El punto de partida de la cultura cubana está en la ética como principio rector de la política y que nos conduce a destacar el papel de la educación en el desarrollo y fortaleza de la civilización. Eso se traduce en la correspondencia entre el decir y el hacer, en la honestidad como norma de conducta ciudadana, en la toma de partido por los desposeídos no solo de Cuba sino a escala universal.
Fueron precisamente los educadores, el presbítero Félix Varela independentista consecuente y José de la Luz y Caballero, fundador de la escuela cubana quienes incorporaron como elementos forjadores de la nación los principios éticos, morales y espirituales que nos venían de la mejor tradición del cristianismo. La sensibilidad cristiana en su expresión cubana se observa en su forma más elevada y consecuente en José Martí. Él dijo: En la cruz murió el hombre en un día: pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días., Ello le brindó al pensamiento cubano un rechazo a toda visión dogmática.
Esto se deriva de la circunstancia de que la cultura nacional surgió en combate contra la injusticia, la esclavitud y a favor de la independencia nacional. Recordemos que Luz y Caballero postuló que la justicia era el sol del mundo moral. Obviamente, una cultura que nació y se desarrolló en relación con el enfrentamiento consecuente con la injusticia adquiría una singular fuerza ética.
Nuestra cultura ética parte de la mejor tradición intelectual y política del siglo XIX cubano cuyo más alto exponente fue José Martí. En los numerosos aforismos de Luz y Caballero y en toda la prédica martiana están presentes con fuerza los principios éticos que rigen el patrimonio espiritual de la nación cubana. José de la Luz y Caballero señaló en uno de sus numerosos aforismos que instruir puede cualquiera, educar solo quien sea un evangelio vivo. Años más tarde, José Martí, continuador de esa línea de pensamiento pedagógico precisó que: Instrucción no es lo mismo que educación: aquella se refiere al pensamiento, y ésta principalmente a los sentimientos y añadió que el pueblo más feliz es el que tenga mejor educado a sus hijos en la instrucción del pensamiento y en la dirección de los sentimientos (1). Ambas figuras reflejan lo que ha sido una orientación clave de la pedagogía cubana, concebir la escuela en el contexto más amplio de la sociedad para poder contribuir de modo eficaz al objetivo de preparar al hombre para la vida y ponerlo en consonancia con su pueblo y con su tiempo.
De las aulas del colegio El Salvador se fueron los jóvenes a la manigua a pelear por la independencia de Cuba asumiendo un compromiso ético con los intereses de la población trabajadora y explotada del país y del mundo. Recuérdese que Martí echó su suerte con los pobres no solamente de Cuba, sino de todo el orbe. Esto fue lo que permitió también a Fidel Castro a principios de la Revolución decir: Quien traiciona al pobre, traiciona a Cristo.
Fue Martí quien postuló que a partir de la experiencia de la educación se pueden formar buenos ciudadanos. Este es un aspecto básico de los programas martianos y fidelistas. Fueron los pedagogos y maestros los que sembraron las semillas de la unión estrecha, presente en nuestras luchas por la independencia, entre el pensamiento más avanzado del mundo de entonces y el combate para poner fin a la tragedia de la esclavitud y de la dominación colonial. Esta comunión de ideas y sentimientos estaba y está en la existencia misma de la nación.
El pensamiento político y social cubano de la primera mitad del siglo XX estuvo muy influido por esa tradición anterior. La lucha por el adecentamiento de la vida política, contra el robo de los fondos públicos que tuvo como consigna Vergüenza contra dinero marcó el nacimiento a la vida política de Fidel Castro y la generación del Centenario. En las condiciones de corrupción que prevalecen en la política en diversos países de América Latina, estas banderas toman una importancia de enorme significación. Así también lo confirma el proceso cubano que condujo a la victoria socialista.
Los principios éticos, como puede apreciarse están presentes desde los tiempos del Moncada como fuerza esencial de la revolución en el medio siglo concluido. El genio y la originalidad de Fidel Castro consistió en llevar al terreno de los hechos estos métodos y principios que, en esencia, significan relacionar dialécticamente las ideas del socialismo con la tradición ética de la nación cubana.
Ética y justicia social constituyen, pues, la principal necesidad ideológica de Cuba, América y el mundo.
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