La interrelación de los factores, actores y eventos identificados, podrían traer como resultado múltiples combinaciones de posibles futuros en el corto y mediano plazo, lo que conllevaría a un prolongado proceso de análisis de las diferentes variantes. No obstante, podrían esbozarse en líneas generales los rasgos principales que estarían presentes en cualquier representación o modelación de los próximos cinco años. En este sentido, las posibles tendencias internacionales del futuro postpandemia serían:
- Se experimenta un acentuado agravamiento de los principales problemas globales; profundos cambios económicos, políticos, sociales e ideológicos; redefinición de los modelos de cooperación internacional y los mecanismos para enfrentar este tipo de eventos u otros de similar magnitud; reforzamiento de las tendencias nacionalistas y populistas, así como una redefinición de las alianzas estratégicas a nivel bilateral y multilateral. La COVID-19 actúa como “detonante” en la emergencia de un escenario con replanteos geopolíticos y nuevas formas de liderazgo globales.
- Profundización a niveles sin precedentes de la actual crisis económica internacional. En particular, se estaría ante un escenario de prolongación ilimitada de una situación convulsa e inestable sin capacidad de los actores económicos para adoptar medidas que le permitan mitigar sus implicaciones negativas a escala global. Dadas las características que se manifestarían, algunos expertos han afirmado que podríamos entrar en una etapa de Gran Depresión Mundial.
- Agravamiento de las principales problemáticas asociadas a la pobreza, disminución sustancial del acceso a la salud pública, la educación y a las políticas sociales con un fuerte impacto en los países subdesarrollados.
- El impacto devastador de la COVID – 19 en la situación interna de Estados Unidos en todas las dimensiones económica, social, política, ideológica y demográfica provoca serias afectaciones a la proyección externa estadounidense. Las restricciones en la disponibilidad de recursos económicos por parte del gobierno federal impone limitaciones y retos adicionales para la ejecución de su política exterior al disminuir su capacidad para cumplir los objetivos previstos, lo que cataliza su progresiva y continuada pérdida de liderazgo internacional.
La política exterior y seguridad de Estados Unidos ha estado orientada a las siguientes prioridades: incrementar su acceso y control de los recursos naturales, mercados y flujos financieros; fortalecer y recuperar su posicionamiento en áreas de influencia estratégica; imponer su agenda en el sistema internacional; así como proteger su territorio continental de lo que consideran las principales amenazas a su seguridad nacional.
- Se ha profundizado el “repliegue forzado” de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo a partir de su incapacidad para ejercer el liderazgo en los principales temas de la agenda internacional, lo que es apreciable a partir de la consolidación de China y Rusia. La brecha estratégica de Washington con Beijing y Moscú se ha reducido visiblemente, en especial en las dimensiones económica, comercial, tecnológica y militar, lo que combinado con los rasgos del escenario internacional “post pandemia” ha impuesto una dinámica sin precedentes para la proyección exterior estadounidense.
- Ante un escenario de reelección de Donald Trump, la política exterior ha tenido una fuerte inclinación hacia el empleo de los instrumentos del “poder duro” como concepción fundamental para el cumplimiento de los objetivos estratégicos de Estados Unidos y para lidiar con los retos globales. Se ha caracterizado por promover el unilateralismo, el cuestionamiento y salida de organismos y tratados multilaterales, la adopción de medidas coercitivas, así como por el enfoque belicista y confrontacional.
La complejidad del escenario internacional y la incapacidad de Washington para imponer sus intereses, han agudizado los comportamientos erráticos, improvisados y emotivos del mandatario estadounidense en materia de política exterior. Esta situación ha provocado fuertes tensiones y una escalada de los conflictos a nivel global. Se ha intensificado la conducta de imponer a ultranza su agenda desde posiciones de fuerza. Ha prevalecido un enfoque de espacio limitado para el diálogo y los escenarios de negociación se han empleado como último recurso. Esta proyección ha contribuido a socavar la imagen de Estados Unidos en el ámbito internacional y ha exacerbado las contradicciones con socios y aliados.
El presidente estadounidense, motivado en su segundo mandato por establecer un “legado perdurable” y dado sus características personales, ha mostrado posiciones ambivalentes e inconsistentes en la política hacia los aliados, socios y adversarios, lo que puede manifestarse en posiciones extremas que pueden ir desde la promoción de procesos negociadores con países considerados “hostiles” hasta la adopción de cursos de acción con el empleo de la fuerza militar en sus diferentes variantes.
- Ante un escenario de triunfo de Joe Biden, la política exterior ha estado guiada por un enfoque en el que ha prevalecido la conjugación y equilibrio entre los instrumentos del llamado “Smart Power” que ha moderado el unilateralismo excesivo. Esto ha posibilitado el tránsito hacia una visión mejor articulada con el multilateralismo y la recomposición de las relaciones con los aliados y socios estratégicos algo afectadas en el período anterior. La restauración del liderazgo estadounidense se ha convertido en uno de los ejes articuladores de la proyección externa con prioridad en renovar la imagen de Estados Unidos ante el mundo, lo que conduce a prestarle mayor atención a la diplomacia pública, las comunicaciones estratégicas, el desarrollo internacional y a la reinserción en determinados espacios del sistema de Naciones Unidas.
Los retos a la hegemonía estadounidense se han enfrentado desde una perspectiva que ha incorporado como principio y no como excepción la cooperación entre las potencias occidentales. Se ha promovido el diálogo y la negociación sobre temas puntuales de interés estratégico como mecanismo de satisfacer intereses y reducir las tensiones, particularmente, con los socios y aliados. En este último enfoque ha tenido un peso esencial la necesidad de contener el creciente ascenso de China y Rusia.
El Departamento de Estado y los instrumentos político-diplomáticos e informacionales en el proceso de conformación de la política exterior han retomado un papel más protagónico, así como, los programas de asistencia internacional a nivel global con objetivos específicos. Se han realizado ajustes para el regreso de Estados Unidos a los mecanismos multilaterales y tratados internacionales.
- La confrontación, la inestabilidad y la inseguridad internacional se incrementan manifestándose con mayor intensidad en la disputa geopolítica de Estados Unidos con Rusia y China; en los conflictos intraestatales y bilaterales con implicaciones regionales y globales; así como en la nueva dinámica que presentarán los principales temas de seguridad internacional asociados a la desnuclearización de Corea del Norte, la evolución del conflicto con Irán, el terrorismo, los flujos migratorios, el tráfico de drogas, las redes del crimen organizado transnacional, la proliferación de armas de destrucción masiva, los efectos del cambio climático, las epidemias y la militarización del ciberespacio.
- El fuerte impacto de la COVID - 19 en todas sus dimensiones también genera oportunidades para los actores que promueven un modelo alternativo al capitalismo neoliberal que ha evidenciado su rotundo fracaso, lo que podría conducir a que bajo determinadas circunstancias encuentren espacios de influencia en políticas gubernamentales, e incluso, puedan imponerse en los proceso electorales.
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