Es, como ella misma se definiría vía chat —y sin imaginar que lo usaríamos en su contra—, «un caso social», lo cual se traduce en ser una finalista empedernida, con muy mala memoria, lenta al escribir y, para colmo, ahora anda con los pensamientos en «diez cosas», entre ellas el amor.
Esto es todo «lo negativo» que pudimos encontrar sobre Katia Siberia García, la muchacha que les «ha cogido la baja» a los lectores, a los problemas de Ciego de Ávila y a cuanto premio de periodismo anuncien en el país. «Si participa la Siberiana —dicen en broma muchos de sus colegas— ya mejor ni mandar. Ella se los lleva todos». Habrá quien lo tire a chiste, pero no por eso deja de ser una verdadera leyenda esta espirituana que ronda los cuarenta años y que, solo en 2019, ganó cuatro premios en el Concurso Nacional de Periodismo 26 de Julio (tres en prensa escrita y uno en periodismo digital). Si colgara cada uno de sus diplomas, ya tendría una buena sala de exposiciones en su casa, pues ha sido merecedora del Juan Gualberto Gómez, del Primero de Mayo, del Nacional de Periodismo Científico, del de Periodismo Económico… y así, podríamos mencionar otros, pero este no es su currículum vitae.
Muchos pudieran señalarla como hipercrítica, conflictiva, obstinada hasta el fastidio, «mujercita para ver los errores», y una sarta de horrores que imaginamos deban haber proferido quienes han sido víctimas de, al menos, algún fuerte análisis tras uno de sus sonados reportajes de investigación publicados en el periódico Invasor, de Ciego de Ávila; pero la verdadera Katia, más allá de la letra impresa, es intensa, divertida, batalladora y una de las mujeres más sinceras, valientes y lúcidas con que cuenta esta generación de periodistas jóvenes.
Te presentas en Twitter como utópica e inconforme. ¿De dónde te nace la utopía y cuáles son las mayores inconformidades que tienes como periodista?
La utopía nace por necesidad, y si no me hubiera nacido, le hubiera hecho cesárea, pero la tuviera conmigo porque no me concibo conforme con el presente, si creo que puede mejorarse y dar paso a un futuro superior. A veces creerlo me salva; y otras veces me salva hacerlo.
Aunque hay una cuerda muy fina entre creerlo y hacerlo que, en ocasiones, me ata y ahoga. Porque sé que, aun siendo muy utópica e inconforme, hay cosas que no puedo cambiar y sigo empujando, y me digo que las retiradas a tiempo son victorias o que hay batallas que se ganan por no pelearlas, pero casi siempre me traiciona el impulso y la fuerza de creer que sí es posible. De alguna manera la utopía también nace de mi inconformidad.
Por eso soy inconforme de pensamiento y de acción; algo que podría explicar, quizás, la tendencia a un periodismo crítico. E incluso, cuando es muy evidente que tal denuncia no transformará o resolverá el problema y será hasta ignorada por los responsables, no renuncio y escribo. Quedo en paz conmigo misma porque sigo escribiendo para mí, en primer lugar. Por más que la academia y el periodismo nos formen para decirles a otros, a mí me cuesta mucho no ser mi primera lectora.
Si no pasa mi filtro, no entrego; o postergo la entrega todo lo que pueda, mientras los cambios en el texto o la búsqueda de nuevos datos van convenciéndome. Las presiones en ese sentido una vez me llevaron a querer firmar con otro nombre, a querer tener un seudónimo que jamás usé. No quería el Katia Siberia para ciertos textos. En varias ocasiones renuncié a hacer cambios que me impusieron (con toda la autoridad que tienen los editores y directores). Y, con toda la autoridad que tiene el periodista, dije que no y no accedí a que se publicara. Eso, obviamente, trajo un clima de incomodidad, pero la verdad está por encima de la complacencia y la «feliz convivencia» en una redacción. Sé que es desgastante enfrentarse, por un lado, a las fuentes y, por otro, a los editores o a quienes trazan la política editorial, pero hay textos y verdades que lo merecen. Y hay, sobre todo, mucha gente que lo espera… y no merece menos.
Por ahí también podría explicar las inconformidades que tengo con el ejercicio del periodismo en Cuba. Noto demasiada conformidad y comodidad. No sé si las causas apuntan a que evitan la tirantez con un directivo que luego han de seguir entrevistando; a no defender un punto de vista contrario al jefe del informativo, que seguirá siendo su jefe; o si, sencillamente, lo hacen por acabar rápido y producir mucho, porque mucho, en no pocos lugares, significa máxima evaluación y estimulación. Pero ninguna de esas tres causas posibles apunta al rol del periodista. Quienes actúan así tienen título, pero no profesión.
Tampoco descarto que la «conformidad» de algunos provenga del desgaste, del haberse cansado de querer contar una realidad incómoda que no les fue permitida. Sin embargo, creo que, si fue posible «moldearlos», militan tristemente en el bando de quienes ni siquiera lo intentan. Y el lector no es capaz de diferenciarlos.
Nos sigue faltando algo tan evidente como contrastar una fuente o triangular la información. Eso pasa no solo en el reportaje, sucede hasta en la información donde solo citamos una fuente y nos hacemos eco de su único criterio, creyendo que, por ser oficial, ya es confiable y es suficiente.
Podría aludir también a los textos pobres en vocabulario o a la manía de regalar adjetivos para «escribir bonito» o a cómo hiperbolizamos lo normal o creemos que la noticia es el cumplimiento de un plan o el recorrido de un ministro que por enésima vez nos llama (y es citado) a redoblar esfuerzos, elevar la eficiencia..., pero creo que el más grave de todos ya lo apuntaba al inicio: es la conformidad, la aceptación tácita de la realidad que nos cuentan. Es la falta de investigación que llega a ser, incluso, falta de periodismo.
«No podemos estar hablando de una cosa si lo que interesa es otra», aseguraste en el Seminario de Periodismo Económico, del Instituto José Martí, en 2016. Pero sabemos que casi nunca es tan sencillo. ¿Cuál es tu «arma secreta» para sacarles a las fuentes lo que se resisten a contar?
No es secreta; muy por el contrario, es archiconocida y es «la ley primera» del periodista: autopreparación. Cuando me siento con una fuente, pueden suceder dos cosas. La primera, que esté iniciando el trabajo reporteril y la fuente me permita descubrir zonas que debo trabajar, y se crea «protagónica y confiada», al pensar que por estar iniciando mi trabajo «estoy en pañales» (cosa que casi nunca sucede porque lo menos que hago es revisar qué se ha dicho sobre ese tema en la prensa del país, ya no solo en la local).
Ante esa realidad, las preguntas ingenuas ayudan y el orden importa muchísimo porque una vez que la fuente se percate de que tú sí sabes, comenzará a medirse, a calcular, a acomodar palabras, y es ahí cuando debes ser incisiva y hurgar en sus respuestas, contextualizarlas y ponerlas en duda, a partir del conocimiento que debes tener (aun iniciando tu trabajo).
Lo segundo que puede suceder es que, al llevar varios días tras el tema, te sientes frente a tu fuente evasiva para polemizar sobre datos y declaraciones que ya tienes. Casi nunca se trata de una entrevista, sino de una conversación. No vas tan desarmada ni ofreces todo lo que tienes, a menos que te interese escuchar su versión de esa parte. Ahí nota tu preparación y suele respetarte, se ve obligada a profundizar o, como mínimo, a revelarte qué otras fuentes podrían brindarte la información que ella no tiene (o no se atreve a dar). Como quiera, sacas provecho.
Paralelo a esas dos situaciones, existe algo insoslayable frente a una fuente que se resiste o pretende ocultar información: la insistencia. No me canso, puedo reformular una pregunta diez veces, pero nunca acepto las respuestas evasivas; y cuando son irremediables, las uso. Porque lo que no declara, dice mucho también. Ese vacío te da nuevas pistas y puede replantearte hasta tu hipótesis inicial.
¿Cómo te las ingenias cuando debes acudir a una fuente a la cual has criticado duramente?
Siendo profesional. Los reportajes de investigación, por ejemplo, tienen mi opinión, pero esa opinión se sostiene con datos y declaraciones que aparecen citadas y otras que no siempre uso, aunque están en mi agenda o grabadas. Son pruebas que reservo por si hicieran falta.
De modo que debe entender, o le hago entender, que no se enfrenta a la periodista, sino a verdades expuestas además por otras fuentes. Incluso puedo llegar a proponerle continuar abordando el tema, si considera que lo publicado falsea la realidad o deja de abordar aspectos medulares. Pudiera parecer muy irónica tal propuesta porque casi ninguna fuente accede a ella; sin embargo, al calor del debate han surgido nuevos temas que, de alguna manera, tienen su origen en el anterior.
Cuando el texto está bien hilvanado y nada ha sido colocado a la ligera, no le queda otro remedio que respetar la investigación y acceder a ser parte de la próxima. El precedente de un trabajo profundo la compromete, incluso, a ser prolífica en su nueva información. Pienso que, paradójicamente, la crítica me ha acercado a las fuentes.
En el artículo «Periodismo con fobias», de 2009, dijiste —refiriéndote a las fuentes que niegan información—: «creen que la prensa revolucionaria no posee suficiente inteligencia y no puede asumir responsablemente lo publicado». ¿Cuánto se ha transformado, poco más de diez años después, la actitud de las fuentes hacia el ejercicio de la prensa?
Creo que hemos retrocedido, aun cuando una política de comunicación (muy secreta en su momento y muy poco difundida hoy) intenta regular cómo deben ser las relaciones entre las fuentes y los medios. Cuando escribí aquel artículo en Granma, el detonante fueron unas fotos en un almacén de ETECSA que no pudieron hacerse porque ni siquiera el director de esa entidad —alegaban— tenía autorización para permitir el acceso a la prensa.
Ahora ya no solo puedes encontrarte con actitudes similares en un hotel o un establecimiento de Tiendas Caribe o CIMEX —dos sectores (Turismo y FAR) a los que se les permite que violen la Resolución del Buró Político donde se deja claro que, salvo el secreto militar y estatal, nadie tiene derecho a negarnos información— sino que, además de tener que solicitar permisos con días de antelación, te encuentras con directivos muy preocupados por la repercusión del trabajo en Internet y sus redes sociales. Preocupados más por la repercusión que por la solución del problema; por si desembocará en reuniones de análisis o tendrán la suerte de que el «escándalo» pase rápido, como página de periódico.
Encima de ello —y sin dejar de ser cierto que lo minúsculo se convierte en noticia para medios de comunicación que mantienen una agenda hostil hacia la Revolución— las repercusiones fuera de los medios oficiales derivan, a su vez, en temas a tratar por la prensa nacional para desmentir el rumor o frenar la tergiversación o las fake news. De alguna manera esos medios terminan influyendo en la construcción de la agenda nacional y quedamos dentro de una guerra mediática donde a «los oficialistas» les toca la defensa y a los «independientes», el ataque.
Tal escenario nos deja a las puertas de directivos más temerosos aún de dar información «sensible» por el uso (y abuso) que pueda tener. Ante esa complejidad, la Ley de Prensa se hace más perentoria. No obstante, la existencia de una Ley no da por sentado su estricto cumplimiento ni tendrá en todo el gremio a defensores dispuestos a exigir que la acaten.
Por cierto, ¿qué opinas de la llamada «prensa independiente» en Cuba, tan «orientada» al ejercicio de la crítica?
Creo que si hoy esa prensa independiente está orientada al ejercicio de la crítica es, en parte, porque a nuestra agenda oficial le ha faltado esa visión y hemos sido durante años una prensa, fundamentalmente, dócil; que puede elogiar con mucha facilidad, pero no critica con igual frecuencia ni profundidad. Y no creo que se trate tampoco de aplicar la manida frase «una de cal y otra de arena», porque la realidad tiene muchos matices, pero los textos no son reglas matemáticas donde deben medirse las proporciones de blancos y de negros, buscando el equilibrio, o el gris. Y porque, además, la objetividad del periodista (tan cuestionada en todas las prensas del mundo) influye en la escala de colores que uno sea capaz de encontrar y (d) escribir.
En esa «prensa independiente» existen excelentes periodistas y otros cuyos textos son una vergüenza a la profesión. Lo mismo sucede en nuestros medios oficiales. No obstante, si bien creo que ciertos «medios independientes» tienen muy clara su dependencia foránea (y mal intencionada), tampoco podría dar por sentado que quienes pagan imponen siempre la agenda mediática, porque no tendría cómo explicar que Enrique Ojito defienda un periodismo tan agudo y polémico desde un Órgano del Partido, que paga por investigaciones que critican la implementación de la propia política del Partido. Es la ética del periodista la que está en juego cuando este se pliega a cualquier interés que diste de la búsqueda de la verdad. Más que de tipo de prensa, deberíamos hablar de tipo de personas.
¿Cómo te analizas, te reinventas y te defines tú como profesional? ¿Te exiges más de lo que vemos reflejado en tus textos?
Ya dejé de analizarme. Lo hacía mucho al graduarme y chocar con rutinas que contradecían la academia, pero reinventarme es algo que sigo tratando de hacer. Pienso que no lo he logrado del todo, mientras releo un texto de 2015 y lo comparo con alguno de 2020. Me sigo pareciendo mucho, y no sé si eso esté bien o mal. Creo que la evolución me la he planteado más en temas y en lecturas que ayudan a perfeccionar lo que me apasiona: el periodismo de investigación.
Me resulta muy, muy difícil definirme porque tengo esa apariencia de medio loca y despistada y, al mismo tiempo, puedo ser exquisita en un párrafo hasta que me suene musical y la coma esté invariablemente donde tiene que estar. Puedo olvidar qué día es hoy y rememorar una entrevista de personalidad sin necesidad de escuchar el audio. Tengo sagacidad para los detalles, soy muy observadora y muy lenta escribiendo. Suelo desechar las primeras ideas al escribir, desconfío de las oraciones que me aparecen rápido. Me desconcentro con facilidad.
Cuando me preguntan, digo todo lo que pienso, y esa sinceridad no siempre es comprendida, pero me hace libre y feliz. Y no, no me exijo más de lo que ven en los textos porque tengo una vida intensa fuera del periodismo, que también merece tiempo. Muchas veces termino un reportaje con ganas de no mirar mi PC en 15 días.
¿Te sientes arropada, respaldada en Invasor?
En Invasor no solo me siento respaldada, sino alentada a hacer mejores trabajos y con mayor frecuencia. Si dependiera de mi director, todas las semanas estuviera «envuelta» en una polémica o tema de interés social. He tenido la suerte, además, de que muchos de los temas propuestos parten de mi interés, y la construcción de la agenda es colegiada.
Si a eso le sumas que para trabajos de mayor profundidad (tanto Sayli Sosa como yo, que formamos parte del equipo de investigación creado con esos fines) contamos con el tiempo y el espacio, los reportajes no pueden ser ejercicios superficiales donde con cuatro fuentes, una entrada y par de conclusiones, se aborde un tema.
Tener 15 días o un mes para investigar, y las páginas centrales del periódico disponibles, me permite pulir esos textos, y aunque no solo me dedico a ese tipo de trabajos, debo decir que hemos sido privilegiadas y muchas veces no participamos en coberturas diarias para garantizar la salida y la calidad de los reportajes. Es una estrategia que nos respalda muchísimo y prepondera el periodismo de investigación. Ahora mismo no conozco un medio provincial o nacional que se permita ese lujo.
¿Vale la pena emplearse a fondo en las investigaciones periodísticas, con análisis estadísticos, enfrentándote y enfrentando a las fuentes?
Para mí sí vale la pena, y vale muchísimo, porque no podría vivir de espaldas a una realidad que necesita ese enfrentamiento. No podría estar haciendo notas únicamente que, por norma, se quedan en la epidermis del asunto. No me sentiría útil.
Podría parecer desgastante y muchas veces lo es. En ocasiones tengo la impresión de que los análisis que se hacen, luego del trabajo, merodean sin ir a su esencia, pero no puedo incidir a esos niveles ni practico un periodismo de soluciones. Ojalá algún día pudiera lograrlo; en todo caso la función del periodismo no es esa. A mí me toca denunciar y hacerlo con argumentos sólidos.
Y la denuncia no es poca cosa, cuesta armar el rompecabezas porque descubres contradicciones que te dificultan el hilo conductor o ponen en tela de juicio políticas que rara vez son cuestionadas en la prensa. Quizás por eso algunos directivos no reaccionen de la mejor manera, aunque debo decir que no siempre participo en esos debates posreportaje. El director de Invasor, al ser responsable de lo que el medio publica, asume esos encuentros. Solo asisto cuando lo considera necesario.
Y sí, han sido encuentros muy tristes, que me han decepcionado porque veo la búsqueda de culpables por lo que se dice, y no por lo que se hace. Han intentado desde demandas que nunca tuvieron lugar, cartas de generales pidiendo revisión de datos o comisiones de ministerios revisando procedimientos implementados, casualmente por ellos mismos. Ha habido criterios injuriosos sobre mi periodismo, pero a mí me impulsan los que lo consideran honesto y revolucionario. Y me satisface mucho que los lectores lo aprecien y que no pocas autoridades de la provincia lo respeten y lo elogien.
¿Siempre has escrito lo que piensas o has tenido, incluso, que hacer más concesiones de las que hubieras querido?
Cada vez más hago menos concesiones. El rejuego de palabras es fácil de explicar: uno va aprendiendo a conciliar intereses de manera tal que, sin renunciar a los tuyos, haya cabida también para otros. Y creo que es justo porque ni las políticas ni los textos deben responder a criterios exclusivos.
La cuestión está en no hacer concesiones cuando lo que se pretende compromete la calidad o veracidad de un trabajo. Puedo abordar un tema que no me interese solo porque lo orientaron; pero no puedo, una vez que lo escriba, admitir que impongan un criterio, si no me convencen antes.
Al menos en Invasor funciona así. Se discute el cambio, la edición… y defiendo desde la reiteración intencionada hasta cada palabrita, porque las palabras exactas no tienen sinónimos. El proceso se hace menos complejo, gracias a que la correctora, el editor, el jefe informativo y el director han sido estables en los últimos años. Uno va sintiéndose parte de un equipo y ellos van, también, acomodándose a tu estilo.
No obstante, también he
tenido que renunciar a temas, pues abordarlos en profundidad pondría al
descubierto verdades incómodas para sectores que, por política (y no de Invasor),
llevan otros niveles de revisión y aprobación. Y sí, me he autocensurado en
esos temas relacionados con el Minint, las
FAR, la Fiscalía, los Tribunales o temas espinosos dentro de Salud Pública. Y
lo he hecho no por cobardía o incapacidad, sino porque se me haría imposible
consultar las fuentes y no estaría dispuesta, además, a escribir un material
para que sea analizado en una reunión de trabajo, ajena a periodistas.
Hay una vocación literaria que se respira en tus textos, y que pudiste desarrollar con creces durante tu trabajo como corresponsal de Granma en Haití. ¿Extrañas poder dedicarte a cronicar sin que la bestia de la crítica te asalte a ratos?
Mi director se ríe cada vez que le digo «ahora sí me voy de portera pa’ una tienda o a etiquetar latas en una minindustria». Esa es la manera jocosa que tengo de anunciarle que estoy cansada y siempre me dice que no podría abandonar la crítica, que esa es mi actitud. Partiendo de ahí, le doy la razón porque ciertamente esa bestia me persigue, la llevo dentro… Sin embargo, no es lo único que habita en mí. Disfruto mucho la crónica y las entrevistas. Me alivian, me enamoran. Si no lo hago más es por remolona y porque la agenda se me llena de temas económico-sociales que no pueden esperar.
Lo hice cuando el huracán Irma, con aquello de «Punta Alegre: lo más triste», una crónica en tres partes que fue la antesala de un reportaje que vino después. Lo hice entrevistando a María, una mujer que solo era hombre de carnet, y si se lo pedían.
Son historias que me oxigenan y que se vuelven escasas en medio de «la cola» de reportajes. Supongo que el tiempo, la depresión o el estrés, y hasta la adolescencia de mi Gretel, influyan en que tenga que recurrir cada vez más a ellas.
Haití fue la oportunidad de empezar a hacerlo con mayor frecuencia y lo agradezco mucho. Fue la primera vez que vi morir a alguien de emoción, que navegué en un barco de velas a punto de hundirse, y que lloré por bañarme en una ducha, después de ver a niños que caminaban kilómetros con galones repletos de agua en sus cabezas.
Allí me sentí horriblemente dichosa por la vida que tenía y muy orgullosa de los médicos cubanos. Y sí, extraño vivir esos extremos, ser protagonista de mis propios textos, aunque no se note cuando escriba.
¿Cómo describirías tu época en Granma? ¿Regresarías?
Fueron casi cinco años en los que aprendí mucho sobre mi país y sobre el periodismo que debía (y no debía) hacer. Sigo queriendo a mis amigos y colegas de entonces y conservo inolvidables recuerdos.
También fue la época en la que odié escribir rápido, pues suelo desechar las primeras ideas que vienen a la cabeza. Creo mucho en el periodismo reposado, en cambiar los párrafos tres veces y revisar seis. Me sentía presionada, con coberturas diarias que impedían trabajos más extensos o profundos.
Fue difícil, además, porque el consejo editorial muchas veces consideraba que a mis textos les faltaba «intencionalidad política» y eran objeto de revisiones y discusiones que «perdía» y no comprendía.
Decidí irme porque a esa situación (que llegó a ser muy triste para mí) se sumó el hecho de que no podía costearme mi estancia en La Habana, pero sigo creyendo que fue una buena decisión y que no regresaría a Granma, aunque viviera en Centro Habana. No lo digo por rencores, que no guardo ninguno, sino porque hoy todavía no veo en su línea editorial espacio para el periodismo que aspiro a escribir y que, de alguna manera, he podido ir haciendo desde Invasor.
¿Existe algo que te ate a Ciego de Ávila o tienes la aspiración de volar hacia otros rumbos para seguir creciendo humana y profesionalmente?
Llegué a Ciego de Ávila por casualidad y estoy convencida de que profesionalmente he crecido más aquí de lo que hubiera podido hacerlo en Granma o en otro medio nacional. Por tanto, no asocio el crecimiento profesional a la capital, aunque obviamente, en lo personal me doy cuenta de retrocesos innegables. Once años después sigo extrañando amigos y lugares, como quizás extrañaría a los de aquí si volviera a La Habana.
Pero no me siento atada a Ciego porque si cambiara de ciudad o de país lo haría con mi hija, que es lo único a lo que no podría renunciar jamás. Me dolería mucho por Invasor; no obstante, supongo que un día podría hacerlo si me animara a darle un vuelco a mi vida profesional y personal. Seriamente no lo he pensado nunca.
Quizás mi «corta visión» para no apostar por superarme a través de maestrías y becas tiene que ver un poco con que soy muy feliz también cuando no hago periodismo. Mi profesión no es el centro de mi vida. Dedico tiempo a mi hija, tengo un proyecto en su escuela, gano y pierdo tiempo en Internet, y lo disfruto, aprendo a tocar guitarra y aspiro a componer mis canciones un día, o a escribir para niños. Tengo proyectos personales que no se contraponen al periodismo, pero no giran tampoco a su alrededor.
¿Cómo te las ingenias para asumir los «sin horarios» del periodismo, con una hija todavía en edad escolar? ¿Alguna vez te has dicho que no puedes?
En ocasiones lo que me he dicho es que no quiero. Ante situaciones muy tensas he sentido que puedo, pero he pensado en el costo que pagan quienes me rodean. El de mi hija, sobre todo, que ha tenido que ir a recorridos de madrugada o quedarse a las puertas del hospital con el chofer en el carro, o ha sufrido por horas la quietud de una silla en reuniones fuera de horario escolar.
La he cuidado sola los últimos seis años y no siempre he podido ser la mejor madre: eso te hace repensar tu profesión. A pesar de ello, no me escudo en semejante razón para entregar un trabajo sin calidad porque los lectores no tienen que pagar o cargar con mis problemas. Lo que hago es que sacrifico las madrugadas o renuncio a otras cosas en mi vida.
A veces pido cubrir conciertos o recorridos de verano y la saco de paseo, pero si dijera que ella ha frenado mi carrera mentiría porque la mayor parte del tiempo estoy conforme y orgullosa con lo que hago. Incluso, en la primera etapa de la Covid-19 trabajé mucho, cada día, desde casa. Me he tenido que adaptar a ser madre, jefa de núcleo y periodista, al mismo tiempo. Y sí, aunque agota, he podido serlo todo.
¿Cómo sería la Cuba del futuro que sueñas para tu hija?
Una Cuba donde pueda desayunar con leche, pasear y comprarse zapatos el mismo mes, sin que sienta que incurre en excesos o lujos. (Y soy consciente de que incluyo algo tan pueril porque la educación y la salud ya la tiene garantizada, pero, precisamente por eso, aspiro a que no tenga que aspirar a cubrir otras necesidades que hoy nos son, lamentablemente, esquivas).
Sueño una Isla donde ella no deba contenerse de dar una opinión porque un burócrata y oportunista definió «el momento y lugar adecuado» para hacerlo y tampoco era el de ella. Una Cuba donde la libertad individual sea tan venerada como la unanimidad, y las mujeres no confundan ser buenas, con ser dóciles.
Aspiro a que sea una Cuba que pida perdón a las mujeres que aman a otras mujeres y a los hombres que aman a otros hombres, por haberlos expuesto a una consulta popular para decidir sobre su intimidad y su amor. Y que consulte, de paso, lo que sí sea de interés público.
Quiero para ella escuelas repletas de maestros apasionados que enseñen la Historia y no permitan nunca que mueran nuestros héroes. Le deseo también una Cuba de ¡Patria o Muerte, Venceremos!
*Tomado del libro El compromiso de los inconformes. Entrevistas a jóvenes periodistas cubanos (Ocean Sur, 2021).
Comentarios