Los meses finales de 2014 y durante el año 2015 fueron muy difíciles para los mercados internacionales de productos básicos. Luego de varios años ostentando elevados precios, se produjeron significativas caídas que impactaron el comercio mundial y el desempeño de numerosas economías del orbe dependientes de la exportación de recursos naturales.
Comprender los alcances de dicho proceso desde la perspectiva de los hogares resulta complejo, pues la vida se muestra contradictoria. Se dice pobre, y eso implica tener que destinar la mayor parte del escaso presupuesto a la alimentación. Para los pobres, cuando suben los precios de los alimentos hay escasez y hambre; cuando bajan, fiesta.
Pero en América Latina no hay escapatoria. Bajos precios para los alimentos y los combustibles implican menos ingresos por exportaciones, escasez de divisas y contracción de la actividad económica. Precios altos, expansión del negocio, incremento de la tasa de ganancia. En ese momento, de la copa del capital se derraman sorbos de vida que las masas necesitadas, muchas veces analfabetas, beben para subsistir, y en ese ciclo, tantas veces repetido, se derrocha la vida de muchos como tributo a la lógica de un sistema global que desde hace años colocó a este pedazo de tierra nuestra como peón, en su gran juego mundial de ajedrez.
Solo desde este ángulo es posible comprender las razones que sustentan la nueva oleada de crisis que ha llegado a América Latina. Las cifras que describen la magnitud de los impactos hablan por sí solas. Comienzan a crecer los pobres, que ya se elevaron a 175 millones de personas, y la indigencia arrastra a 75 millones.(1) En 2017 se contraerán las exportaciones un 5% y el producto interno bruto regional caerá casi en un punto porcentual. Los efectos más fuertes de la desaceleración se experimentarán en Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela.(2) Habrá más necesitados sobre esta tierra que tiene tanto para dar.
Y es que aún bajo los efectos de más de una década de gobiernos con una perspectiva diferente sobre el papel del mercado y del Estado; luego de haber acumulado casi 825 mil millones de dólares en reservas internacionales; después de haber reducido el pesado fardo de la deuda externa al 33% del producto regional, se sigue haciendo la misma economía de siempre.3 Una economía que sigue el mismo patrón tecnológico que en los tiempos de nuestros abuelos, de sus abuelos y de mucho antes.
El resto del mundo se ceba en nuestra tozudez productiva: mientras más básicos sean los productos que se exportan, mejor. Así es posible extraer una cuota mayor de la riqueza regional cuando el cobre, el níquel, o el litio regresan incorporados en sofisticados equipos tecnológicos.
Vuelve el testarudo de Raúl Prebish, uno de los más influyentes economistas latinoamericanos de todos los tiempos, para decirnos que la especialización en recursos naturales implica la tendencia al deterioro en los términos de intercambio. Y sigue teniendo razón: luego de algunos años de intenso crecimiento, desde 2011 regresó la tendencia secular, determinada por la caída en el precio de las exportaciones, por lo que hoy en día se debe vender más minerales, comida y petróleo para seguir importando lo mismo de siempre.
Mientras se hoyan los suelos, la degradación del medio ambiente va acompañada del agotamiento acelerado de los recursos naturales. Para la Plata, por ejemplo, de mantenerse los niveles de extracción y de consumo actuales, las reservas latinoamericanas permitirían sostener la extracción solo por algo más de veinte años.(4)
No obstante, para algunos alumnos aventajados del capitalismo también se abren otras oportunidades menos tradicionales y más coherentes con las exigencias de la época de la alta globalización. A estos, les resulta posible integrarse en Cadenas Globales de Valor, produciendo bienes o servicios para una empresa transnacional.
Estos son los que reciben tecnología moderna, puesto que la competitividad de la firma depende de la competitividad a todo lo largo de la línea de producción. Estos son los que manufacturan productos que luego se acoplarán a miles de kilómetros, o ensamblan partes y piezas sin mayor complejidad. Estos son los que resultan abandonados por las casas matrices con las que negociaron durante años cuando se abren nuevas oportunidades de negocio en otros países, o la fuerza de trabajo ya no es lo suficientemente barata. Y son los que no han podido hasta la fecha desarrollar capacidades para la generación de conocimientos científicos y tecnológicos capaces de garantizar un crecimiento del valor que aportan los esquemas de producción global y deben resignarse a los eslabones más bajos de la cadena alimenticia.
Porque América Latina, aun cuando sea fácil generar un consenso sobre el papel del conocimiento en el desarro- llo, desperdicia el potencial que su diversidad de intelectos le provee: con el 8% de la población del mundo. La UNESCO hace poco reveló que apenas dispone del 3.6% de los científicos y realiza el 3.4% del total mundial de las inversiones en ciencia y tecnología.(5)
No es de extrañar entonces que la tasa de dependencia tecnológica —medida como la relación entre las patentes solicitadas por residentes entre las patentes solicitadas por no residentes— haya ido creciendo en las últimas décadas y hoy, por cada invención registrada por un residente latinoamericano se produzcan cinco registros por residentes externos. Sobre este resultado influye el hecho de que las patentes latinoamericanas por cada millón de habitantes se han mantenido prácticamente sin incrementos desde los años noventa del siglo pasado.(6)
En consecuencia, las brechas con las economías dinámicas se abren, en vez de cerrarse. Todo confluye en un círculo vicioso que nos atrapa en la «trampa del ingreso medio», donde no se posee suficiente tecnología como para competir con los países que marchan al frente del desarrollo tecnológico, pero tampoco los salarios son lo suficientemente bajos para hacerlo frente a los países que disponen de fuerza de trabajo aún más barata.
Para que se tenga un punto de comparación en términos de comercio e inversión, debe recordarse que en el último informe cepalino sobre el estado de la ciencia, la tecnología y la innovación se planteaba que la región, aunque recibe cerca del 14% de los flujos mundiales de IED, logra canalizar una cifra inferior al 4% de las inversiones transnacionales en investigación y desarrollo.(7)
Por su parte, los datos del Banco Mundial, refieren que durante 2012 (último año disponible) las exportaciones de alta tecnología de Malasia, un país con aproximadamente veinte veces menos población, lograron superar el total de las exportaciones de América Latina y el Caribe en este rubro.(8)
La «receta» frente a tales problemas, como vía para dinamizar el crecimiento y hacer crecer el ingreso, sería incrementar la tasa de inversión, para desatar un círculo virtuoso de retroalimentación entre estas variables. Pero quienes repiten esta idea, muchas veces olvidan que ni siquiera en la etapa de expansión económica que sucedió a la recesión de 2009 pudo elevarse la inversión regional, estimada en una cifra cercana a la quinta parte del PIB, aunque un país como China tenga acostumbrado al mundo a niveles que superan el doble de ese resultado.
Se comprenderá entonces que la nueva crisis, aunque parezca importada y se revele como un proceso determinado por la coyuntura, tiene profundas raíces estructurales. Su solución no puede ser concebida aplicando paños tibios o desde posiciones cortoplacistas.
Para los latinoamericanos, enfrentarla implica compartir un proyecto de cambio económico y social, donde se fomente la construcción de una economía nueva, distinta, y concertada desde la integración regional. Donde se reduzca la desigualdad y se respete el medio ambiente, ofreciendo mayores oportunidades para el bienestar de los seres humanos, en un espacio que privilegie el conocimiento y la innovación como fuentes generadoras de riqueza.
Y ese no parece el sendero que de momento seguirán varios países, como Argentina o Brasil, en los cuales de una forma u otra ha comenzado el reimpulso a la agenda neoliberal, aún en medio de un proceso casi generalizado de ajustes en los presupuestos fiscales provocado por la disminución de los ingresos y la caída en el valor de las monedas latinoamericanas con relación al dólar.
Por lo pronto, se espera que la situación mejore un poco durante 2017. La CEPAL plantea que este año el crecimiento económico de América Latina y el Caribe será del 1.7% (9), lo que puede estar impulsado por una mejoría en los precios para los productos básicos y el aumento de la demanda externa. A dicha proyección se debe incorporar una alta cuota de incertidumbre, principalmente por la ambigüedad con que se ha planteado la política del actual presidente de Estados Unidos hacia América Latina y por las amenazas lanzadas durante su campaña electoral contra varios países de la región, especialmente México.
La V Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en enero de 2017 en República Dominicana, fue el foro idóneo para discutir sobre estos temas.
Porque en América Latina la batalla contra la crisis está aún por librar, no con armas, sino en la producción de bienes y servicios.
Notas
1 CEPAL: Datos para 2015, extraídos del Panorama Social de América Latina, 2015.
2 CEPAL: Actualización de proyecciones de crecimiento de América Latina y el Caribe en 2016 y 2017, 2016.
3 CEPAL: Datos extraídos del Balance Preliminar sobre las economías latinoamericanas y del Caribe, 2015.
4 Este argumento puede ser ampliado en el trabajo ANDRÉS: «Integración y recursos naturales en América Latina», Temas de Economía Mundial, IV Edición Especial, 2013.
5 UNESCO: Science Report, 2015.
6 Esta información puede ser ampliada en www.ricyt.org
7 CEPAL: Ciencia, tecnología e innovación en la era digital. La situación de América Latina, 2016.
8 Datos del Banco Mundial, 2016.
9 CEPAL: Actualización de proyecciones de crecimiento de América Latina y el Caribe en 2016 y 2017, 2016.
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