Contrapunteo

Historia de capos intocables y estados fallidos

26 mar. 2021
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Pareciera ser que esta vez Juan Orlando Hernández está más cerca de caer que otras. Porque ha habido otras, pero este hombre flota más que un corcho. La verdad es que ha tenido buenos padrinos que en esta ocasión evidentemente ya se cansaron de pasarle la mano porque hasta para ser un corrupto y un delincuente hay que saber cómo guardar las apariencias.

Acaba de concluir un juicio en Nueva York donde él no era el acusado, pero se le mencionó casi que más que al del banquillo. El narco en cuestión fue declarado culpable y ahora ha dejado una estela de evidencias sobre el presidente hondureño que insiste en decir que éste criminal miente porque hay testimonios de otros traficantes que lo desligan de cualquier actividad ilícita. Y uno se preguntaría, por qué unos narcos dicen la verdad y otros no. ¿A quién creerles?

Si JOH es o no culpable de recibir sobornos millonarios de los capos de la droga, si ha hecho de la vista gorda para seguir permitiendo que Honduras sea una pista libre para el tránsito de cocaína, eso lo dirán los jueces si es que finalmente procede alguna investigación en su contra y no hay interferencias que ayuden a exonerarlo. Por lo pronto, ya el socio político fundamental ha dado un paso atrás para no verse salpicado entre tanto escándalo.

Y es que Honduras ha sido y es considerado por Washington un aliado importante en Centroamérica. Este país, junto a Guatemala y El Salvador, el llamado triángulo norte, es para Estados Unidos una llave de paso que maneja a su antojo, más que todo, para el tema de la migración irregular, pero también para convertir a estos estados en votos de apoyo en sus discursos, acciones y estrategias hacia América Latina. Ello a cambio de ayudas en dinero contante y sonante, una financiación casi que de vida o muerte para estas pequeñas naciones con un saco hondo de problemas por resolver, de ahí el efecto chantaje.

Eso ha servido para que, en la Casa Blanca, el gobierno de turno le dé palmaditas en la espalda al gobierno de turno en Tegucigalpa, siempre que éste entre por el aro, porque vale recordar que cuando al entonces presidente Manuel Zelaya se le ocurrió ingresar al ALBA, y proponer cambiar la constitución, lo sacaron del poder en un dos por tres por si con una nueva carta magna se le ocurría hacerle guiños al progresismo.

A Zelaya le organizaron un golpe de estado exprés, lo sacaron de su casa y del país. A los siguientes: el de facto Roberto Micheletti, los electos Porfirio Lobo y Juan Orlando Hernández, en cambio, le han perdonado un montón de meteduras de pata incluidos asuntos de capos y drogas, y ni a las fuerzas armadas hondureñas ni al Congreso de ese país se le ha ocurrido —ni le han dado la orden desde afuera— sacar del poder a los sucesores, como sucedió con Zelaya. ¿Será acaso que resulta más peligroso en esta historia eso de aliarse con el progresismo que con el narco?

Pero definitivamente, Juan Orlando Hernández abusó de su carta blanca de impunidad y ya son tantas y tan descaradas sus acciones ilegales, que sus mentores lo han abandonado a su suerte y le prepararan su funeral político allí mismo en territorio norteamericano.

De todas formas, hay elecciones generales a fines de este año y Juan Orlando ya terminará mandato a inicios de 2022, o sean que rindió lo que tenía que rendir y más, porque en una nación donde está prohibida la reelección presidencial, el señor Hernández buscó un subterfugio jurídico, que no legal, para poder repostularse para un segundo mandato y agenciarse una victoria en entredicho, pero esta vez fueron otros lo que hicieron de la vista gorda y le permitieron el fraude aunque la ciudadanía se desgañitara pidiendo transparencia y respeto a su voto.

Y es inevitable pensar que esa actitud permisiva no ha sido la misma cuando a un líder de izquierda se le ocurre hablar de reelección presidencial. Ahora que el presidente hondureño ya hizo y deshizo, bien vale tomarlo de chivo expiatorio y dar la imagen de que Estados Unidos sí tiene una política estricta de lucha contra el narcotráfico, de ahí que el aliado le diera la espalda.

En cuanto a los presuntos delitos, no es la primera vez que esto de las drogas toca a la puerta de Hernández. Su hermano Tony fue condenado por narcotráfico, de hecho, la sentencia en firme saldrá la próxima semana antes que finalice este mes, y si bien sería una ligereza juzgar a uno por el otro solo por el parentesco, vale aclarar que ambos militaban en el mismo partido y al hermano convicto se le probó que financió su campaña como diputado y la de su allegado para presidente con dólares provenientes de este sucio negocio; uno de los mayores donantes de estos seudopolíticos fue el mismísimo Chapo Guzmán.

Y Tony no es el único pariente que ha salpicado a Juan Orlando, su también hermana Hilda, ya fallecida, se vio involucrada en malversación de fondos públicos a partir de fundaciones y ONGs fachadas y eso sucedió en tiempos en que el hoy presidente estaba al frente del Congreso, que era quien autorizaba los fondos para las organizaciones que manejaba la hermana. Apenas algunos elementos de un caso de corrupción que no parece tocar fondo aún y que hace honor a su nombre «Caja de Pandora», una mezcla de corrupción, narcotráfico y violencia de la cual apenas si comienza a asomar una parte de su podredumbre.

Lo peor del caso es que ni los muchos testigos, ni el cúmulo de pruebas, ni la acumulación de escándalos hacen mella en el actual presidente ni en su séquito de corruptos, porque es tal la desesperanza del país que la única consecuencia de tanta descomposición política es en la estampida migratoria de los hondureños. Al considerar a Honduras un narcoestado y a sus políticos, unos vulgares capos, la opción es salir en desbandada. Y los que pudieran juzgar desde afuera, prefieren sacar partido del río revuelto y el caos.

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