Tenía 16 años. Con esa edad, ¿cómo temer al peligro si lo único que percibía era una seria aventura? Su realidad quedaba limitada a las miserias, las injusticias, los asesinatos de algunos conocidos por causa de las ideas.
Hoy sus manos muestran arrugas, su columna una cierta joroba, sus pasos firmeza y rapidez como antes, su pelo muchas canas. Evangelista Matos González ya no es aquel muchacho, pero sus recuerdos continúan ágiles, enérgicos…, listos para contar su historia. No es atrevimiento periodístico tutearlo, y en breve lo sabrá.
“Yo vivía en Aguacate, un pueblecito de Palma Soriano, en Santiago de Cuba. Allí estaban mi mamá, mi papá y mis hermanos. La casita estaba en la finca La Nenita, donde trabajaban mi papá Pedro Armando y mi tío Unito. Ellos eran colonos y el dueño de la finca se llamaba Segismundo Despaigne. Ahh…, lo otro es que como yo era el hijo mayor, el único que estaba asegurado en la Póliza de Seguros, y todos los meses iba una persona a cobrarle a mi papá”.
¿Y cuánto pagaba?
Eso no me acuerdo.
¿Y cómo era la relación con el dueño de la finca?
Bueno… recuerdo que ellos tenían un trato, para mi papá y mi tío el 40% y para el dueño el 60. Lo que pasaba era que al final, cuando ya se recogía todo el café, era el dueño quien lo pesaba y lo distribuía para ellos dos; siempre les robaba.
Me acuerdo que este Segismundo les tenía el voto comprado a mis padres. Él salía en los pataquines de las elecciones siempre muy bien vestido.
¿Y qué podía pasar si alguno de los campesinos no hacía lo que quería el dueño de la finca?
Podían botarlos y se quedaban sin trabajo y sin casa. Algunas personas terminaban así, en lo que se conocía como camino real, durmiendo en la calle con los hijos y sin comida. Había algunos niños que tenían la barriga grande, y no era porque estaban bien comidos, era que tenían la barriga llenita de lombrices, de parásitos.
Por lo que me cuentas había mucha insalubridad…
Sí, muchísima. Antes no era como ahora que atienden a todo el mundo. Antes nada de eso importaba, si no tenías dinero, no podías hacer nada.
Te voy a contar algo que me pasó pa´ que tengas una idea. Una vez se me fracturó un brazo. Mi papá me llevó a la clínica Chilano, y allí costaba 20 pesos ponerme un yeso. Mi papá solo tenía 5, y tuve que irme con el brazo roto. Después me llevó a otra clínica, donde el médico se llamaba Mariano Estévez y la enfermera Viviana Serrano. Ese médico le dijo a mi papá que comprara una latica de yeso y que por todo le cobraba 5 pesos. Pero en los viajes ya mi papá había gastado dinero y solo le quedaban 2.50, o sea que se le quedó debiendo 2.50 a ese médico. Después ese doctor se incorporó a la Sierra.
¿Tú sabes lo que es que poner un yeso costara tanto? Eso ahora no pasa.
En esos años la vida era dura, muy dura, y más en el campo. Me acuerdo que la guardia rural acababa con cualquiera; si nada más a ellos les parecía que tú olías a rebelde, te capturaban y te desaparecían.
Así le hicieron a uno que se llamaba Gilberto Riquene, porque se dedicaba a vender carne de puerco en los montes y eso le daba facilidad para llegar hasta los rebeldes y ayudarlos con comida; lo cogieron, lo interrogaron y después apareció muerto, ahorcado. Y a Enriquito Moreno también; él si estaba vinculado al movimiento, y los guardias, vestidos de civil, lo agarraron y lo mataron. Allá en Aguacate hay un monumento en homenaje a él.
¿Y por esa situación fue que decidiste subir a la Sierra?
Y por otras también. Mira un día yo fui a la bodega a buscar ron, porque nosotros ayudábamos a los rebeldes con lo que podíamos, y me paró la guardia rural pa´ preguntarme dónde era la fiesta. Le dije que estábamos celebrando el cumpleaños de uno de mis hermanos y que íbamos a hacer un motivito pequeño. No me creyeron y enseguida me soplaron de ahí. Además, recuerdo que el nombre de mi papá estaba en la lista de un chivato, un tal Filiberto Despaigne, y ya se comentaba que yo ayudaba a los rebeldes.
Todo eso fue haciendo que la situación se complicara y al final subí con tres más: Luis Núñez, Misael Pereira y Liber Núñez Pacheco, por mediación de Amador Carrasana, él se encargaba de ir organizando a la gente para incorporarse a la guerra en la Sierra.
Dime si no era preferible participar en guerra al lado de los que luchaban por mejorar la situación en aquel tiempo, a que te atraparan los del ejército por alguna sospecha.
Y cuando llegaste, ¿a qué columna te incorporaste?
Me incorporé al grupo del Capitán Guillermo García, que pertenecía a la columna que dirigía Almeida. Eso fue a principios del año 58, nos unimos en Limoncito. Estaba chiquitico y flaquito, imagínate, solo tenía 16 años, los 17 los cumplí en la Sierra.
Cuando llegué no me dieron armas ni nada, la misión más bien era buscar comida, repartir carne, que si lo miras son cosas sencillas y nosotros lo hacíamos y ya.
En varias oportunidades he visto fotografías de los rebeldes y me ha llamado la atención que muchos usaban unos collares, ¿qué significaban?
Lo que significaba no lo sé. Para mí era como una identificación. Eso se lo ponía todo el mundo, y se hacían de una mata que se llamaba pionía. Los usé también, era una forma de decir bueno, si ellos son rebeldes y los usan, yo también soy rebelde y me los voy a poner. No te puedo decir que tuviera algún significado religioso.
También sé que en la Sierra no todos tenían armas, ¿cómo obtuviste la tuya?
Tenía un revolver que me había dado un haitiano, José Pie, en uno de esos días de repartir cosas. El arma me la dieron un día, no se me olvida, un Springfield.
Participaste en varios combates, La Duana…
Sí, también en la toma del cuartel de Palma Soriano. Teníamos como estrategia en las noches preparar las trincheras alrededor de la fortaleza militar y cuando empezaba a amanecer las tapábamos y nos íbamos. Por eso, cuando se dio la orden de atacar pudimos tirar de cerquita. Durante la acción tiramos un morterazo y tumbamos un pedazo de arriba del cuartel y rápidamente los del ejército de Batista sacaron bandera blanca. En ese combate cayó herido Saborí. Me acuerdo también de que nosotros le temíamos a un avión B-26, que le decíamos Catalina, porque lo mismo te tiraba pa´ la derecha que pa´ la izquierda.
¿Y cómo fue el encuentro con Fidel?
Fue en Palma Soriano, en los últimos días de diciembre del 58. Él fue a reunirse con nosotros porque ya habíamos tomado Palma e iba a hablar por Radio Rebelde. El que tenía la planta de la emisora era Conrado. Allí Fidel nos felicitó a todos y enseguida fue para el hospital para saber de los heridos.
Eso fue algo que siempre me impactó mucho de Fidel, su preocupación por los demás. Por ejemplo, si existían prisioneros, ellos tenían que ser curados, si lo necesitaban, y recibir alimentación, igual que nosotros. Por eso, muchos de ellos, cuando veían las atenciones, ya querían quedarse en la Sierra del lado nuestro.
Cuéntame qué sentiste cuando supiste del triunfo.
¡Imagínate! Muchos de nosotros no sabíamos en sí todo lo que se iba a lograr con la Revolución, ya después fuimos viendo y te puedo decir que significó un cambio total.
Nos quedamos en Santiago y vinimos para acá como al mes. Pasé un tiempo con mi familia. Después tuvimos que pasar cursos de superación. Recuerdo que el Comandante Fidel habló con nosotros porque iban a llegar armamentos modernos y había que pasar un curso de artillería en Managua.
Había que estudiar, y a mí que no me gustaba. Al principio fue todo lo de la Campaña de Alfabetización, y todo el pueblo estaba contento. Convencido estoy que nadie sabía todo lo que se iba a hacer después, pero lo que sí todo el mundo tenía claro es que no querían regresar a la dictadura, ni al capitalismo.
Otra cosa que nos enseñaron fue a manejar. De hecho mientras estuve trabajando obtuve todas las licencias, de carro, de moto, guagua, camión…Yo pasé a formar parte de seguridad personal, fui escolta de algunos dirigentes, y trabajé con sus familiares.
¿Y ese trabajo te gustaba?
Mira si me gustaba que le dediqué toda mi juventud, mis mejores años a eso. Era un trabajo agitado, porque había que estar de aquí pa´ llá y de allá pa´ cá, pero yo lo disfrutaba.
Atendí a muchas familias como oficial de seguridad personal. Entre ellas la familia de Camilo, la de Sergio del Valle, Haydee Santamaría, el Capitán San Luis, Ramiro Valdés. Realmente fueron muchos.
¿Dónde estabas cuando el ataque a Playa Girón?
Bueno… en esa fecha yo andaba por Oriente, en Holguín, que era uno de los puntos por donde podría darse el ataque.
Por cierto, no me has contado sobre la misión internacionalista…
¡Ahh, verdad! Fue en Nicaragua, allí estuve desde el año 1983 hasta 1986.
Nosotros teníamos que salir a operar en las TPU (Tropas Pablo Úbeda), bajo el mando de JJ (Juan José), quien era el jefe de operaciones. Estuve en Matagalpa, Río Blanco, Somoto, Chontal, Rosita, Bonanza, Mulucucú y muchos otros lugares. Fíjate que a veces estábamos a menos de 10 kilómetros de la frontera con Honduras y por el otro lado a igual distancia del límite con Costa Rica.
Me acuerdo que una de las operaciones fue acabar con las tropas del Tigrillo, uno de los jefes de tareas más reconocidos. No se me olvida que nos dieron la orden de atacar a las 5 de la mañana, de manera sorpresiva y eran como las 4 de la tarde cuando salimos a preparar el terreno. Tomamos bien las posiciones y nos dividimos en dos grupos, en el que yo estaba tenía que atacar directamente el campamento y el otro, emboscarlos por el otro lado en el momento de la retirada. Acabamos con la banda completica. Otra de las tantas misiones fue tumbar a un avión C-47 que traía abastecimiento para los contras. Recuerdo que Fabián Escalante, me dijo: ¡Maticos, lo tumbamos, lo tumbamos!
En esos años yo fui el escolta y chofer de Escalante, que era el Jefe de la misión, y con el tiempo nos fuimos convirtiendo en muy buenos amigos, ¿qué amigos?... ¡en hermanos!
Sí, conozco de la amistad de ustedes. En una oportunidad pude conversar con Escalante y me habló de ti con mucho cariño. Pero dices que te dijo “Maticos”… ¿no te llamaban por tu nombre?
Es que yo no sé de dónde salió mi nombre, ninguno de mis hermanos tiene un nombre parecido. Se llaman Pedro, Armando, Jorge, pero bueno, me tocó este. Así me decían, Maticos, lo mismo mis compañeros de seguridad personal y algunos de los que bajaron conmigo de la Sierra.
Se levantó del asiento, y se dirigió a un estante en su cocina-comedor. De regreso trajo el libro La victoria estratégica de Fidel Castro, buscó entre sus páginas y me dijo:
—Observa esta foto y dime si me reconoces.
—No — respondí, pero pude leer en el pie de foto los nombres de algunos compañeros y aparecía su nombre: Evangelista González.
Mucha gente me conoce por Julio César, ese nombre sí me gusta, de hecho, uno de mis hijos se llama así.
Tengo que hacerte un cuento de mi hija. Ella nació en un taxi, y si no es porque llevaron a la que era mi esposa en ese momento para el hospital más cercano, no sé qué habría pasado con ellas. Esa atención así es obra de la Revolución, y yo creo que de esas cosas todo el mundo tiene que sentirse agradecido. Al menos yo lo estoy.
Y es que ya uno, o bueno, yo, fui viendo las cosas de la Revolución. Hoy te puedo decir que me ha cambiado la vida. Fíjate que cuando vivíamos en el campo pasábamos mucho trabajo. Había que estar sembrando y vendiendo cosas. A veces íbamos a los ventorrillos a vender plátanos, malanguitas. ¿Tú sabes cuánto valían tres huevos? Tres quilos.
Entonces sí, yo sé que hay muchas cosas que cambiar, pero al menos este es el sistema que yo quiero. Hoy hay muchos avances y desarrollo en la medicina, una pila de muchachos son universitarios, todos los días sacan un invento nuevo que si para el cáncer, que si pa´ los pulmones. ¿Y eso qué es? Simplemente, Revolución.
Pero te voy a hacer otra anécdota. Cuando yo trabajaba en seguridad personal, me enteré que a mi papá, allá en Aguacate, le había dado una trombosis. Yo le dije a mi jefe, y quería buscar pasaje en avión para traerlo pa´ La Habana. Entonces, mi jefe me dijo que en las condiciones que estaba mi papá quizás eso no era conveniente, que era mejor coordinar con Santiago para buscarlo en una ambulancia. Y así fue, desde aquí salió una ambulancia con paramédicos y las cosas necesarias. No tuve que ir a buscarlo. ¿En qué lugar del mundo eso lo hacen gratis? Aquí.
María y yo llevamos casados 15 años. Ella lleva 10 años con esa limitación motora del lado derecho, y prácticamente no habla. Fue un ictus, y aquí estoy… con ella. Yo lo hago todo, cocino, lavo, friego, organizo la casa, limpio. Por lo menos ya ella, desde que pasó los tres meses de fisioterapia en el Julio Trigo, tiene un poco más de seguridad para caminar. Le hicieron muchísimos exámenes y todos gratis. También le pusieron una logopeda. ¿Cuánto me hubiera costado un tratamiento como ese fuera de Cuba? Mejor no saber.
Nosotros recibimos ayuda de la Asociación de Combatientes y de la Seguridad Social.
¿Cuándo te retiraste?
Me jubilé en el año 89. De ahí fui a trabajar, como chofer, para la Clínica de 43, y tuve que dejar de trabajar cuando María se enfermó.
Entonces, estuviste más de 30 años en el MININT…
Sí, exactamente 35 años. Ahí me otorgaron varias medallas, y la más reciente fue la del 60 aniversario de las Fuerzas Armadas. Esa se la otorgaron a María también, porque ella también fue combatiente. Era teniente coronel en Sarabia, y también cumplió una pila de años de servicio.
Y ya para cerrar, abuelo: ¿Fidel?
Yo he llorado por familiares tres veces: una cuando murió mi papá, otra cuando mi mamá, y por último, cuando murió Fidel. Para mí él fue mi segundo padre, para mi sigue vivo. Figúrate. Todo lo que tengo hoy, se lo debo a la Revolución y a Fidel, y como yo, una pila de gente. Por eso me molesta, y esto no me lo puedo callar, que hayan personas que digan que en el capitalismo se vivía mejor. ¿Qué saben esa gente de lo que era el capitalismo, si antes lo que había era mucha hambre y miseria? Es cierto que hoy no todo es perfecto, pero para eso tenemos que trabajar los cubanos.
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