Es imposible, en breves páginas, sintetizar la obra de un hombre que ha perdurado muy a pesar de detractores y oponentes, y que sigue alentando a otros muchos que luchan o simplemente desean un mundo mejor en bien de la humanidad.
De ese hombre, Carlos Marx, nacido en Tréveris en mayo de 1818, compartimos algunos textos de su pensamiento y actuar revolucionaros. El pretender una síntesis mínima nos dejará siempre una deuda permanente, sobre todo con los lectores más jóvenes, en nuestro afán por la búsqueda de un camino que contribuya a su formación teórica y práctica.
No obstante, el propósito de intentarlo es provocarles interrogantes y respuestas tentativas acerca de la historia desde una dimensión marxista, muchas veces rechazada, ocultada o tergiversada —con intencionalidad o no—, al tratar de encontrar grietas en sus presupuestos y negar la existencia de los problemas que dieron lugar a su surgimiento; separándolos de los actuales, como si el presente representara la negación y devaluación de las tesis marxistas y, a la vez, la exaltación de un sistema que se sabe agotado en sus condicionamientos éticos.
La historia del marxismo atestigua lo expuesto; mucho más al aspirar, desde sus orígenes, a transformar el mundo mediante la acción consecuente de los hombres como los auténticos portadores de los cambios y su historia y al reafirmarse, con el tiempo, la vigencia de su objeto de estudio. El solo enunciado de esa aspiración nos habla de la oposición desmedida en que muchas veces un pensamiento puede ser negado y vilipendiado, convirtiendo a Marx en el centro de la mayor polémica desatada contra una corriente, empleada por muchos en sus juicios, aunque negada y despojada de su verdadera dimensión revolucionaria y transformadora del capitalismo en su conjunto.
La extensión y multiplicidad conceptual de la obra de Marx y de su par, Federico Engels, resulta compleja, como se expresó anteriormente, al pretender ilustrarlas en trabajos puntuales. No obstante, por las contradicciones engendradas en un mundo cada vez más incierto —como consecuencia de políticas erradas y ambiciones descomunales—, acercarnos a algunos de los postulados más sobresalientes del marxismo, con el objetivo de poder evaluar hechos históricos y situaciones que por su notoriedad han influido o contribuido a hacernos entender su magnitud y enseñanzas en las nuevas propuestas de cambio, justifica la pretensión de realizarlo, salvando la distancia y la complejidad particular de cada suceso, de su evolución y de su propio devenir, al marcar las diferencias de épocas distantes y contradictorias en sí mismas.
Desde sus primeros trabajos, los Manuscritos económicos y filosóficos publicados en 1844 y las Tesis sobre Feuerbach de 1845 —calificados por muchos estudiosos de su obra como el sustrato de la ruptura con sus antecedentes filosóficos—, comienza el camino hacia los descubrimientos fundamentales y el destello que conduciría hacia el materialismo histórico y la futura comprensión del capitalismo, por intermedio de un análisis de la sucesión de las formaciones económico-sociales, explicado por primera vez como la premisa universal de toda la historia de la humanidad.
A ello se suma, en 1848, la presentación en la Liga de los Comunistas de Londres, bautizada así en julio de 1847, del Manifiesto del Partido Comunista, de la autoría de Marx y Engels, en el que se resalta el papel de la lucha de clases como tesis decisiva en el actuar revolucionario, en medio de las convulsiones políticas que sacudían la Europa de mediados del siglo XIX. De esa forma, irrumpe el marxismo como expresión del movimiento político y social de las clases trabajadoras de los países capitalistas occidentales. A estas circunstancias se suman otros acontecimientos que permiten a Marx escribir detalladamente La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850 y en 1852 El 18 Brumario de Luis Bonaparte, valorado este último por Lenin al destacar la importancia de la mediación de fuerzas sociales y de las alianzas entre las fracciones de clases en su iniciativa histórica, aunque se imponga una sola como hegemónica.
Estos hechos dan lugar, con posterioridad, a la instauración en 1871 de la Comuna de París, cuando los obreros acceden al poder por un breve lapso, suceso del que Marx extraería lecciones invaluables después de su caída, con profundo espíritu práctico y revolucionario, plasmados en La guerra civil en Francia. La significación histórica de la Comuna y su legado representa la primera experiencia de un poder proletario, aunque liquidado por reformas nacionalistas alejadas de las verdaderas estrategias revolucionarias hasta llegar a asumir el reformismo, escindido su pensamiento en una ortodoxia conservadora y un revisionismo marxista, aspectos que son expuestos por Marx y cuyo alcance llega hasta el presente.
De los textos seleccionados, la propuesta esencial es destacar los esfuerzos de Marx, sin distanciarlo de Engels, por alcanzar la revolución como la verdadera transformadora, que debía ser preparada, organizada y profundizada por intermedio de la teoría y el papel de la conciencia en el proceso de cambio, razón por la que se han incluido breves apuntes del prólogo escrito como introducción a su trabajo Contribución a la crítica de la economía política de 1859, preludio conceptual a su obra cumbre, El capital .
A pesar de los avatares e incomprensiones, la permanencia de los aportes de la obra de Marx como fuente básica de la teoría marxista se centra en la importancia de una teoría científica de la historia de las formaciones sociales con conceptos novedosos e inéditos como diferencias sustanciales con teorías precedentes, aspecto en el que estriba su carácter revolucionario de transformación y cambio, basado en un análisis de la totalidad como aglutinador y productor de una conciencia política opuesta, expresión de los nuevos sujetos que emergen dentro del sistema mismo.
Encontrar en los escritos seleccionados la huella consecuente con el futuro del socialismo sin esquematismos ni dogmatismos de experiencias lamentablemente acaecidas y que nada tienen que ver con el espíritu y los postulados definidos desde los orígenes del marxismo, debe entenderse como una batalla necesaria y decisiva, en un mundo en crisis, que estamos obligados a preservar mediante la construcción de caminos alternativos como aspirara Marx —«sin calco ni copia» al decir de Mariátegui—, y a cuya obra debemos acudir para continuar la ruta, tal como nos indicara Engels en el discurso pronunciado con motivo de su muerte.
Tesis sobre Feuerbach[1]
[…]
2
El problema de si el al pensamiento se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico.
[…]
8
La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica.
[…]
10
El punto de vista del antiguo materialismo es la sociedad; el del nuevo materialismo, la sociedad humana o la humanidad socializada.
11
Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
Manifiesto del Partido Comunista[2]
Carlos Marx y Federico Engels
Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma. El Papa y el zar, en Meternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
[…]
De este hecho resulta una doble enseñanza.
Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.
Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido.
I
Burgueses y proletarios
La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.
Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.
[…]
Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.
[…]
La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.
Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas […]. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio…
[…]
La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción, y con ello todas las relaciones sociales…
[…]
Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya al desarrollo de la civilización burguesa y de las relaciones de propiedad burguesas; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez más que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenaza la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence, esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, entonces? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlos.
[…]
El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento…
[…]
A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es favorecida por los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revistan el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional; en una lucha de clases. Más toda lucha de clases es una lucha política.
[…]
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, solo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria […]. Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrollan en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación…
[…]
Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye en dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condicione para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.
En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que, el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos.
El 18 Brumario de Luis Bonaparte[3]
[…]
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y trasmite el pasado […]. Y cuando se disponen precisamente a revolucionarse y a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1780-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la República Romana y del Imperio Romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 q 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero solo se asimila el espíritu del nuevo idioma y solo es capaz de producir libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lengua natal.
[…]
La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a sus muertos para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desbordaba la frase.
Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política[4]
Mi estudio profesional era la jurisprudencia, que sin embargo no continué más que de un modo accesorio respecto a la filosofía de la historia, como una disciplina subordinada. Por los años 1842-1843, por mi cualidad de redactor en la Gaceta Renana, me vi obligado por primera vez a dar una opinión sobre los llamados intereses materiales…
[…]
El primer trabajo que emprendí para resolver las dudas que me asaltaban fue una revisión crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, trabajo cuyos preliminares aparecieron en la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, publicado en París en 1844.
[…]
El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de guía para mis estudios, puede formularse brevemente de este modo: en la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser; por el contrario, su ser social es lo que determina su conciencia. En una fase determinada de su desarrollo, las fuerzas productivas de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas evolutivas de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una época de revolución social. El cambio que se ha producido en la base económica trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal superestructura. Al considerar tales revoluciones importa siempre distinguir entre la revolución material de las condiciones económicas de producción –que se deben comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales—y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas bajo las cuales los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época de revolución por la conciencia de sí mismo, es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productivas que puede contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad […]. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina pues, la prehistoria de la sociedad humana.
La guerra civil en Francia[5]
La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantarla por decreto del pueblo. Saben que para conseguir su propia emancipación, y con ello esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrá que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos que transformarán completamente las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales sino simplemente dar rienda suelta a los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno. Plenamente consciente de su misión histórica y heroicamente resuelta a obrar con arreglo a ella, la clase obrera puede mofarse de las burdas invectivas de […] de las doctrinas burguesas…
[…]
El hecho sin precedente de que en la guerra más tremenda de los tiempos modernos, el ejército vencedor y el vencido confraternicen en la matanza contra el proletariado, no representa, como cree Bismark, el aplastamiento definitivo de la nueva sociedad burguesa. La empresa más heroica que aun puede acometer la vieja sociedad es la guerra nacional. Y ahora viene a demostrarse que esto no es más que una añagaza de los gobiernos destinados a aplazar la lucha de clases, y de la que se prescinde tan pronto como esta lucha estalla en forma de guerra civil. La dominación de clase ya no se puede disfrazar bajo el uniforme nacional; todos los gobiernos nacionales son uno solo contra el proletariado…
Correspondencia
De Marx a Kugelman, 12 de abril de 1871.
Sobre la Comuna
Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verás que digo que la próxima tentativa de la revolución francesa no será ya, como hasta ahora, el pasar la máquina burocrático-militar de una a otra mano, sino el destruirla, y esto es esencial para toda verdadera revolución popular del continente […] sea como fuere, este levantamiento de París […] es la hazaña más gloriosa de nuestro partido desde la insurrección de Junio…
Discurso ante la tumba de Marx[6]
Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto hasta él bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o de una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces había venido haciendo.
Pero no es esto solo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como estos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan solo un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz…
[…]
Pero Marx era ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quien había infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación; tal erala verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos…
[…]
Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra.
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