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El último revolucionario boricua de la Guerra Fría

11 abr. 2017
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Su plato favorito es el arroz con gandules, pero ha estado tanto tiempo preso que no recuerda su sabor. Los últimos treinta y seis años de su vida —de los cuales estuvo doce en total aislamiento—, los pasó en una celda, donde la pintura, la correspondencia y un pequeño radio, eran su única vía de escape. Durante largos, interminables y duros años solo fue conocido como el recluso 87651–024. Oscar López Rivera, el último revolucionario boricua de la Guerra Fría, es el prisionero político puertorriqueño que más tiempo estuvo en cárceles norteamericanas.

La causa por su liberación recorrió el mundo, convirtiéndolo en el «Mandela latinoamericano», en referencia al expresidente sudafricano célebre por su lucha contra el régimen del apartheid. Oscar simbolizó la resistencia de miles de hombres y mujeres que creen en un Puerto Rico libre del estatus de colonia de Estados Unidos, estatus que se ha mimetizado en su condición de «Estado Libre Asociado».

Finalmente, el pasado 17 de enero se selló uno de los capítulos más grises de la historia del luchador boricua. Ese día el expresidente norteamericano Barack Obama conmutó su condena de 70 años por «conspiración sediciosa» e «intento de fuga». La sentencia será efectiva el próximo 17 de mayo. Como parte de esa medida fue trasladado desde el complejo correccional de Terre Haute, en el estado de Indiana, Estados Unidos, donde compartió celda con el luchador antiterrorista cubano Fernando González Llort.

El propio independentista dijo el 6 de enero cuando cumplió 74 años que tenía la esperanza de salir de la cárcel. Aseguró, sin saber que sería excarcelado, que el tiempo que le quede en vida lo dedicará a «trabajar y luchar para ayudar a resolver el mayor problema que enfrentamos: la situación colonial de Puerto Rico».

Al conocer la noticia, el cantante puertorriqueño René Pérez Joglar, más conocido como Residente, escribió en Twitter: «Liberaron a Oscar López Rivera!! Puerto Rico, nuestra mancha de plátano salió del mismo racimo. Unidos como hermanos lo logramos».

A su vez, el senador demócrata Bernie Sanders —precandidato a la presidencia de Estados Unidos en las primarias demócratas para las elecciones de 2016—dijo que López Rivera se merecía la oportunidad de ser libre.

Sus hermanos de lucha, los Cinco Héroes cubanos, expresaron también su júbilo cuando conocieron la noticia de la excarcelación del revolucionario boricua.

Oscar López nació el 6 de enero de 1943 en San Sebastián, Puerto Rico. Allí vivió hasta los 14 años cuando se mudó a Chicago. Participó en la Guerra de Vietnam (1955-1975) —a pesar de ser una contienda militar injusta e impuesta por Estados Unidos, regresó como héroe de guerra con varias condecoraciones por el valor demostrado—, y a su regreso militó de forma pacífica en diversas organizaciones desde las cuales promovió el ideal de ver a su país independiente. Su causa fue radicalizándose al punto de llevarlo a la clandestinidad. En 1976 se unió a las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), una organización que inició sus actividades en 1960, y se mantuvo activo hasta 1983.

El gobierno estadounidense consideró a las FALN como un grupo terrorista, dado que participaron en una serie de atentados. No obstante, a López Rivera nunca se le probó su vinculación con ninguno de estos hechos.

«Si las agencias federales tuviesen una huella digital mía asociándome con cualquier cosa en que haya habido muertos, estuviera sentenciado a cárcel de por vida», dijo años más tarde al diario puertorriqueño El Nuevo Día.

El 29 de mayo de 1981 fue detenido por el Buró Federal de Investigaciones (FBI) acusado de «conspiración sediciosa», que en su caso significaba intentar derrocar el poder de Estados Unidos sobre la Isla caribeña. Cuando fue apresado pidió acogerse a la condición de «prisionero de guerra», definida en el protocolo de Ginebra de 1949. Dicho reconocimiento se aplica para personas detenidas en conflictos y luchas contra la ocupación colonial.

Su petición fue rechazada por el gobierno de Estados Unidos y por ello fue procesado, como un preso común, a 55 años. A esa condena le sumaron otra por intento de fuga.

En agosto de 1999 recibió una clemencia del entonces presidente Bill Clinton pero condicionada a pasar otros diez años en prisión. López Rivera la rechazó porque dos de sus compañeros de lucha seguirían prisioneros.

«Nunca, ni en Vietnam, ni en la calle, dejé a nadie atrás. Se me hizo difícil sabiendo que podía salir primero que ellos. También en diez años adicionales de cárcel no podía cometer ninguna infracción y en la prisión uno nunca sabe lo que el carcelero puede querer hacer», señalaría años más tarde.

Su hija, Clarisa López, siempre creyó en la causa de su padre. En varias oportunidades refirió que era afortunada por ser hija de alguien «maravilloso, amoroso, sensible y solidario», alguien que la enseñó a «resistir y luchar». Ella lo conoció en una prisión en Chicago meses después de su arresto.

Décadas de injusto encierro no han hecho a Oscar López Rivera claudicar en su empeño de ver, algún día, a Puerto Rico como una nación independiente, libre y soberana. Años después podrá saborear nuevamente su plato preferido, compartir con su familia y apreciar las costas puertorriqueñas.

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