Manos duras y callosas. Rostro ennegrecido por tanto hollín y cenizas sueltas al aire. Camisa de manga larga, con destellos de color verde, camuflado con el negro predominante. Huellas de sudor y cansancio de mucho batallar en el monte para sacar, de la endurecida tierra, los troncos de marabú.
«Imagínese usted, hago carbón vegetal desde el año 1943. Si la mente no me falla llevo en esto 75 años, toda una vida. El primer monte que corté fue por el fondo del cabo de San Antonio, aquí en Pinar del Río, donde comienza o termina Cuba, yo ni sé. El vecino más cercano vivía en Cayuco, a unos 30 km más o menos, pero ni carretera había, el tramo entonces era muy largo», rememora Juan Cordero Horta mientras enciende uno de los tantos cigarros que se fuma durante sus largas jornadas de trabajo.
Este carbonero, con 90 años cumplidos el 26 de julio de 2018, sorprende a todo el que ve su destreza con el hacha y las huellas dejadas por el trabajo duro parecen acentuársele cuando dice «no hay palo que se me resista».
Con este oficio dio de comer en un inicio a su numerosa familia y hoy ayuda económicamente a 9 hijos y 16 nietos, porque ahora, como él afirma: «El carbón sí se paga bien».
¿Por qué empezó a producir carbón?
Por necesidad. Era lo único que había pa’ ayudar a la familia y tener la mía propia. ¡Ay, mi’ja!, si te digo no me vas a creer: iba casi desnudo y con gomas en los pies amarradas con soga. Tenía una sola mudita de ropa, lo otro eran trapos remendados por la vieja pa’ trabajar. Vendían zapatos a peso y pico en el pueblo, pero con ese dinero comíamos un mes. Era la Cuba de los años 40 y 50 del siglo pasado.
Recuerdo cuando compré unas alpargatas en 20 centavos y me duraron tres días. Cargaba la leña a cuesta, lo juro por los restos de mamá. Y así nunca me faltó el pedazo de boniato para alimentar a mi familia. Había mejor comida en la bodega de José, allá en Cayuco, pero no teníamos dinero.
Si el pago era una miseria, ¿valía la pena tanto sacrificio?
¿De qué íbamos a vivir? En el Cabo o rajabas leña pa´hacer carbón o te morías de hambre. Antes vendía cada saca de carbón a 60 centavos. Muchas veces tenía que rebajarlas, porque el comprador me decía «estoy completo, tengo todo el que necesito, a ese precio no te lo puedo pagar».
El muy condena´o sabía que necesitaba dinero y después de tanto sol, sudor, mosquito, pinchazo del aroma, casi le regalaba los sacos. Si eran 20 sacos, me pagaban 6 pesos. Era un abuso.
Pero ahora no. Ese horno que tú ves ahí vale tres mil y pico de pesos, y sabes cómo lo hice: corté madera 11 mañanas, en 3 pude acarrearlas y en 4 días voy a sacarlo. Con esas proporciones en 25 días son casi 5000 pesos. Después que llegó el Hombre todo cambió.
El lobito, como lo llaman, saca de su bolsillo un pañuelo azul con destellos marrones por la negrura del carbón. Agarra el jarrito de metal y toma agua fresca. El calor de junio es mucho y el vapor desprendido por el horno, casi insoportable.
Las manos prietas, que hace tiempo fueron blancas, encienden el cigarro y con la gentileza de todo caballero, me brinda una taza de borra de café, que según él, a esa hora de la tarde sabe a gloria.
Aquí paso la mayor parte de mi vida. Tengo que velar el horno, fíjese y no lo comente, he estado sin ir a casa 18 días seguidos, y sin bañarme, pero como estoy solo en el monte, qué más da, dice bajito, mientras una sonrisa pícara asoma en sus labios.
A veces son las doce de la noche y estoy senta´o fumando, mi único vicio, bueno y el cafecito, porque al ron le tengo asco. Y mujeres, humm, no hay en mi cama desde que Camilo desapareció.
Tengo 89 años y los tiempos han cambiado. Pienso, yo aquí con la mosquitera y ella con otro riéndose en mi cama, no mi’ja, ya no estoy pa’ tales trajines, eso es pa’ ustedes los jóvenes. Aunque bueno, quién quita que aparezca una viejita por ahí pa’ mí… golpea la punta del cigarro con el dedo pulgar y las cenizas caen a la tierra.
El camino es muy irregular para los carros, usted seguro tiene que venir caminando, ¿el cuerpo no lo traiciona?
Vivo en Guillén, municipio San Juan y Martínez, como a 40 kilómetros de Pinar del Río, pero de la carretera hasta aquí, donde tengo el horno, vengo caminando, son más o menos 5 km. Estoy fuerte, juro por los restos de mi vieja que no padezco de na’, ni de la presión.
Me tocó el médico del consultorio hace siete años, cuando me di un tajazo en el pie y hubo que cocerme la herida; fueron 20 puntos, pero tengo sangre de perro, la marca casi ni se nota. ¿Y mis pulmones? son de hierro. Mi padre tenía razón, el humo del carbón es saludable pa’ el cuerpo.
Si tuviera aguja y hebrita de hilo, te la ensartaba como cuando tenía 15 años. Yo mismo remendaba los zapatos y los trapos de venir pal’ monte.
Aquí, los carboneros de la Empresa Enrique Troncoso, a la que pertenezco, vienen a jaranear conmigo, me torean pa’ ver si tengo fuerza y tiro pata’s que ni un mulo cerrero. Na’ el trabajo mi’ja, el trabajo te da salud y fuerzas.
¿Cuál es la tarea más dura del carbonero?
Fíjate lo que te voy a decir, el trabajo más fácil del carbón —amarrar los sacos— me aburre. Pero to’ lo demás lleva esfuerzo y cansa. Me gusta cortar leña, pararla y organizarla como una pirámide de esas antiguas; dar candela, treparme con la pala encima del horno para dar aire a la boca y que respire; sacar el carbón, recogerlo, y botar los tizones…
¿Por qué sigue trabajando?
Me gusta mucho. Soy viejo, pero ágil, dice mientras demuestra su destreza con el hacha y golpea un tronco de marabú a rente de la tierra, para desenterrarlo. Si me siento, tú jura que a los dos meses estoy inválido. Además, la paga es muy buena.
¿Y qué hace con el dinero?
Lo guardo para mis 9 hijos y 16 nietos. Cuando me sea imposible caminar no quiero ser una carga para ellos. Antes vivíamos como animales, techo de guano, piso de tierra, camas de cartón, una mudita de ropa que no se sabía ni de quién era en la casa, y trabajando como esclavos. El agua de un pozo inventa’o y más sucia que mi ropa de carbonero. Trabajaba como un loco. Después del 1959 la cosa cambió. Y hoy es muy distinta.
Si alguien quiere tener dinero lo que tiene que hacer es trabajar. Ahora tengo una buena casa en el poblado de Guillén, de mampostería con tres cuartos y de placa. Baño y cocina modernos.
Allí vivo con Ana, mi hija, tenemos to’s los aparatos esos: DVD, televisor plasma, el nieto juega con una cosa electrónica de nombre extraño como de un planeta… y así. Hoy tienen televisión y refrigerador hasta los perros.
Ellos van de paseo a la ciudad de Pinar. Fueron hasta Varadero. Yo no, lo mío es el monte, aquí soy más feliz. Prefiero las playitas del Cabo de San Antonio, son más tranquilas.
¿Qué sería de usted si no hubiese triunfado la Revolución?
Ay, mi’jita, a lo mejor me hubiera muerto de vergüenza por no poder darle un futuro a mis hijos, quién sabe, estuviera acaba’o de tanto abuso o qué sé yo… Voy a decirle algo, no porque estés grabando: Este país perdió en el 2016 a un hombre que hizo de todo por los pobres.
Yo preferiría haberme ido antes que él. Levantó a Cuba y al mundo entero. Si de verdad los muertos resucitan, debía resucitar pero con 30 años, pa’ decir: «Aquí estoy de nuevo» y ya veríamos dónde se metían los gringos.
¿Usted cree en los muertos?
El monte se presta pa’ decir que hay aparecidos, voces y esas cosas. Pero yo no he visto na’ y mira que he pasa’o noches en esta cobija mirando pal’ cielo. No, no creo en los muertos, yo creo en Fidel, él no es un muerto.
La soledad es amiga inseparable de todo aquel que hace carbón. Juan asegura estar adaptado al silencio de los bosques y no tener miedo a las leyendas de los aparecidos de Guillén.
Quisiera que me saliera un muerto de esos que dice la gente que dan dinero, pero que esté bien feo. Yo lo voy a asustar. No creo que los muertos salgan, encaja mientras palea tierra para el horno.
Si los fallecidos salieran yo hubiese desenterrado muchos tesoros de esos que ellos dicen guardar en esta zona. Además, ya mis viejos me habrían aparecido a verme.
¿Y si el pasado volviera… digamos… a antes de 1959?
Ya me hubiera ahorcado con una soga en cualquier palo de esos. No quiero volver al pasado. Viví 5 presidentes de los duros. Con este gobierno llevo 59 años. Ningún guardia ahora me dice «vete de aquí». Yo tengo mis ideales claros como me los enseño papá. Y mis hijos igual, ninguno ha perdido el rumbo y el día que lo pierda, el que sea, lo quito del núcleo familiar.
¿Cómo define usted el trabajo?
El trabajo lo da to’, lo que no da na’ es estar sentado. Tengo sexto grado de escuela, no quise seguir, pero tuve la oportunidad cuando llegó Fidel. Ya estaba viejo, por eso me quedé pega’o al carbón.
Cuando tenía 25 años mis piernas eran robles, ahora tengo 90 y la fuerza es la misma. Hay otros con unos 60 años que no pueden ni andar solos, mucho menos trabajar. Mira niña, la leña es pa’ hacer carbón, no pa’ estar hecho leña y yo no uso máquina, la corto con hacha y machete.
Esta cama es de paja y nylon, parece muy dura. ¿Es aquí dónde duerme?
Efectivamente. Es paja de arroz. Está dura, pero soy más duro que ella y la ablandé. Además, la encuentro cómoda y perfecta pa’ velar el horno de carbón. La de mi casa es de las buenas, con colchón de espuma. Ahí caigo rendí’o, si aquí tuviera una así, el horno se fuera a pique.
Los días que no está haciendo carbón, ¿qué hace en su casa?
No sé qué decirte, porque yo vengo a diario, hasta los domingos. A veces la niña pelea, porque doy siempre la vueltecita para velar lo mío.
¿Fuma mucho?
Ufff, eso no me lo quita nadie. Mis pulmones son fuertes, fumo dos o tres cajas diarias y no me da ni catarro.
¿Qué profesión hubiese elegido en lugar de esta?
¿Yo? Militar.
¿Por qué?
No puedo volver en el tiempo, pero seguro tenía que coger pal’ monte a luchar contra los gringos.
¿Qué es para usted la Revolución cubana?
No aprendí las palabras para decir qué es la Revolución, y tampoco para describir al Hombre, al que cambió este país.
Usted nació en una fecha que después se haría histórica…
Así mismito. Nací el 26 de julio, cuando cumplí 25 años fue el Asalto al cuartel Moncada. Voy a cumplir 90. Soy un hombre de mucha suerte. Fíjese, seguiré en el carbón, porque voy a durar 40 años más. Mi vida cambió cuando el Hombre bajó de la Sierra… Y hay que seguir con él.
Juan me mira con sorpresa y suelta: «Nunca antes había hablado tanto con alguien desconocido». Tal vez mi cara de asombro le dio confianza para contarme su vida. Una historia que hasta ahora solo sabían él y el monte de marabú, al cual llegué luego de caminar bajo el intenso sol, con el cansancio de quien no está acostumbrado a desandar campo adentro. En su pequeño espacio estaba solo. Lo vi de lejos con aquella pala y parecía que desenterraba un muerto.
Al verlo pocos le darían un beso en la mejilla. Tampoco le apretarían las manos. El saludo fue cortés pero no efusivo. La casucha donde vela el horno, es casi imperceptible. La pila de tierra, con humo blanco a su alrededor, la ocultan. Luego de horas de conversación quise abrazarlo y besar su vejez ennegrecida. Lo vi distinto, como un dios entre tinieblas que se quitó el alba y la aureola para ponerse camisa y pantalón rotos, e ir al espacio terrenal donde es feliz.
Pareciera que la tierra tiene frío, porque suelta unos sorbos de humareda a cada rato. Él mira y queda absorto. Solo Dios sabe lo que está pensando. Juan deja su trono, un tronco devenido asiento, y da vuelta a la pila ardiente en el suelo negro que la cortina blanca bordea.
Lo miro a los ojos y le pido un beso con el mismo cariño que lo hacía con mi abuelo. Me marcho y lo dejo solo nuevamente. A eso de las 7:00, la noche, con su interruptor infalible, apagará la luz. Él verá solo la claridad del humo y el brillo de las estrellas, si es que la noche no rompe a “llorar” a cántaros como en los últimos días. Todo dependerá de la naturaleza, ella decidirá si hoy habrá estrellas para alegrar la noche del carbonero, o cerrazón y frialdad.
La ropa seguirá tan sucia que ni el mejor detergente de los gringos podrá quitarle la mugre, pero la pureza de su alma no la podrá oscurecer ni el más prieto de los tizones de carbón.
Yo, volveré a pensar en él durante varios días… Y extrañaré la borra de café caliente y el fuego radiante que desprende su vida.
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