaborativos por la fraternidad, más allá de la militancia compartida entre Sheinbaum y Obrador. Ya se realizó esta semana la primera reunión entre ambos para el inicio del proceso de entrega del bastón de mando. La futura mandataria ha mostrado estar ya organizando y desplegando sus estrategias e iniciativas más inmediatas, e incluso ha pedido a AMLO incluir en esta recta final de reformas algunas de sus ideas.
La primera mujer en presidir el gobierno mexicano ha tenido entre sus primeras propuestas un programa de apoyos económicos a mujeres de entre 60 y 64 años, previo a la etapa pensional, como reconocimiento al trabajo de cuidados no retribuido. Además de esta dignificación a la mujer, el sector educativo será otro de los beneficiados pues se trata de una presidenta que tiene una vasta formación académica y que entiende la importancia de la educación y la superación profesional para mejorar la sociedad.
No es una novata en estas lides, porque viene de una prueba de fuego: ser la alcaldesa de Ciudad de México y salir airosa de su gestión, con la intención de corregir los errores de un liderazgo local y proyectar un gobierno para todos desde el Palacio Nacional del Zócalo.
Tal y como López Obrador en su momento, Claudia Sheinbaum ha dejado claro antes de posicionarse que no pretende aspirar a la reelección y que no buscará ningún mecanismo para implantar una acción que la propia constitución mexicana prohíbe. Despeja así un fantasma que ha sido manipulado por décadas para satanizar a la izquierda regional: la perpetuación en el poder.
Ser continuidad con sello propio, desmarcarse de Obrador sin perder el hilo de un proceso de transformaciones que la catapultó a la jefatura de estado, sortear todos los obstáculos que ya han iniciado desde la presión de los mercados con caídas del peso frente al dólar como primer mecanismo de presión, mantener esa relación equilibrada, respetuosa y necesaria con Estados Unidos y no perder el protagonismo que México logró en estos años de cara a Latinoamérica con un liderazgo activo y resolutivo de López Obrador, son algunos de los retos que tiene por delante esta mujer que se muestra segura de sí, dialogante, representante de la lucha feminista, amante de la disciplina y el rigor, con ganas de mejorar el país «a la altura del generoso y gran pueblo de México» como prometió en su primer discurso tras el triunfo.
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