Contrapunteo

Eusebio Leal nos cuenta de Raúl

8 sept. 2017
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He leído con meditado detenimiento las páginas de este libro que contiene fragmentos de 86 discursos, intervenciones y declaraciones de Raúl Castro Ruz sobre distintos aspectos de la política internacional, la realidad de Cuba en ese contexto, el desarrollo económico y social del país y la trascendencia del pensamiento revolucionario.
En la introducción, el joven analista e investigador nos presenta una visión esencial de la ascendente fuerza y arraigadas convicciones de aquel a quien las circunstancias de una vida señalada desde su primera juventud por su vocación de rebelde, lo unieron a Fidel no solo por lazos fraternos, sino por comunión de ideas.
Al acercarnos a la biografía de ambos, notamos cómo los primeros años resultan vitales. El lustro que los separa se hace más evidente en los tiempos iniciales. Fidel ejercía como protector y custodio del menor de los hermanos. Junto al mayor de todos, Ramón, compartían la vida escolar en el marco de la disciplina propia de los Hermanos de La Salle. Pasaron del sistema pedagógico francés al rigor de la Compañía de Jesús, determinante a mi juicio en el carácter y la conducta de Fidel, cuyo liderazgo se consolidaría en los años siguientes.
El pequeño Raúl sigue su huella pero siempre deseará el regreso al lar familiar en Birán donde el padre, Don Ángel, había establecido una perspectiva de la explotación agraria diferente al común denominador en aquellas comarcas. Bastaría señalar la existencia del aula para la educación de los niños y una especie de pequeña aldea donde quedan resueltos almacén, casa de transeúntes, vivienda de los abuelos maternos, telégrafo y una línea ferroviaria perteneciendo a la Cuban Rail Road Company; y el pequeño vagón de viaje familiar llevaba una peculiar inscripción: Castro e hijos. Era casi utópico el diseño de una autarquía en medio de las fronteras de los grandes cañaverales y los latifundios norteamericanos.
Llegado el momento, los acontecimientos llevarán a Fidel a la capital, para estudiar en la única universidad que por entonces existía en Cuba, fundada bajo el título de San Gerónimo en enero de 1728. Los hijos de Ángel y Lina, tres varones y cuatro hembras, permanecerían unidos a pesar de la forzada separación de Fidel y Raúl, este último reclamado por el hermano mayor para seguir su destino.
Si bien en el Oriente la política era más acentuadamente ver-nácula, La Habana sin lugar a dudas ofrecía otras oportunidades en medio de un pugilato de partidos y facciones, algunas de las cuales provenían de la dispersión de hombres e ideas que sucedieron a la abortada revolución de 1933.
La corrupción política, la sinecura como una de sus señas de identidad, convirtieron a la urbe habanera en el escenario de agrias disputas. Algunas tuvieron como epílogo la guerra de grupos, dejando una sangrienta huella como marca indeleble en la sociedad. Sin embargo, una juventud esperanzada emergía en medio del descorazonamiento de las masas.
Las luchas obreras y la devastadora pobreza se extendían por los campos donde a la cosecha azucarera tras el corte y alza de la caña, le sucedía el llamado tiempo muerto que motivaba la emigración periódica de quienes buscaban el pan para los suyos. Un líder de los trabajadores azucareros, de acerada voluntad y carismático discurso, fue brutalmente asesinado y velado en el Capitolio Nacional como correspondía a su condición de representante a la cámara. El sepelio de Jesús Menéndez se convirtió en una imponente manifestación de duelo y condena a la situación existente en el país.  
Mientras, en el debate parlamentario, en la tribuna política o en las ondas perceptibles de la radio, la voz de Eduardo Chibás le convertía en la esperanza de un programa político ideal que llevaba como divisa el lema «Vergüenza contra dinero». A esa conclusión, al parecer simple, se reducía el remedio de los males de la República.
Está ante nosotros la trilogía de la realidad: decadencia del poder político, ineficacia de la Constitución de 1940 considerada un modelo de elevados propósitos y nada más, la emergencia de un pensamiento social en las vanguardias proletarias y campesinas y el discurso demócrata liberal que atraía magnéticamente a las grandes masas desfavorecidas.
Desde el pasado reciente, aparecían los nombres de esa ya aludida vanguardia: Julio Antonio Mella, a quien el poeta chileno Pablo Neruda definió como el discóbolo de la juventud cubana, elocuente tribuno y autor de la reforma universitaria; acompañado por el general del Ejército Libertador Eusebio Hernández, y el doctor Rodríguez Lendián, los dos profesores que le apoyaron en aquel magno propósito de cambio en el seno de la primera de las universidades cubanas.
Mella fundó la Federación Estudiantil Universitaria y la Universidad Popular. Incómodo ante las formalidades, fue más allá de las disciplinas simples y se proyectó como líder revolucionario ávido de conocer el pensamiento de José Martí, admirador de la Revolución leninista de octubre. Fue asesinado el 10 de enero de 1929 en las calles de México por orden de la tiranía machadista y en últimas palabras alcanzó a definir en hermosa síntesis su ideario: «Muero por la Revolución».
Aparece también la figura del poeta Rubén Martínez Villena, como su apasionado compañero de generación —cofundador del Partido Comunista con Mella—, cuya oratoria se sobrepuso a su salud frágil para entregarse a la clase trabajadora hasta su último aliento.
Y emerge la personalidad de Antonio Guiteras, el Doctor en Farmacia devenido líder nacionalista que opta por la lucha armada ante el fracaso de los cien días del Gobierno surgido de la rebelión popular contra la tiranía de Gerardo Machado. Sucumbe el 8 de mayo de 1935 en combate desigual contra los sicarios de Batista en El Morrillo, un viejo baluarte militar español en la desembocadura del río Canímar, en Matanzas, donde esperaba salir de Cuba para regresar luego en una expedición armada que desencadenaría la Revolución.
El proceso constituyente de 1940 llevará al seno del debate al más amplio espectro de la realidad cubana. Y por primera vez, liberales, reformistas, tradicionalistas, tendrían que convivir con líderes obreros y dirigentes políticos comunistas. La lectura de las actas de la asamblea que inició el 9 de febrero, resulta muy reveladora, pero sería motivo que excede estas líneas explicar cómo después de aprobada la constitución el primer presidente electo fue precisamente Fulgencio Batista.
Batista, cuya emergencia en el panorama cubano lo llevará de sargento taquígrafo a hombre fuerte que en los años siguientes será la sombra y el instrumento idóneo del imperialismo norteamericano. Hábil y astuto, no tendrá escrúpulo alguno en sus actuaciones políticas.
Concluido su mandato finge aceptar la sucesión democrática de la que se convierte en velado y taimado opositor. Se aleja de Cuba para volver luego con el propósito manifiesto de tomar el poder apoyado por sus viejos socios políticos y la cúpula del ejército republicano. Aprovechó la debilidad del Gobierno auténtico señalado por su corrupción, en el cual el pueblo había creído, ilusionado con la imagen del Doctor en Medicina Ramón Grau San Martín, quien había presidido el efímero Gobierno surgido de la revolución del 30.
Estaban convocadas las elecciones generales y con un pretexto baladí Bastista irrumpe en la noche del 10 de marzo de 1952, viola la constitución de manera flagrante y se apodera del Gobierno constitucionalmente electo de Carlos Prío Socarrás.
A un año de que se celebrara el centenario del nacimiento del Apóstol José Martí, el golpe militar batistiano fue, como se diría en buen cubano, ponerle la tapa al pomo. Un año antes, otra promesa honorable, Eduardo Chibás, llamado el Adalid, había consumado el suicidio un 16 de agosto de 1951, cerrando lo que podía ser una salida, una posible solución política, si bien caótica e incoherente por la diversidad de elementos que nutrían su partido.
A estas alturas Fidel se hace más visible, luego de su forja como líder universitario y escritor, cuyo pensamiento excede las páginas del manifiesto. Sus artículos en la prensa ganan popularidad al tiempo que se fragua una vanguardia selecta y aguerrida, punta de lanza de la Revolución. De la Colina universitaria descenderán los jóvenes en abril de 1952 para el simbólico entierro de la constitución democrática pisoteada por el usurpador. Y ahí aparecerá públicamente el joven abanderado —Raúl— que en marzo de 1953 viajará a Europa para participar en la Conferencia Internacional sobre los Derechos de la Juventud, a celebrarse en la ciudad de Viena.
Me parece escuchar hoy su narración de ese periplo que muchos años después supera con el calor de la palabra viva lo que hemos leído de sus testimonios. Su azaroso itinerario le lleva a Bucarest donde se preparaba el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, y al regreso descubre la ciudad de París donde apenas ochenta y dos años antes los comuneros habían intentado tocar el cielo con las manos. Las mismas calles por las cuales transitaron los belicosos rebeldes de la denominada Era de la Revolución, entre 1789 y 1848; la urbe también descrita por Martí en su opulento esplendor.
Raúl, junto a sus dos compañeros de viaje, guatemaltecos, pretendía abordar en su travesía trasatlántica inaugural el navío Ile de France, pero una huelga obrera los obligó a recorrer las costas de Italia y tomar en el puerto de Génova el buque de carga y pasajeros Andrea Gritti, tal y como ha sido relatado por el entonces joven Nikolai Leonov.
Seleccionado para perfeccionar su preparación en idioma español en la Universidad Nacional Autónoma de México, Leonov comenzó a relacionarse con Raúl. Lo hizo después de leer el título del libro que el cubano había dejado en la cubierta del barco mientras se bañaba en la pequeña piscina con sus amigos centroamericanos. Era un críptico mensaje de identificación de ideas pues se trataba de la obra tan celebrada de Antón Makarenko, Poema pedagógico. Rotas las barreras, se produjo la comunicación de ideales secretamente compartidos.
Raúl ha relatado que en el largo viaje de regreso a Cuba llegaron a La Guaira y con el último dinero que poseía, decidió tomar por el viejo camino de los españoles hasta Caracas, con el solo propósito de reverenciar como lo hiciera Martí ante su estatua en marzo de 1881, al libertador Simón Bolívar, mentor y artífice de la emancipación de cinco naciones y del ideario de unidad continental.
En La Habana una lápida colocada en la puerta del muelle de San Francisco, hoy Sierra Maestra, nos recuerda el regreso de Raúl a Cuba ese 6 de junio de 1953 a bordo del Andrea Gritti. Junto al Comandante de la Revolución Juan Almeida y por su iniciativa, señalamos el lugar donde lo detuvieron y luego lo apresaron al ser identificado por el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC). Posteriormente ingresa en la cárcel del Castillo del Príncipe donde recibió todo tipo de maltratos y agravios, motivados por los libros considerados subversivos que contenía su maleta.
Es necesario señalar que por su condición de cubano, su forma de vestir y expresarse, había logrado pasar las barreras aduaneras sin mayor percance. Pero al darse cuenta de que sus amigos no salían, decidió reingresar, corriendo todos la misma suerte. De los guatemaltecos se encargó su embajada en La Habana.
Raúl nunca olvidó a esos jóvenes ni su destino posterior. Él en definitiva saldría del vivac por la gestión personal de su abogado que no fue otro que Fidel. Todo esto ocurría cuando faltaba poco más de un mes para que se consumara el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba. En La Habana, había conocido a los que serían sus amados y siempre recordados compañeros Antonio (Ñico) López, José Luis Tasende, Abel y su hermana Haydée Santamaría, entre otros.
Como integrante del contingente que asalta el cuartel Guillermo Moncada, sede del regimiento militar en Santiago de Cuba, tendrá la misión de tomar el Palacio de Justicia como punto de apoyo a la acción cuidadosamente planeada por Fidel. En los penumbrosos salones de aquel recinto es donde Raúl asume, ante las vacilaciones de un compañero, su carácter de jefe; desarma y custodia a los guardias prisioneros y cuando es evidente que todo se ha perdido, logra salir del sitio con las primeras luces del alba mezclándose con el gentío en la ciudad de Santiago, que en forma alguna le era ajena.
Luego fue hecho prisionero en las cercanías de San Luis, en el intento de llegar a las proximidades de su casa en Birán y contactar a su hermano Ramón. Una vez en el cuartel del ejército en San Luis fue identificado por un confidente. Ahí Raúl asumió valientemente su identidad y responsabilidad en el ataque al Palacio de Justicia, donde tomó prisioneros a nueve militares batistianos a los cuales respetó la vida. Ese mismo día fue conducido al cuartel de Palma Soriano y rápidamente enviado al cuartel Moncada. Una foto le revela desafiante en medio de la situación incierta en que se encuentra.
Juzgado y condenado en la causa 37 del Tribunal de Urgencia de Santiago, compartirá con Fidel y aquel puñado de jóvenes rebeldes
el llamado Presidio Modelo en Isla de Pinos, no lejos por cierto de la finca El Abra, a donde el joven Martí fue confinado a la espera de su deportación hacia la península española, entre el  13 de octubre y el 18 de diciembre de 1870.
En la correspondencia que he leído del tiempo de su cautiverio se revelan los rasgos esenciales de su carácter: optimismo, simpatía y profundidad de ideas. Como es sabido, la solidaridad y el reclamo constante de la liberación de los moncadistas por parte de sectores de la ciudadanía identificados con la justeza y elevados propósitos de los penados, abre finalmente las rejas del presidio el 15 de mayo de 1955.
México por tantas razones unido a la historia de Cuba, será circunstancialmente el lugar donde habitarán y donde ha de desarrollarse la activa preparación para el regreso. Junto a su hermano, Raúl asiste al homenaje a los niños Héroes de Chapultepec en medio del idílico jardín de la ya inmensa capital de la nación azteca. Fidel pronuncia las palabras premonitorias y la solemne advertencia: «…en 1956 seremos libres o seremos mártires».
Finalmente, dominando infinitud de contratiempos, un yate de recreo se hace a la mar, en una noche aciaga, en un lugar llamado Tuxpan. Vencidos los azares de una travesía colmada de incertidumbres, tocan Playa Las Coloradas el 2 de diciembre de 1956. Los últimos a bordo serán el médico argentino Ernesto Guevara de la Serna y Raúl Castro Ruz. A la pregunta del primero sobre cuál era el nombre de la nave en la cual se habían lanzado a las agitadas olas del golfo, Raúl inclinado sobre la popa, deletrea el nombre breve que ha de inscribirse finalmente en la historia: «Granma, Che…».
Lo que sobrevino luego es conocido por diversos testimonios. Cuando se me ha preguntado sobre cómo erigir un monumento en Playa Las Coloradas he pensado que no hay otro mejor que el manglar. Ahora cruzamos ese espacio por un cómodo puentecillo de madera. Los fatigados expedicionarios lo hicieron entre el agua cenagosa, las raíces y los fieros tábanos de la costa para al final, exhaustos, detenerse en el camino y luego enfrentar la dura realidad. Paradójicamente el sitio era conocido con el nombre de Alegría de Pío. En realidad se convirtió en un lugar doloroso que precedió a la dispersión y a la muerte de no pocos de ellos perseguidos y algunos, desalentados.
A partir de ese momento Fidel y Raúl y los pocos que les acompañaron se distancian sin noticias el uno del otro, hasta que finalmente se encuentran dos semanas después en Cinco Palmas. Hasta allí llegó Raúl con otros cuatro combatientes: Efigenio Ameijeiras Delgado, Ciro Redondo García, René Rodríguez Cruz y Armando Rodríguez Moya, todos portando sus armas. El abrazo de Cinco Palmas es altamente significativo.  
Fidel contaba solo con dos fusiles pero estaba convencido de que juntos tenían garantía de sobrevivencia. Al sumar y llegar a la cifra de siete exclamó: ¡Ahora sí ganamos la guerra!
En los días posteriores, Guillermo García, el alebrestado joven campesino que sería el primero en incorporarse al naciente Ejército Rebelde, conduce sanos y salvos a los demás expedicionarios.
La Sierra resulta inhóspita, húmeda y fría, escasean casi absolutamente los alimentos. No es precisamente un vergel florido colmado de frutas y nidos. La vida será dura. Fidel impone el racionamiento hasta límites insospechados. Ha nacido la guerrilla y le aguardan nuevos desafíos. El asalto al cuartel costero de La Plata es una victoria real pero también simbólica. Sus pensamientos en el momento en que vio la fortificación en llamas los plasmó Raúl en su diario de guerra: «Desde lo lejos, se veían arder sobre los cuarteles de la opresión, las llamas de la libertad. Algún día no lejano sobre esas cenizas levantaremos escuelas».
Los hombres han sido probados y emergen del conjunto nombres que alcanzarán una dimensión en la historia futura: Juan Almeida Bosque, Raúl Castro Ruz, Ernesto Guevara de la Serna…
La Sierra fue la escuela del naciente Ejército Rebelde. No quiero ni puedo omitir que en aquellas circunstancias extremas Raúl es y será uno de los protagonistas de la gesta más sorprendente que recuerda la historia contemporánea del continente. Hazaña que ha de concluir con la victoria de aquel puñado de hombres sobre un ejército armado y preparado meticulosamente, que no necesariamente debemos presentar ante la posteridad como un atajo de cobardes porque esto disminuiría, en ofensa de la historia verdadera, el mérito de los vencedores.
Muchos de sus jefes y oficiales consumaron el crimen, la represión brutal de los campesinos, la implementación de tácticas de contrainsurgencia que fueron precursoras en el tiempo. El bombardeo sistemático de los claros del monte o dondequiera que se percibía la posibilidad de campamentos insurgentes fue continuo, con su amarga y dura secuela de familias enteras asesinadas.
La victoria sobre la postrera gran ofensiva del ejército batistiano fue el último esfuerzo por alcanzar el triunfo imposible. El Ejército Rebelde se había multiplicado en columnas, abriendo nuevos frentes, siguiendo la estrategia militar de Fidel en la colocación de emboscadas y llevándolos siempre, según la experiencia mambisa, al lugar y sitio donde era posible combatir y vencer. Raúl es ascendido a Comandante el 27 de febrero de 1958. Se une su nombramiento al de su entrañable compañero Juan Almeida Bosque, designado este último para el Tercer Frente que llevaría el nombre del médico mártir del Moncada Mario Muñoz Monroy.
Raúl debe partir a fundar el Frente Oriental Frank País, llamado Segundo en aras de no azuzar las diferencias surgidas con otra organización revolucionaria que lo había autoproclamado en la sierra central del Escambray. Con reverente emoción hemos caminado la guardarraya de palmas que concluye ante la Loma de Mícara, de la cual desciende como un torrente de sangre, un campo de califas rojas. Al pie, las tumbas de todos los que formaron parte de aquel Frente.
Pero lo más impactante es que en el borde superior de aquella alta colina, una palma avanza solitaria rodeada de otras decenas. Es Raúl, quien cumplida la misión, llega por fin al territorio donde funda aquel «pequeño» estado revolucionario en el cual se ensayaron, con anticipación notable, las prácticas y métodos del estado real que para los más avizorados estaba al alcance, en un no lejano horizonte.
Surgieron el campamento, la escuela, el hospital, y se logró la insólita posesión de una fuerza aérea, vehículo motor y todo aquello que desde la vastedad del territorio dominado podía reunirse para hacer invulnerable lo alcanzado.
En este sitio se encontraron emocionalmente dos caracteres de excepcional valía: la joven Vilma Espín Guillois, de refinada formación académica y cultural, hija de una notable familia de Santiago, y él. El amor cristalizó a la vez que una asociación revolucionaria de ideas, imperturbable al paso de los años.
Cuando ella partió muchos años después, dejó una obra profunda. Concluyó su magnífica labor de unir en un haz a las mujeres cubanas y realizar importantes aportes teóricos a temas que hoy resultan de candente actualidad, tales como dignidad de género, prevención social, maternidad responsable, respeto a la singularidad en la igualdad.
Entonces él pudo exclamar con inocultable sentimiento de admiración que luego de haberla conocido, amado y formado con ella una familia, no habría lugar en su corazón para otra mujer.
La historia le ha llevado, por derecho propio, a suceder al más importante pensador político y al cubano que después del Apóstol José Martí, conoció con más profundidad el contexto global y las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos.
Con Fidel ha compartido la insurgencia y la victoria. Fue, junto a él, fundador del Partido Comunista de Cuba, clave para el entendimiento de una sociedad que ha requerido, requiere y requerirá de la unidad monolítica para subsistir. Pero lo ha concebido como un partido de la nación abierto al diálogo, atento a la realidad que palpita en el corazón del pueblo.
No teme al futuro. Cada uno de sus cumpleaños, cada 3 de junio, planta un árbol en el jardín que suele recorrer en sus escasos momentos de ocio.
Al depositar en un monolito de piedra la urna contentiva de las cenizas de Vilma, las besó con devoción sincera. Un poco atrevidamente le comenté sobre lo que de modo inevitable sucedería después de ese instante: «General presidente, usted será ahora más amado y menos temido».
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