Lo normal, o digamos mejor, más común, es que un aspirante a Jefe de Estado anuncie su compañero de fórmula, en el caso de que la constitución disponga que ambos primeros cargos de la nación sean de elección popular. Es así que, inicialmente, se conocen los candidatos o precandidatos a presidente en un país y a medida que avanza la campaña, se barajan los nombres de sus segundos al mando.
En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner le ha dado un sacudión a lo tradicional. La dos veces mandataria y que a todas luces se perfilaba como contendiente en la nueva carrera por la silla en la Casa Rosada, acaba de dar un paso atrás y posicionarse como la vice que elige a su superior, en este caso, ha invitado a un viejo crítico, otrora aliado, Alberto Fernández, a destronar a Mauricio Macri y recuperar el poder para esa masa grande pero heterogénea que resulta ser el peronismo.
De más está decir, que nadie dentro o fuera de Argentina se esperaba tal decisión pero desde que se hizo pública, en un muy bien diseñado mensaje en Twitter, pueden suponerse fácilmente algunos elementos que la motivaron, al punto de calificarla de jugada bastante inteligente que pone a este dueto mucho más cerca de un triunfo electoral que lo que estaría CFK en una nueva apuesta por la más alta magistratura.
Podría pensarse en primer lugar en el aspecto judicial que acompaña la trama. Y es que Cristina afronta alrededor de una decena de procesos inculpatorios, de hecho, ya se sentó esta misma semana en el banquillo de acusados, anteriormente le fue allanada su vivienda y tiene más de una orden de prisión preventiva que ha podido esquivar gracias a su inmunidad parlamentaria. Pero éste no ha sido el punto determinante. Como presidenta o vicepresidenta gozaría de similares fueros aunque superiores a los que tiene como senadora —además de una votación en ambas cámaras del congreso para retirarle los privilegios a un legislador y permitir que sea procesado, el presidente o vicepresidente tendría que someterse a un juicio político— que le permitirían permanecer alejada de la posibilidad de ser encarcelada.
Por tanto, más allá de esta cruzada de acusaciones por corrupción que Fernández de Kirchner cataloga de «persecución política», hay un factor más importante: convencer a ese segmento no despreciable de peronistas desconfiados del kirchnerismo para que respalden un nuevo gobierno K. Al parecer, la expresidenta se supo en franca desventaja, a pesar de que las primeras encuestas le daban un favoritismo ligero, y optó por seguir en campaña pero desde una posición en la que no fuera el blanco de ataques. Puso en su lugar a un hombre limpio de escándalos —por ahora—, un moderado bien visto por una izquierda que no lo es tanto y que se muestra en la actualidad profundamente segmentada.
El principal desafío electoral es entonces lograr una gran coalición que pueda derrotar al oficialismo o alguna otra propuesta de derecha. Sucede que, en estos casos, los egos personales y las ambiciones partidistas dificultan el hacer equipo. Cristina dio entonces un paso maestro para dejar ver que antepone los intereses de país a los propios y que está comprometida con sus votantes solo que en un mejor puesto de batalla. No sería la primera ni la última en desempeñarse en ese papel de presidente en la sombra, siempre que funcione la complicidad y la lealtad entre la pareja gobernante. También hemos sido testigo en los tiempos recientes de traiciones en estas lides, como fue el caso ecuatoriano de la fórmula Moreno-Glass.
La primera barrera es superar los comicios primarios, que se conocen como PASO, por las siglas de Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias. Allí se confirmará si la estrategia de CFK ha dado resultado entre los correligionarios y cercanos simpatizantes y también en esa otra importante facción que es el partido en el poder, Cambiemos. Habría que ver si ante la ausencia como rival directa de su enemiga declarada, Mauricio Macri decide ir por la reelección o ya que no tiene a quién culpar de todos los males del país y señalar como el dedo acusador, cede la oportunidad a un político de su bancada con una mejor imagen, la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.
De postularse, Macri tiene un escenario adverso. Los argentinos atraviesan la peor crisis económica desde inicios de siglo cuando el caos se apoderó de la nación austral. Ese fantasma aún está muy cerca en la memoria y las circunstancias comienzan a parecerse demasiado: endeudamiento acelerado, inflación por las nubes, expansión de la pobreza, contracción de los indicadores y la extorsión del Fondo Monetario Internacional al acecho.
El actual mandatario tendrá el enorme reto de articular un discurso creíble pues el prometido cambio de su primera gestión se evaporó. Ahora que ni siquiera podrá aplicar la táctica del descrédito al contrario porque Cristina pasó a un segundo lugar, se vería obligado a un plan de gobierno concreto que seduzca al electorado hastiado de falsas ofrendas y el arte de criticar por criticar.
Por su parte, Cristina Fernández aprendió del panorama regional. Son varios los casos de judicialización a altas figuras de la política con sobradas similitudes aun en medio de sus particularidades. Quizás del que más tomó nota fue el de Lula, candidato frustrado por una implacable jugarreta disfrazada de justicia. Bien podría haberle pasado a ella, pues si competía por cabeza de gobierno, el ensañamiento iba a ser mucho mayor. Ahora va a la retaguardia para sumar fuerzas a su capital político y evitar que la experiencia brasileña se repita.
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