Aunque todos concuerdan en identificarlo como uno los teóricos más destacados del pensamiento marxista en el siglo XX, el filósofo y político húngaro Georg Lukács no es todo lo conocido que su vida y obra merecen. Ello quizás obedezca a que su historia, larga en comparación con otros pensadores cuyas vidas fueron más breves, estuvo repleta de avatares teóricos, así como de distanciamientos y asimilaciones respecto al marxismo oficial de corte soviético que dominó durante la mayor parte de la referida centuria.
Nacido en Budapest en 1885, en el seno de una familia burguesa, Lukács mostró inclinaciones intelectuales y capacidad analítica desde muy joven. Se formó bajo la influencia del pensamiento de Georg Simmel y Max Weber, lo cual le permitió abordar la filosofía de Hegel y luego la de Marx desde una perspectiva novedosa para ese entonces, libre de lugares comunes y conceptos que condicionaban cualquier interpretación. La combinación de Marx y Weber, dos grandes autores a menudo enfrentados hoy en el debate académico y cientificista, no podía menos que redundar en propuestas y análisis interesantes y distintos a los tradicionales del marxismo dominante, y eso fue precisamente lo que Lukács, revolucionario convencido, consiguió.
Doctorado en filosofía en 1906, residió en las ciudades alemanas de Berlín y Heidelberg entre 1909 y 1914. Allí recibió las citadas influencias y comenzó a labrar con más solidez su carrera intelectual, pero tras el estallido de la primera guerra mundial, en 1914, regresó a Budapest y decidió tener un rol más activo en la vida política. En ese sentido, cuatro años después ingresó en el Partido Comunista de Hungría y se vinculó al movimiento revolucionario encabezado por Béla Kun, el cual culminó en 1919 en la formación de la fugaz República de los Consejos en Hungría, de la que Lukács fue comisario de educación.
Tras la caída del movimiento tuvo que emigrar de Hungría y vivió en Viena, Berlín y la Unión Soviética. En esta última estuvo entre 1933-1945 para luego, tras la victoria sobre el fascismo, regresar a su Budapest natal, donde aceptó, a partir de 1956, varios cargos políticos y culturales de primer orden.
Esta trayectoria, dicha así de rápido, podría motivar a pensar que Lukács siempre estuvo perfectamente imbricado en las corrientes dominantes del marxismo y el socialismo real. Sin embargo, como insinuamos más arriba, su historia está llena de giros dramáticos que no permiten aprehender con seguridad el corpus principal de su obra teórica y filosófica.
Prueba de ello constituye su obra más significativa en el ámbito de la teoría política: Historia y conciencia de clase. Escrito durante su estancia en Berlín y publicado en 1923, el texto no fue bien recibido en los circuitos del pensamiento marxista y comunista de ese entonces. Junto a otros de Lukács fue denunciado por Zinóviev en 1924 en la Internacional Comunista, y acusado de idealismo y de revisionismo.
Era una época en la que el reduccionismo teórico, el dogmatismo y la intolerancia al disenso y las visiones alternativas imperaban en la Unión Soviética y entre los comunistas, en parte como consecuencia de la muerte de Lenin y el ascenso al poder en el partido de esa nación de figuras como Stalin, Kámenev y Zinóviev. En consecuencia, Lukács fue expulsado de su organización partidista y esto provocó en él un efecto singular.
De forma diferente a otros teóricos como Bloch y Korsch, cuya obra fue igualmente condenada por esa época, el húngaro prefirió defender su pertenencia al partido y al marxismo mayoritario, que recluirse en su quehacer intelectual. De hecho, en 1929 pronuncia su conocida Autocrítica, en la que se retracta de sus acertadas observaciones teóricas y plantea la necesidad de no ser apartado de la lucha política.
Lukács antepuso su derecho a la militancia a su obra teórica, amén de las innegables diferencias existentes entre su interpretación del marxismo por ese entonces y la del oficialismo soviético. Tras ese percance se inicia lo que muchos estudiosos de su quehacer coinciden en denominar como la tercera fase de su pensamiento, la cual fue mucho más cercana y hasta coincidente con la postura del marxismo oficial.
En esa etapa, y hasta el final de su vida en 1971, Lukács dedicó la mayor parte de sus esfuerzos a criticar radicalmente la cultura filosófica occidental moderna, a la cual tachó de irracional y opuesta al materialismo marxista. No renunció a teorizar sobre sus preocupaciones políticas, ya que incluso se interesó por el carácter ontológico del marxismo y lo estudió como ciencia de los principios de las realidades, pero paulatinamente fue migrando de las cuestiones políticas y del proyecto de realización revolucionaria a problemáticas relacionadas con la creación artística y literaria, que ya había tratado en varios trabajos de su juventud y su etapa premarxista.
Por este cambio, quizás como más puede identificarse a Lukács entre los marxistas es como un pensador muy preocupado por la estética. El recuento de su producción intelectual a partir de la década del '30 incluye mayormente textos relacionados con el ámbito estético, los cuales constituyen una referencia obligatoria en la materia. Las teorizaciones del autor al respecto se erigen como el análisis más completo de la problemática, desde una óptica marxista contemporánea, y constituyen “el esfuerzo más coherente que se ha llevado a cabo por racionalizar la afirmación de un realismo supuestamente inherente a la creación artística y literaria en el ámbito de las relaciones socialistas”[1].
No obstante, si bien sus preocupaciones estéticas definen la mayor parte de su producción, a Lukács debe referírsele como un gran pensador cuya obra vincula significativamente a los deterministas económicos con el marxismo crítico y moderno.
[1] Teresa Blanco en Georg Lukács, Historia y conciencia de clase (La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1970, p. 5).
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