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Feria de Jocotenango en dos tiempos*

17 nov. 2020
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La feria de Jocotenango ha sobrevivido en Guatemala como una fiesta agostina en honor a la Virgen de la Asunción, patrona de esta ciudad fundada en enero de 1776, después de que un terremoto sacudiera con saña a La Antigua Guatemala.

Miles de individuos originarios de esta urbe o no atestan las calles y la Catedral Metropolitana el 15 de agosto para venerar a esa santa, cuya imagen es alzada por fieles durante una peregrinación que recorre parte del capitalino Centro Histórico.

Cientos de devotos acuden con sus hijos o familiares a ese recinto religioso, situado frente al lateral este de la Plaza de la Constitución para agradecer a la sagrada, cuya efigie fue coronada por el fallecido papa Juan Pablo II en 2002.

Las personas también van hasta el Hipódromo del Norte, de la zona dos, donde se celebra la popular feria de Jocotenango. El espacio abarca desde el principio de la avenida Simeón Cañas hasta el Hipódromo del Norte.

El olor a dulces y platos típicos embriaga al caminante que avanza entre la multitud. Predominan las vendedoras vestidas a la usanza de los mayas.

«¡Elote, elote loco!», «¡Elote, elote loco!» pregonan varios expendedores que quieren persuadir al transeúnte para que compre por cinco quetzales (menos de un dólar) una mazorca de maíz hervida y rociada con mayonesa, salsa de tomate, mostaza y queso rallado.

Cuando pregunté por el origen de ese nombre, alguien con picardía me contestó que es «porque le echan de todo y el embarro es grande».

Padres con sus hijos en brazos o en carruajes, jóvenes y abuelos inundan la avenida Simeón Cañas, donde vuelan globos multicolores. También se escuchan las melodías de la marimba, el instrumento nacional.

Algunos van hasta las instalaciones del Mapa en Relieve, una inmensa maqueta de Guatemala que está al aire libre construida por el cartógrafo guatemalteco Francisco Vela en 1905. Los niños prefieren liberar energías en los juegos mecánicos.

La festividad en homenaje a la Virgen de la Asunción se celebra desde antes de la fundación de la nueva ciudad de Guatemala. Jocotenango era un pequeño pueblo vecino de la antigua Santiago de los Caballeros, donde veneraban cada 15 de agosto a su patrona: la Virgen de la Asunción.

José Martí fue testigo presencial de esta feria. Muchos investigadores de su vida y obra destacan la capacidad de observación que tenía aquel periodista de oficio. Esto lo demostró en varios de sus textos, incluido su ensayo «Guatemala», donde escribió sobre lo palpado en este país en 1877 y 1878.

«Y por esa calle, de entonces gloriosa, compacta multitud discurre los tradicionales días de agosto. Porque a la diestra queda la plazuela de San Sebastián, y su iglesia y su fuente; pero más allá brilla al sol el humilde Jocotenango», describió.

Se refirió a un «valle tapizado de carruajes, con su feria de ganado, donde el caballo chiapaneco piafa, el novillo hondureño corre, el cerdo imbécil gruñe, bala la linda oveja».

El escritor curioso descubrió cómo algunos vecinos alquilaban sus casas durante esa festividad y dejó testimonio de cómo «apuestos galanes y ricas damas comen el pipián (caldo) suculento y el ecléctico fiambre (ensalada de carnes, embutidos, verduras y quesos)».

«Pican allí los chiles mexicanos, y la humilde cerveza se codea con excelentes vinos graves (…) Y como se está en agosto, y en Jocotenango ¿quién no gusta los jugosos jocotillos (ciruelas), rivales de la fresca tuna?», así sirvió la mesa el cronista de apenas 25 años.

Contó del gentío, de las señoras que en esos días vestían sus más hermosos trajes. Se percató de que el padre lucía a la hija y el esposo a la esposa, y que muchos aprovechaban la ocasión para estrenar carruajes, corceles, vestidos y sombreros.

Dio cuenta de la presencia de Justo Rufino Barrios, presidente de la República guatemalteca de 1873 a 1885, quien llevaba humilde vestido y humildísimo sombrero a esa fiesta.

«Cuando mira, piensa», dijo sobre Barrios el escritor, que con frecuencia se refería en sus artículos al carácter de las personalidades de su época.

Así calzó el perfil sobre el otrora mandatario: «Cuando deja de hablar, habla consigo mismo. Es penetrante, dadivoso e intrépido. Va sin temor a donde cree que debe ir. Ahora, ni atropella, ni se anuncia: le ha llegado su día de obedecer».

También dedicó espacio para testimoniar la asistencia de Miguel García Granados, quien antecedió a Barrios en la presidencia y fue el padre de María García Granados, a quien Martí bautizó como La niña de Guatemala en el célebre poema IX de sus Versos sencillos, poemario publicado por primera vez en Nueva York en 1891.

A Granados lo calificó como un hombre de libros y de espada, revolucionario en el campo y la tribuna. «Sesenta años tenía cuando empuñó la espada vengadora», sostuvo al aludir a la Revolución Liberal de 1871, que encabezó el patriota junto a Barrios.

«Vuelven ya los millares de hombres; nubes de polvo aceleran la noche; átanse las curiosas de las casas los sombreros de paja al gentil rostro, y bajo lluvia importunísima, vuélvese a los hogares, no fatigado como de otras fiestas, sino enamorado de ellas», reseñó.

La Feria de Jocotenango es una de las tradiciones católicas que ha sobrevivido al paso del tiempo en el país centroamericano.       

*Tomado del libro: Guatemala a segunda vista. Esencias culturales (Ocean Sur, 2020).

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