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La embestida en la ONU contra Venezuela

3 oct. 2019
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En el contexto de la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, el gobierno estadounidense desplegó una fuerte ofensiva contra la República Bolivariana de Venezuela que involucró un grupo de reuniones y declaraciones en la que participaron personalmente el presidente Trump, el secretario de Estado, Mike Pompeo, el enviado especial de Estados Unidos para Venezuela, Elliot Abrams, y otros altos funcionarios vinculados directamente a la implementación de la estrategia contra la nación suramericana.

Es evidente que la Administración Trump concluyó que el escenario de las Naciones Unidas constituía una oportunidad para redoblar sus esfuerzos por aislar internacionalmente a Venezuela. La secuencia de actividades, su contenido y alcance obedecieron a un plan estructurado dirigido a posicionar la situación de la nación bolivariana como un tema principal de la agenda internacional, lo que constituye una evidencia de la prioridad que reviste este asunto en las circunstancias actuales para el gobierno estadounidense.

El primer paso fue la realización el 23 de septiembre de una reunión de ministros de relaciones exteriores que actuaban como órgano de consulta en aplicación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). En el encuentro participó el subsecretario de Estado, John Sullivan, quien apegado a la narrativa que ha empleado Washington para justificar la escalada contra Venezuela planteó que es una «amenaza a la paz y la seguridad del Hemisferio Occidental». A partir de este pretexto, solicitó a los presentes de manera abierta que adoptaran medidas coercitivas contra funcionarios del gobierno venezolano, lo que fue recogido formalmente en una resolución. El objetivo estratégico de esta maniobra estadounidense fue reforzar el régimen de sanciones contra Venezuela, pero en este caso adoptadas por países de la región para magnificar el impacto de los daños económicos y humanos que está afectando al pueblo venezolano.

El segundo paso se concretó el 24 de septiembre cuando el presidente Trump realizó varias referencias a la nación bolivariana en su discurso ante la Asamblea General de la ONU. Con una retórica cargada de mesianismo y mentiras delirantes, el mandatario estadounidense emprendió contra Venezuela e incluyó en sus pronunciamientos a Cuba y Nicaragua, lo que confirma que la invención del exasesor de seguridad nacional, John Bolton, de singularizar a estas tres naciones como un supuesto «triángulo del terror» en el Hemisferio, constituye una política firme y consolidada. Trump insistió en su enfoque de la «lucha contra el socialismo» y enfatizó su aspiración que «la libertad prevalezca» en nuestra región.

Sobre este último elemento, en estas declaraciones se destaca la conexión de esta retórica sobre la democracia y el socialismo con aspectos de la política interna de Estados Unidos con claros propósito electorales. Esto es algo muy peligroso debido a que proyectó hacia la audiencia interna que la situación en torno a Venezuela es el resultado de un supuesto fracaso del modelo socialista e insistió en que «uno de los más serios desafíos que nuestros países enfrentan es el espectro del socialismo» y enfatizó que «América nunca será un país socialista». Este vínculo es una expresión del empleo del miedo como instrumento político y promueve ante la opinión pública estadounidense la necesidad de castigar con mayor fuerza a Caracas.

El tercer paso fue el 25 de septiembre cuando Trump presidió una reunión multilateral sobre Venezuela. En el encuentro, agradeció el apoyo de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador y Perú por los «esfuerzos realizados». En esencia, estaba reconociendo a las naciones que se han plegado a los intereses de Estados Unidos contra la nación suramericana. Insistió en atacar los modelos socialistas y afirmó que está comprometido con una Venezuela «estable, próspera y libre», lo que constituyó un ejercicio sin límites de hipocresía imperial. El propósito fundamental de este intercambio fue proyectar que han conformado una sólida alianza hemisférica y que existen perspectivas de lograr el «cambio de régimen» contra Venezuela.       

Esta embestida contra la nación bolivariana en el contexto de las Naciones Unidas, resulta una ofensiva sin precedentes que implicó la participación directa del máximo nivel político de Washington, lo que ilustra la intensidad del interés en promover la desestabilización del proyecto económico y político venezolano. No obstante, esta maniobra es esencialmente una muestra fehaciente de la frustración y el desespero de un imperio arrogante que ha empleado recursos millonarios, presiones y chantajes contra una nación caribeña que se resiste a claudicar. Este repunte de la escalada para intentar aislar internacionalmente a Venezuela, reafirma que el gobierno de Trump está atrapado en una estrategia fallida.  

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