No pocas veces el comandante Hugo Chávez sentenció que la comunicación era la falla tectónica de la revolución. Su afirmación no solo abarcaba al proceso bolivariano bajo su liderazgo, sino también no pocas veces la hizo extensiva al espectro de las fuerzas democrático-populares protagonistas del cambio de época en América Latina y el Caribe.
La preocupación (y ocupación) del líder bolivariano partía de la compresión de que la comunicación resulta decisiva al tratarse de uno de los más importantes especios de disputa política y cultural entre el pensamiento hegemónico capitalista y las ideas liberadoras enarboladas por el movimiento emancipatorio de la región.
Basta echar una mirada a la contraofensiva de la derecha en América Latina (Estados Unidos mediante) para saber que en la primera línea de ataque está ocupada por la artillería del poder simbólico, pues como define John B. Thompson (1998) «(…) es la capacidad de intervenir en el transcurso de los acontecimientos, para influir en las acciones de los otros y crear acontecimientos reales a través de los medios de transmisión simbólica” (p.34). Se trata, afirma el académico, del ejercicio de una violencia invisible y solapada que reproduce visiones dominantes mediante el intercambio de formas simbólicas. En ello ocupan un rol decisivo los medios de comunicación de masas; al respecto, Dennis Mc Quail afirma que «(…) son en sí mismos un poder por su capacidad de llamar y dirigir la atención, de convencer, de influir en la conducta individual y social, de conferir estatus y legitimidad, y aún más, los medios pueden definir y estructurar las percepciones de la realidad» (Mc Quail, 1998, p.124). Bajo esos presupuestos se puede conseguir una meta importante: inducir y formar opinión púbica, fabricar consenso.
Uno de los pilares del potencial estratégico de Estados Unidos descansa en las industrias culturales y su producción caracterizada por la capacidad permanente de renovación, flexibilidad y adaptabilidad a los constantes cambios simbólicos que exigen las circunstancias en todos los terrenos. Se habla entonces de guerra cultural encaminada a influir las 24 horas del día en la cotidianidad de los individuos; es decir, modo de vida, costumbres, conductas, cosmovisiones, aspiraciones, gustos, sueños, entre otras subjetividades funcionales a la manera de pensar y modo de vida del capitalismo.
Así, esa guerra cultural articula de manera directa o indirecta con operaciones bajo diversas etiquetas como guerra psicológica, baja intensidad, cuarta generación, espectro completo, no convencional, golpe blando, smart power, por citar las más conocidas y donde la subversión político-ideológica es uno de sus pilares.
Es decir, las fuerzas progresistas y revolucionarias libran hasta ahora una confrontación decisiva y desigual contra un poderoso sistema de medios globalizados, articulados, ubicuos y coherentemente dirigidos que cuenta con significativos recursos de infraestructura, científico-técnicos, financieros y capital humano altamente calificado.
Qué pasa del lado de los agredidos
Fray Betto centra su mirada sobre el tema en el síndrome de plaza sitiada y en la cual la izquierda queda entrampada: «Mientras los gobiernos democrático-populares se sienten permanentemente acorralados por las ofensivas desestabilizadoras de la derecha, acusándola de intentar un golpe de Estado, ésta se siente segura al estar respaldada por los grandes medios de comunicación nacionales y globales, y por la incapacidad de la izquierda para crear medios alternativos suficientemente atractivos para conquistar los corazones y las mentes de la opinión pública». (Betto, 2016, web)
Fernando Buen Abad va más allá: «…uno de nuestros peores errores, en materia de comunicación, es la escasa unidad que suele lastimarnos de maneras muy diversas en la base de muchos otros problemas y debilidades (…) El resultado suele ser que tenemos pueblos movilizados con urgencias de cambios radicales, movimientos sociales que olfatean el rumbo pero que no encuentran fortaleza comunicacional -confiable- porque, esencialmente, perciben des-unión, individualismo y tufos burocrático-sectarios. Mal de males. Así pues, nuestra desorganización se vuelve instrumento de la burguesía, ella a cambio, se organiza y nos derrota cuando, además, el problema no es sólo “unirse” sino producir un gran cambio en la situación». (Buen Abad, 2017, web)
En el ámbito regional se han dado experiencias integradoras de gran valía como el ALBA, por ejemplo; también espacios de concertación política como el Foro de Sao Paulo, entre otros; asimismo, otras iniciativas en las cuales participan gobiernos, partidos y movimientos que han desafiado la hegemonía de Estados Unidos en la zona. Pero, ¿alguien conoce de la existencia de un mecanismo para la comunicación contrahegemónica, emancipatoria, liberadora?
Buenas y promisorias estrategias que comenzaron a probarse en el fragor cotidiano de la realidad, sufren hoy estancamiento o retroceso, Tal es el caso de un pool de agencias de noticias formada por los países protagonistas del cambio de época en la región; la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP) aún no logra vertebrarse como una organización vigorosa y combativa a nivel regional; es numéricamente pobre, no alcanza a la mayoría de los países de la región y su accionar es puntual y reactivo como regla.
La formación y superación de activistas y profesionales de la comunicación con las lógicas de la propuesta emancipatoria es un camino apenas transitado. ¿Dónde están las experiencias acumuladas por los movimientos sociales, fuerzas clave por su conciencia política y capacidad movilizativa?
Contentarse solo con Telesur resulta, cuando menos, inmovilista. Resulta impostergable acabar de vertebrar una gran red de emisoras populares en el continente que, en momentos trascendentales o no, pueda producir encadenamientos para informar primero, brindar a las audiencias los puntos de vistas y visión de los hechos, concitar solidaridad, organizar, movilizar. No olvidar: la radio aún sigue siendo el periódico, la televisión, Internet, las redes sociales de millones de latinoamericanos y caribeños.
«Los “medios de comunicación”, “alternativos”, “comunitarios”, “populares”, “independientes” no logran convertirse en fuerza que constituya influencia política poderosa y organizada. Permanecen como una minoría numéricamente importante, pero políticamente intrascendente», afirma Buen Abad.
Un logro del período ha sido la formulación de leyes relativas a políticas públicas en comunicación orientadas a la democratización. Ese es el caso de la justa repartición de las frecuencias de radio y televisión controladas en su inmensa mayoría por las corporaciones mediáticas privadas enemigas de los procesos emancipadores. Este camino ha quedado a la mitad, pues no basta disponer de una importante franja del espacio radioelectrónico si no se sale a posesionarse del mismo con emisoras pautadas por agendas y contenidos propios, inteligentes, atractivos y entendibles por los públicos a que van dirigidos.
En materia de comunicación popular persiste la tendencia a perder terreno en las bases populares, bastiones tradicionales de la izquierda. Esos escenarios los han ido ocupando dudosas ONGs y sectas religiosas cuyos planes y objetivos están dentro de las coordenadas de la subversión y el padrinazgo de la CIA.
Es reiterativa la práctica comunicativa del adoctrinamiento, de convencer a los ya convencidos. La mira debe estar en convencer a quienes no lo están y rescatar a los quienes una vez estuvieron por su origen de clase en la base social de las fuerzas contrahegemónicas. Ahí está la paradoja de los millones de pobres sacados de esa condición por los gobiernos populares y progresistas y pasaron muchos a la oposición creyéndose clase media.
En tal sentido, Fray Betto se pregunta: «¿Cómo tratan los gobiernos democráticos-populares a los segmentos de la población beneficiados por las políticas sociales? Es innegable que los niveles de exclusión y miseria provocados por el neoliberalismo requieren de medidas urgentes, que no se limiten al mero asistencialismo. Porque tal asistencialismo se restringe al acceso a beneficios personales (bonos financieros, escuelas, atención médica, crédito preferente, subsidios a productos básicos, etc.), sin que esto se complemente con procesos pedagógicos de formación y organización políticas». (Betto, 2014, web)
Hace falta una contrapartida inteligente, creativa, efectiva, coordenada y articulada al poder mediático imperial. Se necesita con urgencia disponer de nuestros propios laboratorios, observatorios, centros de investigación que trabajen con una agenda consensuada desde las particularidades de la guerra simbólica en cada lugar. Capital humano existe para ello: periodistas, comunicadores, sociólogos, politólogos, psicólogos, filólogos, artistas, historiadores, cibernéticos, informáticos, entre otros expertos.
Por otro lado, la visión de última hora, la improvisación, el desconocimiento, la negligencia en el actuar cotidiano, los protagonismos infértiles han conducido con frecuencia a reproducir acríticamente modelos, prácticas y representaciones de la cultura y la comunicación hegemónicas.
Internet y redes sociales
En nuestros días las constantes y decisivas transformaciones tecnológicas ejercen una notable influencia en la relación existente entre política, comunicación y cultura poniendo a prueba objetivos y aspiraciones en todos los órdenes de la sociedad. Tal es el caso de internet y muy especialmente las redes sociales convertidas hoy en uno de los más significativos escenarios de confrontación de ideas.
En el 2000, durante un encuentro en La Habana con periodistas y comunicadores latinoamericanos, Fidel Castro vislumbraba la red de redes como un valioso escenario de combate para los revolucionarios. Él percibía esa posibilidad emancipatoria a partir de la adaptación crítica a la sociedad de la información conducente a un nuevo orden social de Internet lo cual equivale, entre otros aspectos medulares, al acceso universal al conocimiento, la capacitación colectiva para el uso de esas tecnologías; la reducción significativa de la brecha digital, la independencia tecnológica y la consiguiente inversión para la inversión y el desarrollo; junto a una indispensable y estratégica articulación política y mediática de carácter contrahegemónica.
Después de 17 años de aquel el promisorio espacio sigue siendo por lo general terreno movedizo donde cohabitan la falta de organización, concertación y cohesión, pobreza de conocimientos, de recursos financieros, pugnas y perjuicios.
Aun así, Hugo Chávez demostró que en Internet la comunicación puede ser un poder para la izquierda cuando se dispone voluntad política práctica, inteligencia, organización y audacia. Él fue pionero en comprender el valor de organizar a las fuerzas bolivarianas en las redes sociales para la defensa del poder político conquistado. Ahí está su cuenta en Twitter, @chavezcandanga, desde donde no solo enfrentó a la maquinaria mediática opositora nacional e internacional, sino también convirtió en canal de diálogo con su pueblo.
Siguiendo las lógicas del capital, las empresas propietarias de los servicios de Internet, también se han fusionado y centralizado, y una de sus funciones es vender información sobre la vida de sus cientos de millones de usuarios como de materia prima a los laboratorios de guerra psicológica y mediáticos vinculados al control de la mente humana para así modelar escenarios sociales y políticos e inducir comportamientos y acciones a favor de sus intereses en el escenario social como sucede hoy en Venezuela.
Mientras la derecha internacional actúa de manera premeditada y cohesionada también en las redes sociales contra la Revolución Bolivariana con una arremetida consustancial a la barbarie generada por la oposición fascistoide y proestadounidense en las guarimbas, resulta lamentable la postura de la izquierda al dejar prácticamente sola a las fuerzas bolivarianas. Como afirma la experta cubana Rosa Miriam Elizalde: «Tenemos que empezar a enfrentar estas realidades con menos diagnósticos y más concertaciones, y acabar de entender que un ataque contra Venezuela puede ser mañana contra nosotros, contra los argentinos, los bolivianos, contra todos los movimientos progresistas del mundo». (Rodríguez, 2017, web)
La disputa está ahora también en las redes sociales y los medios digitales cuyas características estructurales los hacen más sencillos, flexibles y amigables al prosumidor y donde como regla el mensaje tiene vida efímera, pero de impacto inmediato, viral, que apela a lo emocional y efectista. En estas aguas la izquierda está obligada nadar y hacerlo bien.
Es ahí donde concurre la gente por millones, en especial los jóvenes, los bien llamados nativos digitales; por lo tanto, dicho espacio debe ocuparse, interactuar en esta nueva y multitudinaria plaza pública y presentar el combate político ahí también con un discurso inteligente, renovado, seductor, porque no se le puede dejar ese ámbito de construcción de sentidos al adversario a la espera de que se creen nuestras propias plataformas. A fin de cuentas, es la misma batalla histórica, pero ahora en otro ámbito, en el ciberespacio y para ello resulta imprescindible transformarse para transformar, para poder liderar el cambio.
El desafío
La voluntad política de la izquierda sobre el complejo y controversial tema de la comunicación debe saltar de una vez y por todas de la tribuna a la realidad, pues como dijo el prócer Eloy Alfaro, “en la tardanza está el peligro”.
Se trata de que la comunicación vaya más allá de la denuncia justa, necesaria y se proyecte a la construcción de modelos y prácticas comunicativas con agendas propias dialógicas y participativas, donde se combinen visión global con acción local y propenda a la articulación de acciones a partir de redes de información, intercambio, concertación y movilización donde cada persona sea capaz y pueda comunicar.
La comunicación no concluye con el envío del mensaje. A partir de ese momento se verifica en los destinatarios un proceso de recepción activa y resignificación de los contenidos a tenor con la experiencia vivencial lo cual conduce a procesos de construcción de sentido y modelos de interpretación de la realidad como corresponde a la nueva mentalidad con que debe abrirse paso el pensamiento del cambio.
En esa dirección, la izquierda, aunque no siempre la aprovecha, tiene a su favor un colosal capital simbólico asentado en la propia cultura, tradiciones e historia forjadas por los pueblos en su devenir, en la vida de sus próceres y héroes conocidos (y olvidados) en más de dos siglos de bregar libertario. El reto radica en saber emplear con talento y capacidad seductora, sentido de la oportunidad, inteligencia, intencionalidad y creatividad ese acervo en clave propia.
Referencias bibliográficas:
· Betto, Fray (2014). Impasses de los gobiernos progresistas. Recuperado de: http://www.rebelion.org/noticias/2014/12/193369.pdf
· Buen Abad Domínguez, Fernando.(2017). El problema de la unidad en comunicación emancipadora. Recuperado de http://www.rebelion.org/noticias/2017/1/222190.pdf
· McQuail, Denis. (1998) La acción de los medios. Los medios de comunicación y el interés público. Amorrortu Editores. 1era edición en español. Buenos Aires. .
· Rodríguez Derivet, Arleen. (29 de agosto de 2017). Los laboratorios mediáticos apuntaron contra niños y adolescentes en Venezuela. Entrevista con Rosa Miriam Elizalde. Granma, p.4.
· Thompson, John B. (1998) Los media y la modernidad. Una teoría de los medios de comunicación. Ed. Paidós. Barcelona.
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