Sus padres Maria Stella y Antônio Carlos, lo nombraron Carlos Alberto Libanio Christo (25 de agosto de 1944) que significa hombre-noble y brillante. Distinguido por su elocuencia, virtudes y solidaridad. Comunicador extraordinario. Su aporte literario para comprender asuntos religiosos, políticos y sociales de gran trascendencia, lo convierten en una de las personalidades contemporáneas más reconocidas de América Latina y del Caribe.
Es un fraile dominico brasileño, teólogo de la liberación y autor de más de 60 libros de diferentes géneros literarios y temas religiosos. Estudió filosofía, teología, antropología y periodismo. Durante la dictadura militar brasileña (1964-1985) fue encarcelado y desterrado por resistir junto a su pueblo; en Sâo Paulo se vincula a la Acción Libertadora Nacional, grupo guerrillero liderado por Carlos Marighella.
Lo conocemos como Frei Betto. En el ejercicio de dialogar es como un viaje a la semilla, a las palabras que fundan, construyen esperanzas y son constantes de libertad a puerto seguro. En el silencio más nutritivo nos muestra sus recorridos por varios países socialistas en los años ochenta, su capacidad para reunir las coyunturas más diversas y llegar, siempre, a sabias reflexiones; con su nobleza, modestia y brillante capacidad de mediador, entrelazó el diálogo en las relaciones entre distintos gobiernos y la Iglesia.
Funda la desobediencia del olvido y hace que nos preguntemos permanentemente hacia dónde vamos los hombres y mujeres de la tierra; germina la presencia con la luz de la Revolución Cubana en su vida y la estrecha amistad con los máximos líderes históricos Fidel y Raúl Castro Ruz.
Hace unos meses coincidimos en La Habana e intercambiamos también por correo electrónico, para construir este diálogo que ahora publica Contexto Latinoamericano.
El General de Ejército Raúl Castro Ruz, en una Conferencia en la Biblioteca de la Casa de las Américas, el 11 de septiembre de 1959, comentó: «Nuestra Revolución ha tenido, está teniendo ahora y tendrá también en lo adelante una gran repercusión en todos los países de la América Latina… La victoria alcanzada, que parecía imposible, los electrizó. Una verdadera ola de entusiasmo popular recorrió a la América Latina cuando el 1ro. de enero, llegó a todas partes la gran noticia: “La tiranía de Batista ha sido derrotada. El Ejército Rebelde de Fidel Castro ha triunfado”. El entusiasmo de las masas latinoamericanas por la Revolución Cubana se mantiene, se reafirma y extiende debido, principalmente, a su carácter, a su profundidad, a que es una Revolución radical del pueblo; una Revolución que, tanto en lo político como en lo económico y lo social, va a la raíz de los males de nuestros pueblos y produce transformaciones profundas, decisivas, históricas… No dejaremos que la luz de la Revolución Cubana se apague para los pueblos hermanos de nuestra América».[1] Próximo al 60 aniversario del triunfo de la Revolución Cubana, ¿cómo llegó a su vida el proyecto emancipador y revolucionario del 1ro. de enero de 1959?
Tenía 14 años cuando los guerrilleros de la Sierra Maestra entraron victoriosos en La Habana. Muchos pueden pensar que era muy joven. Sí, era joven, pero desde los 13 había ingresado en la militancia política. Participaba en la Juventud Estudiantil Católica, rama juvenil de la Acción Católica, que en Brasil tenía un carácter progresista. De modo que celebré con alegría la victoria de la Revolución Cubana. Aquel día nació en mí la convicción de que el imperialismo estadounidense no es invencible, como no lo fue en la Antigüedad el Imperio Romano para los cristianos.
A su juicio, ¿cuál sería el legado del siglo XX para el sentido de existencia del siglo XXI?
El siglo XX estuvo signado por grandes tragedias, como las dos grandes guerras y las bombas atómicas lanzadas sobre las poblaciones pacíficas de Hiroshima y Nagasaki. También fue un siglo de admirables avances en las ciencias y la tecnología.
Ese contraste entre tantos sufrimientos —agravados por la proliferación del hambre en los países periféricos, sobre todo de África— y los avances tecnocientíficos, condujeron al siglo XX a buscar una vida mejor y más digna. Esa búsqueda se reflejó en dos movimientos significativos: las revoluciones de orientación socialista, como las de Rusia, China y Cuba, y el Estado de bienestar social, en especial en los Estados Unidos de Roosevelt y en Europa Occidental.
El bienestar social de la población de los países ricos no fue resultado de un gesto de bondad de sus élites. Fue resultado del miedo a la «amenaza comunista». Las élites del mundo capitalista prefirieron sacrificar un dedo a perder la mano…
Pero con la caída del Muro de Berlín, esas élites se arrancaron la máscara. Y el legado que recibió el siglo XXI es el de un planeta hegemonizado por el capitalismo financiero, concentrador y excluyente, depredador del medio ambiente, centrado en la riqueza piramidal: el llamado neoliberalismo. De modo que el siglo XXI perdió el sentido histórico. Desaparecieron los grandes relatos. A las nuevas generaciones las mueve más la búsqueda de comodidad personal y familiar que la solidaridad con las víctimas de la opresión.
Lula y Fidel, son dos grandes amigos en su vida. ¿Qué diferencias y qué similitudes establecería entre ambos?
Fidel y Lula se parecen en muchas cosas, como el carisma político, la empatía con las grandes masas, la aguda intuición frente a los desafíos, la simpatía que emana de ellos hacia sus interlocutores, la opción por los más pobres.
No obstante, difieren en algunos aspectos. Por ejemplo, en sus orígenes: Fidel, hijo de latifundista y educado en escuelas burguesas; Lula, nacido en la miseria y sin diploma universitario. Fidel, revolucionario y marxista; Lula, reformista de izquierda y cristiano.
Usted ha citado hermosas descripciones e intercambios con el General de Ejército Raúl Castro Ruz. En su biografía —que le hicieran a usted recientemente, publicada en Cuba por la Editorial José Martí— llega a sensibilizar, acercándonos más a la personalidad humana de Raúl. Hemos presenciado también la asistencia del actual Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, a varias de las conferencias que usted ha impartido y a intercambios con jóvenes universitarios en la Isla. A su consideración, ¿qué trascendencia para la revolución socialista tendrá el nuevo liderazgo de las generaciones más jóvenes? ¿Qué sentimientos y principios valora en ellos?
A Raúl Castro lo conozco desde hace muchos años, cuando inicié mi trabajo de reaproximación entre el Estado y la Iglesia Católica en Cuba, en la década de 1980. Tiene la misma inteligencia política que Fidel, pero es más reservado; prefiere el despacho mientras que Fidel prefería la plaza.
Díaz-Canel tiene un perfil muy diferente al de los hermanos Castro: no participó en la lucha revolucionaria, tiene una formación tecnocientífica y tuvo poco contacto con el legado soviético de la Revolución Cubana. Considero que esos son aspectos positivos de un proceso revolucionario que se atreve a innovar y a abrirle espacio a las nuevas generaciones, aunque algunos líderes históricos estén vivos y saludables.
De mi contacto personal con los tres resalto dos virtudes que son raras en jefes de Estado: siempre han sabido distinguir entre relaciones políticas y amistades personales, como demuestra el hecho de que me han acogido sin que yo sea sacerdote, obispo, cardenal, empresario, ministro, diputado o líder de partido. Y los tres saben oír.
La Teología de la Liberación llegará a su medio siglo de fundada. ¿Cómo definirla hoy? ¿Qué elementos la renuevan, la refuerzan?
La Teología de la Liberación siempre trata de adecuarse a la coyuntura del momento. Si en las décadas de 1980 y 1990 centró su atención en las luchas revolucionarias y en la relación entre fe cristiana y análisis marxista de la realidad, en las décadas siguientes prestó atención a la relación entre fe y política y a los fundamentos motivadores de los movimientos populares, como la pedagogía de Paulo Freire y la crítica al neoliberalismo. En los últimos tiempos incluye en su agenda temas como la ecoteología, la revolución genética, la biotecnología, la nanotecnología y cuestiones de género y sexualidad.
¿Cómo se imagina a esta Isla del Caribe cuando se cumpla el centenario de la Revolución Cubana?
Imagino a Cuba libre del bloqueo de Estados Unidos, al territorio de la base naval de Guantánamo integrado a la soberanía del país, y al pueblo cubano disfrutando de una calidad de vida que demuestre que valió la pena luchar por una sociedad poscapitalista.
A los jóvenes lectores de Contexto Latinoamericano, ¿qué mensaje les pudiera transmitir?
Que guarden el pesimismo para días mejores; que vivan la Revolución Cubana como un proyecto de futuro; y que sientan el saludable orgullo de vivir en Cuba socialista, sin discriminaciones, prejuicios ni desigualdades sociales.
El primer año, después del
deslumbramiento y la certidumbre de la patria,
Ya sabíamos que los fuegos apagados en la Sierra
Volverían a encenderse, para que la isla se conservara
Como la habíamos soñado, como la habíamos conquistado.
El segundo año nos encontró con las armas en la mano, felices
De poder compartir el riesgo y la gloria
Que conocieran apenas ayer los hombres mejores,
Los de la barba y la esperanza en medio de la noche oscura.
Al tercer año estábamos enriquecidos con una gran victoria
Y llenos de más letras, más armas y más decisiones.
En el cuarto año, Revolución nuestra, amor nuestro,
Ya hemos muerto y renacido muchas veces,
Y ya sabemos del todo que eres inmortal, que eres hermosa y dura
Como los astros. Mejor aún: como el pueblo
Que te ha ido haciendo y que tú has ido haciendo,
Revolución nuestra, amor nuestro.
Poema Revolución nuestra, amor nuestro
Roberto Fernández Retamar
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