Desde niño he oído decir que la naturaleza es sabia; y durante toda mi vida, que ya comienza a ser larga, he escuchado a políticos y a científicos de diversas esferas disertar sobre sus improntas, la necesidad de cuidarla, de protegerla.
Pero, además de sabia, sabemos que en el universo es la naturaleza quien tiene la última palabra. Y es sabido también que ninguna sociedad, ningún sistema político, pueden estar por encima de los designios de esa entidad sabia y preponderante que determina el principio y fin de sus propias creaciones y de las que el hombre, como una de sus criaturas, ha venido creando y desarrollando desde el inicio de la humanidad.
Hoy, ante la pandemia de la Covid-19, científicos de todo el orbe se afanan en la búsqueda de una vacuna y otros medicamentos para combatir el nuevo y letal coronavirus, que ya cobra cientos de miles de vidas y ha infectado a varios millones de seres humanos en el planeta. Pero sabemos que la ciencia, por más que nos pese, depende de la política para la consecución de sus fines. Y conforme existe todo un ejército de científicos que profesan el humanismo y luchan por alcanzar las mejores soluciones para salvaguardar a la especie humana y a la naturaleza en su conjunto; hay otros que por diferentes circunstancias investigan y trabajan en la creación de bombas y armas inteligentes.
También ya es noticia que los ideólogos del capitalismo, amedrentados por la ineficacia del sistema, hablan sobre la necesidad de rediseñarlo. La naturaleza expuso un nuevo teorema y los aludidos quieren descifrarlo. ¿Podrán? ¿Es posible rediseñar el capitalismo y hacerlo eficaz ante los desastres y calamidades que vive hoy la humanidad y su hábitat? Podrán intentar tal nuevo diseño todos los países capitalistas o solo algunos de los más desarrollados Habría que releer a Marx y a Engels, hurgar en las experiencias actuales de las diversas tendencias sociales en el planeta e ir hallando las respuestas.
Pero podemos adelantar algunas. El capitalismo es como el cangrejo; y no únicamente porque simbolice el cáncer de la sociedad humana, sino también porque solo tiene la posibilidad de dos movimientos. En una dirección caminarían hacia el imperialismo, hacia el fascismo, y les ocurriría lo mismo que a Hitler y lo que le sucederá, más temprano que tarde, al imperio norteamericano y a los gobiernos subordinados a esa política, como el caso de Israel y los países latinoamericanos plegados a un modelo sin futuro que preconiza hoy el auto proclamado justiciero del mundo. En la otra dirección, mucho más plausible y con el sendero despejado de intrigas y odios, el andar propiciaría un acercamiento al socialismo o, al menos, a un proceder más consecuente que el actual, que tenga en cuenta la necesidad de un humanismo que englobe a todos y se manifieste a favor de la mejoría de toda la sociedad, la colaboración y la solidaridad.
Los ideólogos del capitalismo –y no digo los del imperialismo y el sionismo, porque esos fracasaron hace tiempo y solo les quedan sus zarpazos finales y la prepotencia con que cavan su propia tumba– tendrán que agenciárselas a fondo para poder descifrar el teorema de la naturaleza, que no es otro que el de la historia. Y lo que parecen desconocer esos teóricos es, precisamente, que la naturaleza, el movimiento y la historia conforman un mismo equipo. No es posible desestimar a ninguno en contraposición con el resto, sin graves consecuencias, sin una lección relacionada con el rumbo de la humanidad.
Las ideas de los fundadores del marxismo están hoy más vigentes que nunca. En uno de sus postulados iniciales hablaron de que el socialismo no podría desarrollarse, si no bebía de lo mejor del capitalismo. Y hoy eso es comprobable en países como China. Sin el desarrollo de la ciencia y la técnica, sin la industrialización, sin un capital que propicie el desarrollo, no es posible la construcción del socialismo. Y por eso y por su naturaleza humanista, el socialismo siempre es y será perfectible. Lo que no es posible decir del capitalismo, ya que para su rediseño solo tiene dos referentes y los pasos solo pueden darse hacia el imperialismo o en un acercamiento al socialismo, que sería lo más lógico e históricamente viable para no hundirse en el pantano reservado para las sociedades que caducan, como le sucedió en el pasado al feudalismo.
No creo que sea una aberración intentar mejorar un sistema social. El asunto radica en tener los pies en el suelo y no pensar que se puede salvar lo insalvable. Debemos ser objetivos. Para mejorar el sistema capitalista, lo primero sería darle las espaldas al imperialismo, no seguir sus pautas, ayudar a la aniquilación de sus fuerzas y cortar su expansionismo.
La mayoría de los gobernantes norteamericanos han intentado arrastrar al mundo hacia el desastre. Con el ardid de la seguridad nacional, las mentiras, las amenazas, sanciones, guerras, injerencias y calumnias e intromisiones de todo tipo, lo único que buscan y han logrado hasta hoy en buena medida es subordinar a muchas de las naciones del orbe en beneficio de sus intereses hegemónicos.
No es posible pensar en un “nuevo diseño” del capitalismo, si no se tienen en cuenta los valores del socialismo. Lo que a la postre, sin atarnos a las nomenclaturas, no sería otra cosa que intentar seguir el curso de la historia y no su retrogradación, optando por un tránsito hacia una nueva sociedad.
La humanidad no es ciega. Hay un grupo de países que trabajan hoy para intentar salvar a la especie humana, otros tratan de empujarla hacia el peor abismo. Los teóricos del capitalismo están obligados a tener en cuenta esos factores, si no quieren que su nuevo diseño se convierta en poco tiempo en una copia del cangrejo, del cáncer, que hoy pone en peligro –más allá de cualquier otra pandemia– a toda la especie humana y al planeta.
La naturaleza es sabia y ha sido capaz de mostrarnos sus fuerzas de autodefensa. Y la historia de la humanidad, como consecuencia de esa misma sabiduría, también posee sus propios argumentos, y también es capaz de revelarnos el camino a seguir. Solo hay dos referentes y un simple teorema. Esperemos que los ideólogos más sensatos del capitalismo sepan descifrarlo como en su momento lo hicieron los fundadores del marxismo.
La Habana, 10 de junio de 2020.
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