En la hora actual de la humanidad hablar de Martí deviene compromiso con nuestro tiempo; y asumir su fortaleza ideológica una necesidad. Martí es alma moral de la nación, guía espiritual de Cuba, motivación constante a militar por la justicia social. No por azar su elección fue estar al lado de los pobres, de los desposeídos; he ahí el electivismo martiano, su condición humana al servicio de los pobres y necesitados; elemento que no quedó sólo en su pensamiento; su elección hubo de practicarla; de ahí su profunda vocación de justicia y humanismo, como sol del mundo moral; que emana de los horrores que vivió en presidio y de la cruel esclavitud que presenció en su niñez y juró combatir. La fuerza de las ideas martianas constituye un basamento importante para la salvaguarda de la nación; por ello precisamos que su ideario sea asumido y practicado para transformar la realidad, para continuar la búsqueda invariable de la idea del bien y la utilidad de la virtud, para la construcción del socialismo en Cuba.
¿Alguien dudaría de que su toma de partido al servicio de los pobres no fuera una práctica equiparable a lo postulado por el marxismo, a las ideas del socialismo? Vamos a encontrar en José Martí un antídoto a la crisis humanística; sus postulados éticos, su vocación de justicia, su antiimperialismo sustentan la contra cultura socialista —o de la resistencia, en el caso nuestro—, y nos arma consecuentemente en la batalla cultural —que es ideológica también—, así como en la búsqueda de un socialismo próspero y sostenible; empresa que no puede asumirse sin una mirada crítica a la subjetividad o espiritualidad; siguiendo las claves martianas; de la actualidad que vivimos.
Pero, ¿cómo entender el antiimperialismo de Martí? Es preciso partir de su humanismo, de su condición humana éticamente superior al modelo capitalista donde se pospone a la utilidad el sentimiento. Tenía el Apóstol 18 años cuando escribió, encontrándose en España en su primer destierro: «Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento. Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad. Si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que solo puede llamarse corazón cubano, ¿cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan?».[1] Se planteaba así Martí medulares diferencias entre las sociedades cubana y norteamericana, que por sí solas se explican porque van a la esencia de lo que somos los cubanos y lo que significa la propuesta imperialista.
Ese rechazo lo llevó a apuntar una idea que a la luz de hoy adquiere total vigencia: «Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!».[2] Ese es el joven Martí, quien desde entonces ya se va formando un criterio sobre la sociedad norteamericana y sus claras diferencias con los cubanos. Criterio que deviene en un antiimperialismo fundador que tiene su más nítida expresión en las ideas que expuso a su amigo entrañable Manuel Mercado el día antes de caer en combate por la libertad de su patria:
Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por la Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin.[3]
(…)
En José Martí encontramos una serie de premisas a tener en cuenta para acometer la batalla cultural por la salvación de la humanidad, por la unidad y la integración de nuestra América: defensa de la identidad nacional de nuestros pueblos, rescate de la historia de más de doscientos años de lucha por la verdadera independencia, respeto a la diversidad de las naciones latinoamericanas —clave para hacer valer el presupuesto de «unir para vencer» frente al «divide y vencerás»—; el carácter antiimperialista de nuestra proyección latinoamericanista, el desarrollo económico de las naciones de nuestra América, su progreso social y prosperidad material y espiritual; la concientización de cuán importante es evitar a toda costa la dominación imperial que ataca directamente el pensamiento y tiene en el frente cultural sus principales medios de opresión y despotismo.
Es el pensamiento martiano una fortaleza emancipatoria que nos da la fórmula para vencer muchos de los males que hoy continúan atacando a las naciones de nuestra América; que nos arma en el enfrentamiento a los vicios que sobreviven en los pueblos comprendidos desde el río Bravo hasta la Patagonia; que señala un camino ético a la altura de su talla moral, de su ideología liberadora y su profunda vocación de justicia. No es casual la significación que le imprime Martí a la propagación de la cultura; ella es salvadora, redentora y revolucionadora. He ahí la lección: «…la madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus vicios, es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura: hombres haga quien quiera hacer pueblos».[4]
* Fragmentos del prólogo al libro José Martí. Colección Vanguardia, de la editorial Ocean Sur.
[1] Martí, José: Cuadernos de Apuntes No.1, Volumen 21, Obras Completas, p.15 y 16. (edición digital)
[2] Ibídem.
[3] Carta de José Martí a Manuel Mercado, Dos Ríos, 18 de mayo de 1895; en Obras Completas, Tomo 4, pp.167-168
[4] «Tilden», La República, Nueva York, 12 de agosto de 1886, en Obras Completas, Tomo 13, p.301.
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