Contrapunteo

Hay que parar el contador de muerte

14 may. 2024
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Han pasado siete meses de que el conflicto entre Israel y Palestina escalara a niveles sin precedentes, al punto de que ya no existe organismo internacional o país que no haya condenado en mayor o menor término lo que pasó de ser una respuesta defensiva del gobierno de Benjamín Netanyahu a un genocidio de los más atroces que recogerá la historia.

Y es que a donde ha llegado la situación en Gaza, ya no queda persona racional, medio de comunicación, figura política, gobierno u organismo mundial que no haya mentado el tema de alguna u otra forma. Pero justamente la forma es la que no ha sido igual y gracias a la forma de los grandes decisores políticos de criticar sí, pero «suavecito» lo que es a todas luces un crimen atroz, despiadado, inhumano, y cuanto adjetivo tenga el español, es que Israel puede hacer y deshacer a lo grande sin que pase absolutamente nada.

No es lo mismo decir: «condenamos enérgicamente el genocidio y limpieza étnica que lleva a acabo Israel en Gaza» o catalogar la situación de «humanitariamente horrible» a decir que «la respuesta defensiva ha sido exagerada», que fue el primer comentario un poquito subido de tono que hizo el presidente estadounidense, Joe Biden, sobre lo que ha venido haciendo su aliado en Oriente Medio.

No es lo mismo decir que «los gazatíes se ven impedidos de encontrar comida» como denuncia la gran prensa occidental, porque no mentar el tema es un acto de cínica ceguera, a que «Israel impide la entrada de alimentos, masacra a civiles alrededor de un camión de comida o deja morir de hambre a bebés».

No es lo mismo afirmar que «existen pruebas irrefutables de crímenes de guerra» a pedir, como hizo Estados Unidos, «investigaciones imparciales» cuando se ve emplazado a responder ante un crimen del amigo que no puede ser desdeñado.

No es lo mismo describir el horror con sujeto y nombre propio a hablar de los horrores sin mentar por ningún lado al perpetrador. La realidad actual está llena de estos dobles estándares comunicativos, pero hay temas como éste en que es inadmisible que esto suceda.

A Israel no se le ha sancionado, primera acción de manual para cualquiera que se porte mal o se salga de los moldes de Estados Unidos y Europa, al contrario, siguen los acuerdos y hasta el envío de armas. A Israel no se le ha excluido de los grandes eventos deportivos, culturales o sociales salvo excepciones, como, por ejemplo, Chile que tuvo la decencia de desinvitarlo de una Feria de Defensa. A los israelíes que residen por otras partes del mundo o hacen turismo no se les ha hecho la vida un sinvivir y no se lee en ningún lado que se haya desatado una israelofobia, cuando la islamofobia y la rusofobia han llegado a niveles exorbitantes.

Y cuando por alguna casualidad se ha dado un caso de represalia contra un judío, se habla más alto y claro del antisemitismo, como si un acto de discriminación no fuera la respuesta de otro similar, pero en proporciones mayores, porque aplica al dedillo lo de que violencia genera violencia.

Las comparaciones son difíciles a veces, porque no hay dos fenómenos idénticos, pero es inevitable pensar en cómo se le ha tratado a Rusia por emprender una guerra en Ucrania, y los paños tibios con Israel que, por muy de guerra que se hable, lo que tiene es una ofensiva desigual contra una población civil que ni estado propio es a ojos del mundo.

Desde América Latina, han sido los gobiernos de Cuba, México, Brasil y Colombia los que más alto y claro han elevado la condena a Israel por sus crímenes. El presidente colombiano, Gustavo Petro, incluso se atrevió a romper relaciones diplomáticas con Tel Aviv, una decisión que antes tomaron Bolivia y Belice, pero que sea Colombia genera más ruido y malestar. Y es que es el país que por años mejores relaciones tuvo con Israel, porque era a su vez el mejor interlocutor de Estados Unidos, el gran padrino y aliado de los sionistas en esta parte del mundo. Por décadas funcionaron como un triángulo estratégico que ahora ve fracturar uno de sus vértices. De ahí, que Washington considere también que es un «error» esta ruptura y de seguro vendrán los llamados a contar.

No ha sido una sorpresa lo de Petro, al menos en dos ocasiones anteriores había dejado claro que si era necesario lo haría. Le antecede además a esta medida, la suspensión de la compra de armas a Tel Aviv por parte de Bogotá, anunciada en febrero pasado. Y una gran cantidad de declaraciones, sobre todo en foros internacionales, condenando cada uno de los actos atroces ordenados por el premier israelí. Y no solo eso, Petro ha insistido en la necesidad de que no sea una postura aislada, sino que más países se sumen a esta presión para que se detenga la masacre contra los palestinos.

Desde poco después del ataque de Hamás el 7 de octubre que desencadenó la escalada actual, comenzó una cruzada de mensajes incómodos entre Colombia e Israel, que pasó por insultos, descalificaciones y llamados a contar entre el personal diplomático de ambos lados. Del lado israelí, la actitud del mandatario colombiano ha enojado bastante y Benjamín Netanyahu responde como siempre que se le ataca en relación a Palestina: tildando de antisemitismo el fenómeno y diciendo que, si están contra Israel, se ponen del lado de los monstruos y terroristas.

La pregunta es: ¿qué hace que los ataques de Hamás sean terroristas y sus acciones monstruosas y nunca se les dé el beneficio de la «defensa» o se analice que son el resultado de la rebelión violenta por el cierre de todas las vías diplomática?  ¿Por qué los crímenes denunciados y documentados por todo el mundo que cometen las fuerzas israelíes no son etiquetadas de terroríficas y bestiales, si de ambos lados hay víctimas civiles que lamentar y la proporción es desproporcionadamente desfavorable a los palestinos, solo en este caso es mil muertos israelíes contra 34 mil palestinos?

Aquí es esencial la barrera de lo legal y reconocido que no siempre es legítimo o justo. Si Palestina fuera un estado y Hamás su ejército, otra fuera la mirada. ¿Cuántas naciones hubiesen roto relaciones diplomáticas con Palestina por los hechos del 7 de octubre? De ahí que reconocerle el estatus sea un asunto postergado por quienes cortan el pastel en la comunidad internacional. Más allá del exterminio y el asunto existencial, es también la herramienta para que un movimiento armado sin «la legalidad» necesaria, sea castigado aunque sus acciones punibles sean un 1% de la brutalidad del agresor «legalmente reconocido» y que sí tiene estatus de Estado que solo «se defiende» de gente que apenas tiene «territorios»: Gaza por aquí, Cijosrdania por allá, en una fragmentación cada vez mayor por la expoliación de tierras de los colonos judíos.

El que Hamás haya tirado esta vez la primera piedra es el clavo caliente del que se agarran todos. Ciertamente, el grupo militar palestino atacó, mató, secuestró civiles —por cierto, muy fácil se le hizo penetrar la impenetrable seguridad israelí— pero antes de legitimar con ojos cerrados el derecho a la defensa del ese día atacado, hay que mirar al pasado de todas las veces en que el que dio primero no fue Hamás, sino las Fuerzas de Defensa de Israel, y sus incontables ataques, masacres, encarcelamientos sin juez ni ley, incluso de niños, que son también secuestros, y el constante robo de tierras y desplazamiento forzado de una población a la que se quiere extinguir, porque ni rezar la dejan en los días más señalados de su religión.

Una historia de tanta violencia ha dejado a las partes, y sobre todo a la parte más débil que es la palestina, ese sabor de que este es un conflicto existencial; el más duro de los enfoques, pero juzgar desde afuera es fácil. O existe Israel o existe Palestina, en tanto otros buscan quién es el legítimo dueño de la tierra por antigüedad, o si hay elegidos escudados en alguna religión y el no menor capítulo de la ocupación y colonización.

Mientras, con cabeza fría y un poco de mediación, aboga una parte de la comunidad internacional por la solución de dos estados, de convivencia pacífica. Y uno se pregunta: quién le garantiza a los Palestinos, a los que más de 130 países de la ONU reconocen su derecho a ser país, pero los que no lo hacen tienen el poder para que Naciones Unidas no le suba la categoría que por ahora es apenas de «estado observador no miembro», que la solución de dos estados va a ser la varita mágica que impida que los colonos israelíes sigan apropiándose de tierras que no le pertenecen; si por masacrar grandes grupos, destruir ciudades enteras, matar de hambre a niños, reducir a cenizas los hospitales e ir barriendo y acorralando a millones de personas y anunciarles cual tortura psicológica que está muy cerca la operación final, la estocada mortal a gran escala, por hacer todo eso en apenas siete meses, no ha habido un solo castigo en firme.

¿Cuántas veces tuvo que reunirse el Consejo de Seguridad para lograr aprobar un cese el fuego al que Netanyahu le hizo ningún caso? Hay una demanda por genocidio ante la Corte Penal Internacional y no hay sentencia que valga para el premier israelí que solo amenaza y vocifera represalias si se le sigue poniendo en tela de juicio.

Han muerto más de 34 mil palestinos y más de 200 personas extranjeras que solamente hacían su trabajo de ayudar a una población en extrema crisis y que son los únicos doscientos y tantos crímenes que Tel Aviv se lamenta como errores en su ofensiva. ¿Cuándo y sobre todo quién o qué va a hacer parar ese contador de muerte?

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