En contraste con la Europa de cambios constantes, en la Alemania tradicionalista de la primera mitad del siglo XIX, nace en Barmen, provincia renana, Federico Engels, el 28 de noviembre de 1820, ciudad donde transcurre la etapa de su juventud hasta 1841, fecha en que se traslada a Berlín y, como oyente de la Universidad, se acerca a los denominados jóvenes hegelianos.
Ese contacto con la Filosofía de Hegel y las posturas radicales en que la asume, marca el inicio de un proceso en el plano intelectual que marcharía en paralelo con su vínculo al activismo político cuando, por coyunturas familiares, se marcha a Manchester, Inglaterra, en 1842. Son momentos determinantes que lo van introduciendo en la vida de los obreros y definitivamente en sus luchas, hasta convertirse en un militante consecuente con los movimientos obreros, sindicalistas y comunistas de su época.
De los estudios autodidactos que había comenzado a realizar sobre la situación del proletariado y del análisis de la economía política, publica en los Anales Franco-Alemanes, «Notas críticas sobre economía política» (1844), editado por Carlos Marx durante su estancia en París. Representa una fase significativa, no solo por el contacto que tiene con Marx a su paso por París y el inicio de una entrañable amistad a lo largo de sus vidas, sino porque posee el impulso y el compromiso para actuar y crear un pensamiento capaz de propiciar los cimientos de una interpretación científica del sistema capitalista y la sociedad en que este se sustentaba.
Se ha escrito sobre la amistad y el trabajo conjunto de las obras elaboradas entre ambos, marcado por el genio creador de Carlos Marx —como lo calificara el propio Engels—. Pero muchas veces se soslaya la importancia de su pensamiento propio, que siempre se colocó por debajo de la monumental obra de su amigo. Así ha quedado plasmado en sus propios juicios personales y en incontables interpretaciones, impidiendo ver la importancia sustantiva de la obra escrita por Engels y su papel como dirigente de las agrupaciones obreras hasta su muerte.
Al primer artículo que redactara —donde elabora sus críticas al modo capitalista de producción y los fundamentos de su economía política— le sigue, al año siguiente, la publicación de «La situación de la clase obrera en Inglaterra», considerado por Lenin uno de los mejores trabajos de la literatura socialista de todos los tiempos.
Ese período, de encuentros personales y de pensamiento, es enriquecedor, tanto para Marx como para Engels, porque construyen, casi al unísono, sus trabajos La sagrada familia y La ideología alemana, los que, a juicio de Lenin, forman los cimientos del socialismo revolucionario materialista y además sus propias concepciones filosóficas.
Sentadas esas bases, se unen en común para desarrollar una activa labor política, acompañada de un enorme quehacer científico de trascendencia hasta nuestros días. Las obras escritas por ambos constituyen textos invaluables para el estudio de las fuentes originarias del marxismo y de la coherencia de su labor política. Desde la publicación del Manifiesto Comunista (1848) —como programa de la primera organización comunista internacional fundada en Londres, denominada la Liga de los Comunistas— se vislumbran los pasos a seguir acerca de cómo actuar para alcanzar las transformaciones sociopolíticas y económicas necesarias, encaminadas a una verdadera emancipación de la humanidad.
A los años de trabajo comunes se le suman las obras independientes que, en el caso particular de Engels, se acrecientan cuando, después de la muerte de Marx, acomete el ordenamiento y la redacción de la papelería contentiva de El capital, cuyos tomos II y III se debieron a su labor comprometida y sistemática. Todo ello, sin abandonar su labor política para unir al proletariado en un frente de lucha común, donde se le ve en febril actividad en las agrupaciones internacionales del trabajo, dentro del Partido socialista obrero alemán, entre otros, así como en la elaboración de textos sobre el papel de las ciencias y la evolución del hombre en su desarrollo socio-histórico.
En la síntesis de los escritos de Engels que ahora se presenta al lector —después de haberse publicado ya en Contexto Latinoamericano algunos sobre la obra de Marx o elaborados de conjunto por ambos autores— aparecen textos que permiten valorar la creatividad de su pensamiento, reafirmando la certeza, no solo de que fue el primer marxista, como se le ha denominado, sino de que su obra forma parte del andamiaje conceptual de los orígenes del marxismo. Se cumplen, para él, sus propias palabras, las que pronunciara ante la tumba de Marx: «Su nombre vivirá a través de los siglos, y también su obra».
Significativas obras científicas
escritas por Federico Engels
La situación de la clase obrera en Inglaterra
Anti-Dühring
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado
Dialéctica de la naturaleza
Ludwing Feuerbach y el fin de la Filosofía clásica alemana
Selección de trabajos de Federico Engels
Esbozo para una crítica de la economía política
Publicado por Marx en 1844, durante su estancia en París. Pertenece al periodo de juventud de Engels y fue considerado por Marx como muy sugerente para sus estudios de la economía política.
La economía política surgió como consecuencia natural de la extensión del comercio, y con ella, apareció, en su lugar, del tráfico vulgar sin ribetes de ciencia, un sistema acabado de fraude lícito, toda una ciencia sobre el modo de enriquecerse.
Esta economía política o ciencia del enriquecimiento, que brota de la envidia y la avaricia entre unos y otros mercaderes, viene al mundo trayendo en la frente el estigma del más repugnante egoísmo […].
Surge así, sobre esa base, el sistema mercantil. Bajo él, queda ya un tanto recatada la avaricia del comerciante; las naciones se acercaron un poco más, concertaron tratados de comercio y amistad, se dedicaron a comerciar las unas con las otras, y con el señuelo de mayores ganancias, se abrazaban y se hacían todas las protestas de amor imaginables. Pero, en el fondo, seguía reinando entre ellas la codicia y la avaricia de siempre […]. En estas guerras se ponía de manifiesto que en el comercio, lo mismo que en el robo, no había más ley que el derecho del más fuerte.
[…]
El siglo XVIII, el siglo de la revolución, revolucionó también la economía. Pero así como todas las revoluciones de este siglo pecaron de unilaterales y quedaron estancadas en la contradicción, así como al espiritualismo abstracto se opuso el materialismo abstracto, a la monarquía la república y al derecho divino el contrato social, vemos que tampoco nada tiene que envidiar a la antigua en cuanto a crueldad e inhumanidad […]. De ahí que la nueva economía no representara más que un progreso a medias.
[…]
¿Quiere esto decir que el sistema de Adam Smith no representara un progreso? Sin duda que lo representó, y un progreso, además, necesario. Fue necesario, en efecto, que el sistema mercantil, con sus monopolios y sus trabas comerciales, se viniera a tierra, para que pudiera revelarse con toda su fuerza las verdaderas consecuencias de la propiedad privada; fue necesario que pasara a segundo plano todas aquellas pequeñas consideraciones localistas y nacionales, para que la lucha de nuestro tiempo se generalizara y cobrara un carácter más humano.
[…]
Así, pues, en la crítica de la economía política investigaremos las categorías fundamentales, pondremos al descubierto la contradicción introducida por el sistema de la libertad comercial y sacaremos las consecuencias que se desprenden de los dos términos de la contradicción.
[…]
Al fijarme en los efectos de la maquinaria, me sale al paso otro tema, más alejado, el del sistema fabril, que no tengo ni tiempo ni ganas de tratar aquí. Confío, por los demás, en que no tardará en deparárseme la ocasión de desarrollar detenidamente la repugnante inmoralidad de este sistema y de poner de manifiesto, sin miramiento alguno, la hipocresía de los economistas que brilla aquí en todo su esplendor.
La situación de la clase obrera en Inglaterra
La presente cita fue incorporada por Engels en una edición de 1885, dentro del prefacio de la primera publicación aparecida en 1845.
[…] Cuanto mayor era la empresa industrial y cuantos más obreros ocupaba, tanto mayores eran los perjuicios que experimentaba o las dificultades comerciales con que tropezaba ante cualquier conflicto con los obreros. Por eso, con el transcurso del tiempo, apareció entre los industriales, sobre todo entre los grandes fabricantes, una nueva tendencia. Aprendieron a evitar los conflictos innecesarios y a reconocer la existencia y la fuerza de los sindicatos; por último, llegaron incluso a descubrir que las huelgas constituyen —en un momento oportuno— un excelente instrumento para sus propios fines. Así, resultó que los grandes fabricantes, que antes habían sido los instigadores de la lucha contra la clase obrera, eran ahora los primeros en predicar la paz y la armonía. Tenían para ello razones muy poderosas.
[…]
El segundo sector de obreros «protegidos» lo integran los grandes tradeuniones. Son estas organizaciones de ramas de la producción en las que trabajan única o predominantemente hombres adultos. Ni la competencia del trabajo de las mujeres y de los niños ni la de las máquinas han podido debilitar hasta ahora su fuerza organizada. Los metalúrgicos, los carpinteros y los ebanistas y los albañiles constituyen otras tantas organizaciones, cada una de las cuales es tan fuerte que puede, como ha ocurrido con los obreros de la construcción, oponerse con éxito a la introducción de la maquinaria. No cabe duda de que la situación de estos obreros ha mejorado considerablemente desde 1848, la mejor prueba de ello nos la ofrece el [hecho] que desde hace más de 15 años no solo los patrones están muy satisfechos de ellos, sino también ellos de sus patrones. Constituyen la aristocracia de la clase obrera; han logrado una posición relativamente desahogada y la consideran definitiva.
En cuanto a las grandes masas obreras, el estado de miseria e inseguridad en que viven ahora es tan malo como siempre o incluso peor. El Est End de Londres es un pantano cada vez más extenso de miseria y desesperación irremediables, de hambre en las épocas de paro y de degradación física y moral en las épocas de trabajo. Y si exceptuamos a la minoría de obreros privilegiados, la situación es la misma en las demás grandes ciudades, así como en las pequeñas y en los distritos rurales. La ley que reduce el valor de la fuerza de trabajo al precio de los medios de subsistencia necesario, y la otra ley que, por regla general, reduce su precio medio a la cantidad mínima de esos medios de subsistencia, actúan con el rigor inexorable de una máquina automática cuyos engranajes van aplastando a los obreros […].
Dialéctica de la naturaleza
Texto escrito entre 1875 y 1876. Publicado por primera vez en 1925. Viejo prólogo para el Anti-Dühring. Sobre la dialéctica.
El trabajo que el lector tiene ante sí no es, ni mucho menos, fruto de un «impulso interior». Lejos de eso, mi amigo Liebknecht puede atestiguar cuánto esfuerzo le costó convencerme de la necesidad de analizar críticamente la novísima teoría socialista del señor Dühring […].
Dos circunstancias pueden excusar el que la crítica de un sistema tan insignificante, pese a toda su jactancia, adopte unas proporciones tan extensas, impuestas por el tema mismo. Una es que esta crítica me brindaba la ocasión para desarrollar sobre un plano positivo, en los más diversos campos, mis ideas acerca de problemas que encierran hoy un interés general, científico o práctico.
[…]
El pensamiento teórico de toda época, incluyendo por tanto la nuestra, es producto histórico, que reviste formas distintas y asume, por tanto, un contenido muy distinto también, según las diferentes épocas. La ciencia del pensamiento es, por consiguiente, como todas las ciencias del desarrollo histórico del pensamiento humano. Y este tiene también su importancia, en lo que afecta a la aplicación práctica del pensamiento a los campos empíricos. La primera es que la teoría de las leyes del pensamiento no representa, ni mucho menos, esa «verdad eterna» y definitiva que el espíritu del filisteo se representa en cuanto oye pronunciar la palabra «lógica». La misma lógica formal ha sido objeto de enconadas disputas desde Aristóteles hasta nuestros días. Por lo que a la dialéctica se refiere, hasta hoy solo ha sido investigada detenidamente por dos pensadores: Aristóteles y Hegel. Y la dialéctica es, precisamente, la forma más cumplida y cabal del pensamiento para las modernas ciencias naturales, ya que es la única que nos brinda la analogía y, por tanto, el método para explicar los procesos de desarrollo de la naturaleza, para comprender, en sus rasgos generales, sus nexos y el tránsito de uno a otro campo de la investigación.
En segundo lugar, el conocimiento de la trayectoria histórica de desarrollo del pensamiento humano, de las ideas que las diferentes épocas de la historia se han formado acerca de las conexiones generales del mundo exterior, constituye también una necesidad para las ciencias naturales teóricas, ya que nos sirve de criterio para constatar las teorías por ellas formuladas.
[…]
Corresponde a Marx —frente a los gruñones, petulantes y mediocres epígonos que hoy ponen cátedra en la «Alemania culta»— el mérito de haber destacado de nuevo, adelantándose a todos los demás, el relegado método dialéctico, el entronque de su pensamiento con la dialéctica hegeliana y las diferencias que le separan de esta, a la par que en El capital aplicaba este método a los hechos de una ciencia empírica, la economía política. Para comprender el triunfo que esto representa basta fijarse en que, inclusive en Alemania, no acierta la nueva escuela económica a remontarse por sobre el vulgar librecambismo más que plagiando a Marx —no pocas veces con tergiversaciones—, so pretexto de criticarlo.
En la dialéctica hegeliana reina la misma inversión de todas las conexiones reales que en las demás ramificaciones del sistema de Hegel. Pero, como dice Marx:
El hecho de que la dialéctica sufra en manos de hegeliana mistificación, no obsta para que este filósofo fuese el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Lo que ocurre es que la dialéctica aparece, en él, invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y enseguida se descubre bajo la corteza mística la semilla racional.
Ludwing Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana
Escrito y publicado en 1886 en la revista Neue Zeit (Tiempos Nuevos).
I
La tesis de que todo lo real es racional se resuelve, siguiendo todas las reglas del método discursivo hegeliano, en esta otra: todo lo que existe merece perecer.
Y en esto precisamente estriba la verdadera significación y el carácter de la filosofía hegeliana —a la que habremos de limitarnos aquí, como remate de todo el movimiento filosófico iniciado con Kant—, en que daba al traste para siempre con el carácter definitivo de todos los resultados del pensamiento y de la acción del hombre. En Hegel, la verdad que trataba de conocer la filosofía no era ya una colección de tesis dogmáticas fijas que, una vez encontradas, solo haya que aprenderse de memoria; ahora, la verdad residía en el proceso mismo del conocer, en la larga trayectoria histórica de la ciencia, que, desde las etapas inferiores, se remonta a fases cada vez más altas de conocimiento, pero sin llegar jamás, por el descubrimiento de una llamada verdad absoluta, a un punto en que ya no puede seguir avanzando, en que solo le resta cruzarse de brazos y sentarse a admirar la verdad absoluta conquistada. Y lo mismo que en el terreno de la filosofía, en los demás campos del conocimiento y en el de la actuación práctica. La historia, al igual que el conocimiento, no puede encontrar jamás su remate definitivo en un estado ideal perfecto de la humanidad; una sociedad perfecta, un Estado perfecto, son cosas que solo pueden existir en la imaginación; por el contrario todos los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas fases transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la sociedad humana, desde lo inferior a lo superior. Todas las fases son necesarias, y por tanto, legítimas para la época y para las condiciones que las engendran; pero todas caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones nuevas y superiores, que van madurando poco a poco en su propio seno; tienen que ceder el paso a otra fase más alta, a la que también llegará, en su día, la hora de caducar y perecer.
[…]
Personalmente, Hegel parecía más bien inclinarse en conjunto —pese a las explosiones de cólera revolucionaria bastante frecuente en sus obras— del lado conservador; no en vano su sistema le había costado harto más «duro trabajo discursivo» que su método.
[…]
Fue entonces cuando apareció La esencia del cristianismo, de Feuerbach. Esta obra pulverizó de golpe la contradicción, restaurando de nuevo en el trono, sin más ambages, al materialismo. La naturaleza existe independientemente de toda la filosofía; es la base sobre la que crecieron y se desarrollaron los hombres, que son también, de suyo, productos naturales […].
II
El gran problema cardinal de toda la filosofía, especialmente de la moderna, es el problema de la relación entre el pensar y el ser. Desde los tiempos remotísimos, en que el hombre, sumido todavía en la mayor ignorancia acerca de su organismo y excitado por las imágenes de los sueños, dio en creer que sus pensamientos y sus sensaciones no eran funciones de su cuerpo, sino de un alma especial, que moraba en su cuerpo y lo abandonaba al morir; desde aquellos tiempos, el hombre tuvo forzosamente que reflexionar acerca de las relaciones de esta alma con el mundo exterior.
El problema de la relación entre el pensar y el ser, problema que, por lo demás, tuvo también gran importancia entre los escolásticos de la Edad Media; el problema de saber qué es lo primario, si el espíritu o la naturaleza, ese problema revestía, frente a la Iglesia, la forma agudizada siguiente: ¿el mundo fue creado por Dios o existe desde toda una eternidad?
[…]
Pero el problema de la relación entre el pensar y el ser encierra, además, otro aspecto a saber, ¿qué relación guardan nuestros pensamientos acerca del mundo que nos rodea con este mismo mundo? ¿Es nuestro pensamiento capaz de conocer el mundo real; podemos nosotros, en nuestras ideas y conceptos acerca del mundo real, formarnos una imagen refleja exacta de la realidad? En el lenguaje filosófico esta pregunta se conoce con el nombre de problema de la identidad entre el pensar y el ser, y es contestada afirmativamente por la gran mayoría de los filósofos […].
Pero al lado de estos, hay otra serie de filósofos que niegan la posibilidad de conocer el mundo o por lo menos de conocerlo de un modo completo.
[…]
La trayectoria de Feuerbach es la de un hegeliano —no del todo ortodoxo, ciertamente—, que marcha hacia el materialismo; trayectoria que, al llegar a una determinada fase, supone una ruptura total con el sistema idealista de su predecesor.
[…]
Feuerbach tiene toda la razón cuando dice que el materialismo puramente materialista es el «cimiento sobre el que descansa el edificio del saber humano, pero no el edificio mismo». En efecto, el hombre no vive solamente en la naturaleza, sino que vive también en la sociedad humana, y esta posee igualmente su historia evolutiva y su ciencia, ni más ni menos que la naturaleza. Se trataba, pues, de poner en armonía con la base materialista, reconstruyéndola sobre ella, la ciencia de la sociedad; es decir, el conjunto de las llamadas ciencias históricas y filosóficas. Pero esto no le fue dado a Feuerbach hacerlo […].
III
[…]
Pero el paso que Feuerbach no dio, había que darlo; había que sustituir el culto abstracto, médula de la nueva religión feuerbachiana, por la ciencia del hombre real y de su desenvolvimiento histórico. Este desarrollo de las posiciones feuerbachianas superando a Feuerbach fue iniciado por Marx en 1845, con La sagrada familia.
IV
[…]
Con la descomposición de la escuela hegeliana brotó además otra corriente, la única que ha dado verdaderos frutos, y esta corriente va asociada primordialmente al nombre de Marx.
Discurso ante la tumba de Marx
Pronunciado en el cementerio de Highgate, Londres, el 17 de marzo de 1883.
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días.
[…]
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto hasta él bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte religión, etc., que por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondencia fase económica de desarrollo de un pueblo o de una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
Pero no es solo eso. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como estos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan solo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un solo campo que Marx no sometiese a investigación…
Tal era el hombre de ciencia. Pero no era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuente histórica motriz, una fuerza revolucionaria […]. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados […].
Pues Marx, era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de sus instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quien él había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida.
De la Correspondencia
De Engels a J. Bloch. Londres, 21 de septiembre de 1890.
Según la concepción materialista, el elemento determinante de la historia en última instancia es la producción y la reproducción en la vida real.
[…]
Marx y yo tenemos en parte la culpa de que los jóvenes escritores le atribuyan a veces al aspecto económico mayor importancia que la debida. Tuvimos que subrayar este principio fundamental frente a nuestros adversarios, quienes lo negaban, y no siempre tuvimos tiempo, lugar ni oportunidad de hacer justicia a los demás elementos participantes en la interacción […]. Y no puedo librar de este reproche a muchos de los más recientes «marxistas», porque también de este lado han salido las basuras más asombrosas.
De Engels a Mehring. Londres, 14 de julio de 1893.
Usted ha descrito en forma excelente los puntos capitales, y de manera convincente para cualquier persona sin prejuicios. Si encuentro algo que objetar es que usted me atribuye más crédito del que merezco, aun si tengo en cuenta todo lo que —con el tiempo— posiblemente podría haber descubierto por mí mismo, pero Marx, con su cop´doil (golpe de vista) más rápido y su visión más amplia, descubrió mucho más rápidamente. Cuando se tiene la suerte de trabajar durante 40 años con un hombre como Marx, generalmente no se le reconoce a uno en vida lo que se merece […].
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