Contrapunteo

La primera misión, en Nicaragua

8 jul. 2024
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A esa intrincada zona de montaña, en el centro del país, la maestra cubana arribó cansada una tarde de noviembre de 1979, después de recorrer tantos lomeríos. Dos jóvenes sandinistas la acompañaban. El campesino Mercedes Gutiérrez la alojaría en su hogar para echar a andar una nueva escuela. 

Uno de los jóvenes que me acompañaba explicó a los presentes —con el modo y la entonación propios de su tierra, a la que pronto me acostumbraría— el porqué de mi presencia en el lugar y la labor que yo realizaría. Aquí quiero detenerme, porque a pesar del agotamiento que sentía, debido al largo camino recorrido, me maravilló ver la atención que prestaban todos al discurso improvisado por aquel joven, cargado de amor patrio y de sandinismo. Y también de la ayuda solidaria de nuestro pueblo en esta hermosa tarea.

Todos guardaban silencio. Al finalizar el joven sus vibrantes palabras, se escuchó: ¡Viva Nicaragua! ¡Viva el novio de la Patria roja y negra, Carlos Fonseca Amador! En ese momento comprendí que era mi turno de decir unas palabras de saludo, y traté de enmascarar mi agotamiento. De manera muy concisa les dije de la disposición de los maestros cubanos de ayudar a un pueblo hermano, llevando el saber hasta el último rincón de Nicaragua para todos los que no supieran aprendieran a leer y a escribir, como querían Sandino y Carlos Fonseca. Ellos me escuchaban y sonreían y se miraban, como confirmando la certeza de que comenzaba una nueva etapa en sus vidas.

Una voz se alzó con un fuerte: ¡Viva Cuba! Y todos respondieron: ¡Viva! Y para mí eso resultó una inyección de energía renovadora. La comida esperaba en una larga mesa que fue rodeada rápidamente por niños y adultos. Me senté y comí de un plato que conocía sus ingredientes: yuca con boronillas de chicharrones. Enseguida conocí que allí le llaman bigorón. Alguien me sirvió una tortilla de maíz, plato indispensable en la mesa nica y que probaba por vez primera.

Terminada la comida, Mercedes se acerca y nos explica que su casa quedaba un poco más adelante y que debíamos continuar, pues ya estaba muy oscuro.

A pesar de mi cansancio y con mucho trabajo, volví a montar el caballo y nos pusimos en marcha. Anduvimos cerca de una hora al trote normal de los animales, que parecían conocer el camino de memoria.

Nos detuvimos con una luz tenue y una señora rodeada de niños nos saludó. Habíamos llegado. Me ayudaron a bajar del caballo y entonces Mercedes me presentó a su esposa, Celia Cruz Cruz, y a sus hijos. Terminados los saludos acomodé en un rinconcito la mochila que era todo mi equipaje y me senté sobre ella a descansar. Al rato me indicaron donde dormiría esa noche, me senté en la cama improvisada, me acomodé, cerré los ojos y dormí muchas horas.

 

A la mañana siguiente, los seis hijos del matrimonio, así como los jóvenes que fueron sus acompañantes, aguardaban para desayunar. Los niños la observaban y se reían cuando ella hablaba. Una de las niñas, Geraldina —de más o menos 8 años—, la llevó hasta una quebrada cercana para que pudiera tomar un baño. Ya en el patio esperaban los caballos para iniciar el recorrido por la comarca. Con ella irían los dos jóvenes y Celestino, el hijo mayor de Mercedes, como guía.

En ese momento me di cuenta que todas las casas estaban muy distantes unas de otras y los caminos eran angostos entre el lomerío. Un río con un caudal considerable, denominado El Siquia, recorre la comarca con sus aguas estrepitosas. La ausencia de puentes obligó a vadearlo muchas veces.

Visitamos las doce casas de la comarca, pero por la distancia que las separaba, los lodazales del camino y mi poca habilidad de montar a caballo, vine a completar la faena luego de tres días.

 

Mientras, la maestra anotaba los rasgos de la población y las condiciones de las viviendas: casi todas bohíos con paredes de bambú, techos de paja y pisos de tierra. Solo dos de las casas tenían techos de zinc, y paredes y piso de madera aserrada. No había baños ni letrinas sanitarias. La ausencia de pozos era común, pues se servían el agua de manantiales cercanos, tanto para el consumo de las familias como de los animales.

Por supuesto, tampoco había escuela. Solo en una casa, la de don Erasmo Cruz, había vivido tiempo atrás una maestra a quien el dueño contrató para que les diera clases a sus cinco hijos.

La pesquisa arrojó que en la comarca vivían 53 personas; de ellos 24 adultos y 29 menores —13 menores de 5 años y 16 de 6 a 14—. La población analfabeta era mayoritaria, solo cinco personas sabían leer y escribir.

Con la participación de los vecinos se logró levantar la escuelita, con una sencilla estructura: paredes de bambú y techo de paja. Fue ubicada en lo alto de una mesetica que se encontraba casi en el centro de la comunidad. Los asientos y las mesas eran rústicos, pero yo los encontraba divinos.

Para inaugurar la escuelita improvisaron un sencillo acto con los vecinos del lugar. En un leguaje muy propio, muchos expresaron su alegría por tener una maestra para que todos aprendieran a leer y escribir. Don Erasmo, un campesino respetado en la comarca, expresó sobre Sandino que es el guía de la Revolución y quiere que todos sus hijos aprendan a leer y escribir.

Ellos aplaudieron con fuerza sus palabras, entonces pasé a explicar qué hacía la Revolución Cubana en apoyo a la Revolución Sandinista y que para ello miles de maestros se sumaron al Contingente que lleva el nombre de Sandino, para llevar la instrucción hasta las más apartadas regiones del país, por más recóndito que fuere.

 

La maestra pidió poner un nombre a la escuela de Parlamento y sugirieron el de Arlen Siu, jovencita que había entregado su vida luchando con el Frente Sandinista.

Yo tenía la bandera de Nicaragua y se las mostré. Me la habían dado en Libertad, al llegar, antes de subir a la comarca. Les expliqué que la bandera ondearía al frente de la escuela, y que la primera actividad de cada día sería izarla y cantar el Himno Nacional de Nicaragua.

Uno de los hijos de Don Erasmo se ofreció para llevar la soga para izar la bandera y también traería una enseña del FSLN, para que ondeara junto a la bandera nacional. Además, al día siguiente trajo la pizarra utilizada por la maestra que había trabajado en su casa. Así comenzó la escuela Arlen Siu, de la comarca El Parlamento. Y era un hermoso espectáculo ver a los niños por los caminos del lomerío cuando se dirigían a la escuela cada mañana.

Fue una verdadera explosión la alegría y entusiasmo de los alumnos cuando recibieron lápices, libretas y la cartilla por vez primera.

Mostraron mucha preocupación por mi seguridad en el lugar. Se organizó entre los vecinos quién debería acompañarme cada vez que debía ir a la ciudad, incluyendo las bestias que se emplearían para la transportación. Pasado un tiempo, buscando un lugar más seguro, me ubicaron en la casa de doña Victoria Sosa, más cerca de la escuelita, por lo que tenía que caminar menos y podía ir sola.

La casa era más confortable: paredes y piso de madera aserrada, techo de zinc, solo un cuarto donde dormíamos doña Victoria, dos nietecitos y yo. En la sala, el hijo y otro nieto de la dueña de la casa.

A los niños les impartía clases por la mañana; por la tarde ayudaba en los quehaceres de la casa y por la noche daba clases a los adultos. En los primeros meses nos alumbrábamos con velas, pero más tarde recibimos el farol de la Cruzada de la Alfabetización.

En esta zona la actividad económica fundamental era la cría de ganado vacuno y de forma dispersa se observaban sembradíos de milpas y de frijoles en las laderas de los cerros.

En las casas la alimentación era repetitiva (frijoles, tortilla y cuajada). La leche era destinada a la elaboración de quesos que eran vendidos en el pueblo cuando bajaban, una o dos veces al mes. Con el dinero que obtenían compraban lo más elemental.

Esperaba con impaciencia los días que debía bajar de la montaña para ir al pueblo a recibir las orientaciones. Allí nos reuníamos los cubanos que trabajábamos en las comarcas del municipio Libertad y era el momento de poder conversar de nuestras familias e intercambiar entre nosotros los problemas de trabajo y la vida en la comunidad: Margarita Poey, Lourdes Peñones, Marina Badía, Manuel Chirino, entre otros; sumábamos 32, de las cuales nueve éramos mujeres.

Esos encuentros ayudaban a mitigar la añoranza de estar con nuestras familias, que habíamos dejado atrás cuando partimos y que, a veces, nos hacía difícil el desempeño de nuestra ya ardua tarea.

El entorno se mostraba tranquilo y todos estaban confiados en las promesas del Frente Sandinista. Me animaba escuchar parte de la historia de Nicaragua contada por ellos mismos.

Grandes dificultades hube de afrontar, pero siempre conté con la ayuda del FSLN para ayudar en la inmensa tarea educacional emprendida por el hermano pueblo nica. Las mayores dificultades fueron lo intrincado de la zona y la transportación a caballo, sobre todo en la época de lluvia, en la que los animales se atascaban en el lodo pegajoso. A lo que puedo sumar las picaduras de las garrapatas, que se adherían tanto a la piel de las bestias como a la de las personas.

Pese a los obstáculos, las experiencias de esta hermosísima misión para mí son imperecederas. En ese tiempo crecí como persona, al sobreponerme a las vicisitudes y cumplir con verdadera dedicación mi labor. Igualmente pasé por alto las dificultades propias del medio, trabajando junto a los nicaragüenses en los deberes que fueren necesarios.

Pienso que el cuidado con que cumplimos este quehacer —al igual que el resto de mis compañeros y compañeras, que formamos parte del primer grupo del Contingente Augusto César Sandino— propició elevar el número de escuelas y educadores en una población minada por el analfabetismo, que en igual medida comenzó a ampliar sus horizontes.

Llevar la educación y la cultura a ese pueblo sumido en la ignorancia, que a partir de ese momento tendría posibilidades de ver las cosas de un nuevo modo, fue lo mejor que podía sucederme. Desde ese entonces fui mejor como maestra, fui más responsable, afiancé más mis convicciones y amé más mi profesión,

 

 

*Testimonio de la maestra cubana Marina C. Cedeño Agramonte quien en 1979 fue seleccionada para participar en la misión en Nicaragua. Así describe su llegada a la comarca El Parlamento, del municipio La Libertad, en el departamento de Chontales, muy lejos de la ciudad de Juigalpa, la capital departamental. La fotografía que acompaña este texto es la portada del libro "Maestros en Nicaragua", de Magali García Moré, editado en 2023 por Ocean Sur.

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