«El tiempo está a favor de los pequeños, de los desnudos, de los olvidados», dice el cantautor cubano Silvio Rodríguez. Y es cierto, lo que sucede es que, incluso al tiempo, hay que empujarlo, de tiempo en tiempo; porque si no, puede ponerse a favor de los grandes, de los poderosos, de los que del olvido solo se acuerdan si es para que otros olviden. Ese parece ser el desafío que vive El Salvador.
El país más pequeño de América Central —la región oriental cubana le daría cabida perfectamente, de acuerdo a su extensión territorial— es uno en la pléyade de comarcas en que quedó dividida la región cuando Francisco Morazán murió fusilado por sus propios compañeros y la República Federal de Centroamérica se atomizó en Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y la propia nación salvadoreña, allá en la primera mitad del siglo xix. Ocupa escasos titulares en la prensa internacional —a no ser para recordar el fenómeno de la violencia de pandillas, llamadas «maras» allí—; lo cual pudiera explicar la poca atención que recibió el proceso eleccionario que culminó el 4 de marzo de 2018 y que, aun en medio de las efervescencia postelectoral, las noticias ya el día 7 se concentraran en el anuncio de que el papa Francisco canonizará a monseñor Oscar Arnulfo Romero —una de las caras más visibles de las víctimas de la guerra civil que vivió el país entre 1980 y 1992.
Antes del 4 de marzo
Tras los acuerdos de paz de 1992, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) accedió a la política electoral; luego de más de una década de guerra civil en la que no pudieron ser derrotados por los cuantiosos recursos que la oligarquía local —dictadura militar mediante— y, sobre todo, los sucesivos gobiernos estadounidenses —Reagan y Bush padre—, vaciaron allí. El FMLN no ingresaba a la vida en tiempos de paz como ovejas descarriadas que regresaban al redil, —tal y como aseguró, en su momento, Schafik Hándal— sino con el firme propósito de culminar el proyecto revolucionario. Los tiempos no empujaron entonces a favor de los pequeños; pues menos de un mes antes de la firma de los acuerdos de Chapultepec, se había venido abajo la Unión Soviética y en la polvareda que estaba levantando desde dos años antes el derruido muro de Berlín, hablar de revolución no parecía ser una idea que cuajara en el imaginario popular. Para colmo de males, en la vecina Nicaragua, el Frente Sandinista para la Liberación Nacional, había tenido que abandonar el poder, tras las elecciones de 1990, en las que, más que la incolora Violeta Chamorro, triunfó el miedo a la continuidad de la guerra sucia promovida desde Estados Unidos.
En esas condiciones transcurrieron —no sin debates y desgarraduras internas que hizo que se apearan del carro efemelenista algunos antiguos dirigentes— los primeros doce años, en los cuales el FMLN perdió, de manera sucesiva, las elecciones presidenciales de 1994, 1999 y 2004 —en esta última le fue arrebatada la victoria entre la estrategia del miedo promovida desde Estados Unidos y el fraude que propició que el hoy procesado Antonio Saca se convirtiera en presidente—. Una tendencia, sin embargo, era visible, en cada nueva elección el número de votos aumentaba para el FMLN y ello le permitió pasar de una incómoda oposición en la primera ocasión que integraron la Asamblea Legislativa, en los tempranos noventa, a tener una bancada de treinta y cinco diputados —sobre un total de ochenta y cuatro— y luego —aunque tuvieran menos diputados que su némesis política, la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA)— promover leyes y medidas legislativas en favor de las masas populares.
Así las cosas, en 2009 se rompió el miedo y en las elecciones presidenciales el FMLN pudo llegar al órgano ejecutivo con Mauricio Funes Cartagena, expresentador de televisión y avezado comunicador. La histórica votación del 2009, saldaba la deuda de los diecisiete años en la oposición y abría el camino a transformaciones profundas en El Salvador. Pero esa elección cerró el ciclo que habría abierto, diez años antes, la llegada, vía electoral mediante, de Hugo Chávez al Palacio de Miraflores, en Venezuela. Cuando Funes no llevaba ni un mes durmiendo en la Casa Presidencial; su vecino y homólogo hondureño Manuel Zelaya Rosales —quien había hecho posible la entrada de Honduras a la ALBA— era sacado en la madrugada en piyama y depositado en Costa Rica, abriendo el ciclo de una contraofensiva de la derecha en el continente que ha tenido episodios más o menos dramáticos por toda la región en los años sucesivos.
Aun en esas circunstancias, el FMLN supo sortear los obstáculos y reeditó el triunfo, ahora en 2014, con el comandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén (Leonel). El gobierno de Sánchez Cerén ha tenido que enfrentar complicaciones indecibles, en el plano externo y en el plano interno. Desde 2015, la Asamblea Legislativa era controlada por una coalición del FMLN con la tercera fuerza política del país, Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), y funcionaba más como una llave contra medidas neoliberales que como un poder real que estuviera en condiciones de llevar adelante el proyecto revolucionario; la mejor expresión de ello es, quizás, la complicada negociación que resultó en la ley de reforma al sistema de pensiones, de finales de 2017.
Para complicar más las cosas, el FMLN no solo enfrenta oposición en la Asamblea Legislativa. La Sala de lo Constitucional del Tribunal Supremo se ha convertido en un actor de peso, a favor de la derecha, bloqueando, de manera permanente, las iniciativas del gobierno y promoviendo acciones que, si bien parecieran debilitar el sistema de partidos políticos, en realidad están dirigidas contra el FMLN, pues la derecha tiene formas de rearticulación que la izquierda no dispone de ellas. En igual carril se ha movido el Fiscal General de la República, quien ha desempeñado un papel de oposición al gobierno… ¡desde la administración!, y en una campaña anticorrupción ha logrado desprestigiar al Frente de manera notable. A ello hay que sumar que la gran prensa salvadoreña y su sistema de comunicación han funcionado, de modo permanente, como un partido político opositor, productor de mentiras, verdades a medias y tergiversaciones perversas: por ejemplo, los diarios circulación nacional de la derecha local enfocaron como culpa del gobierno salvadoreño —por sus vínculos con su par venezolano— la decisión de Donald Trump de revocar el estatus de protección permanente (TPS, por sus siglas en inglés) a los salvadoreños que se encuentran de forma irregular en Estados Unidos; una medida que va dirigida, por igual, contra la dictablanda mexicana de Enrique Peña Nieto y la dictadura hondureña de Juan Orlando Hernández, nada sospechosas ninguna de las dos, de vínculos carnales con Venezuela. Esa propia prensa atiza de manera diaria el fuego de la violencia y la inseguridad ciudadana con conteo de homicidios, relatos de crímenes y análisis sesgados sobre la real o presunta impunidad con que actúan las «maras» en el país.
Como parte del contexto, la presencia de numerosas iglesias neoconservadoras con una profusa distribución en el territorio nacional y presencia mediática, ha contribuido a la ola conservatizadora que recorre el país —antes, en las elecciones presidenciales de 2004 la «contribución» del «hermano Toby», predicador evangélico conservador de alcance nacional, a la victoria del miedo no fue menor.
Las elecciones de 2018
Ese escenario fue en el que se representó el acto de las elecciones municipales y legislativas del domingo 4 de marzo; cuyos resultados finales apuntan a un retroceso notable del FMLN frente a su sempiterno rival, ARENA. Tan notable es el retroceso que, al confirmarse los guarismos preliminares del TSE, el número de diputados que alcanzó el FMLN ha sido similar a los que obtuvo hace casi veinticinco años cuando participaron por vez primera en estos comicios. La Comisión Política del FMLN ha dicho que hará una profunda reflexión sobre tales resultados; lo que implica pensar, de igual manera sobre sus causas. En ello han incidido, además de los descritos arribas, otros factores.
Los propios errores del gobierno en revelar el carácter distinto, superior, de su política social en relación con la política de ARENA. En los últimos años, por ejemplo, miles de niños y niñas han recibido un módulo escolar que va desde un vaso de leche hasta un par de zapatos; sin embargo, ello no se ha revertido en claridad de la intención política del gesto que no es, ni clientelista como fue la práctica habitual, ni paternalista como pretenden explicar otros; sino expresión de la visión de justicia social que alcance a todos.
Y no se trata solo de «revelar» el carácter distintivo de estas medidas, en algunos casos se trata de la posición «a la defensiva» que ha tenido el gobierno frente, por ejemplo, a acciones de la Sala de lo Constitucional, como ha sido el caso del SITRAMSS, un sistema de transporte popular que requería de la exclusividad en su carril para hacerlo viable, lo cual fue rechazado por la Sala.
Los dos períodos de gobierno del FMLN han significado también un desgaste —constantemente machacado por la prensa— en el ejercicio de un equilibrio difícil a lo interno y lo externo del país.
El propio partido FMLN ha tenido que enfrentar, en lo interno y con proyecciones externas, las consecuencias del conflicto que vivió —en el último semestre de 2017— con el saliente alcalde de San Salvador, Nayib Bukele —quien había llegado a la silla edilicia en 2015 bajo la bandera rojiblanca—. Bukele, ya fuera del partido, ha organizado un movimiento que de «nuevas ideas» solo tiene el nombre, pero que procuró desgastar —y habría que valorar en qué medida lo logró— al FMLN, con un llamado a la «renovación», el abandono de posiciones «ideológicas» y el fin del «partidismo» tradicional —en referencia a ARENA y el propio FMLN, al que llega a llamar “ARENA 2.0”—. Por demás y no como un dato menor, el magnate capitalino ha anunciado su intención de presentarse a las elecciones presidenciales de 2019, para lo cual ha comenzado el proceso de inscripción de su partido político.
En términos estadísticos, no hay evidencia de que ARENA haya sumado —a pesar de esta victoria electoral— más votos que en las elecciones anteriores —de hecho, obtuvo unos 30 mil menos—; antes bien, el FMLN perdió una masa oscilante de votantes que con anterioridad le dieron el triunfo, pero que ahora siguieron las consignas de «votar nulo» como rechazo a su gestión —casi la mitad de su base electoral—. Lo paradójico y trágico al mismo tiempo, es que esa estrategia ha terminado dándole la llave de la Asamblea Legislativa a ARENA, formación que ha previsto desmontar todo lo avanzado por el FMLN en casi nueve años de gestión.
Ello lleva a pensar en que un factor no menos importante es el de los movimientos populares y su relación con el FMLN y con el gobierno del FMLN. Ciertamente se trata de una relación que resultó inédita para unos y otros y que, con seguridad, tuvo alguna incidencia en los resultados electorales.
Los resultados de marzo en El Salvador —más allá de las particularidades propiamente salvadoreñas— se inscriben en la ola de derechización y conservatización de la sociedad latinoamericana y caribeña; aderezada con los golpes de puño donde ha sido necesario —Honduras, Brasil, Paraguay, por ejemplo— que ha llevado al poder ejecutivo a personajes de la calaña de Mauricio Macri, en Argentina; el ahora dimitido Pedro Pablo Kucinski, en Perú; Salvador Piñeira, en Chile —¡por segunda vez!, y por segunda vez tras la gestión insípida de Michelle Bachelet— o tener que decidir entre dos hombres de apellido Alvarado, en Costa Rica, semejantes entre sí, por algo más que la coincidencia nominal.
Empujar el tiempo
El panorama que se abre para el FMLN y el movimiento popular organizado, consciente y culto en El Salvador, es complicado. En el último año de administración de Sánchez Cerén, la derecha —y su instrumento político fundamental, ARENA— ahora envalentonada, puede acudir a cualquier expediente jurídico-leguleyo para sitiar más al gobierno y a los propios dirigentes del FMLN —el caso abierto contra uno de los comandantes históricos, José Luis Merino (Ramiro), es su mejor expresión—. De igual manera, se verán amenazados los logros alcanzados en estos años de gestión efemelenista, ante los «imperativos» de la recuperación y la eficiencia económica —no es un dato menor que los dos principales precandidatos de la derecha arenera sean empresarios dueños de buena parte del país y que han martillado una y otra vez sobre el asunto, al tiempo que se presentan como modelos de éxito en la administración, algo, que dicen, le falta al gobierno del FMLN—. El movimiento popular se encuentra, por su parte, en un momento en que debe repensar su papel y el contenido y las formas de su lucha, teniendo como claridad que ARENA representa no solo la oligarquía local e internacional, sino la más desembozada faz de la violencia política —uno de sus fundadores, Roberto D’Aubisson, ha sido señalado como el autor intelectual del asesinato de monseñor Romero; y su hijo, quien acaba de ser reelecto como alcalde en el municipio de Santa Tecla, le ha dedicado una tarja en un «paseo de ilustres» de ese poblado—. Si en la vecina Honduras, el asesinato, la desaparición y las amenazas contra dirigentes populares es una práctica —que se ha evitado en El Salvador—; con una derecha fortalecida, nada quita que no regresen los «escuadrones de la muerte».
La variable que introduce Nayib Bukele, de cara a las próximas elecciones presidenciales en 2019, es también un factor a considerar, desde la perspectiva que su discurso, aunque se dirige contra el «sistema de partidos», ataca de manera especial al FMLN y es una clara apuesta de la derecha por hacer retroceder al movimiento popular y colocar una figura «fresca», juvenil, pero en esencia con el mismo programa de restauración neoliberal.
Hace tres años y medio, el FMLN trazó una ruta crítica a seguir para llevar adelante su estrategia. Una vuelta a los resultados de aquellas jornadas podría ayudar a desentrañar los caminos que, ahora, parecerían torcidos.
El escenario salvadoreño actual —al que hay que estar atentos «con la absorta pupila de lo eterno»— nos dice que vivimos en un momento de reflujo; pero fue siempre el escenario de la derrota transitoria —que lo es tal, justamente por eso, porque se deja atrás y se remonta—el que dio paso a profundas reflexiones, nuevos cursos de acción y «con el tiempo a favor de los pequeños», nuevas victorias. La historia universal así lo recoge, la historia salvadora también lo demuestra. Un comunista alemán, «maitro» de un comunista salvadoreño, escribió un día, con un optimismo contumaz que no admite la derrota ni como posibilidad, que si hubiese viento izaría una vela, y que si no hubiese vela haría una de palos y de lonas. La victoria del movimiento popular y del FMLN en El Salvador comienza por rehacer una vela de palos y de lonas.
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