Nunca unos golpistas resultaron ser tan soberbiamente ridículos como los que en su momento festejaron su ascenso al poder en Bolivia tras fabricar la caída de Evo Morales. La celebración les duró lo que un dulce frente a un colegio, como dicen los abuelos. Y para colmo de desgracia, la pandemia de mil demonios les aguó la fiesta pues tuvieron que lidiar con un caos adicional totalmente inesperado que paralizó la vida de todo y todos, también sus planes de reacomodar la nación andina en función de sus intereses e intentar engañar al indio pobre como antaño, sin entender que parte del proyecto del primer presidente indígena de Bolivia fue rescatar el orgullo y la dignidad de los suyos, originaria y culturalmente hablando.
Lo que pasó en las elecciones de octubre de 2020 en el boliviano Estado Plurinacional deja lecciones para todos, los de a un lado y los del otro en esta historia.
A los protagonistas del golpe habría que exhortarlos a que, de repetir semejante intento desesperado por sacarse la izquierda que les hinca el zapato, estudien con detenimiento el terreno si la opción es jugar con las cartas de la democracia. De lo contrario, es mejor ahorrarse los cumplidos y las farsas, y proceder con la fuerza bruta, la imposición y la dictadura que tanto critican pero aman. O sencillamente les pasará como ahora, dar pena ajena por gastarse tanto dinero, palabrería y tiempo en un golpe con efecto boomerang.
Los por qué del sonado fracaso son varios y comienzan por el desconocimiento de las matemáticas. Cuando el pasado año el candidato derechista Carlos Mesa, principal contendiente de Evo en los comicios de entonces, quiso venderle al mundo «el fraude», posicionó la idea de una presunta victoria estrecha, lo que sumado a la irregularidades ciertas en el conteo de votos y el impasse que tuvo el Tribunal Electoral en la emisión de datos, casi convenció de que bien se necesitaría una segunda vuelta a la que Morales temía y por eso buscaba un triunfo en primera vuelta sí o sí. Aquí el primer desliz. Porque la estrechez cacareada era meramente técnica, es decir, el famoso 10% necesario cuando no se gana por mayoría calificada, más de 50 puntos porcentuales en este caso. Evo y Mesa no estaban para nada cerca el uno del otro; 10 o 9 puntos, para manejar todas las versiones de aquel momento, traducido a papeletas son varios millones que ahora se multiplicaron por dos a favor de Luis Arce y David Choquehuanca, ante la rabia contenida por tanta violencia, derramamiento de sangre, odio segregacionista y mentiras de toda clase de los que usurparon las riendas de gobierno. Por ese descaro que evidenciaron los inescrupulosos gobernantes de facto fue que aquellos no tan convencidos del proyecto masista en un primer momento, respaldaron ahora la fórmula heredera de Evo Morales.
Precisamente, el desempeño del gabinete de transición fue el segundo mazazo. Y que conste que hicieron poco por causa de la Covid, pero suficiente muestra de lo que sería todo un período de gestión. La plurinacionalidad lanzada al olvido y, en su lugar, discriminación, ninguneo, maltrato y despojo de derechos al indígena, a la chola boliviana, al obrero. Cacería política y linchamiento, que llegó al punto de masacres. Y ante la emergencia sanitaria, pues como en todos aquellos casos de mandatarios que han minimizado el impacto de la enfermedad, hasta la presidenta Jeanine Áñez contagiada y bajo ella y su incapacidad, una dolorosa estela de muertes.
Así las cosas entre los que aguantaban el trance hasta las elecciones definitorias, cuando no lejos del Palacio de Quemado aquello parecía una pelea de gallos. Por un lado, la autoproclamada Áñez, que luego olvidaría su papel transitorio para buscar aferrarse a la silla de mando. Por otro, un Luis Fernando Camacho que parecía ídolo de multitudes, el mismísimo enviado de Dios a la tierra, rapiñándose los seguidores con los políticos más experimentados. Y cuando digo experimentado, me ajusto al sentido estricto de tener experiencias políticas anteriores, porque en la práctica lucieron como principiantes en la contienda. Carlos Mesa tuvo que compartir ambiciones con otro expresidente como Jorge (Tuto) Quiroga y así unos cuantos aspirantes más que, lejos de contribuir al propósito de consolidar el golpe, echaron por tierra el terreno que las fuerzas antiprogresistas habían aparentemente recuperado. Moraleja: nada bueno dejan los chovinismos y los egos inflados.
A los que sufrieron el golpe y que ahora regresaron «hecho millones», como expresara Morales desde su exilio en Argentina, al conocer la arrolladora victoria de su elegido, también les toca tomar nota.
Tuvieron la razón siempre, pero se la dejaron arrebatar muy fácil. Y el bache golpista duró apenas un año, diríamos que nada, pero suficiente para destrozar en meses lo que tardó 13 años en construirse. De octubre de 2019 a octubre de 2020 se abrió una herida profunda para los bolivianos, se esfumaron los programas de ayuda social, siendo la atención médica la cuestión más golpeada por la aparición del coronavirus y la expulsión de los médicos cubanos de territorio boliviano. Más tiempo y energías invirtió la camarilla de facto en desbaratar la política exterior de Evo que en hacer algo propio en lo doméstico. Todo ello impactó en un Estado que el proyecto de Morales rescató del horroroso último lugar en la fila de los pobres y subdesarrollados. Lo más terrible es que hubo vidas que se apagaron en el intento por salvaguardar la obra colectiva, familias que lloran esos muertos y que este año les parecerá eterno.
Había que tener luz larga y plan B y C para avizorar tal jugarreta por demás cantada. Además, se demostró que si hay un proyecto de país consolidado, no es cuestión de un hombre. Arce funcionó y con más éxito que el propio Evo. No es salirse de la política, es no caer en la trampa que se inventa el contrario de «los aferrados al poder» y que lastimosamente se creen los menos entendidos.
A pesar de los errores en el trance golpista, definitivamente el Movimiento al Socialismo hizo bien la tarea en su momento, con hechos contundentes y poca retórica y ahora ha logrado lo increíble, ganarle al enemigo con sus propias cartas, en terreno adverso, con jueces adversos, y después de sortear todo tipo de zancadillas y amenazas. Con este triunfo hay MAS para rato.
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