Si hay un tema que se arrastra de gestión en gestión en México es el narcotráfico y, por consiguiente, la inseguridad ciudadana que generan las guerras de capos. Aunque a veces se intenta tipificar este fenómeno y reducirlo a un par de países en específico, y en esto las producciones audiovisuales —las series y las películas de capos— influyen determinantemente, hay que tener en cuenta que no es privativo en lo absoluto de un único territorio y de que es una problemática global, aunque es cierto que se ha enquistado en países de Centroamérica y Suramérica, por hablar de esta parte del mundo —porque mafias, tráfico de estupefacientes y, sobre todo, consumo, que a fin de cuentas es lo que genera todo el negocio, hay en todos los rincones, siendo los países desarrollados el mayor nicho de mercado.
Estados Unidos y Europas son la meca del consumo, pero al ser el eslabón refinado de la cadena, no es donde se siente, ni mucho menos se persigue el problema, ni se estigmatiza a sus gobiernos. El caos y la confrontación se viven donde se cultiva y se produce, donde se genera violencia por control de plantaciones, territorios, rutas para sacar la mercancía, donde los dueños de la droga someten a todos a su alrededor a golpe de sobornos millonarios, donde se mata sin pudor, porque el fin último es mantener la cadena de producción intacta. Ahí sí México tiene amargas historias que contarle al mundo, y año tras año surge la pregunta de por qué es tan difícil revertir esta situación, o al menos, controlarla.
Cuando se dan escándalos como el que protagonizó recientemente el exsecretario de Seguridad durante el período 2006-2012, Genaro García Luna, se puede entender que mientras el negocie involucre hasta los tuétanos al poder que debería combatirlo, se creará este círculo de violencia indefinido. En el caso del mexicano enjuiciado y declarado culpable de cinco delitos, incluyendo narcotráfico, en una corte neoyorkina en Estados Unidos, se trata de la persona que durante el gobierno de derecha de Felipe Calderón, encarnaba el puesto más importante en el asunto de combatir el crimen organizado, era justamente el Secretario de Seguridad Pública, lo que lo convierte en el político mexicano de más alto rango involucrado e imputado por tales crímenes y, de paso, en el funcionario mexicano más prominente en ser juzgado en territorio norteamericano.
Pero, ¿qué imagen se construyó por años este personaje? Es autor de al menos tres libros donde se ufana de su receta en la lucha contra el narcotráfico y expone su modelo estrella de «seguridad con bienestar» y hasta fue reconocido por la DEA, la agencia estadounidense también encargada de atacar este delito por su «valiosa colaboración en la lucha contra el narco», además de otras muchas condecoraciones y palmaditas en el hombro en el ámbito mexicano. Antes de ser el hombre fuerte en materia de seguridad de Calderón, en el sexenio de otro derechista, el de Vicente Fox, dirigía la Agencia Federal de Investigación, una especie de policía federal ejemplar para dictar cátedra de justicia y de combate al crimen.
Y justo ahora, después de mucho tiempo de salirse de la esfera política, se le descubre que estaba embarrado hasta los huesos de este mundo de ilegalidad y violencia, haciendo la vista gorda mientras estiraba la mano y recibía dólares al cash o regalos que le acomodaban la vida para siempre. La pregunta que se impone es cuánto de esto sabían los dos presidentes para los que trabajó y a los que les ayudó a construir igualmente informes exitosos que diera fe de una gestión puntera en la lucha contra mafiosos y sicarios.
Tanto Felipe Calderón como Vicente Fox se mantienen como cabos sueltos de una trama en las que intentan sacudirse las migas. De hecho, a Calderón se le mencionó una vez durante las audiencias judiciales de García Luna; uno de los testigos lo señaló como la persona que dio la orden de proteger al Chapo. Será por eso que el exmandatario no se atreve siquiera a condenar a su hombre fuerte de entonces, pero niega estar enterado de los vínculos y acciones de quien fuera su «súper policía» y solo ha atinado a decir que «utilizan políticamente el fallo para atacarme»; mientras que Fox ha sido más osado en advertir que el próximo en caer en manos de la justicia debía ser Andrés Manuel López Obrador, el único que no ha tenido nada que ver con las andanzas políticas de esta triada de compinches del Partido Acción Nacional, los que parecen haber hecho el «PAN» con los ingresos ilícitos provenientes de los cárteles.
En la época de los memes, Calderón, Fox y García Luna se han convertido en el blanco del imaginario digital en un México que no se cree ni por un minuto que no había total complicidad y anuencia entre toda la cúpula de poder, incluidos los partidos políticos que catapultaron a estos individuos. Los mexicanos hastiados de violencia y miedo quieren que se tire del hilo y finalmente sentar en el banquillo a los más altos cabecillas para que el problema sistémico, tenga soluciones jurídico-punitivas, pero también genere transformaciones profundas en todos los niveles.
Solo la penetración del poder por las mafias trasnacionales expone lo complejo de ponerle fin al asunto. Se explica por qué capos como el Chapo Guzmán campeaban a sus anchas o eran capturados y escapaban de prisión por misteriosos túneles que supuestamente nadie conocía. Justamente el Cártel que dirigía el Chapo, el de Sinaloa, es el que presuntamente financió la vida y la política del hombre que fue hallado culpable por la justicia norteamericana y espera una sentencia que probablemente pueda ser cadena perpetua. Se ha podido conocer además que la relación entre el cártel y García Luna es anterior a su etapa de alto funcionario de gobierno.
Entonces, ¿por qué ahora? ¿Desde cuándo lo sabían los que tienen que saberlo? ¿Acaso no es parte de la coreografía mayor de juicios ejemplarizantes para matizar la impunidad que es la verdadera reina de este negocio? ¿Era García Luna el único eslabón, el único sobornado, el único enterado del cuento? Hay mucho de parecido a lo que sucedió en Honduras con funcionarios públicos que finalmente señalaron con el dedo al expresidente Juan Orlando Hernández, figuras que fueron útiles y hasta se promovió, aplaudió y estimuló su permanencia en el poder, a pesar de denuncias y evidencias de que la corrupción los dominaba.
Y lo peor, no es cosa de individuos, sino de estructuras. Con que caiga un peón, no basta. Se financian partidos políticos, se usa dinero sucio para obras sociales que tapen o maquillen la realidad, se felicita desde Washington a presidentes aliados que a los ojos y conveniencia de la Casa Blanca sí combaten el narcotráfico y a otros menos amigos, se les señala por los altos índices de violencia, como si las mafias también entendieran de derechas e izquierdas. Es un problema complejo, que necesita de soluciones integrales y esfuerzos conjuntos a nivel internacional, y no solo «descabezar cárteles», capturar mafiosos que terminan confesando crímenes que le rebajan penas y salpican a los de cuello blanco que caen esporádicamente y pasan a ser fácilmente reemplazables.
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