¿Quién es Javier Milei, la gran sorpresa del escenario electoral argentino del que no se ha dejado de hablar en medios nacionales e internacionales por su victoria, primeramente en las primarias —conocidas como PASO— el 13 de agosto, y luego en la primera vuelta de las presidenciales el pasado 22 de octubre? Milei es la comidilla, pero su triunfo no es tan inesperado como se pinta. Porque en momentos de crisis, gana terreno el extremismo en cualquier dirección. Y si ese extremo luce desenfadado, excéntrico, y sabe conectar en imagen y discurso con las ligerezas del mundo de hoy, en que los políticos tienen que bailar en TikTok. Bienvenido ser despeinado o gritón, dos de sus rasgos más sobresalientes.
En tiempos de crisis se rechaza lo conocido, y se da pie a lo que prometa romper con todo y soluciones mágicas exprés. Ya hemos visto como los partidos tradiciones están tambaleándose a nivel global, y los fenómenos antisistema se popularizan con más o menos éxito. Argentina no es la excepción, sobre todo porque su crisis es profunda y multifactorial, pero la gente necesitada de lo básico no tiene tiempo de filosofar o entrar en análisis complejos. Los argentinos sienten hoy que les falló un gobierno de derecha como el de Mauricio Macri y que les falló un gobierno progresista como el de Alberto Fernández.
Argentina va mal, el peso no vale, no hay poder adquisitivo, la megadeuda está ahí, la inflación es de tres dígitos, la pobreza se ha disparado y la inseguridad a la par, porque la escasez genera violencia y miserias humanas. Y se intenta posicionar la idea de que el actual gobierno es el malo de la película porque no ha revertido esa crisis. Pero ¿quién endeudó al país y le ha dejado una papa hirviendo difícil de manejar a todo el que vino detrás? Mientras la gente se debate entonces entre si la culpa de todos los males es de macristas o peronistas, que son los viejos conocidos, surge la novedad que habla como si tuviera la lámpara de Aladino y una salida de ensueño a la pesadilla.
Las palabras no bastan, aunque si las leemos bien, pueden ser suficientes. O qué pensar de una persona que compara su moneda nacional con excremento. Al fenómeno Milei hay que desentrañarle sus verdaderos leones dormidos como esa aspiración irracional de un gobierno sin gabinetes.
Es así que el desequilibrio y la crisis, en general, conducen el espíritu cívico y democrático del pueblo hacia los extremos, donde el populismo, la demagogia gana espacio, así como el hecho de considerar al soberano popular como masa a la que adoctrinar y guiar en lugar de convencer y liderar.
Milei aprendió bien que para competir en ese mundo de histriones tiene que convertirse en una mezcla de bufón, profeta y sabio. Milei, por tanto, está en los márgenes extremistas, fundamentalistas y puristas del liberalismo. Sumado a uno de los síntomas de la degeneración política actual que es la infantilización de todos los órdenes de la existencia.
El hasta hace 2 o 3 años desconocido Milei capitalizó todo ello con una receta que viene surtiendo efecto: pero incluso así, Milei no es Trump, ni Bolsonaro, ni ningún ultraderechista europeo, Milei es uno que se pasó dos pueblos después del arquetipo de ultraderechista, liberal y conservador, y que luce contradicciones que le generan mayor atracción entre una amplia gama de votantes distintos: es antiaborto pero consiente el matrimonio igualitario; defiende la identidad de género, pero no es muy amistoso con las mujeres, no tiene reparo en maltratarlas; defiende que el cuerpo es el primer bien privado y cada quién debe decidir sobre él, pero si eres mujer, no aplica, no puedes decidir sobre tu embarazo; no defiende la dictadura militar argentina, pero su fórmula vicepresidencial sí y más recientemente se ha mostrado negaciones de los crímenes del pasado dictatorial; es católico pero alaba el judaísmo y para él, el papa Francisco, argentino por demás, es un comunista, impresentable o representante de Satán; no le importa que un ser humano se suicide o se vuelva esclavo de las drogas, siempre que no le genere una carga al Estado. En definitiva, el individualismo exacerbado, la degradación del proyecto colectivo.
Dice campantemente que «se acabó la joda» que sería «se acabó la fiesta», en relación con que no más corrupción. ¿En serio alguien se compra el cuento que la corrupción es patrimonio exclusivo de lo «estatal», del socialismo, de la izquierda? Eso de que los ricos evaden impuestos, sobornan, tienen cajas B, ¿es ficción? Presume de su formación como economista, y no pocos le critican una trayectoria más académica que aterrizada en el terreno empresarial y administrativo, vaya, un teórico que por demás solo tiene un número preciso de autores de cabecera, lo clásicos libertarios que además dan nombre a sus cinco perros, a los que dedicó su triunfo electoral, porque es un hombre sin relación formal ni hijos a sus 52 años, y claro, esto no es un pecado, es una decisión de vida, pero sumado a todo el cuadro, deja entrelíneas.
Se vende como un libertario, fundamentalista del mercado, anarcocapitalista que se traduce en que el Estado no debe tener ningún poder, de hecho, ha dicho públicamente que el Estado es el enemigo; que no cree en vulnerables, que o tienes dinero o «lo sentimos». Si eres pobre, es porque quieres, no tiene en cuenta otras aristas de por qué se empobrece un grupo social. La justicia social para este señor es una aberración.
Viva la propiedad privada y todo tiene un precio, incluso, un hígado o un riñón: si lo puedes pagar, te salvas. Porque con Milei, ya se lo adelantaba, no habrá ministerio ni de Salud, ni de Educación, ni de Desarrollo Social, ni de Cultura y le sobran unas cuantas carteras de gobierno más.
Esta es una síntesis apretada de una de las tres fuerzas que se disputaron las presidenciales de octubre, la más polémica, eso sí, y que ahora pasa a la ronda definitiva el próximo 19 de noviembre. Una elección que inició siendo de tercios, como se ha visto: Milei contra macristas y peronistas y frente a ese otro grupo de los que no votaron y que terminó por poner en la contienda definitiva a este personaje que se vende como león, pero que asusta por sus berrinches y escenas, que incluso dejan ver vacíos mentales, frente a la apuesta oficialista de Sergio Massa, con la difícil misión de convencer a los votantes de que la opción progresista sí funcionará, a partir de reconocer errores de la actual administración a la que pertenece el candidato peronista. Los argentinos tendrán que decidir qué pesa más a la hora de marcar la cruz.
Es ese momento que se vive cada ciertos años en que esa cruz pesa sobre el destino de todos y a veces, los ciudadanos no entienden la dimensión de ejercer su derecho al voto. La apatía política, que se supone es el rechazo a los políticos y sus mecanismos a veces no tan democráticos, termina beneficiando a esos mismos políticos que valoran más a la gente en ese período en que son votantes y les dicen y prometen: «gobernaremos para todos». Después de la tener la banda presidencial, pocos son leales a sus promesas y el votante perdió el mayor interés. Por eso, los ciudadanos deberían tomarse en serio estos momentos clave y no comprar solo slogan.
Que el desespero por el cambio no nuble el juicio de los que deberán vivir luego cuatro años bajo el mandato de ese por el que se decidieron porque parecía que ahora sí habría cambio.
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