«Poco después de llegar a Hinche, en Haití, me llamaron del salón de operaciones para decirme que había una paciente con un embarazo ectópico roto. Había perdido mucha sangre. La paciente era del grupo «O positivo»; nadie de la familia le podía donar pues no tenían ese tipo de sangre. Hacía falta urgente un donante pues de lo contrario la paciente moriría. En ese momento, del fondo del salón alguien dijo: “No se preocupen que yo la tengo y puedo donarla”. La voz era de Celio Romero Leiva, enfermero anestesista que se había unido a la brigada médica y que procedía de Granma, una provincia situada al oriente de Cuba», así relata la doctora Irma Martín uno de los tantos momentos conmovedores que vivió durante su misión internacionalista.
Con su historia me tropecé leyendo artículos publicados por estas semanas en Contexto Latinoamericano. Siempre me han apasionado las historias de los galenos cubanos, que ponen bien en alto el nombre de Cuba cuando exportan dos de los valores intrínsecos de la Revolución Cubana: la solidaridad y la dignidad.
Aprendimos que el primero de ellos no es dar lo que nos sobra, sino compartir lo poco que tenemos. Por eso, en afán solidario, el personal de la salud cubana ha ido a lugares recónditos a socorrer a las víctimas de un terremoto, un huracán o a combatir enfermedades mortales como el ébola.
Sobre el segundo, la dignidad, asumo que es herencia de los aborígenes cubanos que se negaron a ser colonizados, de los esclavos cimarrones que lucharon por su libertad, de los independentistas que se alzaron por vez primera el 10 de octubre, y de los jóvenes de la generaciones del 30, del centenario, de los alfabetizadores, de los artilleros en Girón…
Durante las dos primeras décadas de la Revolución Cubana la labor internacionalista de los colaboradores médicos cubanos se multiplicó. Mientras que en los primeros años apenas 400 profesionales de la salud prestaban servicios en cinco países, en 1980 estaban desplegados por 22 naciones un total de siete mil galenos.
Nuestros médicos son dignos y son, además, muy inteligentes y sacrificados. Por eso nos indigna la decisión del gobierno brasileño; aunque estábamos alertas: de Bolsonaro nada diferente se podía esperar.
En el día de ayer, Cubadebate destacaba la ironía: una ciudad como Ponta Grassa, donde el 74% de sus votantes se inclinaron por el ultraderechista, pierde ahora el 75% de sus médicos pues de los 80 que trabajaban allí, 60 eran de la Isla.
¿Cuánta soberbia gubernamental en Brasil? ¿En serio se prefiere privar de servicios médicos a miles de habitantes con tal de seguirle el juego a la doctrina Trump?
No pierde Cuba. La dignidad de los médicos cubanos sigue intacta. Regresan a la Patria con la satisfacción del deber cumplido y con la disposición de partir a cualquier lugar donde se necesite salvar una vida.
Al final, pierden los pobres, pierden los que no pueden costear servicios médicos de calidad, pierde Brasil… pero esto último no es nuevo: el gigante sudamericano viene perdiendo desde que conspiró contra Dilma, encarceló a Lula y votó por Bolsonaro.
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