Julian Assange ha sido apresado y el mundo vuelve a polarizarse en torno a este personaje que salió a la luz pública en el año 2010 como responsable de la publicación de cientos de miles de documentos clasificados de Estados Unidos sobre las guerras en Iraq y Afganistán en su portal Wikileaks. Una filtración de información colosal que fue punto de partida para una práctica sostenida por parte de dicha plataforma y mediante la cual se destapó más de un escándalo de esos que las élites políticas y económicas se encargan de ocultar bajo siete llaves.
El famoso periodista y activista informático se convirtió inmediatamente en un objetivo de interés para el gobierno de Estados Unidos en primerísima instancia, por ser el mayor perjudicado con la información divulgada que puso al descubierto prácticas ilegales en su participación en las contiendas bélicas en Oriente Medio. Pero también para otras potencias aliadas que le han hecho la corte a Washington en el afán de silenciar a los autores del destape, como es el caso de Reino Unido.
Aquella cacería de brujas quedó aparentemente congelada con el otorgamiento de asilo que le proporcionara el entonces presidente Rafael Correa a Assange en 2012, pero siete años después, el nuevo mandatario ecuatoriano, Lenín Moreno, retira los privilegios al perseguido y lo entrega en bandeja de plata a los británicos, como clarísima antesala de una muy probable extradición hacia suelo estadounidense y allí, un destino bastante oscuro se le augura.
Esta historia tiene todo tipo de ingredientes desde presunto espionaje hasta buena dosis de venganza, pasando por el efecto cortina de humo. Todo parte de que el interés de Estados Unidos por capturar al comunicador australiano, símbolo de la libertad de expresión para muchos, pero un enemigo tildado de terrorista para la Casa Blanca y el Pentágono, no ha menguado ni una pizca; solo que ha tenido que esperar pacientemente al cambio de gobierno en el Ecuador para hacer realidad sus planes de captura. Sí, porque como parte de la metamorfosis pública que ha sufrido el otrora vicepresidente correísta, hoy día Jefe de Estado en franca ruptura con la Revolución Ciudadana, está su antipatía hacia el fundador de Wikileaks.
Desde que asumiese su gestión, Moreno comenzó a dar señales de que Julian Assange era una molestia. Poco después se evidenció la animadversión y arreciaron las amenazas. Varios fueron los condicionamientos impuestos por el actual gobierno ecuatoriano a su asilado en la embajada en Londres hasta que por fin el ultimátum se convirtió en realidad y se procedió a la expulsión.
A todas luces, Lenín Moreno ha venido deshaciendo cada movida de su predecesor sin mayores miramientos. En el caso Assange, se suma que el periodista ha mantenido una especie de fidelidad a quien en su momento fue su salvación, Correa. De tal manera, y teniendo en cuenta las habilidades de quien le develara al mundo secretos de alto calibre, Moreno veía en Assange un ser hostil al que contener y así lo hizo, aprovechando el momento oportuno: entregar a Julian Assange para que sea enjuiciado —y con serio riesgo de tener una condena mortal si es extraditado a Estados Unidos— le sirve de historia perfecta para desviar la atención pública de las acusaciones por corrupción que enfrenta en estos momentos.
El presidente ecuatoriano juega sus cartas de venganza pues fue la plataforma que lidera Assange, la que ayudó a destapar el caso INA Papers en el que se le involucra. Además del espíritu revanchista, existen especulaciones de un posible canje: el activista australiano a cambio del préstamo del Fondo Monetario Internacional, que para nada es una idea descabellada, puesto que Moreno no se ha molestado en ocultar su simpatía y acercamiento a Estados Unidos, demostrada aún más en las recientes decisiones de política exterior de Quito, contrarias al sentimiento progresista de la región y totalmente complacientes con la corriente derechista del área.
Lo cierto es que Julian Assange ha sido sacado a la fuerza de la sede diplomática donde se refugiaba y apresado por la policía británica. La investigación en Suecia por la que huía —una evidente construcción de un proceso legal para desencadenar luego la represalia verdadera por la que se le teme en las más altas esferas del poder mundial— cerró en 2017; en Reino Unido solo tiene a una deuda jurídica menor y el verdadero peligro está en la extradición hacia Estados Unidos. Allí le fabrican un juicio como solo la justicia norteamericana es capaz de obrar. Hay que convertirlo en un espía para darle el final que se persigue.
A lo interno de Ecuador, la administración de Lenín Moreno busca también la satanización de Assange para sacar dividendos políticos en un momento de mayúscula desaprobación popular. Que si hackers rusos, que si confabulaciones con el excanciller Ricardo Patiño, que si piratería a la información personal suya y de su familia.
Vivimos tiempos en que las tecnologías son usadas para borrar las barreras de lo público y lo privado, donde unos pocos crean sistemas de recolección de datos capaces de manipular a cientos de miles de ciudadanos a favor de un interés particular, donde el espionaje es práctica cotidiana pero al más alto nivel, donde se eligen presidentes y se matan civiles con solo un par de clics y donde todo tiene como fin supremo el poder y el enriquecimiento, casi siempre a golpe de chantajes y sobornos. Y, en medio de todo, se arremete contra uno de los hombres que precisamente busca contarle esas verdades al mundo.
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