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La Bolivia de Evo hasta 2025

22 ago. 2019
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Más de 13 años consecutivos en el gobierno y con una estabilidad asombrosa que no significa que haya estado exento de coyunturas adversas; a las puertas de un escrutinio popular que muy probablemente lo ratifique como Jefe de Estado; y responsable de haberle borrado a Bolivia el apelativo de «país más pobre de Suramérica» —a nivel regional prácticamente a la altura de Haití—, son apenas enunciados principales de lo que muchos llaman «el milagro boliviano» para no reconocer la gestión bien diseñada y aplicada de un presidente que, ante todo, es líder entre los suyos.

El «milagro» tiene nombre y es Evo Morales Ayma, el indígena al que los centros de poder regional subestimaron. Primero, se confiaron en que jamás triunfaría por la vía electoral, en un país donde la política y sus mecanismos de selección eran tan caóticos —a exprofeso— como en el resto del área, cambio de presidente como de ropa íntima en cortos períodos de tiempo, para garantizar un personaje subyugado a intereses extranjeros y sacar provecho de las crisis de gobernabilidad. Un país en el que se intentaba a toda costa imponer por doquier la imagen del hombre blanco, occidental, aunque la mayoría de su población fuese indígena de una pluralidad y colorido envidiables culturalmente.

Después, le pronosticaron corta vida. Enfocaron las estrategias y energías en los gobernantes en apariencia más fuertes con el propósito de un efecto dominó. Es así que Hugo Chávez se convirtió en el blanco para que, con su caída, arrastrase al resto de los que había animado en su emprendida progresista. Particularmente a Evo lo concebían como una marioneta del estadista venezolano. Sin embargo, Chávez no está, su sucesor esquiva multiplicidad de ataques, otras experiencias del socialismo del siglo XXI se desmoronan, y Morales sobrevive a la tormenta.

Lo más sorprendente de todo es que, mientras el resto de los proyectos recibe críticas, al boliviano no pueden tildarlo de inviable en lo absoluto. Son un hecho sus logros, y no solo en el ámbito social, al que han terminado reducidas otras experiencias, también en el económico partiendo de que Bolivia tiene recursos naturales importantes en el pasado expoliados y ahora bien administrados por manos propias. En poco tiempo, aumentaron las reservas de divisas y la inversión pública; se elevó el estándar de vida de los bolivianos y se acortaron las brechas sociales. No hay inflación ni escaseces, ha aumentado el consumo y existe una percepción mayoritaria de progreso y bienestar.

¿Cuáles han sido las claves del éxito? ¿Qué ha hecho distinto el primer presidente indígena? Sus primeros pasos fueron muy similares a la Venezuela chavista, a la Nicaragua de Ortega, al Ecuador de Correa o a la Argentina de los Kirchner: los servicios y recursos importantes en manos del Estado, invertir la ecuación de los dividendos del gas —su gallina de los huevos de oro— a favor de los intereses nacionales. Pero después adoptó una actitud dialogante y conciliadora frente a cada expresión de descontento u oposición popular, que no han sido pocas. No ha habido un solo paro sindical, caminata de protesta, o reclamo indígena que no haya terminado en una mesa de negociación bien sea con autoridades locales o en el mismo Palacio Quemado. Ha sabido explotar el contacto con la gente y lo más importante, se ha rodeado de un equipo de trabajo eficiente y leal, esta última una cualidad en extinción si de poder y dinero se trata.

No puede hablarse de Evo Morales sin mencionar a su segundo al mando, Álvaro García Linera. Dicen que es el cerebro gubernamental, lo cierto es que se trata de una dupla totalmente funcional en el que uno complementa los vacíos del otro. Es la verdadera fórmula presidencial que en otros estados es pura nomenclatura. García Linera ha acompañado a Evo en cada una de sus postulaciones y lo hará una vez más en los comicios del 20 de octubre. Juntos han cumplido las promesas de campaña desde la siempre postergada reducción de la pobreza hasta la concepción de un país donde todos se vean representados desde su nombre: Estado Plurinacional de Bolivia. Han puesto de manifiesto aquello de que no es un solo hombre, sino un proyecto el que ha obrado el «milagro».

Otro de los aciertos ha estado en la política exterior, discreta pero certera. Podría definirse como un gobierno que se centra en los asuntos internos, pero no descuida su presencia en foros internacionales y sabe congeniar con todos sin dejar de tomar partido en el momento de definir bandos. El de Morales-Linera ha sido un gobierno de izquierda, marcadamente antiestadounidense, aliado incondicional del progresismo regional pero con relaciones comerciales y de respeto con todo el universo político. De ahí que sean invitados a aquellos actos o investiduras donde se les niega la entrada a otros de su misma convicción política. Difícil de lograr tal armonía, sobre todo cuando al jefe de estado indígena no le tiembla la voz para emitir juicios bravos, la mayoría contra el poder hegemónico y el capitalismo como sistema, sin embargo, habla cuando es preciso y donde es pertinente, sin hacer de ello carrera política. Las verdades en la cara y solo cuando deban ser dichas.

Y aunque su propósito es gobernar para todos, la élite económica boliviana y los partidos de derecha ven en Evo al indio, sin corbata ni portafolio, sin estudios ni verbo refinado, que los represente en su afán de ser minoría poderosa. Ellos ayudan a los detractores foráneos a armar un expediente de satanización donde por el momento solo han podido acusarlo de «entronizarse en el poder». Olvidan los índices de aprobación con los que ha salido electo tres veces atrás y después de una década, sigue siendo el favorito en los sondeos. Es cierto que los números no son los de antes, lo que hace que peligre la victoria en primera vuelta, y preocupe el balotaje por una eventual alianza de los candidatos antioficialistas, teniendo en cuenta que se presentan otros 8 binomios. A su favor sigue teniendo una oposición fragmentada y el desprestigio de sus contrincantes.

En los dos meses que restan antes de la elección puede surgir cualquier tropiezo para intentar debilitar la candidatura de Morales, sobre la que ahora los enemigos juegan a presentar una imagen de desgaste. No olvidemos que en el pasado le construyeron una novela de desamor e hijo abandonado para sacarlo de contienda. Nadie sabe qué nuevo capítulo podría salir a la luz.

Más allá de las fronteras andinas, el destino de Bolivia se decide a la par del argentino, ambos con posibilidades de continuar o volver al progresismo, según el caso. Un octubre preocupante para quienes prefieren respirar aires neoliberales.

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