El antiguo y exclusivo Country Club de La Habana, lugar para millonarios, con hotel y amplios terrenos, fue el acertado sitio elegido —como antítesis— para que, en 1962, desde allí se generara una de las obras más trascendentales y justas de la Revolución Cubana.
La Escuela Nacional de Arte, ENA por sus siglas, recibía alumnos procedentes de todos los estratos sociales, y de todas las regiones del país, previa rigurosa prueba de aptitudes y capacidades requeridas para las especialidades, entonces, de ballet, artes plásticas, música y arte dramático. Más adelante, en 1965 comenzaría la enseñanza de danza moderna y folclórica. En este propósito cumplido se unieron importantes personalidades de la cultura cubana y de otras nacionalidades, quienes día a día fueron ideando los planes de estudio de la institución naciente.
Tradiciones artísticas bien arraigadas avalaban el conjunto de experiencias de pedagogos y artistas cubanos, referentes de siglos pasados hasta esa fecha, por lo que la ENA era una necesidad acumulada de expandir la enseñanza de las artes, en un país que merecía acceder a ellas, sin discriminaciones de raza, origen o credo.
Tanto y rápido se expandió este sueño, hecho realidad gracias a la Revolución triunfante en 1959 y a su joven líder Fidel Castro, que en 1975 se hizo necesario el nivel universitario creado en el Instituto Superior de Arte, hoy Universidad de las Artes de Cuba.
Al valor de humanidad que encierra en sí tamaña obra, se le une que las edificaciones que conforman desde entonces la Escuela de Arte de La Habana constituyen extraordinarias obras de arquitectura mundial.
Tres arquitectos: Porro, Garatti y Gottardo, pusieron su reconocido talento, su fama incluso, a disposición de una obra que contaba con toda la voluntad política. Entonces, crearon un conjunto de edificaciones que representa lo mejor de la arquitectura de la Revolución.
La constitución de la Escuela Nacional de Arte era una rareza en la época, especialmente en el Tercer Mundo. Surge en una etapa en que todavía las escuelas de arte no eran lo común en el mundo universitario.
A los jóvenes graduados de las escuelas de arte en Cuba, se unen jóvenes de América Latina, África y Asia, a sus convocatorias de talleres y cursos acuden estudiantes de Europa y América del Norte.
De carácter humanista, la creación de un sistema de enseñanza artística en Cuba, parte de una esencia democrática en la que sus propios profesores y profesoras, y sus estudiantes, constituyen el mayor valor de una institución que llega a los 55 años. Un sueño de Fidel que tuvo como punto de partida, la formación de artistas comprometidos profundamente con la liberación humana e identificados con las mejores causas de la época que les toque vivir.
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