El reciente anuncio del gobierno estadounidense de limitar los vuelos chárter a Cuba, constituye una medida más dentro de la escalada confrontacional contra la Isla que fue argumentada bajo pretextos políticos que no encuentran respaldo en amplios sectores de la sociedad estadounidense. Esta última muestra de irracionalidad política, constituye un daño significativo a los vínculos entre ambos pueblos y, en especial, a los lazos familiares y personales que se han construido desde hace muchos años a ambos lados del estrecho de la Florida.
A pesar del impacto negativo de estas acciones inspiradas en fuertes motivaciones políticas, electorales e ideológicas, la necesidad de convivir entre Cuba y Estados Unidos constituye un hecho objetivo que ningún gobierno estadounidense tiene la capacidad de eliminar. Por lo tanto, la política de Trump puede obstaculizar y ha dañado considerablemente los vínculos de diversa índole entre ambos pueblos y gobiernos, pero le es imposible hacerlos desaparecer.
En ese sentido, existen al menos cinco factores que explican por qué es imprescindible la convivencia entre ambas naciones: proximidad geográfica con una extensa y estratégica frontera marítima común (factor geopolítico), larga y compleja historia compartida desde hace más de dos siglos (factor histórico), profundos vínculos socioculturales en todas sus dimensiones (factor sociocultural), fuertes lazos familiares entre los cubanos de ambos lados (factor familiar) y amenazas compartidas a la seguridad de ambos países (factor seguridad nacional).
Teniendo en cuenta estos elementos, podría concluirse que tenemos que convivir nos guste o no, nuestra convivencia no depende de una elección es un proceso objetivo más allá de la voluntad política, tenemos múltiples intereses mutuos que son necesidades de ambos pueblos que se satisfacen con la promoción y construcción de vínculos que son sólidos y perdurables. Las expresiones más representativas están en los lazos de índole familiar, cultural, económico, académico, científico, medioambiental, deportivo y en materia de seguridad.
Estos intereses se manifiestan con diferentes niveles de intensidad, pero en cualquier caso existen amplios sectores en Estados Unidos que promueven y defienden la necesidad de potenciar las relaciones y construir una convivencia civilizada que se enfoque en aquellas áreas que nos unen y en las que están identificadas potencialidades para el beneficio común, e incluso, para la región y la comunidad internacional. Al analizar integralmente la política de Trump hacia Cuba, podría plantearse que los representantes de estos sectores han contribuido puntualmente en obstaculizar un mayor deterioro de los vínculos bilaterales.
En ese sentido, la convivencia entre ambas naciones funciona en dos niveles fundamentales: a nivel social en el que se concreta la interacción entre ambos pueblos y donde se concentran la mayoría de los intereses, y a nivel gubernamental en el que se manifiestan las relaciones gobierno-gobierno. El primer nivel es el más intenso y productivo donde tienen su expresión por un lado los vínculos familiares y sus expresiones migratorias, económicas, ideológicas y simbólicas con impacto en la comunidad cubanoamericana y en la sociedad cubana. Por otro lado, se expresan las motivaciones de los ciudadanos estadounidenses que se interesan por conocer los aspectos históricos, culturales, sociales y la cotidianidad de la nación cubana.
En este contexto, la política gubernamental desempeña un rol importante en la promoción o no de estos vínculos y es precisamente ahí donde puede marcar la diferencia la voluntad del gobierno estadounidense. En el caso de Trump, ha decidido empeñarse en retomar el modelo de convivencia confrontacional al emplear su capacidad política para obstaculizar la necesidad natural e histórica de ambos pueblos por relacionarse de manera civilizada y constructiva. En la lógica trumpista de afectar los viajes de estadounidenses, está implícito un cálculo político que evidencia los temores a que esos viajeros se conviertan en los principales promotores de la necesidad de cambiar la política hacia Cuba al constatar de primera mano su profundo carácter irracional.
Teniendo en cuenta estos elementos, el debate más fructífero estaría dado en evaluar las posibilidades que existen de avanzar o transitar hacia una convivencia civilizada y cuáles serían sus pilares fundamentales. Al respecto y como parte de una aproximación inicial habría que partir del marco general de la convivencia entre ambos países que le denominaríamos el «contexto de la vecindad» que está caracterizado por los siguientes elementos: conflicto histórico, profundas diferencias políticas, acentuadas asimetrías, desconfianza mutua y volatilidad de los vínculos políticos. Por lo tanto, cualquier convivencia entre Cuba y Estados Unidos será necesariamente compleja, difícil, tensa y problemática.
En la actualidad con la política de Trump, se han acentuado significativamente los aspectos más hostiles de las relaciones, lo que sugiere hacia el corto plazo que es muy difícil que se configuren las condiciones necesarias para un tránsito hacia una convivencia diferente. En esencia, con Trump no se establecería ningún modelo de relaciones que excluya la confrontación y la agresividad. No obstante, los intereses mutuos se mantienen latentes y los vínculos entre ambos pueblos aunque dañados siguen concretándose, lo que contribuye a que se acumulen reservas a nivel social que estarán en condiciones de resistirse a un mayor deterioro de las relaciones.
El tránsito hacia una convivencia civilizada constituye un proceso que va a ocurrir por necesidad histórica y basado en los profundos cambios que están suscitándose en la sociedad estadounidense desde el punto de vista económico, político, ideológico y social que tendrán su expresión no solo en el debate sobre la política hacia Cuba sino en el propio contenido de esa política. Las fuerzas y sectores que apoyaron y defendieron los pasos adoptados por la Administración Obama hacia la Isla todavía existen, aunque poco activos y silenciadas por la profundad hostilidad de Trump, constituyen actores que en el mediano plazo estarán en condiciones de desempeñar un rol importante en un eventual proceso de cambios.
No obstante, lo esencial en un modelo de convivencia civilizada entre Cuba y Estados Unidos son los pilares en los que estaría sustentada que en términos generales estarían vinculados a: reconocimiento de la legitimidad del gobierno cubano, no se imponen condicionamientos ni se exigen concesiones, diálogo en condiciones de igualdad, reciprocidad y respeto mutuo, preeminencia de los intereses nacionales, voluntad para conversar sobre las diferencias y disposición de avanzar hacia la normalización de las relaciones. En estos fundamentos se inspiraron los 24 meses del denominado deshielo entre Cuba y Estados Unidos durante la Administración Obama.
Por parte del gobierno cubano siempre ha estado la voluntad invariable de avanzar y construir este tipo de convivencia. Las interrogantes, dudas y vacilaciones siempre han estado en la parte estadounidense. Independientemente de las circunstancias actuales y a pesar del daño que ha infringido la política de Trump, el futuro de las relaciones entre ambas naciones está abocado a los vínculos constructivos y la promoción de los intereses mutuos.
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