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El medio término que define la segunda era Trump

8 nov. 2018
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Estados Unidos votó en su tradicional martes laborable de noviembre —el primer martes después del primer lunes como desde el siglo XIX se estableció— y que rompe con la norma regional de elecciones domingueras. Muchos critican que suceda de tal manera porque incide directamente en la baja participación, otros consideran que se trata de una estrategia premeditada de los republicanos para no incentivar el voto en su contra por estudios que se han realizado a lo largo de los años. Las de 2018 en particular, registraron una afluencia inusualmente mayor, pero aun baja estadísticamente si se compara con el mundo desarrollado.  

En las conocidas en su lengua como «midterm elections» no se elige el presidente, es la renovación de la Cámara de Representantes en su totalidad y un tercio del Senado; además de un grupo de gobernaciones y otros poderes locales y la denominación de medio término se debe, justamente, porque se realizan a mitad del mandato presidencial. Es por ello, que siempre terminan convirtiéndose en una especie de referendo a la gestión del Jefe de Estado de turno, no es nada personal contra Donald Trump, la diferencia radica en que la gestión que se evalúa ahora es de las más controvertidas de la historia de ese país, hay quien dice, que el magnate devenido político a fuerza de extravagancia es el personaje más polarizador que ha existido en la cúpula política norteamericana, cierto o no, los comicios del 6 de noviembre también lo han tenido como centro y del otro extremo, un Barack Obama, que en su condición de expresidente ha encarnado la oposición demócrata más sólida.

Los escenarios posibles eran tres: que los republicanos, el partido en el poder, mantuviese la mayoría bicameral que tenía desde 2014 hasta el momento y eso le haría bastante cómoda la gobernabilidad a Trump, a la par que le allanaría el camino hacia la reelección en 2020, porque significaría que los estadounidenses aplauden los desvaríos de su mandatario en su afán de «América primero», «América grande otra vez». Y eso se traduce en, como hemos visto: guerras comerciales, aislamiento internacional, divorcio de todo pacto o compromiso global, un adiós al multilateralismo, xenofobia a pulso, falsas promesas de paz cuando endurece la mano en otros conflicto, y en casa: denuncias de todo tipo, un tren de renuncias de los una vez cercanos y discrepancias entre los suyos. Todo ello acompañado de  una actitud impredecible pero siempre cargada de falta de juicio a la hora de emitir criterio sobre un asunto en particular.

Como segunda opción podría el partido rojo haber perdido su preponderancia y los demócratas recuperar todo el Congreso. El resultado hubiese sido un gobierno dividido, y todos atados de mano poniéndose trabas desde el ejecutivo al legislativo y viceversa. Pero este siempre lució como el desenlace menos probable. Aunque cueste entenderlo, no todo lo que creemos negativo de las decisiones de Trump es desacertado para su público interno. Por solo citar el ejemplo de la caravana migrante, tema líder de campaña, su arremetida contra esas personas en situación de desespero y rumbo firme a la dichosa tierra prometida es bien vista entre sus votantes más fieles que no quieren «la invasión» como ha calificado su presidente a la marea humana. La crisis humanitaria le ha venido como anillo al dedo para mostrarse el salvador de la superioridad y pureza del ciudadano americano, en la versión reduccionista del gentilicio.

Hacia donde apuntaban todos los sondeos hasta finalmente cumplirse el pronóstico era a un Congreso fraccionado: Cámara Alta republicana y la Baja demócrata. Sucede que es en el ámbito de la elección de los representantes donde la gente decide por su entorno cercano más que por los ánimos nacionales. Como también sucede en el caso de optar por el gobernador. Lo cierto es que, al darse esta situación, ahora hay que negociar duro, que implica ceder, para aprobar leyes. Además que los azules no perderán oportunidad de emprender comisiones investigativas para poner en tela de juicio a Trump, y zancadilla tras otra comenzarán a labrarse el camino para las presidenciales.

El vaticinio acertado no era solo de las encuestas, sino también de la tendencia histórica en ese país: es común que los presidentes gobiernen alguno de sus mandatos con alguna de las cámaras en contra. Esto, como ya habrá podido leer o escuchar en informaciones previas, o suponer si es un seguidor de la política, se traduce en división que obliga a alianza. No podrá Donald Trump deshacer a su antojo, no habrá comodidad, aunque vale recordar, que su dominio legislativo hasta el momento también le puso trabas a algunas de sus banderas de campaña, haciendo que se convirtieran en promesas rotas: el muro, el Trumpcare que sustituía al Obamacare, la reforma migratoria en los duros y xenófobos términos del magnate, por citar los proyectos más polémicos.

Solo que vale aclarar, que en parlamentos bicamerales, el Senado siempre es el grupo fuerte, el de más poder y ese sigue siendo rojo Trump, incluso con más escaños a favor, claro que también con sus matices, porque bien es sabido que dentro del partido republicano hay discrepancias con el personaje poco convencional que ejecuta y manda, no es todo lo ortodoxo y tradicional que esperarían los suyos, pero ha funcionado al fin y al cabo para buena parte de los intereses partidistas.

Es así que el presidente grita victoria, cuando ha sufrido un revés, que no significa en lo absoluto que se le cierren las puertas a la reelección. Sigue siendo el candidato fuerte hasta el momento. Porque los demócratas tienen ahora un período corto para potenciar a su figura y hacerla competitiva, en una nación que demostró que las extravagancias de su líder no están tan divorciadas de la idiosincrasia de un porciento elevado del electorado, ese rural y conservador, sobre todo del que más responsabilidad y compromiso con la política tiene.

Fíjese si el panorama no están color de rosa para demócratas ni tan terrible para los rojos, que cuando podría comenzar a revivirse la posibilidad de impeachment o destitución si los ahora mayoría en la cámara baja se lo propusieran, acaba de renunciar el Fiscal General Jeff Sessions, el mismo que intentaba hacer progresar la investigación sobre la trama rusa —supuesta injerencia de Rusia en las elecciones estadounidenses de 2016— que afecta la imagen de Trump, y resulta que ahora, su sustituto interino, Matthew Whitaker, es un detractor de esta indagación. Sumamos este guiño al presidente del nuevo fiscal a la cómoda situación que tiene en la Corte Suprema después de la investidura, a pesar de sus escándalos por abuso sexual, de Brett Kavanaugh, otro gran aliado, y el camino está servido: Trump para rato.

Guerra partidista aparte, hubo hitos en estos comicios: una oleada femenina entrando al Congreso, nuevos rostros que evidencia pluralidad religiosa, étnica y de orientación sexual jamás vista; en otras palabras, homosexuales declarados, estrellas de rock, musulmanes y afroamericanos coexistiendo con feroces conservadores, intentado marcar la diferencia y enrumbar la ley.

Como dato adicional, trascendió que Facebook bloqueó, el mismo día de la votación, más de un centenar de cuentas por «conducta inauténtica continuada», actividad sospechosa. Y vale recordar que Donald Trump llegó a la Casa Blanca por manipulación de datos, el escándalo de la consultora británica Cambridge Analytica así lo sustenta, y el ya mentado Rusiagate, la aún sin comprobar injerencia de Moscú, le da el toque de gracia a la teoría.

En el caso que pudiera ocupar más a Cuba, la Florida, se demostró que el tema anticubano no fue el que marcó la pauta, que no significa tampoco que la hostilidad haya llegado a su fin, porque las posiciones contra La Habana siguen sobre la mesa de personas mucho más cercanas a Trump. Es cierto que dos de los tres aspirantes de origen cubano al Congreso, se quedaron vestidos y sin estrenar. Pero el Estado siguió en manos republicanas.

En resumen, no hay un claro vencedor. Hay una polarización bastante aguda. Y donde se dio un paso se deshicieron dos. Superado el medio término, la hora de la verdad llegará en 2020. Por lo pronto, ya podemos prever qué se avecina en los próximos dos años para el país que interpreta su auto otorgado papel de líder y juez del mundo.

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